Homilía del Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Lc 14, 25-33
Recordemos que la
semana pasada todo aconteció durante un banquete en la casa de un jefe de los
fariseos, Jesús enseñó a sus seguidores a actuar con pura generosidad.
Les dijo que no sirvieran a los demás buscando su propio beneficio o esperando
gratitud. En cambio, debían buscar el último lugar y servir a todos, incluso a
los menos agradables, con la única intención de hacerlos felices.
Jesús afirma que
la gratuidad es la esencia del amor que pide a sus discípulos. A
diferencia de los pecadores, que aman y ayudan a quienes les corresponden, los
seguidores de Jesús deben amar a sus enemigos y dar sin esperar nada a cambio.
La recompensa no es material, sino la perfecta sintonía con el amor de Dios, lo
que los convierte en hijos del Altísimo.
Esta propuesta
choca con el instinto humano de buscar el beneficio propio. Al saber esto,
Jesús se pregunta si habrá muchos que lo sigan en su camino a Jerusalén,
intuyendo que la mayoría preferirá no asumir un compromiso tan exigente.
La
gente espera lo que Jesús no promete
«En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se
volvió»
Las multitudes le
siguen, pero no han entendido adónde va; ha habido un equívoco. Tal vez
cultivan sueños y esperanzas y esperan de Jesús lo que él nunca ha prometido.
La gente esperaba lo que en realidad Jesús no había prometido. ¿Qué es lo que
esperan de Jesús?, pues favores, protecciones contra desgracias, curaciones,
éxito en la vida, gracias especiales como premio que Dios concede a sus fieles
más destacados.
Esto
ha cambiado en nuestra sociedad
Hoy, en nuestra
sociedad, poca gente le sigue; la respuesta más cómoda es echar todas las
culpas sobre el hedonismo, sobre el laicismo, sobre el secularismo.
Otros
le abandonan porque
sí
han entendido su propuesta.
Y es cierto, hay
quienes se han ido y se van porque han entendido la propuesta de Jesús y
se asustan, la consideran demasiado exigente y prefieren adaptarse a los
criterios de este mundo, diciendo: "¿Y por qué tengo que
sacrificarme por los demás cuando puedo hacer lo que todos hacen, es decir,
buscar mi interés e intentar hacer lo que me gusta?".
Nuestro mensaje podría
no estar en sintonía con el
Evangelio.
A menudo nos
preguntamos por qué la gente se aleja de la Iglesia. ¿Será solo porque la
propuesta de Jesús es demasiado exigente, o podría ser también que no la
hemos comunicado con suficiente claridad y lealtad? Tal vez deberíamos revisar
nuestras decisiones pastorales para asegurar que el mensaje que
transmitimos esté en verdadera sintonía con el Evangelio.
Se
vuelve porque quiere verificar si le hemos entendido.
«Él se volvió»
Jesús se vuelve
porque quiere ver a estas multitudes de frente, porque, como nosotros,
ciertamente se quedó asombrado de que hubiera tanta gente dispuesta a seguirle.
Se vuelve y los mira a la cara para comprobar si realmente han entendido o
están empezando a entender lo que él les propone. Esto que hizo en aquel
momento, lo hace ahora mismo con cada uno de nosotros. A Jesús no le preocupa
el número. Cosa que a nosotros sí, porque esto tiene ‘consecuencias
colaterales’. A Jesús no le preocupa si son muchos o si son pocos.
Se
vuelve para hacerte una propuesta de vida
Jesús es un
enamorado que hace una propuesta de vida. ¿En qué consiste esta propuesta? La
propuesta es si quieres unir tu vida a la suya. ¿Estás dispuesto a donar tu
vida junto con la de Jesús? Esta es su propuesta y no quiere que haya equívocos;
los equívocos de que se le dé la propia adhesión cultivando ilusiones y falsas
expectativas.
La
gente está cerca, pero…
No
le han dado su adhesión
«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su
madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a
sí mismo, no puede ser discípulo mío».
Jesús sabe que las
multitudes que lo acompañan están cerca de él, pero no le han dado su
adhesión. Un aviso para navegantes: El evangelista Lucas emplea el verbo ‘venir’,
en griego lo expresa de esta manera: «Συνεπορεύοντο δὲ αὐτῷ» (del verbo συμπορεύομαι [sumporeúomai]
que significa ‘viajar juntos, ir, caminar con, con la implicación de reunirse
con’), que quiere decir: ‘Una gran multitud iba junto con él/viajaban con él’;
el evangelista no dice que ‘le siguieran’, sino que únicamente iban
con él.
Iban
con él,
pero no se convertían en sus discípulos
El verbo seguir, en los
Evangelios, indica la elección de convertirse en discípulos. Aquí no,
aquí se dice que "iban a" él, es decir, eran atraídas por su
persona, sentían cierto interés, cierta simpatía; y esto se entiende porque
Jesús es una persona hermosa y es imposible permanecer indiferente cuando se le
encuentra.
Jesús
busca más que simple simpatía
Aunque es bueno
que la gente se sienta atraída por él y la fe por cualquier motivo (devoción,
música del coro, búsqueda de milagros, un sacerdote con carisma y don de gentes),
esta atracción inicial no es suficiente. Es solo el punto de partida. Lo
que Jesús espera es que las personas profundicen y lo sigan de verdad,
aceptando el compromiso de una vida entera, tal como les pasó a sus apóstoles.
Jesús nos va a
proporcionar criterios de discernimiento para no confundir la elección de
seguirlo con algún entusiasmo pasajero. Después de haber llegado a él, hay que
ir más allá; entender bien lo que propone, y él es un enamorado muy exigente.
Las cuatro peticiones que Jesús nos hace
Jesús no se
contenta con enamoramientos efímeros, como los que son descritos de manera muy
eficaz por el profeta Oseas, que utiliza esta imagen. Dice: «¡Vuestro amor
es nube mañanera, rocío matinal que se evapora!» (cfr. Os 6, 4).
Jesús propone un
compromiso claro y definitivo que contrasta radicalmente con nuestra mentalidad
actual. Vivimos en una sociedad que evita las decisiones permanentes y
valientes, especialmente en las relaciones afectivas, donde predomina lo
provisional y el cambio constante cuando algo no satisface. Esta lógica hace
que muchos se pregunten por qué comprometerse con proyectos duraderos como la
familia. Sin embargo, esta mentalidad temporal es exactamente opuesta a lo que
Jesús demanda: un compromiso firme e irreversible para quienes desean seguirle.
Las
Cuatro peticiones que Jesús nos hace
1.-
Jesús es la única referencia
de
todas las decisiones de la vida
«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su
madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a
sí mismo, no puede ser discípulo mío».
El evangelista
Lucas no escribe propiamente «no pospone»,
sino que lo plantea con una expresión deliberadamente más escandalosa que los
traductores han maquillado.
No dice como Mateo
«el que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que
ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí» (cfr. Mt 10,
37), sino que emplea el verbo μισέω (miséo) que significa ‘odiar,
aborrecer, detestar’. Además, lo dice así: «οὐ μισεῖ τὸν πατέρα αὐτοῦ
καὶ τὴν μητέρα», que significa «no odia a su padre y a su madre»,
es decir, aquel que incluso ‘odia’ la propia vida.
¿Qué
significa ‘odiar’?
Pasar
a segundo plano
Para entenderlo
vayamos al libro del Deuteronomio, ‘segunda ley’, allá entre los siglos
VIII y VI a.C. Estamos en una sociedad donde se contempla la poligamia (no así
poliandria) y el libro del Deuteronomio nos dice: «Si un hombre tiene dos
mujeres, de las cuales quiere a una y aborrece (שָׂנֵא [sané]:
odiar) a otra, y ambas, la querida y la aborrecida, le dan hijos, y el
primogénito es hijo de la aborrecida (שָׂנֵא [sané]: odiar), el día que distribuya los bienes
a sus hijos no podrá tratar como primogénito al hijo de la querida con
perjuicio del hijo de la aborrecida, que es el verdadero primogénito» (cfr.
Dt 21, 15-16). Emplea el verbo שָׂנֵא (sané),
‘odiar’. Eso no significa que el esposo la odiaba, significa que ha pasado a
un segundo plano porque ha entrado otra mujer que se ha convertido en la
'amada'. La otra no es 'odiada'; es simplemente la amada de menos.
El casado casa quiere
¿Qué sucede cuando
un muchacho se enamora de una muchacha y decide casarse con ella? Lo que sucede
es que hace lo que dice el libro del Génesis, «el hombre deja a su padre y a
su madre y se une a su mujer, y los dos se convierten en una sola carne»
(cfr. Gn 2, 24). El libro del Génesis no nos dice que dejen de amar a sus
padres o que su amor hacia ellos disminuya y que les olviden o que les
repudien. Lo que sucede es que con los padres se establece una relación de
amor nueva, un amor diferente al de antes.
Antes ese
muchacho, y lo mismo ocurría con la muchacha, decidían junto y dependiendo de
sus padres. Sus padres eran quienes le decían a qué hora debían de volver a
casa los sábados por la noche. Sin embargo, una vez casados, los padres ya
no tienen el mismo lugar que antes, pasan a un segundo plano. Esto no resta
ni un ápice el amor hacia los padres, sino que los padres ocupan ahora un nuevo
puesto. Es el esposo con la esposa y la esposa con el esposo quienes deciden
todo; es cierto que se aconsejarán de sus padres, pero nunca estarán
condicionados por sus padres, porque ahora en el primer lugar está la amada
y el amado. Esto lo ha recogido la sabiduría popular ‘el casado, casa quiere’;
‘de padres a hijos, de suegros a conejos’; ‘cada pareja, su casa y su
pan’; ‘ni en la casa del padre, ni en la del yerno, un día de invierno’
o ‘la nueva pareja debe construir su casa en un punto tal que no vean el
humo de la casa de los padres, de los suegros’.
Todo
debe decidirse con Jesús
Lucas emplea el
verbo "odiar" para decir que el corte debe ser limpio, sin
titubeos, ni medias tintas que puedan dar pie futuras posibles confusiones. Del
mismo modo que el esposo y la esposa se consultan y consensuan juntos los
diversos proyectos y cuestiones que se van planteando, del mismo modo ocurre
con Jesús: Todo debe decidirse con Jesús. Él quiere ser la única
referencia de todas las decisiones de la vida y no acepta que haya ‘otros
amantes’ de por medio.
Analogía
entre las series turcas actuales
y
la familia judía en tiempos de Jesús
En las series
turcas que actualmente se emiten por televisión, el señor de la mansión ejerce
control absoluto; decide matrimonios, controla finanzas y herencia, determina
quién entra o sale, castiga o recompensa según su criterio. Su palabra es ley y
todos dependen de su permiso para decisiones importantes.
En el contexto
judío de Jesús, la "casa" familiar funcionaba igual; el patriarca
arreglaba matrimonios (cfr. Gn 24, 1-4; Gn 38, 6; Nm 36, 6), administraba
bienes (cfr. Gn 25, 5-6; Nm 27, 8-11; Dt 21, 17), decidía profesiones y
herencias, podía expulsar cortando todos los lazos económicos y sociales (cfr. Gn
21, 10; Lv 18, 29; Dt 21, 18-21; 1 Sm 20, 6.29; Rut 1, 16-17). La supervivencia
dependía completamente del patriarca.
La radicalidad de
la propuesta de Jesús se entiende con esta analogía: él no solo pide abandonar
comodidades, sino renunciar voluntariamente al sistema total de seguridad más
fundamental de su época.
Jesús mismo modeló
este desprendimiento ya que a los 30 años dejó la seguridad de la casa de José
en Nazaret. Cuando su familia intentó "recuperarlo", él estableció un
nuevo criterio: no la sangre o la tradición, sino la obediencia a la Palabra de
Dios (cfr. Mc 3, 20-21; Mc 3, 31-32; Mc 3, 33-35; Mt 12, 46-50; Lc 8, 19-21; Lc
11, 27-28; Mt 10, 34-37). Jesús redefinió el concepto de familia, estableciendo
que la verdadera familia se basa en hacer la voluntad de Dios, no en los lazos
de sangre o las tradiciones familiares. Para nosotros hoy seguir a Cristo
requiere subordinar nuestras "casas" tradicionales (costumbres
religiosas heredadas, sistemas de seguridad familiar o social) al Evangelio,
confiando únicamente en Dios como nuevo Señor y en la comunidad de discípulos
como nueva "familia". Cristo primero, todo lo demás debe alinearse o
quedar en segundo plano.
Cristo en el centro
No se trata de
despreciar a la familia o las tradiciones. Se trata de poner a Cristo en el
centro, y desde ahí reorganizar todo lo demás. Porque al final, hermanos, la
pregunta es simple: ¿Quién es realmente el señor de tu casa? ¿Tus miedos, tus
costumbres, tu comodidad... o Cristo? La verdadera familia de Jesús somos los
que escuchamos su Palabra y la ponemos en práctica. Y esa familia no tiene
fronteras, no se acaba nunca, y nos da una seguridad que ninguna mansión de
este mundo puede ofrecer.
El
último apego
Jesús nos dice que
incluso es necesario "odiarse a sí mismo", pero el texto
griego es más preciso y profundo: dice τὴν ἑαυτοῦ ψυχήν ("su
propia alma/vida" o "la vida de sí mismo"). Esta
palabra griega ψυχή abarca tanto la vida física como la vida interior,
los planes personales y la propia identidad.
Se desea resaltar
es que los cristianos estamos llamados a renunciar al repliegue sobre uno
mismo, sobre el propio beneficio y proyecto personal. Por lo tanto, debemos
volver a poner en tela de juicio las decisiones que nos impulsan a pensar
únicamente en nuestro interés, en lo que nos conviene, en lo que nos gusta.
No se trata de
despreciarse como persona, sino de no hacer de nuestros propios intereses,
comodidades y seguridades el centro de nuestras decisiones. Cuando Jesús habla
de "odiar" la propia ψυχή, se refiere a esa tendencia natural
de organizarlo todo en función de "lo mío": mi bienestar, mi futuro,
mi reputación, mi comodidad.
Es la renuncia más
radical: Incluso el instinto más básico de autopreservación debe quedar
subordinado al seguimiento de Cristo.
Las
Cuatro peticiones que Jesús nos hace
2.-
Vida donada, como Jesús
«Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede
ser discípulo mío».
Todos conocemos la
expresión "cargar con la propia cruz" para referirnos a las
dificultades cotidianas: enfermedades, problemas familiares, incomprensiones.
Pero esta no es la cruz del Evangelio.
La cruz evangélica no es el
sufrimiento que hay que aceptar, sino el amor llevado hasta el extremo.
Es la disponibilidad total - como hizo Jesús - a poner la propia vida al
servicio del hermano: "Vida donada, como Jesús".
Aceptar
las consecuencias de esta elección radical
Cargar la cruz
significa aceptar las consecuencias de esta elección radical, porque
seguir a Cristo trastorna los criterios del mundo. Cargar con la cruz, a modo
de ejemplo concreto, puede significar renunciar al éxito cuando solo se puede
obtener traicionando la conciencia; tomar decisiones heroicas ante situaciones
imprevistas como un embarazo problemático; reajustar sueños y proyectos cuando
chocan con el Evangelio; elegir el perdón, aunque te haga parecer débil o
incapaz; aceptar el desprecio social por ser considerado un
"fracasado" o "perdedor"; ser ridiculizado por tus
convicciones de fe.
Cuando Jesús dijo
en la casa del jefe de la sinagoga "la muchacha no está muerta, sino
que duerme", todos se burlaron de él (cfr. Lc 8, 52-53). Hoy, declarar
que creemos en la vida eterna y apostar por el hombre nuevo que Jesús ha venido
a traernos también puede provocar risas.
Cargar la cruz es
estar dispuesto a todo para permanecer fiel al Evangelio, sabiendo que las
consecuencias no siempre serán agradables, pero que habremos elegido el
amor radical de Cristo por encima de la comodidad del mundo.
Fiel
al Evangelio, cueste lo que cueste
La cruz es todo
esto, pero atención, no es el sufrimiento que uno busca, sino que hay un
sufrimiento que inevitablemente acompaña la elección de ser fiel al Evangelio.
Pero esto hay que tenerlo en cuenta y Jesús quiere que esto quede muy claro.
Las
Cuatro peticiones que Jesús nos hace
3.-
Desprendimiento material total
Jesús debe hacer
una tercera petición que es tan exigente y chocante que siente la necesidad de
introducirla con dos breves parábolas.
La
parábola de la torre
«Así, ¿quién de vosotros, si
quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver
si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede
acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre
empezó a construir y no pudo acabar”».
La
torre del Ego
La
torre, imagen de la búsqueda
de
la gloria de este mundo
En los campos
palestinos abundaban las torres de vigilancia para proteger huertos y viñedos,
pero Jesús no se refiere a estas torres sencillas y baratas.
La torre de la
parábola tiene un significado simbólico profundo al representar la búsqueda
de gloria terrenal, el deseo de destacar y mostrarse superior a los demás. Construir
una torre significa quererse hacer notar, buscar el reconocimiento y la
admiración; demostrar la superioridad y el ego sobre los demás; elevarse por
encima de los demás. La torre de la que nos habla Jesús simboliza la ambición
humana de alcanzar fama, poder y reconocimiento mundano. Es la metáfora
perfecta para el ego que busca gloria personal.
Herodes el Grande es el ejemplo perfecto de esta búsqueda de gloria terrenal. Construyó torres por todo su reino como monumentos a su grandeza personal. En su palacio de Jerusalén levantó tres torres famosas, descritas detalladamente por el historiador Josefo: la torre de Mariamme (en honor a su esposa favorita), la torre de Fasael (nombrada por su hermano, de 45 metros de altura y tan hermosa que rivalizaba en belleza con el Faro de Alejandría), y la torre de Hípico (en honor a un amigo personal).
El patrón es
revelador es que todas las torres llevaban nombres de personas queridas por
Herodes. Era su forma de inmortalizarse a sí mismo y perpetuar su memoria.
Herodes construía para la gloria personal, buscando destacar y ser recordado
para siempre.
Sus torres
representan exactamente "la torre del ego", construcciones que
buscan elevar al constructor por encima de los demás, lo opuesto a la torre
que propone Jesús, donde la verdadera grandeza se alcanza sirviendo, no
dominando. La torre es la imagen de la búsqueda de la gloria de este mundo. El
ideal del hombre griego: alcanzar la gloria, la δόξα (doxa).
Dos
maneras de obtener la gloria
Había dos maneras
de obtener la gloria:
La primera era
realizando gestos heroicos, ganando batallas, derrotando a los enemigos.
La otra manera era
haciendo construcciones para recordar el propio nombre a la posteridad, dar
el nombre a las ciudades.
Dos
maneras de obtener la gloria
1.-
Construyendo monumentos para su propia gloria
El salmo 49
recuerda esta gloria de quien ha dado nombre a las tierras y a las ciudades: «Sus
tumbas son sus casas eternas, sus moradas de edad en edad, ¡y habían dado su
nombre a países!», o esta otra traducción; «Su íntimo pensamiento es que
sus casas serán eternas, Y sus habitaciones para generación y generación; Dan
sus nombres a sus tierras».
Herodes encarnaba
precisamente este ideal griego de búsqueda de la gloria; quería ser glorioso
incluso después de muerto. Pero Herodes llevó "la torre del ego"
al extremo: construyó su tumba en el Herodión - a solo 12 kilómetros de
Jerusalén y 5 de Belén - como un rascacielos de mármol de 25 metros que
dominaba todo el horizonte. Quería ser glorioso incluso después de muerto.
La ironía
histórica es impresionante porque Jesús creció literalmente a la sombra de este
monumento a la vanidad. Desde Belén era imposible no verlo. El verdadero Rey
nació humildemente mientras la "torre del ego" de un falso rey
dominaba el paisaje. Y hoy, ¿dónde está la gloria de Herodes? Sus ruinas están
cubiertas de polvo, mientras que Jesús - que nació en una cueva - sigue
reinando en los corazones.
Sus torres
representan exactamente "la torre del ego" - construcciones que
buscan elevar al constructor por encima de los demás, lo opuesto a la torre que
propone Jesús, donde la verdadera grandeza se alcanza sirviendo, no dominando.
Torre
del mundo
La Biblia usa el
significado de la torre en sentido metafórico. Ya nos había hablado de torres
mucho antes que Herodes. ¿Recuerdan la Torre de Babel? Los hombres dijeron: «Edifiquémonos
una torre cuya cúspide llegue al cielo y hagámonos un nombre» (cfr. Gn 11,3-4).
Los hombres quisieron construir "una torre que llegara hasta el
cielo" para hacerse un nombre y sustituir a Dios. Eran los superhombres de
la antigüedad. Era la misma obsesión de Herodes: hacerse un nombre, ser
recordados. Pero, ¿cuánto duraron esas torres?
Torre
de Jesús
También Jesús
quiso recibir gloria y nos propone su torre para subir a lo alto, para ser
verdaderamente grandes. Pero hay una diferencia radical:
·
La
torre del mundo dice: "Sube a lo alto, domina"
·
La
torre de Jesús dice: "Baja al último peldaño, sirve"
Es una gloria
completamente opuesta al ideal griego de grandeza. Y al final, todas las torres
reciben evaluación. Pablo nos recuerda en 1 Corintios 3 que nuestras
construcciones pueden ser «de oro, plata, piedras preciosas, o bien con madera,
heno y paja», y sigue diciéndonos el Apóstol que «el día del Señor
pondrá de manifiesto la obra de cada cual, porque ese día vendrá con fuego, y
el fuego pone a prueba la obra de cada uno»; o sea, se verá si la construcción
resiste o no (1 Cor 3, 12-13).
Mejor
siéntate: ahí va el precio
Por eso Jesús nos
advierte: «¿Quién de vosotros, si quiere
construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene
para terminarla?». Es decir, que antes de empezar a construir la
torre que yo te propongo, siéntate y reflexiona, piénsalo bien.
Si no sientes
necesidad de reflexionar es porque no has entendido qué torre te está
proponiendo Jesús. Y cuando sepas el precio... mejor estar sentado, como cuando
llegan ciertas facturas. ¿Acaso cuando cambias de casa o de trabajo, o incluso
decides casarte o entrar en la vida consagrada no te sientas a reflexionar bien,
incluso llegando a dar vueltas durante meses, antes de comprometerte con algo
bastante importante? ¿En cuál de las dos torres vas a invertir tu vida?
La
parábola de la guerra
«¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se
sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que
lo ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía
legados para pedir condiciones de paz».
Jesús antes de
decirnos el precio, cuenta otra parábola, la del rey que debe librar una guerra
y debe evaluar si tiene las fuerzas para vencer a este enemigo.
Una
guerra en dos frentes
El
enemigo interno
Porque
efectivamente, todos tenemos que pelear una guerra en dos frentes. El primer
enemigo está aquí dentro, en tu cabeza: esa voz que siempre te dice "yo
primero", "haz lo que te convenga", "¿por qué
te vas a complicar por otros?" Todos la conocemos. Es esa batalla que
libras contigo mismo cada vez que tienes que elegir entre hacer lo cómodo y
hacer lo correcto. Y ahí está la pregunta: "¿Realmente tienes lo que se
necesita?".
Una
guerra en dos frentes
El
enemigo externo
El segundo enemigo
está por todas partes:
todo el mundo diciéndote que hagas como todos, que no te compliques, que la
vida es corta y hay que disfrutarla. La presión constante de "relájate",
"no seas tan estricto contigo mismo". Otra vez la pregunta: "¿Puedes
resistir esto?".
La
verdad sin maquillaje
Al escuchar estas
historias, cualquiera pensaría: "Suena agotador, mejor paso."
Pero no es eso lo que busca. Jesús sólo te está diciendo la verdad sin
maquillaje: esto no va a ser fácil.
La
propuesta de Jesús ¿realmente la quieres
o
solo te gusta la idea de tenerlo?
Y ahora viene lo
bueno: te dice exactamente cuánto cuesta. Como cuando estás en una tienda y ves
algo que te encanta. Lo miras, te lo imaginas tuyo, hasta que preguntas el
precio. Ahí es donde algunos sacan la tarjeta y otros siguen de largo.
La diferencia está en si realmente lo quieres o solo te gusta la idea de
tenerlo.
Las
Cuatro peticiones que Jesús nos hace
4.-
Desprendimiento material total
«Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a
todos sus bienes no puede ser discípulo mío».
A Jesús le ha
costado decírnoslo, pero aquí está el precio: su torre cuesta todo lo que
tienes. Si quieres gastar menos, hay otras opciones.
La
torre que se termina desplomando
¿Quieres la gloria
del estadio, del deporte? ¿O prefieres la gloria del gran empresario ante quien
todos se inclinan, con su imperio de negocios? ¿Tal vez la gloria del ‘influencer’
famoso que ostenta riqueza? Entonces cómprate el megayate de 100 metros, sube y
que todos lo admiren.
Pero Jesús te
advierte: "Ten cuidado, porque todas esas torres tienen un problema
serio: no resisten el desgaste del tiempo."
En los estadios de
futbol, esos regates espectaculares a los 35 ya no son los de los 20, y los
aplausos empiezan a desvanecerse. Uno es un gran empresario, ¡con tanto poder!,
pero cuando te retiras ya nadie te llama por teléfono. Tu fama de ‘influencer’
se desvanece con las nuevas generaciones, y nadie se acuerda de ti. Ese es el
desgaste implacable del tiempo sobre estas torres. Se terminan desplomando.
Jesús
te propone su torre
Jesús te propone
su torre. También cuesta todo lo que tienes, pero para construirla tienes que
pelear una guerra muy específica.
La guerra es
contra esa tendencia que todos tenemos de aferrarnos a las cosas, de querer
siempre más. Los griegos tenían una palabra para esto: πλεονεξία (pleonexía),
esa sensación de que nunca tienes suficiente. Es una batalla que libras
contigo mismo cada día: entre esa voz que te dice "guárdalo para ti"
y la otra que te susurra "compártelo".
Los bienes terrestres al servicio de los celestes
La propuesta de
Jesús es bastante directa: deja de usar las cosas pensando solo en ti mismo.
Úsalas para amar a otros.
Pero aquí viene lo
interesante: no te está pidiendo que seas infeliz. Al contrario, te está
diciendo que hay una alegría mucho más profunda cuando das en lugar de
acumular. Cuando construyes amor en lugar de construir muros.
¿Y qué obtienes al
final? Una gloria completamente diferente. No la gloria de tener más que otros,
sino la gloria de ser como Jesús: alguien que se convirtió en servidor
de todos, que no guardó nada para sí mismo. Resulta que esa es la alegría que
realmente perdura.
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