domingo, 31 de agosto de 2025

Homilía en la Solemnidad de San Antolín (Palencia) 02.09.2025

 Homilía en la Solemnidad de San Antolín, Patrono de Palencia

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, queridos palentinos y lectores de este blog.

!Qué alegría!, nos congregamos un año más en las diversas comunidades cristianas de esta iglesia palentina para honrar a nuestro Padre, nuestro Protector: San Antolín. En estas fiestas patronales, la palabra "patrono" resuena con un significado muy especial. A menudo, la relacionamos con el término latino que significa "padre", un protector que nos cuida y nos guía, un modelo al que miramos con admiración.

Pero hoy, me gustaría que pensáramos en otra acepción de la palabra, una que nos habla de artesanía, de creatividad y de vida. Pensemos en el patrón de costura, ese molde o plantilla que un sastre utiliza para cortar la tela y confeccionar una prenda. Sin un patrón, la tela no es más que un trozo de material informe, sin sentido ni propósito. De la misma manera, sin las raíces que aporta el cristianismo a nuestra sociedad, estaríamos retrocediendo en derechos sociales y personales que emanan de la ley natural. De darse un retroceso en estos derechos es porque se está eclipsando u obstaculizando la evangelización en esta tierra. Con el patrón, la tela se convierte en un vestido, un abrigo, una prenda única que tiene un sentido y un propósito.

 

Así es San Antolín para nosotros. Él no solo es nuestro protector, es nuestro patrón de fe. Su vida es el molde a partir del cual podemos dar forma a la nuestra. Él nos enseña que solo hay un camino para la verdadera vida en Cristo: hacer de Jesucristo su único amor, y de la Virgen María su única Señora y Reina. Esta es la verdad que nos hace libres. Su historia nos ofrece una guía clara, un modelo para vivir la fe en medio de un mundo que nos presenta desafíos complejos.

 

El peligro de los “otros patrones”

En un mundo lleno de confusión, no faltan quienes ofrecen "otros patrones" de fe, atractivos en apariencia, pero falsos. Estos patrones no construyen, sino que carcomen por dentro nuestra vida cristiana, como las termitas que devoran la madera de una casa. Desalientan a los tibios y a los débiles, prometiendo un camino fácil que en realidad conduce al vacío.

 

·         El patrón de la popularidad y el "like": Este nos enseña a buscar la fe en lo que es socialmente aceptado, en lugar de en la verdad de Cristo. Nos anima a adaptar el Evangelio a los gustos y modas del momento, a callar cuando debemos hablar.

·         El patrón de la lucha por el poder: Este patrón nos tienta a ver la Iglesia como una organización humana más, donde se busca la propia influencia y no el servicio desinteresado. Genera división, facciones y desconfianza.

·         El patrón del sentimentalismo vacío: Nos anima a vivir una fe de emociones y sentimientos, sin compromiso, sin sacrificio y sin la cruz. Una fe que no transforma, que no exige y que se desvanece ante la primera dificultad.

 

Frente a estos "otros patrones" que nos devoran por dentro, San Antolín nos presenta un modelo de fe sólido, que nos protege del mal y nos da la fortaleza para perseverar.

 

El patrón de San Antolín:

los pasos para una vida bien confeccionada

La vida de San Antolín es el patrón que nos muestra los pasos para confeccionar una vida bienaventurada.

 

·         El corte inicial: Fidelidad a la verdad. El primer paso para hacer una prenda es cortar la tela según el patrón. En la vida de San Antolín, el corte inicial fue su fidelidad a la verdad de la fe, una elección radical que le costó todo. Dejó atrás el arrianismo, una herejía que negaba la divinidad de Cristo, y se adhirió a la verdad revelada. Este corte nos enseña que hay verdades fundamentales que no se negocian ni se someten a la opinión de la mayoría, y que se encuentran en la Tradición, el Magisterio de la Iglesia y la obediencia al Papa y a los Obispos. Es el acto de seguir a Cristo sin medias tintas.

 

·         La costura invisible: La no violencia. Una vez que la tela está cortada, las piezas se unen con un hilo. El hilo de la mansedumbre y la no violencia unió cada acción de San Antolín. La leyenda narra que, ante la persecución, él no respondió con agresión, sino que ofreció su vida como un testimonio de amor. Su martirio no fue un acto de confrontación, sino de entrega. Nos enseña a coser nuestras acciones con paciencia y caridad, confiando en que la verdad se abre camino por sí misma, sin necesidad de recurrir a los métodos del mundo. Esta costura se fortalece con la lectura diaria de la Sagrada Escritura, el alimento que nutre nuestra alma.

 

·         El dobladillo final: Humildad y desinterés. Para que una prenda esté bien acabada, el dobladillo es esencial. La humildad y el desinterés fueron el dobladillo que perfeccionó la vida de San Antolín. Siendo de estirpe real, abandonó sus privilegios para servir a Cristo como diácono, sin buscar poder ni reconocimiento. Su vida nos pide que nos despojemos de toda ambición personal para servir a la Iglesia con pureza de intención, buscando siempre la voluntad de Dios y no nuestro propio beneficio. Este dobladillo se sella con la frecuencia en el sacramento de la Reconciliación y de la Eucaristía, sacramentos que alimentan, limpian y nos alientan en el camino de la conversión personal y social.

 


San Antolín es nuestro patrón de fe. Un molde que nos invita a dar forma a nuestra vida con fidelidad, mansedumbre y humildad. Que su vida nos inspire a ser, como él, auténticos "mártires", es decir, verdaderos testigos de Cristo, incluso si eso significa ir a contracorriente.

Que por su intercesión, nuestra vida sea una prenda bien confeccionada, digna del taller del Padre. Amén.

 

 

 

sábado, 30 de agosto de 2025

Homilía del Domingo XXII del Tiempo Ordinario, Ciclo C; Lc 14, 1.7-14

 Homilía del Domingo XXII del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lc 14, 1. 7-14

 


Los evangelios muestran a Jesús participando en todo tipo de banquetes, aceptando invitaciones sin hacer distinciones. Lo mismo se le encontraba comiendo con fariseos, que seguían la ley al pie de la letra, con publicanos y pecadores, a quienes la ley les daba igual.

 

Le consideraban como un mantenido

Para Jesús, las personas son todas puras, ya que siguen siendo hijos de Dios, aunque sus acciones puedan ser reprobables. Por eso, él no hacía las purificaciones rituales que la ley exigía para entrar en la casa de un pecador.

Los fariseos y escribas, intentando desprestigiarlo, lo llamaban "tragón y bebedor de vino". Sin embargo, esto no significaba que fuera un glotón, sino que lo consideraban un "mantenido", alguien que había abandonado su oficio de carpintero para vivir de lo que le daban, de la caridad y de las invitaciones que recibía.

 

Un banquete bajo vigilancia…

Jesús estaba de viaje, por lo que siempre necesitaba que alguien lo hospedara en su casa. Un sábado, Jesús se dirigió a almorzar en casa de uno de los jefes de los fariseos, y ellos estaban a la espera de observarlo. El sábado, todos participaban en la liturgia en la sinagoga, luego salían e iban a casa para el almuerzo, al que se aconsejaba invitar a hermanos, parientes y amigos precisamente para vivir todos juntos la alegría de la fiesta. Lo que las familias más deseaban era tener como huésped al rabino que había presidido la celebración en la sinagoga, para así continuar reflexionando sobre el pasaje bíblico que habían escuchado.

 

Alrededor de la mesa de los judíos más piadosos, sucedía algo similar a los famosos simposios de los griegos, donde se bebía mucho vino y luego se abrían diálogos culturales e intercambiaban opiniones sobre los más variados temas. Los rabinos decían: "Nosotros no somos como los paganos, somos diferentes. Nosotros no debatimos sobre filosofía, música, poesía, arte; nosotros dialogamos siempre sobre la palabra de Dios".

 

…comienzan a controlarlo…

«En sábado, Jesús entró en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando».

Ese sábado, uno de los jefes de los fariseos invitó a Jesús a almorzar y el evangelista Lucas nota que los presentes comenzaron inmediatamente a observarlo. El texto griego lo dice así: «αὐτοὶ ἦσαν παρατηρούμενοι αὐτόν», que se traduce como “ellos estaban observándolo/vigilándolo atentamente con recelo”; no era una simple observación, sino un acto de vigilancia constante con la meta de encontrar una acusación contra él en lo que hacía o decía.

 

…si en el Shabbat observaba la Ley…

¿Por qué le estaban observando? Circulaban rumores sobre él. La autoridad religiosa lo miraba con sospecha porque era sábado y él no observaba la ley si había que hacerle el bien a alguien, ya que para él el bien del hombre viene antes que la ley del sábado.

 

…si realizaba las correspondientes purificaciones.

También debieron haberse preguntado: "¿Hará las purificaciones de las manos antes de las comidas, porque corre la voz de que estas cosas no le interesan demasiado y él no las hace?". Lo observaban para estar listos para contradecirlo si por casualidad se le escapaba alguna herejía.

 

Algo importante acontece antes del almuerzo

El banquete en casa del fariseo comenzó de forma incómoda. De repente, un hombre con hidropesía apareció en la puerta. Su sola presencia era un problema: era un inmundo que no debería haber puesto un pie en la casa de un fariseo. Se hizo un silencio tenso. Jesús rompió el silencio con una pregunta directa a los doctores de la ley: «¿Es lícito curar en sábado?». Nadie respondió.

 

Sin esperar, Jesús curó al hombre. Su acto fue un mensaje claro: para los fariseos, la ley del Sabbat estaba sobre el bien del hombre. Para Jesús, era al revés: el amor es más importante que la ley. Para justificar su acción, Jesús añadió: «¿Quién de ustedes, si a su asno o buey se le cae en un pozo, no lo saca de inmediato, aunque sea sábado?». Una vez más, nadie respondió.

 

Había normas muy precisas

en la distribución de las mesas

Entonces Jesús cambió de tema y contó una parábola. «Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola».

 

En su tiempo había normas muy precisas y claras que establecían la distribución de los lugares en la mesa cuando se era invitado. Los primeros puestos estaban reservados para las personas respetables que eran servidas primero con los mejores manjares. Las jerarquías se establecían en base al nivel social, a la riqueza, a la función religiosa que se desempeñaba y también a la edad, ya que las personas mayores eran muy respetadas. Los jóvenes, en cambio, debían quedarse al final y no podían inmiscuirse en la conversación a menos que fueran invitados.

 

Si tienen tiempo y curiosidad, lean dos capítulos del libro del Sirácida (o Eclesiástico) sobre el comportamiento en la mesa, son los capítulos 31 y 32 y puedes hacer una comparación con lo que acontece en la actualidad. De los jóvenes, por ejemplo, se dice: «Como hombre educado, come lo que te pongan, y no a dos carrillos, para que no te desprecien (…). Si te sientan entre muchos convidados, no te sirvas el primero (…). Con el vino no te hagas el valiente, porque a muchos ha perdido el vino (…). Habla, joven, si es necesario, dos veces a lo sumo, y si te preguntan. Resume tu discurso, di mucho en pocas palabras; sé como quien sabe y al mismo tiempo calla».

 

El arte perdido de compartir la mesa

Mientras que Sirácida fomenta la atención plena a los comensales y el diálogo, el uso del teléfono móvil o las Tablet en la mesa es un acto de aislamiento. En lugar de estar presente en la conversación, la persona se conecta a un mundo exterior y virtual, ignorando a quienes tiene delante. Esto va en contra de la idea del banquete como un momento de comunión y de compartir.


 

Las reglas antiguas de etiqueta no solo regulaban lo que se decía, sino también la postura física, que era un signo de respeto. Hoy, el hecho de que no se preste atención a cómo sentarse o comer demuestra una pérdida de la importancia del protocolo y la formalidad, que se han sustituido por la comodidad y la espontaneidad, a veces en detrimento de las buenas maneras.

 

Comer solo lo que a uno le gusta refleja un cambio radical del enfoque social al individual. En el pasado, se esperaba que el invitado fuera grato y aceptara lo que se le ofrecía como un signo de respeto hacia el anfitrión. En la actualidad, el foco está en la preferencia personal y el gusto individual, lo que a menudo puede interpretarse como una falta de aprecio por el esfuerzo de quienes prepararon la comida.

 

Cuando la corrección de Jesús nos apunta a nosotros

El pasaje de Lucas sobre los invitados que compiten por los primeros puestos es, en realidad, muy sorprendente. Sería impensable que algo así ocurriera en la casa de un fariseo, donde las normas de etiqueta eran estrictas y se esperaba que todos conocieran su lugar.

 

La parábola no está dirigida a ellos. Si Jesús interviene, es porque este comportamiento no está ocurriendo en la casa del fariseo, sino en la casa de Jesús, es decir, en la Iglesia. Es un mensaje directo para nosotros, los cristianos. El evangelista Lucas lo aclara al usar una palabra clave: κεκλημμένος (keklemménos), que significa "los llamados". Con esto, nos revela que los verdaderos invitados del banquete, a quienes se dirige la lección, somos nosotros. La parábola es un espejo que nos muestra un comportamiento impropio: los cristianos, llamados a la humildad y al servicio, a menudo caen en la misma competencia por los honores que critican en el mundo.

 

Atento al matiz

Deseo destacar que la traducción al castellano no es correcta, ya que recoge este término «convidados» en vez de «καλέω» (kaléo), y más en concreto «κεκλημένους» se traduce “los que han sido llamados”; pero este participio perfecto pasivo en acusativo plural encierra un matiz muy importante, no se refiere simplemente a quienes están siendo invitados por Dios, sino a aquellos que ya han aceptado la llamada de Dios y ahora viven en ese estado, con todas las implicaciones que eso conlleva, ya que los efectos de la llamada divina perduran.

 

Los llamados son los cristianos

Y los llamados son los cristianos, aquellos que han respondido a la vocación de convertirse en discípulos, han adherido al evangelio, han entrado al banquete del reino de Dios. Es a ellos que Jesús cuenta la parábola, porque son ellos los llamados de las comunidades cristianas de la época de Lucas y de nuestras comunidades.

 

La preocupación de Jesús

Esto es lo que preocupa a Jesús, que después de haber aceptado su invitación a convertirse en discípulos, a entrar en el mundo nuevo, se presente entre los cristianos la competencia por ser los primeros, por recibir honores y reverencias, tal como sucede en el mundo viejo entre aquellos que no han aceptado la vocación al evangelio.

 

Tengamos presente cómo esta avidez se presenta también en todos los contextos de la vida eclesiástica, en el arribismo de las jerarquías, en el clericalismo y en los atuendos para hacerse notar y ponerse en primer plano, e incluso en los servicios más humildes que se realizan en las parroquias. ¿Conocen ustedes a las ‘párrocas’? o ¿del párroco con complejo de señor feudal que vetan en ‘su parroquia’ aquellos aires del Espíritu que no le gustan? Bueno, eso es malo, pero peor es cuando está orquestado, de un modo solapado, desde una programación diocesana. Siempre está el Demonio pretendiendo hacer su labor: la tentación de transformar el servicio en un espacio de poder siempre presente. Es la competencia la que envenena la vida de nuestras comunidades. La competencia pertenece al mundo viejo. El servicio humilde y gratuito es la característica del mundo nuevo.

 

Jesús no da puntada sin hilo.

Y a los cristianos, es decir, ‘a los llamados’, Jesús quiere darles una lección con la parábola.

«Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga: “Cédele el puesto a este”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido».

 

¿Por qué digo en ese subtítulo que ‘Jesús no da puntada sin hilo’? Empieza la parábola diciéndonos: «Cuando te conviden a una boda»; «ὅταν κληθῇς ὑπό τινος εἰς γάμους»; traducido es; «cuando seas invitado por alguien a un banquete de bodas». El verbo κληθῇς, ‘convidar, invitar’ está en aoristo; pensemos en el aoristo no como un proceso, sino como un instante, un momento único en el tiempo. Es la acción que ocurre en un segundo y que ya está terminada. Es como una fotografía, no como una película; es el momento exacto en el que el teléfono suena y tú respondes, es el instante preciso en que la llamada ocurre; es ese único instante donde se te invita a las bodas.

Jesús no da puntada sin hilo

Alguien te invita a ti

Y además Jesús dice otra cosa muy importante: Alguien te invita a ti; el lenguaje de Jesús no hace una afirmación genérica, se dirige directamente a ti. Tú eres el invitado a la boda de alguien y ese alguien es Dios, el dueño de la fiesta.

 

Consecuencias colaterales

de aceptar la invitación

Puedes rechazar la invitación, pero si aceptas entrar las ganas de competir las debes dejar fuera del salón del banquete porque son incompatibles con la nueva condición en la que te encuentras.

«No te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú».

Sería muy humillante tener que cederle el puesto. El consejo dado por Jesús no es original ya que se encuentra uno muy similar en el libro de los Proverbios: «No presumas ante el rey, ni te coloques ante los grandes, porque es mejor que te inviten a subir que ser humillado ante los nobles» (cfr. Pr 25, 6-7).

Sin embargo, el consejo de Jesús no se refiere al protocolo en la mesa, sino al protocolo que debe seguir quien se convierte en su discípulo.

 

El último puesto es el del siervo

         «Cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto». No dice que te pongas dos o tres escalones más abajo; sino que ocupes el último puesto.

¿En qué consiste ese último puesto? ¿dónde está ese último puesto? El último puesto es el del siervo; el de aquel que ni siquiera puede sentarse a la mesa y siempre debe estar de pie, listo para recibir órdenes de los invitados; porque la única identidad del discípulo es la de ser siervo de todos, incluso de quien le hace el mal.

 

Mucho tiempo se entendió muy mal

lo del último puesto.

La idea de "el último puesto" se ha malinterpretado mucho tiempo. No se trata de un lugar físico, sino de una actitud. En el pasado, la humildad se entendía de forma equivocada como si tuvieras que sentirte poca cosa, inútil o miserable. Era una especie de falsa modestia que te llevaba a esconder tus talentos y a pensar que los demás eran siempre mejores que tú, aunque no fuera verdad. Esta mentalidad te impedía usar los dones que Dios te había dado.

La verdadera humildad es lo opuesto: usar todas tus capacidades y dones para servir a los demás, sin importar el reconocimiento, sabiendo que tu valor está en el servicio. El último puesto es para el que sirve, no para el que se menosprecia.

 

Y Jesús se sigue dirigiendo a ti

«Cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales».

¿Qué está diciendo Jesús? Si tú compites puedes incluso lograr subir alto y muchos te honrarán, se inclinarán ante ti, te harán cumplidos. Ahora bien, recuerda lo que rezamos en el Salmo 49: «Aunque en vida se daban parabienes (¡te alaban cuando todo te va bien!), irá a reunirse a sus antepasados, que no volverán a ver la luz» (cfr. Sal 49, 19-20). Es decir, parafraseando al salmista nos advierte que la prosperidad y el reconocimiento mundano son temporales.

 

Lo del mundo es una ridícula hinchazón.

La verdadera vida no está en los bienes que acumulamos o en la gloria que nos dan, porque la muerte lo borra todo y nos deja sin nada; y se nos revela lo que es este mundo, un ridículo hinchazón que no es grandeza. Será importante en ese momento obtener los cumplidos que importan, los cumplidos de ese alguien que te invitó a elegir la verdadera grandeza, la que permanece, la grandeza de quien se ha hecho pequeño siervo de todos.


 

Amigo

«Cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”». Ese alguien entonces te dirá a ti: «Amigo», (φίλε) [vocativo singular masculino]. Este término lleva en sí mismo un matiz de cercanía y de afecto muy considerable. Es conmovedor el nombre con el que Dios se dirige a quien se ha hecho siervo: Amigo.

El amigo es el confidente, aquel con el que se abre el propio corazón. No hay secretos con los amigos y quien se hace siervo se convierte en el amigo, el confidente de Dios. Como Abraham que es llamado el amigo de Dios, el profeta Daniel que ora diciendo: «por amor de Abraham, tu amigo». Será amigo de Dios y amigo de los comensales porque él los ha servido, los ha amado (cfr. Is 41, 8; St 2, 23; 2 Cro 20, 7)).

 

El contraste entre la gloria del mundo y la de Dios.

«Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido».

Aquí hay un verbo muy importante, lo cito en griego: ὑψόω (jupsóo), significa ‘enaltecer, elevar, exaltar’; «ὁ ὑψῶν ἑαυτὸν»; por lo tanto, la frase no se refiere a alguien que se exaltó una sola vez, sino a la persona que vive en un estado constante de auto exaltación. Su actitud, su forma de ser y de actuar, se definen por la búsqueda continua de honor y reconocimiento personal.

La forma verbal ὑψόω en sus diversas conjugaciones (presente, aoristo, futuro, etc.) aparece un total de 20 veces en todo el Nuevo Testamento. Exaltar quiere decir poner a alguien en alto. Este mundo pone en alto a las personas que admira. ¿Y quiénes son, según la lógica del mundo, los exaltados? ¿Quiénes son aquellos que todos exaltan? Son los grandes que han sometido a los demás, se han hecho servir. Han tenido miles de esclavos. Recordemos a los senadores de Roma: mínimo 10,000 esclavos, 1,000 en casa y otros miles fuera en el campo. Estas eran las personas exaltadas en el imperio.

Sólo el amor te enaltece

Hay otra exaltación, la de la que se habla en el Nuevo Testamento. Siete veces este verbo exaltar se refiere a Jesús, pero es otra exaltación (cfr. Jn 3, 14; Jn 8, 28; Jn 12, 32; Jn 12, 34; Hch 2, 33; Hch 5, 31; Flp 2, 9). Es la exaltación de aquel que es elevado.

Y Jesús lo dice un día: «cuando sea elevado de la tierra atraeré a todos a mí» (cfr. Jn 12, 32). Esta elevación era el don de la vida, el máximo del amor. Esta es la grandeza, la grandeza de quien se hace siervo en el amor. Y el máximo del amor es el de quien dona toda la propia vida, incluso por los enemigos (cfr. Rm 5, 7-8; Jn 15, 13).

Jesús siendo solo amor, no podía ser sino solo siervo. Si no sirves, si no construyes amor, no sirves para nada. Tu vida es desperdiciada. Por eso Jesús, siendo amor y solo amor, fue elevado, fue exaltado.

 

El protocolo de aquel que acoge a los invitados

Jesús presenta el protocolo que debe observar aquel que acoge a estos invitados.

«Y dijo al que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos».

 

Es instintivo hacer el bien a aquellos

de los que esperamos recompensa

¿A quién le está hablando aquí Jesús? Ciertamente no al jefe de los fariseos que ese sábado lo había invitado a almorzar. Aquí es el Jesús resucitado que se dirige al fariseo que organiza el banquete en las comunidades cristianas y lo organiza según los criterios del protocolo de este mundo.

 

         Recordemos la llamada que hace Santiago en su carta a los cristianos de su tiempo, los cristianos de la segunda y tercera generación y que los amonesta: «Porque si en su asamblea entra un hombre con anillo de oro, con ropa espléndida, y entra también un pobre con ropa raída, y ustedes se fijan en el que lleva la ropa espléndida y le dicen: 'Siéntate tú aquí en un buen lugar', y le dicen al pobre: 'Tú quédate allí de pie, o siéntate a mis pies', ¿no han hecho ustedes discriminación entre ustedes mismos, y no han llegado a ser jueces con malos pensamientos?» (cfr. St 2, 2-4).

 

¿Por qué suceden estas cosas? Han sucedido y siguen sucediendo, porque para nosotros es instintivo hacer el bien a aquellos de quienes podemos esperar una recompensa.

 

Con Jesús rige la lógica de la gratuidad.

Ahora rige una lógica nueva; la lógica de la gratuidad. Se hace el bien a quienquiera que lo necesite sin pensar en ningún beneficio.

Piensen en cuánto espacio tuvo en la espiritualidad del pasado la religión de los méritos, que aún respondía al criterio de la recompensa; según este modo de proceder - el cual no se regía por la lógica de la gratuidad- hacías el bien al pobre porque así acumulabas capitales que luego disfrutarías por toda la eternidad. Todavía era egoísmo, lógica y protocolo del mundo viejo.

 

Cuando Jesús nos dice que «cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos» nos está indicando que se da inicio a una sociedad nueva y alternativa; la sociedad del servicio dado a quien lo necesita.

 

Jesús enumera cuatro tipos de personas

que debes acoger

«Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos».

Jesús enumera cuatro formas de pobreza, cuatro tipos de personas que debes acoger. Los pobres son aquellos que necesitan el don que Dios ha puesto en tus manos.

 

Todos somos esos pobres

Todos somos pobres; todos tenemos en nuestras manos dones que Dios nos ha entregado para que los ofrezcamos al hermano que está en necesidad. Pero también nosotros somos pobres porque necesitamos que el hermano nos entregue los dones que ha recibido. En este intercambio de dones se crea el amor.

 

Todos somos pobres y todos somos ricos

Dios nos ha hecho bien, nos ha obligado a amar. Por suerte no somos autosuficientes, de lo contrario no necesitaríamos a nadie. En cambio, todos somos pobres y todos somos ricos y debemos intercambiarnos gratuitamente los dones que no son nuestros, sino que han sido puestos en nuestras manos.

 

Los lisiados que sufren

las consecuencias de un trauma

La Iglesia no es un lugar para los que ya caminan firmes, sino un hospital de campaña para los heridos. El "tullido" o el “lisiado” no es solo una persona con una discapacidad física, sino aquel que en la vida o en la fe da un paso y luego se siente bloqueado, que se cae y le cuesta levantarse. La comunidad cristiana está llamada a acoger a estas personas; a quienes luchan y fracasan, y sin juzgarlos. La lección es que la verdadera fe se demuestra al servir y dar la bienvenida a los más débiles.

Sufren de un trauma o una herida espiritual profunda que les impide por completo "caminar". Están tan marcados por su pasado que se sienten incapaces de tener una vida de fe plena. No son solo lentos, sino que están "paralizados" por la desesperanza o la amargura.

Acoger a los "lisiados" significa que la comunidad debe ir más allá de la paciencia, ofreciendo una ayuda más profunda y transformadora. La comunidad debe ser un lugar de sanación, de compasión radical, donde el amor de los hermanos les ayuda a superar heridas que por sí mismos no podrían sanar.

 

Los cojos, caminan despacio y mal.

En la vida de fe, esto se aplica a los hermanos que inician el camino de la fe con entusiasmo, pero se detienen. Luchan con un pecado o una debilidad recurrente que les impide progresar. Dan un paso adelante y luego "se caen" de nuevo, desanimándose.

Acoja a los "cojos" significa que la comunidad debe ser paciente y comprensiva con aquellos cuyo caminar espiritual es lento y vacilante. Es un llamado a no juzgar la debilidad.

Caminan despacio y caminan mal. Todas estas personas estaban excluidas del templo del Señor. La asamblea de los israelitas debía estar compuesta por personas íntegras y perfectas, no así la comunidad cristiana en la que todas estas personas son acogidas, son los primeros invitados.

 

Y los ciegos que siempre se desvían del sendero

Los ciegos son aquellos que siempre se desvían porque no ven. Se hacen daño a sí mismos y a los demás. Caen en precipicios, no lo hacen porque son malos, es por ignorancia.

El ciego, en la fe, es aquel que camina a tientas por la vida. Intenta hacer las cosas bien, pero se equivoca una y otra vez. Se hace daño a sí mismo y, sin querer, también a los que tiene al lado. ¿Por qué? Porque no ve el camino. No es que sea malo, es que le falta la luz de la Palabra, le falta el conocimiento de Dios.

Es el hermano que se mete en líos una y otra vez, que no entiende por qué su vida no avanza. Es el que piensa que su felicidad está en el dinero, o en los placeres, o en tener la razón. Y al ir detrás de esas cosas, cae en "precipicios" y se hace un gran daño, a él, a su familia y a la comunidad cristiana. El problema se agrava cuando el ciego es el presbítero.


 

Acertarás en la vida si acoges

la elección del amor gratuito.

«Y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos».

La bienaventuranza es el cumplido de Dios a tu amor gratuito. Al acoger a quienes no pueden recompensarte, te vuelves parecido al Padre del Cielo.

Tu mayor recompensa es la alegría de Dios cuando, con tu amor, haces sonreír a uno de sus hijos.

viernes, 29 de agosto de 2025

Omertá; 'El club del silencio"

 

¡Hola a todos! ¿Alguna vez has estado en una reunión de amigos o en una comida familiar donde se nota que hay un elefante en la habitación? Todos lo ven, todos lo saben, pero nadie, absolutamente nadie, se atreve a decir ni una palabra. Te pones a reír de un chiste, mientras por dentro, tu cerebro te grita: "¡Habla! ¡Di algo!". Pero no lo haces. Y no eres el único.

Bienvenidos al Club del Silencio, también conocido como omertá. No es un club al que te inscribes con un formulario, sino un pacto invisible que se firma con la inacción. Hoy, vamos a ponernos nuestras gafas de sociólogos y psicólogos para entender por qué este club es tan popular y por qué es tan peligroso. ¡Vamos allá!

 

El Secreto del "silencio confortable"

Detrás de cada boca cerrada, hay una razón muy humana y, a veces, muy lógica. Desde la psicología, callar es, en muchos casos, una respuesta a un problema de disonancia cognitiva. ¿Qué significa esto? Que cuando algo que sabemos (hay un problema) no concuerda con lo que hacemos (no actuamos), nuestro cerebro se pone incómodo. Para resolver ese lío mental, en vez de cambiar nuestra acción (hablar), cambiamos nuestra percepción del problema. Nos decimos: "No es tan grave", "No es mi responsabilidad", o mi favorito, "Alguien más lo arreglará".

A este cóctel mental le añadimos un ingrediente estrella: la evitación del conflicto. Somos animales sociales que, por naturaleza, huimos de los enfrentamientos. Y el silencio nos parece un refugio seguro. Nos imaginamos el drama que causaría hablar y nos convencemos de que es más sano y pacífico mantenernos al margen. Es la famosa técnica del avestruz: si no lo veo, no existe. Es una comodidad a corto plazo que nos da una falsa sensación de paz. Pero, ¿a qué precio?

 

La presión del grupo y el miedo a la soledad

Aquí es donde entra la sociología a la fiesta. No callamos solo por nosotros mismos, sino por los demás. La omertá es, en esencia, un fenómeno de conformidad social. Somos parte de un grupo (una familia, un trabajo, una comunidad), y la norma no escrita es: "No te salgas del guion".

Un experimento clásico, el efecto Asch, lo demuestra a la perfección. Pones a una persona en un grupo y le preguntas qué línea es más larga. Si todos los demás dan una respuesta incorrecta de forma unánime, la persona, sabiendo la respuesta correcta, es muy probable que se conforme con la del grupo. ¿Por qué? Por el miedo atávico a ser el "raro" o a ser expulsado de la tribu. En el Club del Silencio, la cuota de membresía es no hablar. Y el castigo por no pagarla puede ser el ostracismo o, en casos extremos, la marginación total.

La omertá es un mecanismo de presión grupal donde el silencio es la moneda de cambio. Si hablas, dejas de ser parte del "nosotros" y te conviertes en un "yo" aislado, y eso, para nuestra mente, es un lugar muy solitario y aterrador.

 

Los cómplices necesarios: Un reparto completo

Un pacto de silencio no se sostiene solo con una persona. Se necesita un reparto completo de cómplices, cada uno con su papel.

El Líder o la Institución: Es el director de la obra. Con su autoridad, ya sea explícita (una orden directa de callar) o implícita (a través de la cultura del secretismo), marca el tono. La omertá a menudo sirve para proteger la imagen, el poder o la reputación de la institución, no a las personas que la forman.

Los Cómplices Activos: Son los que refuerzan el silencio. Son los que miran mal al que pregunta, los que cambian de tema o los que se aseguran de que nadie hable. Son los guardianes del ‘statu quo’.

Los Cómplices Pasivos: Son la gran mayoría. Es la gente que, como en el ejemplo del inicio, simplemente decide no pronunciarse. Su inacción es, sin embargo, la que da legitimidad al pacto y permite que el problema se mantenga sin ser cuestionado. Son el público de la obra que, con su silencio, aplaude.

 

El daño colateral: El costo invisible

El daño de la omertá no se ve a simple vista, pero es devastador. Es como el óxido en una tubería: va corroyendo la estructura por dentro.

Corrosión de la confianza: Cuando el silencio prevalece sobre la verdad, se destruye la confianza entre las personas. Nadie sabe en quién puede confiar, y el miedo se convierte en la norma.

Perpetuación de la injusticia: La omertá protege a los culpables y castiga a las víctimas. Permite que situaciones injustas y perjudiciales se mantengan, ya que no hay nadie que las cuestione.

Inmovilidad y estancamiento: Una comunidad que no habla de sus problemas es una comunidad que no puede crecer. El silencio mata la creatividad, el diálogo y la posibilidad de cambio y mejora.

El Club del Silencio” parece inofensivo al principio, pero en realidad es una cárcel invisible que nos encierra a todos, a los que hablan y a los que callan. El primer paso para liberarnos es tan simple como difícil: reconocer el elefante en la habitación y atreverse a, al menos, nombrarlo.

Y tú, ¿qué elefante te has guardado alguna vez en el bolsillo? La próxima vez, tal vez valga la pena sacarlo para que todos lo veamos.


domingo, 24 de agosto de 2025

Homilía del Domingo XXI Tiempo Ordinario, Ciclo C; Lc 13, 22-30

 Homilía del Domingo XXI del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lc 13, 22-30

 

Jesús durante la vida pública presentó varias veces y de manera muy clara el destino que le esperaba en Jerusalén. No quería que surgieran equívocos que sus discípulos cultivaran sueños o esperanzas de grandeza de este mundo, de conquista de reinos. Todas estas eran ilusiones suscitadas en ellos por el maligno, por Satanás.

 


Una voluntad férrea y confiada en Dios

endurecer el rostro

Lucas nos transmite una frase de Jesús inequívoca. Un día les dijo a sus discípulos: «Vosotros escuchad atentamente estas palabras: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres» (cfr. Lc 9, 44). Se refería al don de la vida que él entregaría en Jerusalén. Y, de hecho, justo después, el evangelista escribe que Jesús se puso en camino de manera decidida para ir a Jerusalén: «Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén» (cfr. Lc 9, 51). Sin embargo, este mismo versículo 51, en el texto griego, utiliza una expresión mucho más fuerte: «αὐτὸς τὸ πρόσωπον αὐτοῦ ἐστήρισεν τοῦ πορεύεσθαι εἰς Ἱερουσαλήμ»; que traducido significa «él (él mismo) endureció su rostro (el rostro de él) para ir (con el propósito de ir) a Jerusalén».

El discípulo que sigue al Maestro debe tener en cuenta que, al tomar ciertas decisiones para ir hacia una meta que Jesús propone, debe hacer como él, ser capaz de endurecer su propio rostro, mostrando una determinación absoluta para cumplir el mismo destino que Jesús; es mostrar una voluntad férrea para afrontar el camino y cumplir el propósito que Dios nos ha encomendado.

 


El camino a Jerusalén:

Metáfora del discipulado

«Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén».

El Evangelista Lucas comienza a narrar este viaje que ocupa la parte central de su Evangelio, nueve capítulos en los que vuelve como un estribillo esta referencia al camino que Jesús está recorriendo hacia Jerusalén (cfr. Lc 9, 51; Lc 10, 38; Lc 13, 22; Lc 17, 11; Lc 18, 31; Lc 19, 11; Lc 19, 28). Lucas insiste tanto en ello porque quiere que los cristianos de sus comunidades tomen conciencia de que están en un viaje siguiendo a Jesús. De hecho, dar la propia adhesión a Cristo significa caminar con él, recorrer el mismo camino, apuntar a la misma meta: entregar la vida por amor, por eso el discípulo de Jesús tiene que endurecer su propio rostro aferrándose a la voluntad divina.

Los cristianos somos peregrinos,

pero no vagabundos.

Los cristianos de las primeras generaciones en la fe de las primeras generaciones tenían muy clara en la mente esta metáfora del camino, que es la única verdad. Ellos sabían que construirse una vida estable en este mundo era vivir sumergidos en la mentira; y de esta mentira surgían todos los problemas y las malas decisiones.

Los primeros cristianos se llamaban y eran conocidos por los de fuera como "los del Camino", es decir, aquellos que seguían el camino trazado por su Maestro. Se sentían como gente en camino, extranjeros, peregrinos, de paso por esta tierra. Los primeros cristianos se entendían como peregrinos y no como vagabundos (cfr. Heb 13, 14; 1 Pe 2, 11). El peregrino es diferente del vagabundo. Ambos caminan, pero el peregrino tiene una meta, sabe a dónde va. El vagabundo no sabe ni el camino ni a dónde va; además el vagabundo no se hace preguntas sobre su destino, sobre el sentido de su existencia; vive al día, toma lo que consigue encontrar por el camino.

 


Las metas terrenales nunca llenarán

este vacío del hombre

Es natural que en la vida busquemos metas y esperanzas valiosas como obtener un título, formar una familia o encontrar un buen empleo. Sin embargo, al alcanzarlas, a menudo nos asalta una pregunta persistente: "¿Y ahora qué?". Esta inquietud constante no es un defecto personal, sino que tiene una raíz más profunda. Parafraseando a Qohélet, “Dios ha puesto eternidad en el corazón del hombre” (cfr. Ecl 3, 11). El texto advierte que buscar la plenitud solo en metas terrenales nunca llenará este vacío. La verdadera satisfacción se encuentra al responder a esa necesidad de infinito que llevamos dentro, y no al culpar a lo que nos falta en lo material. San Agustín de Hipona lo resume de manera perfecta la idea de que la verdadera satisfacción no se encuentra en las cosas terrenales, sino en la búsqueda de Dios, que es infinito: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en ti." (cfr. Confesiones, Libro 1, Capítulo 1, Sección 1). Y San Juan de la Cruz, místico y doctor de la Iglesia, escribió en su obra "Dichos de Luz y Amor" esta magnífica sentencia: "En la posesión de Dios, el alma posee todo."

 

¿Serán muchos o pocos los que puedan llenar

ese vacío de sentido existencial?

¿Es posible responder a esta necesidad de infinito? ¿el hombre puede llegar a llenar ese vacío? ¿serán muchos o pocos los que puedan llenar ese vacío de sentido en la propia existencia? Es precisamente esta pregunta la que alguien le hace a Jesús, y es una pregunta que nos interesa, y nos interesa la respuesta que Jesús dará, porque se trata de adivinar la vida, de dejarnos salvar en nuestra vida.

         «Uno le preguntó: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?».

 

¿Qué entendían por salvación los rabinos judíos?

En el mundo judío la problemática de la salvación suscitaba un gran interés y provocaba muchas discusiones entre los rabinos. ¿Qué entendían por salvación? La resurrección. ¿Qué resurrección? El regreso a la vida de este mundo. Se había comenzado muy tarde en Israel a hablar de otra vida. Los israelitas no eran como los egipcios que pensaban en prepararse para la vida futura. No, en Israel se pensaba en la vida presente. Los patriarcas, los profetas, creían en esta vida y nada más.

La esperanza principal no era la vida en el cielo, sino la restauración y la plenitud del pueblo de Israel en este mundo. Esto incluía el regreso de los justos a la vida para participar en el reino de Dios en la Tierra. Un ejemplo claro de esta creencia se encuentra en el profeta Ezequiel: «Sabréis que yo soy Yahvé cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de ellas, pueblo mío» (cfr. Ez 37, 13).

La creencia en la resurrección no fue un concepto original del pueblo judío. Comenzó a desarrollarse tardíamente, a partir del siglo II a.C., como una respuesta a una pregunta fundamental: ¿Qué pasaría con los justos que morían por ser fieles a su fe?

 

La profunda crisis de fe del pueblo hebreo

Durante la persecución de los reyes seléucidas, entre los años 175 y 164 a.C. [Esta persecución es conocida como la persecución de Antíoco IV Epífanes, quien intentó helenizar Judea por la fuerza, prohibiendo las prácticas religiosas judías y profanando el Templo de Jerusalén] (los sucesores de Alejandro Magno), muchos judíos fueron martirizados por oponerse a la imposición de la cultura pagana. Esto generó una profunda crisis de fe. Si Dios iba a establecer su reino en la Tierra, ¿cómo participarían en él aquellos que habían dado su vida por Él?

La respuesta que surgió fue la siguiente: estos mártires resucitarían y volverían a la vida en este mundo para poder participar en el reino renovado de Dios y gobernado por Dios, un reino sin dolor ni injusticia. De esta manera, la resurrección se convirtió en la esperanza de salvación para los fieles que habían sufrido. E incluso Marta de Betania, cuando Jesús le dice: "Tu hermano resucitará" (cfr. Jn 11, 23), a lo que Marta parafraseándola le responde: "¡Qué descubrimiento! Mi hermano era un justo, por lo tanto, será salvo, volverá a la vida".

¿Quiénes creían en esta resurrección, es decir, en esta salvación? Pocos creían: los fariseos. Eran una minoría. Sin embargo, los sacerdotes del templo, los saduceos, ridiculizaban esta creencia como ingenua. Recordamos cuando se presentan ante Jesús y le dicen: «Sí, pero si una mujer ha tenido siete maridos, cuando todos estos siete vuelvan, ¿de quién será esposa esta mujer?» (cfr. Mt 22, 28; Mc 12, 23; Lc 20, 33). Y se preguntaban: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». O el texto donde Jesús les avisa del peligro serio de las riquezas cuando les dice que «más fácil le es a un camello entrar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos», a lo que los discípulos reaccionan espantados, «entonces, ¿quién puede salvarse?» (cfr. Mt 19, 23-30). Pues bien, los fariseos decían: "Se salvan todos los que observan con escrúpulo todos los preceptos de la Torá".

Los apocalípticos, en cambio, sostenían que eran pocos los que serían salvados, es decir, resucitados. En el cuarto libro de Esdras (libro apócrifo), que es el libro apocalíptico más famoso del tiempo de Jesús, dice: "Este siglo, la era presente en la que vivimos, fue creada por el Altísimo para una multitud de personas, pero el siglo futuro está reservado a un pequeño número". Y hay una expresión que resuena también en las palabras de Jesús: este cuarto libro de Esdras dice: "Muchos son creados, pero pocos son salvados".

 

Colaborar activamente en el

proceso de ser salvados

En griego se emplea el verbo σώζω (sózo), que significa ‘salvar, es decir, librar o proteger (literalmente o figuradamente), hacer salvo, librar, misericordia, preservar, salvar, sanar, sano’. La forma verbal empleada es σῳζόμενοι, el cual es un verbo presente-pasivo-participio-nominativo-plural masculino; el cual es traducido del siguiente modo: «los que están siendo salvados». No se refiere a un grupo que ya fue salvado en un momento concreto (lo que se expresaría con un participio aoristo o perfecto), sino a aquellos que están activamente en el proceso de ser salvados. Esto enfatiza la naturaleza dinámica de la salvación como un camino de fe. La voz pasiva recalca que la acción de salvar no proviene de ellos mismos, sino que es un don que están recibiendo. El verbo implica que hay un agente externo (Dios o Cristo) que está llevando a cabo la acción en ellos.

El personaje anónimo que le hizo la pregunta a Jesús revela ser una persona espiritualmente preparada, madura, que no piensa en la salvación como un premio, sino como un don que Dios hace. Es decir, "son muchos los que son salvados", no "los que se salvan".

 

¿La salvación es un billete de entrada al paraíso?

Sin embargo, este hombre anónimo también comete un error; el mismo error que cometen hoy muchos cristianos. ¿Qué error es éste?; el de pensar que la salvación llega al final de la vida, cuando quien se ha portado bien ha observado los mandamientos, ha evitado al menos los pecados mortales o, si los ha cometido, luego los ha confesado. Entonces, al final, esta persona recibe el billete de entrada al paraíso y de ahí todas las controversias que en el pasado fueron muy acaloradas: ¿Son muchos, son pocos?; ¿alguien va al infierno?, al menos ¿Judas fue al infierno? Acabemos con estos discursos que no tienen ningún sentido, porque la salvación de la que Jesús está hablando es otra cosa.

 

Involucrarse en la construcción

del mundo nuevo con Jesús.

La salvación no es un premio entregado al final de la vida. Allí el Padre acoge ciertamente a todos en sus brazos. Ninguno de los hijos puede ser desheredado (cfr. Jn 6, 37). ¿Dónde reside la confusión o el problema de fondo?  El problema de la salvación de la que Jesús habla es la entrada en el reino de Dios, pero se entra hoy, aquí y en este mundo. En cambio, el reino de Dios era esperado por los fariseos en el futuro. El reino de Dios del que habla Jesús está en el presente, en este mundo.

 

El reino de Jesús sí que es de este mundo…

pero viene de una lógica procedente de lo Alto.

La salvación consiste en dejarse involucrar en el mundo nuevo que él quiere que se construya. Hay una traducción, la cual es muy desafortunada, que ha traído mucha confusión y desorientación; se trata de cuando Jesús le dice a Pilato que «mi reino no es de este mundo» (cfr. Jn 18, 36). En griego está recogido de este modo: «ἡ βασιλεία ἡ ἐμὴ οὐκ ἔστιν ἐκ τοῦ κόσμου τούτου», que traducido es "el reino, el mío, no está siendo dependente de este mundo”, “el reino, el mío, no es de fuera de este mundo”; con otras palabras, para ayudar a entender el sentido: "Mi reino no deriva de la lógica de este mundo, que es la del poder, el dominio, el ser grandes". Mi reino es de este mundo, pero viene de una lógica que viene de lo alto, la del servicio, el amor, el don de la propia vida al hermano.

 

¿Quién pertenece al mundo nuevo?

En este mundo hay que entrar de inmediato. Es el mundo nuevo al que pertenece quien repudia la violencia, quien comparte los bienes, quien se convierte en siervo del hermano.

La pregunta del millón: Pero ¿son muchos o son pocos los que se dejan salvar?; es decir, ¿son muchos o pocos los que acogen esta propuesta de hombre nuevo hecha por Jesús?

Entonces no hay necesidad de preguntárselo a Jesús; basta con que miremos a nuestro alrededor y veremos de inmediato cuántos son los que le dan su adhesión. En la provincia de Palencia (España) en el año 2024 se celebraron 395 matrimonios; de los cuales 237 fueron matrimonios civiles. En la provincia y ciudad de Palencia, en el año 2023 se registraron 170 divorcios (no se saben si de entre matrimonios canónicos o sólo civiles); y en según el último informe publicado por el Ministerio de Sanidad de España, en la provincia de Palencia se registraron 83 abortos en el año 2024. Según el último Barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), los datos de práctica religiosa en España son: El 16,1% de los católicos españoles acude a misa casi todos los domingos y festivos; y un 7,7% lo hace varias veces al mes. ¿Ven como no lo tenemos que preguntárselo a Jesús?

Todavía, a pesar de cómo están las cosas, pueden ser muchos los que van a la iglesia, pero preguntémonos: ¿cuántos son los que dejan de pensar en sí mismos y ponen toda su vida al servicio del hermano? No hace falta preguntárselo a él, basta con que miremos a nuestro lado.

Aquel que acepta esta propuesta de Jesús, de vivir amando es alguien que se deja salvar, y es urgente dejarse salvar de inmediato, no al final de la vida, cuando los juegos ya están hechos.

 

Condiciones para convertirse y

mantenerse como sus discípulos

«Él les dijo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán».

         Jesús ahora deja claro cómo uno se deja salvar, cuáles son las condiciones para convertirse en sus discípulos y para mantenerse como sus discípulos, y da sus indicaciones con tres imágenes.

 


Condiciones de Jesús

1.- La necesidad de luchar

La primera es la necesidad de luchar. «Esforzaos»; pero el verbo griego empleado es ἀγωνίζομαι (agonízomai), que significa “luchar, literalmente (competir por un premio), esforzar, -se, luchar, pelear”. En concreto la forma verbal empleada en el texto griego es ἀγωνίζεσθε (agonízesze) [es la segunda persona del plural del imperativo presente de indicativo del verbo deponente ἀγωνίζομαι (agōnízomai)] que se traduce con un matiz que implica una acción continua, un esfuerzo constante, no un acto puntual: «Estén agonizando luchando vigorosamente»; «esfuércense peleando (en la lucha)».

Esta imagen nos remite a las luchas y a las competiciones en los estadios (cfr. 1 Co 9, 25-27; 1 Tm 6, 12; 2 Tm 4, 7). De estas citas resalto la imagen que emplea san Pablo en la primera carta a la comunidad de Corinto: «Los atletas se privan de todo, y total ¡por una corona que se marchita!; nosotros, en cambio, competimos por una inmarcesible. Así pues, yo corro, pero no sin ton ni son; y lucho como si fuera un púgil, pero no lanzando golpes al vacío; al contrario, golpeo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado».

 

Lo que nos está diciendo Jesús es que se deja salvar quien tiene en cuenta que debe luchar. Se tiene en cuenta la fuerza de la gracia divina que nos asiste con el necesario esfuerzo humano.

 

Condiciones de Jesús

1.- La necesidad de luchar

En nuestro interior

Esta lucha constante, sin cuartel, no ocurre contra un enemigo fuera de nosotros, sino que acontece en nuestro interior. Es ese conflicto que todos experimentamos entre las pulsiones que provienen de nuestra naturaleza biológica, que nos empuja a pensar en nosotros mismos, a replegarnos en nuestro egoísmo, a desinteresarnos de los demás, a retener los bienes para nosotros; y la pulsión del espíritu, que empuja en la dirección opuesta: a amar, a entregar los bienes al hermano, al necesitado, a olvidarnos de nosotros mismos, a ponernos al servicio del hermano. Esa es la lucha interior que debemos tener en cuenta, y es un conflicto muy duro, continuo.

Si no hemos percibimos esta situación de continua guerra interna significa que no hemos entendido lo que nos pide el Evangelio. Si reducimos la adhesión a Cristo a alguna práctica devocional, la invocación de un santo, salir en Semana Santa de cofrade en el paso de la cofradía, en poder subastar las andas de la Virgen para poderla sacar de procesión en el día de la fiesta, etc., no hay necesidad de recibir una gracia divina porque aquí no se da ni lucha ni conflicto; a lo sumo pereza y desgana.

Jesús dijo: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos sufre violencia, y los violentos se hacen con él» (cfr. Mt 11, 12). Para alcanzar el Reino de Dios se requiere un esfuerzo intenso, un deseo ardiente y una determinación fuerte, similar a la de un asalto o una conquista; no es para gente blanda, ni para indisciplinados ni inmorales; y menos para aquellos que teniendo responsabilidades eclesiales toman decisiones e iniciativas pastorales que se alejan de los criterios de la Sagrada Escritura, de la Tradición y del Magisterio; ni para aquellos que entienden y articulan su actuar pastoral sobre la ‘sinodalidad’ como si fuera un libro en blanco, sin escribir, donde cualquier salvajada cabe y si uno se opone se expone a ser excluido, marginado y tachado de no ser sinodal.

Quien piensa que puede entrar en el reino de Dios sin enfrentar esta lucha interior es un iluso. La enfrentó Jesús. También Jesús tuvo que resistir las seducciones del maligno.

 


Condiciones de Jesús

2.- La necesidad de pasar por la puerta estrecha

La segunda imagen es la necesidad de pasar por una puerta estrecha. ¿Saben ustedes lo que es la puerta con el Ojo de la Aguja? Tiene la forma de un ojo de aguja, muy estrecha. Esa puerta es del tiempo de Herodes, por lo tanto, anterior a Jesús. Naturalmente, había esa puerta estrecha, el Ojo de la Aguja, y luego una puerta más grande. Jesús se refería precisamente a ese Ojo de la Aguja cuando dijo que es más fácil que pase un camello por el Ojo de la Aguja que un rico entre en el reino de los cielos.

 

Condiciones de Jesús

2.- La necesidad de pasar por la puerta estrecha

¿Qué hay que hacer para pasar por una puerta estrecha?

Es preciso dos cosas: La primera es hacerse pequeño. Si uno es grande y corpulento, o sea seguro y soberbio, no pasa por esa puerta estrecha.

Los discípulos de Jesús querían ser personas grandes. Jesús dijo: "Grande es quien se hace pequeño, y solo quien se hace pequeño pasa por la puerta estrecha y entra en el reino de Dios" (cfr. Mt 18, 4; Mt 23, 12; Mt 7, 13-14; Lc 13, 24). Si quieres seguir siendo grande, quieres mandar, quieres que te sirvan, entonces solo puedes pasar por una puerta grande, pero no entras en el reino de Dios, entras en los reinos de este mundo, donde el grande es el fuerte, el poderoso.

         La segunda cosa es si quieres pasar por la puerta estrecha, debes soltarlo todo. No puedes llevar baúles a la espalda. Con los baúles, entonces pasas por la puerta grande y entras en los reinos de este mundo donde se aprecian aquellos que retienen sus bienes para sí mismos. Recuerda la sentencia de Santa Teresa de Jesús: ‘Sólo Dios basta’. O la idea del abandono total a la voluntad de Dios del Hermano Rafael Arnáiz Barón, ya que se encontró con la certeza de que Dios era la único que necesitaba.

 

Condiciones de Jesús

3.- Haz por pasar la puerta

Hay una multitud delante de la puerta. Hay gente que intenta entrar, pero se queda fuera. Esta es la distinción entre el verdadero discípulo, que pasa por la puerta estrecha, y el que se queda delante de la puerta.

El que se queda delante de la puerta, pero no pasa por ella es aquel que se siente atraído por Cristo, por su Evangelio, aprecia lo que Jesús ha hecho y enseñado, pero no se decide a pasar, se queda fuera. Jesús invita a estas personas a reflexionar, porque podría tratarse de una ilusión suya, la de ser salvados, ser discípulos de Cristo. Si no han pasado por la puerta estrecha, se quedan como admiradores de Cristo, pero no entran a estar al lado de Cristo.

 

Condiciones de Jesús

3.- La necesidad de pasar por la puerta estrecha

El peligro del que nos quiere advertir

A estas personas que no quieren escuchar a Jesús, ahora se dirige a ellos. «Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: Señor, ábrenos; pero él os dirá: “No sé quiénes sois”. Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. Pero él os dirá: “No sé de dónde sois. Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”».

Hay un peligro muy serio y siempre actual del que Jesús quiere advertirnos: La ilusión de pertenecer al grupo de los salvados cuando en realidad aún no se ha puesto un pie en el reino de Dios, no se ha pasado por la puerta estrecha.

Y para que identifiquemos bien este peligro, Jesús pone en escena al dueño de casa que se levanta y cierra la puerta, y luego nos hace escuchar las razones que esgrimen quienes se han quedado fuera y pretenden ser reconocidos como miembros del reino de Dios, del mundo nuevo.

 

Condiciones de Jesús

3.- La necesidad de pasar por la puerta estrecha

Las razones que argumentan

Escuchemos bien sus razones, las razones de aquellos que se han quedado fuera, porque son las mismas que esgrimen hoy tantos cristianos que se creen en paz con Dios y con Cristo.

Ante todo, se trata de cristianos que se han quedado fuera, de hecho, llaman a Jesús "Señor, Señor, ábrenos". Este título era dirigido a Jesús solo por los cristianos que lo reconocían como el Resucitado, como María Magdalena: "He visto al Señor" (cfr. Jn 20, 18). Los demás no lo llamaban "Señor", lo llamaban "Jesús" o "aquel hombre", "rabino", "aquel impostor" (cfr. Mt 27, 63).

Son cristianos que se maravillan de ser dejados fuera y se asombran de que Jesús no los reconozca como discípulos, y entonces gritan sus razones. Dicen: «Hemos comido y bebido contigo»; parafraseándoles sería:  "¿Cómo es que no nos reconoces? Siempre hemos vivido en tu casa. Hemos comido y bebido en tu presencia". La referencia es al banquete eucarístico; «y tú has enseñado en nuestras plazas», que es tanto como decir que “hemos participado en todos los sacramentos, todas las liturgias, los cantos, las oraciones, te hemos oído predicar el Evangelio, nunca faltábamos a los encuentros".

Estos son los que se quedaron fuera. Son esos cristianos que se creen en paz con Dios porque conocen a Cristo, aprecian el Evangelio, pero se hace percibir que, para hacerse reconocer, solo presentan prácticas religiosas. Son practicantes, pero esto no es suficiente.

En sus palabras no encontramos ninguna mención a las obras de amor, al servicio al hermano, al nuevo uso de los bienes que se entregan a los pobres. Si lo hubieran hecho entonces Jesús los habría reconocido como discípulos, como personas que se dejaron salvar por su palabra. Ellos no han entendido que las prácticas religiosas a las que luego no sigue un cambio radical de vida se reducen a gestos falsos, incoherentes, hipócritas.

 

Condiciones de Jesús

3.- La necesidad de pasar por la puerta estrecha

Seria Observación de Lucas

¿Por qué Lucas insertó en su Evangelio esta postura dura del maestro contra ciertos bautizados?

En las comunidades del tiempo de Lucas ya había bautizados que presumían de estar en paz porque pertenecían a la comunidad cristiana, conocían a Cristo y su Evangelio, pero no se daban cuenta de que solo eran cristianos de nombre; No se habían dejado salvar por el Evangelio, no habían cambiado de vida, seguían viviendo como antes.

Acumulaban bienes como antes, se comportaban con sus esclavos, porque había muchos cristianos adinerados que tenían esclavos, y los seguían considerando esclavos, como hacían cuando eran paganos. ¿Cómo podían sentarse en el mismo banquete eucarístico y seguir teniendo esclavos? Lucas se siente en el deber de desmentir el falso optimismo de estas personas.

 

Si no has cambiado de vida…

No tienes nada que ver con Jesús

         Como en el tiempo del evangelista Lucas hoy también se corre ese peligro: Una práctica religiosa que tranquiliza, anestesia las conciencias, hace sentir a uno en paz, hace sentir que es un discípulo, mientras que solo es un iluso.

Las palabras de Jesús son duras: «Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad”». Jesús diciendo esto está citando el Salmo 6 «¡apartaos de mí, malhechores (hacedores de iniquidad)!» (cfr. Sal 6, 9). El término hebreo פֹּעֲלֵי אָ֫וֶן (po'aley aven) se traduce como "obradores de maldad" o "trabajadores (obreros) de iniquidad, de engaño, de daño"; “hacedores de cosas que no interesan, cosas vanas”; cosas que no le interesan para nada a Dios. ¿Qué cosa no interesa a Dios?; Las prácticas religiosas a las que no corresponde una vida nueva.

«Alejaos de mí» no significa ahora "váyanse todos al infierno"; significa "acepten que no tienen nada que ver conmigo". Dice: "Aunque sean cristianos de nombre y vayan a la iglesia, pero al no cambiar de vida no tienen nada que ver conmigo".

 

Un banquete del que se corre

el riesgo de quedar excluido

Ahora prestemos atención a la última escena, la de un banquete del cual se corre el riesgo de quedar excluido.

«Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».

Tanto en el Antiguo Testamento como en boca de Jesús encontramos el mundo nuevo, el reino de Dios, presentado con la imagen del banquete, la imagen de la fiesta a la que todos están invitados (cfr. Is 25, 6; Is 55, 1-2; Sal 23, 5; Pr 9, 1-6; Lc 14, 16-24; Mt 22, 1-14; Mc 2, 15-17). Nadie es dueño, es un banquete donde la comida es compartida entre hermanos.

 

Fuera del banquete rige

la lógica de la competencia…

Fuera de este banquete rige una lógica diferente, no la de la compartición, sino la de la competencia. Allí las personas no se sienten invitadas, sino dueñas de los bienes que se encuentran a mano y, por lo tanto, pueden comprarlos, venderlos y obtener ganancias en el intercambio, y así acumular la mayor cantidad de bienes posible, dejando, naturalmente, a los demás en la necesidad y también en la miseria.

 

…donde la guerra y la violencia es inevitable.

Esta es la lógica del mundo viejo y en el pasaje que acabamos de escuchar se presenta con una imagen dramática que en el Evangelio de Lucas solo aparece aquí, mientras que en el Evangelio de Mateo vuelve casi como un estribillo: «Allí será el llanto y el rechinar de dientes». ¿Por qué? Porque es el mundo donde inevitablemente habrá guerras, violencia, injusticia y dolor.

         Si deseas quedarte fuera del banquete y deseas estar dentro de este mundo ten mucho cuidado. Ten mucho cuidado porque puedes ser un ganador que puedes ganar y aplastar al más débil; pero no olvides que al final terminarás también tú siendo aplastado. ¿Quieres seguir quedándote fuera del banquete de Jesús?

El cristiano por el hecho de ir a la iglesia no significa que hayas entrado en ese banquete; es preciso que te dejas salvar por el Evangelio; porque si no compartes tus bienes, si sigues la lógica del mundo viejo, estarás en el llanto y el rechinar de dientes. Estás fuera de la salvación.

 

¿Quiénes están sentados

a la mesa en este banquete?

«Cuando veáis a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero vosotros os veáis arrojados fuera».

Están los patriarcas, gente que viene del pueblo de Israel, Abrahán, Isaac, Jacob, los profetas. Pero luego hay una multitud inmensa que viene de oriente, de occidente, de norte y de sur; son esos cristianos que vienen del mundo pagano.

«Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios».

Y en este grupo también hay algunos que nunca han oído hablar de Cristo y del Evangelio y, sin embargo, también ellos se encuentran dentro de la sala del banquete, por lo que han entrado en el reino de Dios. ¿Quiénes son estas personas? ¿cómo hicieron para entrar? Si están dentro significa que pasaron por la puerta estrecha, es decir, se comportaron como siervos. No quisieron ser personas grandes que se hacían servir, se hicieron pequeños, pusieron sus bienes a disposición del pobre y entonces lograron entrar, aunque no estuvieran bautizados, se dejaron mover por el Espíritu que no se da solo a los bautizados, sino a cada hombre.

Recordemos lo que nos dice San Juan: «Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios» (cfr. 1 Jn 4, 7). Por lo tanto, es muy posible que también aquellos que no conocieron a Cristo escuchen al Espíritu y vivan como personas que han entrado en el reino de Dios.

 


La salvación no es para los primeros,

sino para los dispuestos.

La última frase de Jesús: «Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».

Se refiere a aquellos que eran considerados excluidos, es decir, los paganos y que se han convertido en los primeros en ser invitados, mientras que algunos de los primeros han sido excluidos.

Prestemos atención, no dice que todos los primeros se convierten en últimos y todos los últimos se convierten en primeros. Pero "hay algunos". Algunos de los primeros que en realidad son últimos, se refiere a los cristianos. Algunos de los cristianos son últimos, y algunos de los últimos son primeros. La frase es una advertencia para los "primeros" de hoy, es decir, para nosotros, los cristianos. Nos invita a tener en cuenta que, si no somos fieles, podemos terminar siendo los "últimos".