sábado, 6 de septiembre de 2025

Homilía del Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, Ciclo C; Lc 14, 25-33

 


Homilía del Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lc 14, 25-33

                                                                     Conectándolo con el domingo pasado.

Recordemos que la semana pasada todo aconteció durante un banquete en la casa de un jefe de los fariseos, Jesús enseñó a sus seguidores a actuar con pura generosidad. Les dijo que no sirvieran a los demás buscando su propio beneficio o esperando gratitud. En cambio, debían buscar el último lugar y servir a todos, incluso a los menos agradables, con la única intención de hacerlos felices.

Jesús afirma que la gratuidad es la esencia del amor que pide a sus discípulos. A diferencia de los pecadores, que aman y ayudan a quienes les corresponden, los seguidores de Jesús deben amar a sus enemigos y dar sin esperar nada a cambio. La recompensa no es material, sino la perfecta sintonía con el amor de Dios, lo que los convierte en hijos del Altísimo.

Esta propuesta choca con el instinto humano de buscar el beneficio propio. Al saber esto, Jesús se pregunta si habrá muchos que lo sigan en su camino a Jerusalén, intuyendo que la mayoría preferirá no asumir un compromiso tan exigente.

 

La gente espera lo que Jesús no promete

«En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió»

Las multitudes le siguen, pero no han entendido adónde va; ha habido un equívoco. Tal vez cultivan sueños y esperanzas y esperan de Jesús lo que él nunca ha prometido. La gente esperaba lo que en realidad Jesús no había prometido. ¿Qué es lo que esperan de Jesús?, pues favores, protecciones contra desgracias, curaciones, éxito en la vida, gracias especiales como premio que Dios concede a sus fieles más destacados.

 

Esto ha cambiado en nuestra sociedad

Hoy, en nuestra sociedad, poca gente le sigue; la respuesta más cómoda es echar todas las culpas sobre el hedonismo, sobre el laicismo, sobre el secularismo.

 

Otros le abandonan porque

sí han entendido su propuesta.

Y es cierto, hay quienes se han ido y se van porque han entendido la propuesta de Jesús y se asustan, la consideran demasiado exigente y prefieren adaptarse a los criterios de este mundo, diciendo: "¿Y por qué tengo que sacrificarme por los demás cuando puedo hacer lo que todos hacen, es decir, buscar mi interés e intentar hacer lo que me gusta?".

 

Nuestro mensaje podría

no estar en sintonía con el Evangelio.

A menudo nos preguntamos por qué la gente se aleja de la Iglesia. ¿Será solo porque la propuesta de Jesús es demasiado exigente, o podría ser también que no la hemos comunicado con suficiente claridad y lealtad? Tal vez deberíamos revisar nuestras decisiones pastorales para asegurar que el mensaje que transmitimos esté en verdadera sintonía con el Evangelio.


 

Se vuelve porque quiere verificar si le hemos entendido.

«Él se volvió»

Jesús se vuelve porque quiere ver a estas multitudes de frente, porque, como nosotros, ciertamente se quedó asombrado de que hubiera tanta gente dispuesta a seguirle. Se vuelve y los mira a la cara para comprobar si realmente han entendido o están empezando a entender lo que él les propone. Esto que hizo en aquel momento, lo hace ahora mismo con cada uno de nosotros. A Jesús no le preocupa el número. Cosa que a nosotros sí, porque esto tiene ‘consecuencias colaterales’. A Jesús no le preocupa si son muchos o si son pocos.

 

Se vuelve para hacerte una propuesta de vida

Jesús es un enamorado que hace una propuesta de vida. ¿En qué consiste esta propuesta? La propuesta es si quieres unir tu vida a la suya. ¿Estás dispuesto a donar tu vida junto con la de Jesús? Esta es su propuesta y no quiere que haya equívocos; los equívocos de que se le dé la propia adhesión cultivando ilusiones y falsas expectativas.

 

La gente está cerca, pero…

No le han dado su adhesión

«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío».

Jesús sabe que las multitudes que lo acompañan están cerca de él, pero no le han dado su adhesión. Un aviso para navegantes: El evangelista Lucas emplea el verbo ‘venir’, en griego lo expresa de esta manera: «Συνεπορεύοντο δὲ αὐτῷ» (del verbo συμπορεύομαι [sumporeúomai] que significa ‘viajar juntos, ir, caminar con, con la implicación de reunirse con’), que quiere decir: ‘Una gran multitud iba junto con él/viajaban con él’; el evangelista no dice que ‘le siguieran’, sino que únicamente iban con él.

 

Iban con él,

 pero no se convertían en sus discípulos

El verbo seguir, en los Evangelios, indica la elección de convertirse en discípulos. Aquí no, aquí se dice que "iban a" él, es decir, eran atraídas por su persona, sentían cierto interés, cierta simpatía; y esto se entiende porque Jesús es una persona hermosa y es imposible permanecer indiferente cuando se le encuentra.

 

Jesús busca más que simple simpatía

Aunque es bueno que la gente se sienta atraída por él y la fe por cualquier motivo (devoción, música del coro, búsqueda de milagros, un sacerdote con carisma y don de gentes), esta atracción inicial no es suficiente. Es solo el punto de partida. Lo que Jesús espera es que las personas profundicen y lo sigan de verdad, aceptando el compromiso de una vida entera, tal como les pasó a sus apóstoles.

Jesús nos va a proporcionar criterios de discernimiento para no confundir la elección de seguirlo con algún entusiasmo pasajero. Después de haber llegado a él, hay que ir más allá; entender bien lo que propone, y él es un enamorado muy exigente.

 

Las cuatro peticiones que Jesús nos hace

Jesús no se contenta con enamoramientos efímeros, como los que son descritos de manera muy eficaz por el profeta Oseas, que utiliza esta imagen. Dice: «¡Vuestro amor es nube mañanera, rocío matinal que se evapora!»  (cfr. Os 6, 4).

 

Jesús propone un compromiso claro y definitivo que contrasta radicalmente con nuestra mentalidad actual. Vivimos en una sociedad que evita las decisiones permanentes y valientes, especialmente en las relaciones afectivas, donde predomina lo provisional y el cambio constante cuando algo no satisface. Esta lógica hace que muchos se pregunten por qué comprometerse con proyectos duraderos como la familia. Sin embargo, esta mentalidad temporal es exactamente opuesta a lo que Jesús demanda: un compromiso firme e irreversible para quienes desean seguirle.

 

Las Cuatro peticiones que Jesús nos hace

1.- Jesús es la única referencia

de todas las decisiones de la vida

«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío».

El evangelista Lucas no escribe propiamente «no pospone», sino que lo plantea con una expresión deliberadamente más escandalosa que los traductores han maquillado.

No dice como Mateo «el que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí» (cfr. Mt 10, 37), sino que emplea el verbo μισέω (miséo) que significa ‘odiar, aborrecer, detestar’. Además, lo dice así: «οὐ μισεῖ τὸν πατέρα αὐτοῦ καὶ τὴν μητέρα», que significa «no odia a su padre y a su madre», es decir, aquel que incluso ‘odia’ la propia vida.

 

¿Qué significa ‘odiar’?

Pasar a segundo plano

Para entenderlo vayamos al libro del Deuteronomio, ‘segunda ley’, allá entre los siglos VIII y VI a.C. Estamos en una sociedad donde se contempla la poligamia (no así poliandria) y el libro del Deuteronomio nos dice: «Si un hombre tiene dos mujeres, de las cuales quiere a una y aborrece (שָׂנֵא [sané]: odiar) a otra, y ambas, la querida y la aborrecida, le dan hijos, y el primogénito es hijo de la aborrecida (שָׂנֵא [sané]: odiar), el día que distribuya los bienes a sus hijos no podrá tratar como primogénito al hijo de la querida con perjuicio del hijo de la aborrecida, que es el verdadero primogénito» (cfr. Dt 21, 15-16). Emplea el verbo שָׂנֵא (sané), ‘odiar’. Eso no significa que el esposo la odiaba, significa que ha pasado a un segundo plano porque ha entrado otra mujer que se ha convertido en la 'amada'. La otra no es 'odiada'; es simplemente la amada de menos.


                                                                                                      
El casado casa quiere

¿Qué sucede cuando un muchacho se enamora de una muchacha y decide casarse con ella? Lo que sucede es que hace lo que dice el libro del Génesis, «el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos se convierten en una sola carne» (cfr. Gn 2, 24). El libro del Génesis no nos dice que dejen de amar a sus padres o que su amor hacia ellos disminuya y que les olviden o que les repudien. Lo que sucede es que con los padres se establece una relación de amor nueva, un amor diferente al de antes.

Antes ese muchacho, y lo mismo ocurría con la muchacha, decidían junto y dependiendo de sus padres. Sus padres eran quienes le decían a qué hora debían de volver a casa los sábados por la noche. Sin embargo, una vez casados, los padres ya no tienen el mismo lugar que antes, pasan a un segundo plano. Esto no resta ni un ápice el amor hacia los padres, sino que los padres ocupan ahora un nuevo puesto. Es el esposo con la esposa y la esposa con el esposo quienes deciden todo; es cierto que se aconsejarán de sus padres, pero nunca estarán condicionados por sus padres, porque ahora en el primer lugar está la amada y el amado. Esto lo ha recogido la sabiduría popular ‘el casado, casa quiere’; ‘de padres a hijos, de suegros a conejos’; ‘cada pareja, su casa y su pan’; ‘ni en la casa del padre, ni en la del yerno, un día de invierno’ o ‘la nueva pareja debe construir su casa en un punto tal que no vean el humo de la casa de los padres, de los suegros’.

 

 

 

          Todo debe decidirse con Jesús

Lucas emplea el verbo "odiar" para decir que el corte debe ser limpio, sin titubeos, ni medias tintas que puedan dar pie futuras posibles confusiones. Del mismo modo que el esposo y la esposa se consultan y consensuan juntos los diversos proyectos y cuestiones que se van planteando, del mismo modo ocurre con Jesús: Todo debe decidirse con Jesús. Él quiere ser la única referencia de todas las decisiones de la vida y no acepta que haya ‘otros amantes’ de por medio.

 

Analogía entre las series turcas actuales

y la familia judía en tiempos de Jesús

En las series turcas que actualmente se emiten por televisión, el señor de la mansión ejerce control absoluto; decide matrimonios, controla finanzas y herencia, determina quién entra o sale, castiga o recompensa según su criterio. Su palabra es ley y todos dependen de su permiso para decisiones importantes.

En el contexto judío de Jesús, la "casa" familiar funcionaba igual; el patriarca arreglaba matrimonios (cfr. Gn 24, 1-4; Gn 38, 6; Nm 36, 6), administraba bienes (cfr. Gn 25, 5-6; Nm 27, 8-11; Dt 21, 17), decidía profesiones y herencias, podía expulsar cortando todos los lazos económicos y sociales (cfr. Gn 21, 10; Lv 18, 29; Dt 21, 18-21; 1 Sm 20, 6.29; Rut 1, 16-17). La supervivencia dependía completamente del patriarca.

La radicalidad de la propuesta de Jesús se entiende con esta analogía: él no solo pide abandonar comodidades, sino renunciar voluntariamente al sistema total de seguridad más fundamental de su época.

Jesús mismo modeló este desprendimiento ya que a los 30 años dejó la seguridad de la casa de José en Nazaret. Cuando su familia intentó "recuperarlo", él estableció un nuevo criterio: no la sangre o la tradición, sino la obediencia a la Palabra de Dios (cfr. Mc 3, 20-21; Mc 3, 31-32; Mc 3, 33-35; Mt 12, 46-50; Lc 8, 19-21; Lc 11, 27-28; Mt 10, 34-37). Jesús redefinió el concepto de familia, estableciendo que la verdadera familia se basa en hacer la voluntad de Dios, no en los lazos de sangre o las tradiciones familiares. Para nosotros hoy seguir a Cristo requiere subordinar nuestras "casas" tradicionales (costumbres religiosas heredadas, sistemas de seguridad familiar o social) al Evangelio, confiando únicamente en Dios como nuevo Señor y en la comunidad de discípulos como nueva "familia". Cristo primero, todo lo demás debe alinearse o quedar en segundo plano.

 

Cristo en el centro

No se trata de despreciar a la familia o las tradiciones. Se trata de poner a Cristo en el centro, y desde ahí reorganizar todo lo demás. Porque al final, hermanos, la pregunta es simple: ¿Quién es realmente el señor de tu casa? ¿Tus miedos, tus costumbres, tu comodidad... o Cristo? La verdadera familia de Jesús somos los que escuchamos su Palabra y la ponemos en práctica. Y esa familia no tiene fronteras, no se acaba nunca, y nos da una seguridad que ninguna mansión de este mundo puede ofrecer.

 

El último apego

Jesús nos dice que incluso es necesario "odiarse a sí mismo", pero el texto griego es más preciso y profundo: dice τὴν ἑαυτοῦ ψυχήν ("su propia alma/vida" o "la vida de sí mismo"). Esta palabra griega ψυχή abarca tanto la vida física como la vida interior, los planes personales y la propia identidad.

Se desea resaltar es que los cristianos estamos llamados a renunciar al repliegue sobre uno mismo, sobre el propio beneficio y proyecto personal. Por lo tanto, debemos volver a poner en tela de juicio las decisiones que nos impulsan a pensar únicamente en nuestro interés, en lo que nos conviene, en lo que nos gusta.

No se trata de despreciarse como persona, sino de no hacer de nuestros propios intereses, comodidades y seguridades el centro de nuestras decisiones. Cuando Jesús habla de "odiar" la propia ψυχή, se refiere a esa tendencia natural de organizarlo todo en función de "lo mío": mi bienestar, mi futuro, mi reputación, mi comodidad.

Es la renuncia más radical: Incluso el instinto más básico de autopreservación debe quedar subordinado al seguimiento de Cristo.

 

Las Cuatro peticiones que Jesús nos hace

2.- Vida donada, como Jesús

«Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío».

Todos conocemos la expresión "cargar con la propia cruz" para referirnos a las dificultades cotidianas: enfermedades, problemas familiares, incomprensiones. Pero esta no es la cruz del Evangelio.

La cruz evangélica no es el sufrimiento que hay que aceptar, sino el amor llevado hasta el extremo. Es la disponibilidad total - como hizo Jesús - a poner la propia vida al servicio del hermano: "Vida donada, como Jesús".

 

Aceptar las consecuencias de esta elección radical

Cargar la cruz significa aceptar las consecuencias de esta elección radical, porque seguir a Cristo trastorna los criterios del mundo. Cargar con la cruz, a modo de ejemplo concreto, puede significar renunciar al éxito cuando solo se puede obtener traicionando la conciencia; tomar decisiones heroicas ante situaciones imprevistas como un embarazo problemático; reajustar sueños y proyectos cuando chocan con el Evangelio; elegir el perdón, aunque te haga parecer débil o incapaz; aceptar el desprecio social por ser considerado un "fracasado" o "perdedor"; ser ridiculizado por tus convicciones de fe.

Cuando Jesús dijo en la casa del jefe de la sinagoga "la muchacha no está muerta, sino que duerme", todos se burlaron de él (cfr. Lc 8, 52-53). Hoy, declarar que creemos en la vida eterna y apostar por el hombre nuevo que Jesús ha venido a traernos también puede provocar risas.

Cargar la cruz es estar dispuesto a todo para permanecer fiel al Evangelio, sabiendo que las consecuencias no siempre serán agradables, pero que habremos elegido el amor radical de Cristo por encima de la comodidad del mundo.

 

Fiel al Evangelio, cueste lo que cueste

La cruz es todo esto, pero atención, no es el sufrimiento que uno busca, sino que hay un sufrimiento que inevitablemente acompaña la elección de ser fiel al Evangelio. Pero esto hay que tenerlo en cuenta y Jesús quiere que esto quede muy claro.

 

Las Cuatro peticiones que Jesús nos hace

3.- Desprendimiento material total

Jesús debe hacer una tercera petición que es tan exigente y chocante que siente la necesidad de introducirla con dos breves parábolas.

 

La parábola de la torre

«Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”».

 

La torre del Ego

La torre, imagen de la búsqueda

de la gloria de este mundo

En los campos palestinos abundaban las torres de vigilancia para proteger huertos y viñedos, pero Jesús no se refiere a estas torres sencillas y baratas.

La torre de la parábola tiene un significado simbólico profundo al representar la búsqueda de gloria terrenal, el deseo de destacar y mostrarse superior a los demás. Construir una torre significa quererse hacer notar, buscar el reconocimiento y la admiración; demostrar la superioridad y el ego sobre los demás; elevarse por encima de los demás. La torre de la que nos habla Jesús simboliza la ambición humana de alcanzar fama, poder y reconocimiento mundano. Es la metáfora perfecta para el ego que busca gloria personal.


      
Herodes el Grande es el ejemplo perfecto de esta búsqueda de gloria terrenal. Construyó torres por todo su reino como monumentos a su grandeza personal. En su palacio de Jerusalén levantó tres torres famosas, descritas detalladamente por el historiador Josefo: la torre de Mariamme (en honor a su esposa favorita), la torre de Fasael (nombrada por su hermano, de 45 metros de altura y tan hermosa que rivalizaba en belleza con el Faro de Alejandría), y la torre de Hípico (en honor a un amigo personal).

El patrón es revelador es que todas las torres llevaban nombres de personas queridas por Herodes. Era su forma de inmortalizarse a sí mismo y perpetuar su memoria. Herodes construía para la gloria personal, buscando destacar y ser recordado para siempre.

Sus torres representan exactamente "la torre del ego", construcciones que buscan elevar al constructor por encima de los demás, lo opuesto a la torre que propone Jesús, donde la verdadera grandeza se alcanza sirviendo, no dominando. La torre es la imagen de la búsqueda de la gloria de este mundo. El ideal del hombre griego: alcanzar la gloria, la δόξα (doxa).

 

Dos maneras de obtener la gloria

Había dos maneras de obtener la gloria:

La primera era realizando gestos heroicos, ganando batallas, derrotando a los enemigos.

La otra manera era haciendo construcciones para recordar el propio nombre a la posteridad, dar el nombre a las ciudades.

 

Dos maneras de obtener la gloria

1.- Construyendo monumentos para su propia gloria

El salmo 49 recuerda esta gloria de quien ha dado nombre a las tierras y a las ciudades: «Sus tumbas son sus casas eternas, sus moradas de edad en edad, ¡y habían dado su nombre a países!», o esta otra traducción; «Su íntimo pensamiento es que sus casas serán eternas, Y sus habitaciones para generación y generación; Dan sus nombres a sus tierras».

Herodes encarnaba precisamente este ideal griego de búsqueda de la gloria; quería ser glorioso incluso después de muerto. Pero Herodes llevó "la torre del ego" al extremo: construyó su tumba en el Herodión - a solo 12 kilómetros de Jerusalén y 5 de Belén - como un rascacielos de mármol de 25 metros que dominaba todo el horizonte. Quería ser glorioso incluso después de muerto.

La ironía histórica es impresionante porque Jesús creció literalmente a la sombra de este monumento a la vanidad. Desde Belén era imposible no verlo. El verdadero Rey nació humildemente mientras la "torre del ego" de un falso rey dominaba el paisaje. Y hoy, ¿dónde está la gloria de Herodes? Sus ruinas están cubiertas de polvo, mientras que Jesús - que nació en una cueva - sigue reinando en los corazones.

Sus torres representan exactamente "la torre del ego" - construcciones que buscan elevar al constructor por encima de los demás, lo opuesto a la torre que propone Jesús, donde la verdadera grandeza se alcanza sirviendo, no dominando.

 

Torre del mundo

La Biblia usa el significado de la torre en sentido metafórico. Ya nos había hablado de torres mucho antes que Herodes. ¿Recuerdan la Torre de Babel? Los hombres dijeron: «Edifiquémonos una torre cuya cúspide llegue al cielo y hagámonos un nombre» (cfr. Gn 11,3-4). Los hombres quisieron construir "una torre que llegara hasta el cielo" para hacerse un nombre y sustituir a Dios. Eran los superhombres de la antigüedad. Era la misma obsesión de Herodes: hacerse un nombre, ser recordados. Pero, ¿cuánto duraron esas torres?

Torre de Jesús

También Jesús quiso recibir gloria y nos propone su torre para subir a lo alto, para ser verdaderamente grandes. Pero hay una diferencia radical:

·         La torre del mundo dice: "Sube a lo alto, domina"

·         La torre de Jesús dice: "Baja al último peldaño, sirve"

Es una gloria completamente opuesta al ideal griego de grandeza. Y al final, todas las torres reciben evaluación. Pablo nos recuerda en 1 Corintios 3 que nuestras construcciones pueden ser «de oro, plata, piedras preciosas, o bien con madera, heno y paja», y sigue diciéndonos el Apóstol que «el día del Señor pondrá de manifiesto la obra de cada cual, porque ese día vendrá con fuego, y el fuego pone a prueba la obra de cada uno»; o sea, se verá si la construcción resiste o no (1 Cor 3, 12-13).

 

Mejor siéntate: ahí va el precio

Por eso Jesús nos advierte: «¿Quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?». Es decir, que antes de empezar a construir la torre que yo te propongo, siéntate y reflexiona, piénsalo bien.

Si no sientes necesidad de reflexionar es porque no has entendido qué torre te está proponiendo Jesús. Y cuando sepas el precio... mejor estar sentado, como cuando llegan ciertas facturas. ¿Acaso cuando cambias de casa o de trabajo, o incluso decides casarte o entrar en la vida consagrada no te sientas a reflexionar bien, incluso llegando a dar vueltas durante meses, antes de comprometerte con algo bastante importante? ¿En cuál de las dos torres vas a invertir tu vida?

La parábola de la guerra

«¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz».

Jesús antes de decirnos el precio, cuenta otra parábola, la del rey que debe librar una guerra y debe evaluar si tiene las fuerzas para vencer a este enemigo.

 

Una guerra en dos frentes

El enemigo interno

Porque efectivamente, todos tenemos que pelear una guerra en dos frentes. El primer enemigo está aquí dentro, en tu cabeza: esa voz que siempre te dice "yo primero", "haz lo que te convenga", "¿por qué te vas a complicar por otros?" Todos la conocemos. Es esa batalla que libras contigo mismo cada vez que tienes que elegir entre hacer lo cómodo y hacer lo correcto. Y ahí está la pregunta: "¿Realmente tienes lo que se necesita?".

 

Una guerra en dos frentes

El enemigo externo

El segundo enemigo está por todas partes: todo el mundo diciéndote que hagas como todos, que no te compliques, que la vida es corta y hay que disfrutarla. La presión constante de "relájate", "no seas tan estricto contigo mismo". Otra vez la pregunta: "¿Puedes resistir esto?".

 

La verdad sin maquillaje

Al escuchar estas historias, cualquiera pensaría: "Suena agotador, mejor paso." Pero no es eso lo que busca. Jesús sólo te está diciendo la verdad sin maquillaje: esto no va a ser fácil.

 

La propuesta de Jesús ¿realmente la quieres

o solo te gusta la idea de tenerlo?

Y ahora viene lo bueno: te dice exactamente cuánto cuesta. Como cuando estás en una tienda y ves algo que te encanta. Lo miras, te lo imaginas tuyo, hasta que preguntas el precio. Ahí es donde algunos sacan la tarjeta y otros siguen de largo. La diferencia está en si realmente lo quieres o solo te gusta la idea de tenerlo.

 

Las Cuatro peticiones que Jesús nos hace

4.- Desprendimiento material total

«Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».

A Jesús le ha costado decírnoslo, pero aquí está el precio: su torre cuesta todo lo que tienes. Si quieres gastar menos, hay otras opciones.

La torre que se termina desplomando

¿Quieres la gloria del estadio, del deporte? ¿O prefieres la gloria del gran empresario ante quien todos se inclinan, con su imperio de negocios? ¿Tal vez la gloria del ‘influencer’ famoso que ostenta riqueza? Entonces cómprate el megayate de 100 metros, sube y que todos lo admiren.

Pero Jesús te advierte: "Ten cuidado, porque todas esas torres tienen un problema serio: no resisten el desgaste del tiempo."

En los estadios de futbol, esos regates espectaculares a los 35 ya no son los de los 20, y los aplausos empiezan a desvanecerse. Uno es un gran empresario, ¡con tanto poder!, pero cuando te retiras ya nadie te llama por teléfono. Tu fama de ‘influencer’ se desvanece con las nuevas generaciones, y nadie se acuerda de ti. Ese es el desgaste implacable del tiempo sobre estas torres. Se terminan desplomando.

 

Jesús te propone su torre

Jesús te propone su torre. También cuesta todo lo que tienes, pero para construirla tienes que pelear una guerra muy específica.

La guerra es contra esa tendencia que todos tenemos de aferrarnos a las cosas, de querer siempre más. Los griegos tenían una palabra para esto: πλεονεξία (pleonexía), esa sensación de que nunca tienes suficiente. Es una batalla que libras contigo mismo cada día: entre esa voz que te dice "guárdalo para ti" y la otra que te susurra "compártelo".


                                                          
Los bienes terrestres al servicio de los celestes

La propuesta de Jesús es bastante directa: deja de usar las cosas pensando solo en ti mismo. Úsalas para amar a otros.

Pero aquí viene lo interesante: no te está pidiendo que seas infeliz. Al contrario, te está diciendo que hay una alegría mucho más profunda cuando das en lugar de acumular. Cuando construyes amor en lugar de construir muros.

¿Y qué obtienes al final? Una gloria completamente diferente. No la gloria de tener más que otros, sino la gloria de ser como Jesús: alguien que se convirtió en servidor de todos, que no guardó nada para sí mismo. Resulta que esa es la alegría que realmente perdura.

 

 

 


No hay comentarios: