Homilía del Domingo XXI del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Lc 13, 22-30
Jesús durante la
vida pública presentó varias veces y de manera muy clara el destino que le
esperaba en Jerusalén. No quería que surgieran equívocos que sus discípulos
cultivaran sueños o esperanzas de grandeza de este mundo, de conquista de
reinos. Todas estas eran ilusiones suscitadas en ellos por el maligno, por
Satanás.
Una
voluntad férrea y confiada en Dios
endurecer
el rostro
Lucas nos
transmite una frase de Jesús inequívoca. Un día les dijo a sus discípulos: «Vosotros
escuchad atentamente estas palabras: El Hijo del hombre va a ser entregado en
manos de los hombres» (cfr. Lc 9, 44). Se refería al don de la vida que él
entregaría en Jerusalén. Y, de hecho, justo después, el evangelista escribe que
Jesús se puso en camino de manera decidida para ir a Jerusalén: «Jesús tomó
la decisión de ir a Jerusalén» (cfr. Lc 9, 51). Sin embargo, este mismo
versículo 51, en el texto griego, utiliza una expresión mucho más fuerte: «αὐτὸς
τὸ πρόσωπον αὐτοῦ ἐστήρισεν τοῦ πορεύεσθαι εἰς Ἱερουσαλήμ»; que traducido
significa «él (él mismo) endureció su rostro (el rostro de él) para ir (con
el propósito de ir) a Jerusalén».
El discípulo que
sigue al Maestro debe tener en cuenta que, al tomar ciertas decisiones para ir
hacia una meta que Jesús propone, debe hacer como él, ser capaz de endurecer su
propio rostro, mostrando una determinación absoluta para cumplir el mismo
destino que Jesús; es mostrar una voluntad férrea para afrontar el camino y
cumplir el propósito que Dios nos ha encomendado.
El
camino a Jerusalén:
Metáfora
del discipulado
«Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se
encaminaba hacia Jerusalén».
El Evangelista
Lucas comienza a narrar este viaje que ocupa la parte central de su Evangelio,
nueve capítulos en los que vuelve como un estribillo esta referencia al
camino que Jesús está recorriendo hacia Jerusalén (cfr. Lc 9, 51; Lc 10,
38; Lc 13, 22; Lc 17, 11; Lc 18, 31; Lc 19, 11; Lc 19, 28). Lucas insiste tanto
en ello porque quiere que los cristianos de sus comunidades tomen conciencia de
que están en un viaje siguiendo a Jesús. De hecho, dar la propia adhesión a
Cristo significa caminar con él, recorrer el mismo camino, apuntar a la misma
meta: entregar la vida por amor, por eso el discípulo de Jesús tiene que
endurecer su propio rostro aferrándose a la voluntad divina.
Los
cristianos somos peregrinos,
pero
no vagabundos.
Los cristianos de
las primeras generaciones en la fe de las primeras generaciones tenían muy
clara en la mente esta metáfora del camino, que es la única verdad. Ellos
sabían que construirse una vida estable en este mundo era vivir sumergidos en
la mentira; y de esta mentira surgían todos los problemas y las malas
decisiones.
Los primeros
cristianos se llamaban y eran conocidos por los de fuera como "los del
Camino", es decir, aquellos que seguían el camino trazado por su Maestro.
Se sentían como gente en camino, extranjeros, peregrinos, de paso por esta
tierra. Los primeros cristianos se entendían como peregrinos y no como
vagabundos (cfr. Heb 13, 14; 1 Pe 2, 11). El peregrino es diferente del
vagabundo. Ambos caminan, pero el peregrino tiene una meta, sabe a dónde va. El
vagabundo no sabe ni el camino ni a dónde va; además el vagabundo no se hace
preguntas sobre su destino, sobre el sentido de su existencia; vive al día,
toma lo que consigue encontrar por el camino.
Las
metas terrenales nunca llenarán
este
vacío del hombre
Es natural que en
la vida busquemos metas y esperanzas valiosas como obtener un título, formar
una familia o encontrar un buen empleo. Sin embargo, al alcanzarlas, a menudo
nos asalta una pregunta persistente: "¿Y ahora qué?". Esta
inquietud constante no es un defecto personal, sino que tiene una raíz más
profunda. Parafraseando a Qohélet, “Dios ha puesto eternidad en el corazón del
hombre” (cfr. Ecl 3, 11). El texto advierte que buscar la plenitud solo en metas terrenales nunca llenará este vacío. La
verdadera satisfacción se encuentra al responder a esa necesidad de infinito
que llevamos dentro, y no al culpar a lo que nos falta en lo material. San
Agustín de Hipona lo resume de manera perfecta la idea de que la verdadera
satisfacción no se encuentra en las cosas terrenales, sino en la búsqueda de
Dios, que es infinito: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón
está inquieto hasta que descansa en ti." (cfr. Confesiones, Libro 1,
Capítulo 1, Sección 1). Y San Juan de la Cruz, místico y doctor de la Iglesia,
escribió en su obra "Dichos de Luz y Amor" esta magnífica sentencia: "En
la posesión de Dios, el alma posee todo."
¿Serán
muchos o pocos los que puedan llenar
ese
vacío de sentido existencial?
¿Es posible
responder a esta necesidad de infinito? ¿el hombre puede llegar a llenar ese
vacío? ¿serán muchos o pocos los que puedan llenar ese
vacío de sentido en la propia existencia? Es precisamente esta pregunta la
que alguien le hace a Jesús, y es una pregunta que nos interesa, y nos interesa
la respuesta que Jesús dará, porque se trata de adivinar la vida, de dejarnos
salvar en nuestra vida.
«Uno le preguntó: «Señor, ¿son
pocos los que se salvan?».
¿Qué
entendían por salvación los rabinos judíos?
En el mundo judío
la problemática de la salvación suscitaba un gran interés y provocaba muchas
discusiones entre los rabinos. ¿Qué entendían por salvación? La resurrección.
¿Qué resurrección? El regreso a la vida de este mundo. Se había comenzado muy
tarde en Israel a hablar de otra vida. Los israelitas no eran como los egipcios
que pensaban en prepararse para la vida futura. No, en Israel se pensaba en la
vida presente. Los patriarcas, los profetas, creían en esta vida y nada más.
La esperanza
principal no era la vida en el cielo, sino la restauración y la plenitud del
pueblo de Israel en este mundo. Esto incluía el regreso de los justos a la
vida para participar en el reino de Dios en la Tierra. Un ejemplo claro de esta
creencia se encuentra en el profeta Ezequiel: «Sabréis que yo soy Yahvé
cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de ellas, pueblo mío» (cfr. Ez
37, 13).
La creencia en la
resurrección no fue un concepto original del pueblo judío. Comenzó a
desarrollarse tardíamente, a partir del siglo II a.C., como una respuesta a una
pregunta fundamental: ¿Qué pasaría con los justos que morían por ser fieles a
su fe?
La
profunda crisis de fe del pueblo hebreo
Durante la
persecución de los reyes seléucidas, entre los años 175 y 164 a.C. [Esta
persecución es conocida como la persecución de Antíoco IV Epífanes, quien
intentó helenizar Judea por la fuerza, prohibiendo las prácticas religiosas
judías y profanando el Templo de Jerusalén] (los sucesores de Alejandro Magno),
muchos judíos fueron martirizados por oponerse a la imposición de la cultura
pagana. Esto generó una profunda crisis de fe. Si Dios iba a establecer su
reino en la Tierra, ¿cómo participarían en él aquellos que habían dado su vida
por Él?
La respuesta que
surgió fue la siguiente: estos mártires resucitarían y volverían a la vida
en este mundo para poder participar en el reino renovado de Dios y gobernado
por Dios, un reino sin dolor ni injusticia. De esta manera, la resurrección
se convirtió en la esperanza de salvación para los fieles que habían sufrido. E
incluso Marta de Betania, cuando Jesús le dice: "Tu hermano resucitará"
(cfr. Jn 11, 23), a lo que Marta parafraseándola le responde: "¡Qué
descubrimiento! Mi hermano era un justo, por lo tanto, será salvo, volverá a la
vida".
¿Quiénes creían en
esta resurrección, es decir, en esta salvación? Pocos creían: los fariseos.
Eran una minoría. Sin embargo, los sacerdotes del templo, los saduceos,
ridiculizaban esta creencia como ingenua. Recordamos cuando se presentan ante
Jesús y le dicen: «Sí, pero si una mujer ha tenido siete maridos, cuando
todos estos siete vuelvan, ¿de quién será esposa esta mujer?» (cfr. Mt 22,
28; Mc 12, 23; Lc 20, 33). Y se preguntaban: «Señor,
¿son pocos los que se salvan?». O el texto donde Jesús les avisa
del peligro serio de las riquezas cuando les dice que «más fácil le es a un
camello entrar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los
cielos», a lo que los discípulos reaccionan espantados, «entonces,
¿quién puede salvarse?» (cfr. Mt 19, 23-30). Pues bien, los fariseos
decían: "Se salvan todos los que observan con escrúpulo todos los
preceptos de la Torá".
Los apocalípticos,
en cambio, sostenían que eran pocos los que serían salvados, es decir,
resucitados. En el cuarto libro de Esdras (libro apócrifo), que es el libro
apocalíptico más famoso del tiempo de Jesús, dice: "Este siglo, la era
presente en la que vivimos, fue creada por el Altísimo para una multitud de
personas, pero el siglo futuro está reservado a un pequeño número". Y
hay una expresión que resuena también en las palabras de Jesús: este cuarto
libro de Esdras dice: "Muchos son creados, pero pocos son salvados".
Colaborar
activamente en el
proceso
de ser salvados
En griego se
emplea el verbo σώζω (sózo), que significa ‘salvar, es decir,
librar o proteger (literalmente o figuradamente), hacer salvo, librar,
misericordia, preservar, salvar, sanar, sano’. La forma verbal empleada es σῳζόμενοι,
el cual es un verbo presente-pasivo-participio-nominativo-plural masculino; el
cual es traducido del siguiente modo: «los que están siendo salvados».
No se refiere a un grupo que ya fue salvado en un momento concreto (lo que se
expresaría con un participio aoristo o perfecto), sino a aquellos que están
activamente en el proceso de ser salvados. Esto enfatiza la naturaleza
dinámica de la salvación como un camino de fe. La voz pasiva recalca que
la acción de salvar no proviene de ellos mismos, sino que es un don que
están recibiendo. El verbo implica que hay un agente externo (Dios o Cristo)
que está llevando a cabo la acción en ellos.
El personaje
anónimo que le hizo la pregunta a Jesús revela ser una persona espiritualmente
preparada, madura, que no piensa en la salvación como un premio, sino como un
don que Dios hace. Es decir, "son muchos los que son salvados", no
"los que se salvan".
¿La
salvación es un billete de entrada al paraíso?
Sin embargo, este
hombre anónimo también comete un error; el mismo error que cometen hoy muchos
cristianos. ¿Qué error es éste?; el de pensar que la salvación llega al final
de la vida, cuando quien se ha portado bien ha observado los mandamientos, ha
evitado al menos los pecados mortales o, si los ha cometido, luego los ha
confesado. Entonces, al final, esta persona recibe el billete de entrada al
paraíso y de ahí todas las controversias que en el pasado fueron muy
acaloradas: ¿Son muchos, son pocos?; ¿alguien va al infierno?, al menos ¿Judas
fue al infierno? Acabemos con estos discursos que no tienen ningún sentido,
porque la salvación de la que Jesús está hablando es otra cosa.
Involucrarse
en la construcción
del
mundo nuevo con Jesús.
La salvación no es
un premio entregado al final de la vida. Allí el Padre acoge ciertamente a
todos en sus brazos. Ninguno de los hijos puede ser desheredado (cfr. Jn 6, 37).
¿Dónde reside la confusión o el problema de fondo? El problema de la salvación de la que Jesús habla
es la entrada en el reino de Dios, pero se entra hoy, aquí y en este mundo. En
cambio, el reino de Dios era esperado por los fariseos en el futuro. El
reino de Dios del que habla Jesús está en el presente, en este mundo.
El
reino de Jesús sí que es de este mundo…
pero
viene de una lógica procedente de lo Alto.
La salvación
consiste en dejarse involucrar en el mundo nuevo que él quiere que se construya. Hay una
traducción, la cual es muy desafortunada, que ha traído mucha confusión y
desorientación; se trata de cuando Jesús le dice a Pilato que «mi reino no
es de este mundo» (cfr. Jn 18, 36). En griego está recogido de este modo: «ἡ
βασιλεία ἡ ἐμὴ οὐκ ἔστιν ἐκ τοῦ κόσμου τούτου»,
que traducido es "el reino, el mío, no está siendo dependente de este
mundo”, “el reino, el mío, no es de fuera de este mundo”; con otras palabras,
para ayudar a entender el sentido: "Mi reino no deriva de la lógica de
este mundo, que es la del poder, el dominio, el ser grandes". Mi reino es
de este mundo, pero viene de una lógica que viene de lo alto, la del
servicio, el amor, el don de la propia vida al hermano.
¿Quién
pertenece al mundo nuevo?
En este mundo hay
que entrar de inmediato. Es el mundo nuevo al que pertenece quien repudia la
violencia, quien comparte los bienes, quien se convierte en siervo del hermano.
La pregunta del
millón: Pero ¿son muchos o son pocos los que se dejan salvar?; es decir,
¿son muchos o pocos los que acogen esta propuesta de hombre nuevo hecha por
Jesús?
Entonces no hay
necesidad de preguntárselo a Jesús; basta con que miremos a nuestro alrededor y
veremos de inmediato cuántos son los que le dan su adhesión. En la provincia de
Palencia (España) en el año 2024 se celebraron 395 matrimonios; de los cuales
237 fueron matrimonios civiles. En la provincia y ciudad de Palencia, en el año
2023 se registraron 170 divorcios (no se saben si de entre matrimonios
canónicos o sólo civiles); y en según el último informe publicado por el
Ministerio de Sanidad de España, en la provincia de Palencia se registraron 83
abortos en el año 2024. Según el último Barómetro del Centro de Investigaciones
Sociológicas (CIS), los datos de práctica religiosa en España son: El 16,1% de
los católicos españoles acude a misa casi todos los domingos y festivos; y un
7,7% lo hace varias veces al mes. ¿Ven como no lo tenemos que preguntárselo a
Jesús?
Todavía, a pesar
de cómo están las cosas, pueden ser muchos los que van a la iglesia, pero
preguntémonos: ¿cuántos son los que dejan de pensar en sí mismos y ponen toda
su vida al servicio del hermano? No hace falta preguntárselo a él, basta con
que miremos a nuestro lado.
Aquel que acepta
esta propuesta de Jesús, de vivir amando es alguien que se deja salvar, y es
urgente dejarse salvar de inmediato, no al final de la vida, cuando los juegos
ya están hechos.
Condiciones
para convertirse y
mantenerse
como sus discípulos
«Él les dijo: «Esforzaos en
entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no
podrán».
Jesús
ahora deja claro cómo uno se deja salvar, cuáles son las condiciones
para convertirse en sus discípulos y para mantenerse como sus discípulos, y
da sus indicaciones con tres imágenes.
Condiciones de Jesús
1.- La necesidad de luchar
La primera es la necesidad de luchar. «Esforzaos»; pero el verbo griego empleado
es ἀγωνίζομαι (agonízomai), que significa “luchar, literalmente
(competir por un premio), esforzar, -se, luchar, pelear”. En concreto la
forma verbal empleada en el texto griego es ἀγωνίζεσθε (agonízesze) [es
la segunda persona del plural del imperativo presente de indicativo del verbo
deponente ἀγωνίζομαι (agōnízomai)] que se traduce con un matiz que
implica una acción continua, un esfuerzo constante, no un acto puntual: «Estén
agonizando luchando vigorosamente»; «esfuércense peleando (en la
lucha)».
Esta imagen nos
remite a las luchas y a las competiciones en los estadios (cfr. 1 Co 9, 25-27;
1 Tm 6, 12; 2 Tm 4, 7). De estas citas resalto la imagen que emplea san Pablo
en la primera carta a la comunidad de Corinto: «Los atletas se privan de
todo, y total ¡por una corona que se marchita!; nosotros, en cambio, competimos
por una inmarcesible. Así pues, yo corro, pero no sin ton ni son; y lucho como
si fuera un púgil, pero no lanzando golpes al vacío; al contrario, golpeo mi
cuerpo y lo esclavizo, no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo
mismo descalificado».
Lo que nos está
diciendo Jesús es que se deja salvar quien tiene en cuenta que debe luchar. Se tiene
en cuenta la fuerza de la gracia divina que nos asiste con el necesario
esfuerzo humano.
Condiciones
de Jesús
1.-
La necesidad de luchar
En
nuestro interior
Esta lucha constante,
sin cuartel, no ocurre contra un enemigo fuera de nosotros, sino que acontece
en nuestro interior. Es ese conflicto que todos experimentamos entre las
pulsiones que provienen de nuestra naturaleza biológica, que nos empuja a
pensar en nosotros mismos, a replegarnos en nuestro egoísmo, a desinteresarnos
de los demás, a retener los bienes para nosotros; y la pulsión del espíritu,
que empuja en la dirección opuesta: a amar, a entregar los bienes al hermano,
al necesitado, a olvidarnos de nosotros mismos, a ponernos al servicio del
hermano. Esa es la lucha interior que debemos tener en cuenta, y es un
conflicto muy duro, continuo.
Si no hemos
percibimos esta situación de continua guerra interna significa que no hemos
entendido lo que nos pide el Evangelio. Si reducimos la adhesión a Cristo a
alguna práctica devocional, la invocación de un santo, salir en Semana Santa de
cofrade en el paso de la cofradía, en poder subastar las andas de la Virgen
para poderla sacar de procesión en el día de la fiesta, etc., no hay necesidad
de recibir una gracia divina porque aquí no se da ni lucha ni conflicto; a lo
sumo pereza y desgana.
Jesús dijo: «Desde
los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos sufre
violencia, y los violentos se hacen con él» (cfr. Mt 11, 12). Para alcanzar
el Reino de Dios se requiere un esfuerzo intenso, un deseo ardiente y una
determinación fuerte, similar a la de un asalto o una conquista; no es para
gente blanda, ni para indisciplinados ni inmorales; y menos para aquellos que
teniendo responsabilidades eclesiales toman decisiones e iniciativas pastorales
que se alejan de los criterios de la Sagrada Escritura, de la Tradición y del
Magisterio; ni para aquellos que entienden y articulan su actuar pastoral sobre
la ‘sinodalidad’ como si fuera un libro en blanco, sin escribir, donde
cualquier salvajada cabe y si uno se opone se expone a ser excluido, marginado
y tachado de no ser sinodal.
Quien piensa que
puede entrar en el reino de Dios sin enfrentar esta lucha interior es un iluso.
La enfrentó Jesús. También Jesús tuvo que resistir las seducciones del maligno.
Condiciones de Jesús
2.- La necesidad de pasar por
la puerta estrecha
La segunda imagen es la necesidad de pasar por una
puerta estrecha. ¿Saben ustedes lo que es la puerta con el Ojo de la Aguja? Tiene
la forma de un ojo de aguja, muy estrecha. Esa puerta es del tiempo de Herodes,
por lo tanto, anterior a Jesús. Naturalmente, había esa puerta estrecha, el Ojo
de la Aguja, y luego una puerta más grande. Jesús se refería precisamente a ese
Ojo de la Aguja cuando dijo que es más fácil que pase un camello por el Ojo de
la Aguja que un rico entre en el reino de los cielos.
Condiciones
de Jesús
2.-
La necesidad de pasar por la puerta estrecha
¿Qué
hay que hacer para pasar por una puerta estrecha?
Es preciso dos
cosas: La primera es hacerse pequeño. Si uno es grande y
corpulento, o sea seguro y soberbio, no pasa por esa puerta estrecha.
Los discípulos de
Jesús querían ser personas grandes. Jesús dijo: "Grande es quien se hace
pequeño, y solo quien se hace pequeño pasa por la puerta estrecha y entra en el
reino de Dios" (cfr. Mt 18, 4; Mt 23, 12; Mt 7, 13-14; Lc 13, 24). Si
quieres seguir siendo grande, quieres mandar, quieres que te sirvan, entonces
solo puedes pasar por una puerta grande, pero no entras en el reino de Dios,
entras en los reinos de este mundo, donde el grande es el fuerte, el poderoso.
La
segunda cosa es si quieres pasar por la puerta estrecha, debes soltarlo
todo. No puedes llevar baúles a la espalda. Con los baúles, entonces pasas
por la puerta grande y entras en los reinos de este mundo donde se aprecian
aquellos que retienen sus bienes para sí mismos. Recuerda la sentencia de Santa
Teresa de Jesús: ‘Sólo Dios basta’. O la idea del abandono total a la voluntad
de Dios del Hermano Rafael Arnáiz Barón, ya que se encontró con la certeza de
que Dios era la único que necesitaba.
Condiciones
de Jesús
3.-
Haz por pasar la puerta
Hay una multitud
delante de la puerta. Hay gente que intenta entrar, pero se queda fuera. Esta
es la distinción entre el verdadero discípulo, que pasa por la puerta estrecha,
y el que se queda delante de la puerta.
El que se queda
delante de la puerta, pero no pasa por ella es aquel que se siente atraído por
Cristo, por su Evangelio, aprecia lo que Jesús ha hecho y enseñado, pero no se
decide a pasar, se queda fuera. Jesús invita a estas personas a reflexionar,
porque podría tratarse de una ilusión suya, la de ser salvados, ser discípulos
de Cristo. Si no han pasado por la puerta estrecha, se quedan como admiradores
de Cristo, pero no entran a estar al lado de Cristo.
Condiciones
de Jesús
3.-
La necesidad de pasar por la puerta estrecha
El
peligro del que nos quiere advertir
A estas personas que
no quieren escuchar a Jesús, ahora se dirige a ellos. «Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta,
os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: Señor, ábrenos; pero él os
dirá: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo,
y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él os dirá: “No sé de dónde
sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”».
Hay un peligro muy
serio y siempre actual del que Jesús quiere advertirnos: La ilusión de
pertenecer al grupo de los salvados cuando en realidad aún no se ha puesto un
pie en el reino de Dios, no se ha pasado por la puerta estrecha.
Y para que
identifiquemos bien este peligro, Jesús pone en escena al dueño de casa que se
levanta y cierra la puerta, y luego nos hace escuchar las razones que esgrimen
quienes se han quedado fuera y pretenden ser reconocidos como miembros del
reino de Dios, del mundo nuevo.
Condiciones
de Jesús
3.-
La necesidad de pasar por la puerta estrecha
Las
razones que argumentan
Escuchemos bien
sus razones, las razones de aquellos que se han quedado fuera, porque son las
mismas que esgrimen hoy tantos cristianos que se creen en paz con Dios y con
Cristo.
Ante todo, se
trata de cristianos que se han quedado fuera, de hecho, llaman a Jesús "Señor, Señor, ábrenos". Este título
era dirigido a Jesús solo por los cristianos que lo reconocían como el Resucitado,
como María Magdalena: "He visto al Señor" (cfr. Jn 20, 18). Los
demás no lo llamaban "Señor", lo llamaban "Jesús" o
"aquel hombre", "rabino", "aquel impostor" (cfr.
Mt 27, 63).
Son cristianos que
se maravillan de ser dejados fuera y se asombran de que Jesús no los reconozca
como discípulos, y entonces gritan sus razones. Dicen: «Hemos comido y bebido contigo»;
parafraseándoles sería: "¿Cómo es
que no nos reconoces? Siempre hemos vivido en tu casa. Hemos comido y bebido en
tu presencia". La referencia es al banquete eucarístico; «y tú has enseñado en nuestras plazas», que
es tanto como decir que “hemos participado en todos los sacramentos, todas las
liturgias, los cantos, las oraciones, te hemos oído predicar el Evangelio,
nunca faltábamos a los encuentros".
Estos son los que
se quedaron fuera. Son esos cristianos que se creen en paz con Dios porque
conocen a Cristo, aprecian el Evangelio, pero se hace percibir que, para
hacerse reconocer, solo presentan prácticas religiosas. Son practicantes,
pero esto no es suficiente.
En sus palabras no
encontramos ninguna mención a las obras de amor, al servicio
al hermano, al nuevo uso de los bienes que se entregan a los pobres. Si lo
hubieran hecho entonces Jesús los habría reconocido como discípulos, como
personas que se dejaron salvar por su palabra. Ellos no han entendido que las
prácticas religiosas a las que luego no sigue un cambio radical de vida se
reducen a gestos falsos, incoherentes, hipócritas.
Condiciones
de Jesús
3.-
La necesidad de pasar por la puerta estrecha
Seria
Observación de Lucas
¿Por qué Lucas
insertó en su Evangelio esta postura dura del maestro contra ciertos
bautizados?
En las comunidades
del tiempo de Lucas ya había bautizados que presumían de estar en paz porque
pertenecían a la comunidad cristiana, conocían a Cristo y su Evangelio, pero
no se daban cuenta de que solo eran cristianos de nombre; No se habían
dejado salvar por el Evangelio, no habían cambiado de vida, seguían
viviendo como antes.
Acumulaban bienes
como antes, se comportaban con sus esclavos, porque había muchos cristianos
adinerados que tenían esclavos, y los seguían considerando esclavos, como
hacían cuando eran paganos. ¿Cómo podían sentarse en el mismo banquete
eucarístico y seguir teniendo esclavos? Lucas se siente en el deber de
desmentir el falso optimismo de estas personas.
Si
no has cambiado de vida…
No
tienes nada que ver con Jesús
Como
en el tiempo del evangelista Lucas hoy también se corre ese peligro: Una
práctica religiosa que tranquiliza, anestesia las conciencias, hace sentir a
uno en paz, hace sentir que es un discípulo, mientras que solo es un iluso.
Las palabras de
Jesús son duras: «Alejaos de mí todos los que
obráis la iniquidad”». Jesús diciendo esto está citando el Salmo
6 «¡apartaos de mí, malhechores (hacedores de iniquidad)!» (cfr. Sal 6,
9). El término hebreo פֹּעֲלֵי אָ֫וֶן (po'aley aven) se traduce como
"obradores de maldad" o "trabajadores (obreros) de iniquidad, de
engaño, de daño"; “hacedores de cosas que no interesan, cosas vanas”;
cosas que no le interesan para nada a Dios. ¿Qué cosa no interesa a Dios?; Las
prácticas religiosas a las que no corresponde una vida nueva.
«Alejaos de mí» no significa ahora "váyanse
todos al infierno"; significa "acepten que no tienen nada que
ver conmigo". Dice: "Aunque sean cristianos de nombre y vayan a
la iglesia, pero al no cambiar de vida no tienen nada que ver conmigo".
Un
banquete del que se corre
el
riesgo de quedar excluido
Ahora prestemos
atención a la última escena, la de un banquete del cual se corre el riesgo de
quedar excluido.
«Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando
veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios,
pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del
norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay
últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».
Tanto en el
Antiguo Testamento como en boca de Jesús encontramos el mundo nuevo, el reino
de Dios, presentado con la imagen del banquete, la imagen de la fiesta a la que
todos están invitados (cfr. Is 25, 6; Is 55, 1-2; Sal 23, 5; Pr 9, 1-6; Lc 14,
16-24; Mt 22, 1-14; Mc 2, 15-17). Nadie es dueño, es un banquete donde la
comida es compartida entre hermanos.
Fuera
del banquete rige
la
lógica de la competencia…
Fuera de este
banquete rige una lógica diferente, no la de la compartición, sino la de
la competencia. Allí las personas no se sienten invitadas, sino dueñas
de los bienes que se encuentran a mano y, por lo tanto, pueden comprarlos,
venderlos y obtener ganancias en el intercambio, y así acumular la mayor
cantidad de bienes posible, dejando, naturalmente, a los demás en la necesidad
y también en la miseria.
…donde
la guerra y la violencia es inevitable.
Esta es la lógica
del mundo viejo y en el pasaje que acabamos de escuchar se presenta con una
imagen dramática que en el Evangelio de Lucas solo aparece aquí, mientras que
en el Evangelio de Mateo vuelve casi como un estribillo: «Allí será el llanto y el rechinar de dientes».
¿Por qué? Porque es el mundo donde inevitablemente habrá guerras, violencia,
injusticia y dolor.
Si
deseas quedarte fuera del banquete y deseas estar dentro de este mundo ten
mucho cuidado. Ten mucho cuidado porque puedes ser un ganador que puedes ganar
y aplastar al más débil; pero no olvides que al final terminarás también tú
siendo aplastado. ¿Quieres seguir quedándote fuera del banquete de Jesús?
El cristiano por
el hecho de ir a la iglesia no significa que hayas entrado en ese banquete; es
preciso que te dejas salvar por el Evangelio; porque si no compartes tus
bienes, si sigues la lógica del mundo viejo, estarás en el llanto y el rechinar
de dientes. Estás fuera de la salvación.
¿Quiénes
están sentados
a
la mesa en este banquete?
«Cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los
profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera».
Están los
patriarcas, gente que viene del pueblo de Israel, Abrahán, Isaac, Jacob, los
profetas. Pero luego hay una multitud inmensa que viene de oriente, de
occidente, de norte y de sur; son esos cristianos que vienen del mundo pagano.
«Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y
se sentarán a la mesa en el reino de Dios».
Y en este grupo
también hay algunos que nunca han oído hablar de Cristo y del Evangelio y,
sin embargo, también ellos se encuentran dentro de la sala del banquete, por lo
que han entrado en el reino de Dios. ¿Quiénes son estas personas? ¿cómo
hicieron para entrar? Si están dentro significa que pasaron por la puerta
estrecha, es decir, se comportaron como siervos. No quisieron ser
personas grandes que se hacían servir, se hicieron pequeños, pusieron sus
bienes a disposición del pobre y entonces lograron entrar, aunque no estuvieran
bautizados, se dejaron mover por el Espíritu que no se da solo a los
bautizados, sino a cada hombre.
Recordemos lo que
nos dice San Juan: «Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de
Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios» (cfr. 1 Jn 4,
7). Por lo tanto, es muy posible que también aquellos que no conocieron a
Cristo escuchen al Espíritu y vivan como personas que han entrado en el reino
de Dios.
La
salvación no es para los primeros,
sino
para los dispuestos.
La última frase de
Jesús: «Mirad: hay últimos que serán
primeros, y primeros que serán últimos».
Se refiere a
aquellos que eran considerados excluidos, es decir, los paganos y que se han
convertido en los primeros en ser invitados, mientras que algunos de los
primeros han sido excluidos.
Prestemos
atención, no dice que todos los primeros se convierten en últimos y todos los
últimos se convierten en primeros. Pero "hay algunos". Algunos
de los primeros que en realidad son últimos, se refiere a los cristianos.
Algunos de los cristianos son últimos, y algunos de los últimos son primeros. La
frase es una advertencia para los "primeros" de hoy, es decir,
para nosotros, los cristianos. Nos invita a tener en cuenta que, si no somos
fieles, podemos terminar siendo los "últimos".