Homilía de la Asunción de la Virgen María
15.08.2025; Lc 1, 39-56
María es
mencionada por última vez en el Nuevo Testamento al principio del libro de los
Hechos de los Apóstoles. La encontramos en oración en la sala superior,
probablemente donde su hijo celebró la Última Cena con sus discípulos (cfr. Hch
1, 14). Después, esta mujer que vemos por última vez en oración, sale de
escena, silenciosa y discreta como entró, y no sabemos nada más de ella en los
textos canónicos. No se menciona dónde pasó sus últimos años antes de dejar
esta tierra.
La
dormición de la Virgen
A partir del siglo
VI, se difunden entre los cristianos numerosas versiones de un único tema: la
"dormición" de la Virgen. ¿Por qué se llama dormición y no
muerte? Muchos teólogos en el pasado sostenían que María no había muerto
realmente, sino que solo había caído en un sueño profundo, después del cual
habría sido asunta al cielo. Y esto porque, siendo la muerte consecuencia del
pecado original y habiendo sido María preservada desde su concepción de toda
forma de pecado no debía morir.
No sabemos cuándo
ni tampoco dónde, pero con toda probabilidad, hay noticias auténticas en estos
textos de la dormición de María. Fueron escritos en el siglo VII, pero se
refieren a tradiciones que se remontan hasta principios del siglo II, muy
cercanas a los hechos. Y estos textos nos cuentan los últimos años que María
pasó en esta tierra y nos dicen que los pasó en Jerusalén, donde concluyó su
vida.
El
aspecto legendario de relatos apócrifos
¿Qué nos dicen
exactamente estos textos? Después de la Pascua, María habría vivido en el Monte
Sion y quizás en la misma casa donde su hijo celebró la Última Cena, la casa
que tal vez pertenecía a la familia del evangelista Marcos. Cuando llegó para
ella el momento de dejar este mundo, es aquí donde comienza el aspecto
legendario de estos relatos apócrifos: se le apareció el Arcángel Gabriel,
quien le dijo a María: "Has vivido en este mundo, has cumplido tu
misión, has vivido los últimos años de tu vida en recogimiento y oración, pero
ahora ha llegado para ti el momento de la conclusión de tu vida". Y
María responde: "Pero yo soy feliz de estar en este mundo, soy amada
por todos, me gustaría vivir, no morir". Pero el Arcángel Gabriel le
dice: "María, ahora te encontrarás con tu hijo y permanecerás con él
por toda la eternidad". Entonces María dice: "Entonces sí,
quiero encontrarme con mi hijo, pero te pediría una gracia: que traigas aquí,
que llames a mi lado a todos sus apóstoles, porque quiero que me cuenten algo
más de mi hijo. Durante su vida pública yo me quedé en Nazaret y ellos
siguieron al maestro, y me gustaría escuchar algo más de lo que mi hijo hizo,
de lo que mi hijo dijo".
Y entonces, aquí
vuelve el aspecto legendario de estos relatos, todos los apóstoles fueron
llamados y llegaron sobre las nubes del cielo. También estaba Pablo entre
ellos. Faltaba uno de los apóstoles, porque Santiago, el hijo de Zebedeo, ya
había sido martirizado. Llegaron estos apóstoles y se pusieron alrededor del
lecho de María, le contaron todo lo que ella deseaba oír. Y luego, en un
momento dado, llegó Jesús con una multitud de ángeles y vino a tomar el alma de
María, dejando en esa cama su cuerpo, o mejor dicho, su cadáver.
¿Por
qué se habla de cuerpo?
En el lenguaje
bíblico, el término "cuerpo" no se refiere al cadáver, el
cuerpo es toda la persona. Son los griegos quienes distinguían el alma del
cuerpo. Decían que el alma es como una prisión en el cuerpo material y desea
separarse de esta realidad material para llegar luego a la inmortalidad a la
que está destinada por naturaleza. No son discursos bíblicos, sino de la
filosofía griega. En la Biblia, la persona es una unidad. En este mundo,
somos cuerpo, el cuerpo es el "yo" que las personas pueden
ver, tocar, acariciar. Y la persona es una unidad. Así, cuando la persona deja
este mundo, lo deja en su totalidad, alma y cuerpo, es decir, la persona con
toda su historia. Y cuando estos relatos nos dicen que Jesús tomó el alma de
María y se la llevó, dejando allí su cadáver, su cuerpo, es una concepción
griega. Lo entenderemos mejor más adelante, cuando intentemos comprender qué
sucedió con María.
En
el arroyo Cedrón
Queremos completar
el relato de estos apócrifos para conocer estas noticias que nos han contado
nuestros hermanos de fe de los primeros siglos. Velaron el cuerpo de María y luego
lo acompañaron en procesión hasta el arroyo Cedrón. Y esta es una noticia
auténtica, se remonta a las tradiciones de principios del siglo II. De hecho,
sabemos que en el Cedrón se venera el sepulcro donde fue colocado el cadáver de
María. Entonces, depositaron su cuerpo en esta tumba.
Jesús
se llevó el cuerpo de María
¿Y qué sucedió
después? Sucedió que, tres días después de su sepultura, y aquí retoman las
noticias legendarias, apareció de nuevo Jesús para llevarse también su
cuerpo. Vino para llevarlo al Paraíso. Y así, con todos los
apóstoles sobre las nubes del cielo, llevaron a María hacia Oriente, hacia el
Paraíso. Y una vez llegados al reino de la luz, entre los cantos de los ángeles
y los deliciosos perfumes del Paraíso, depositaron el cuerpo de María junto
al árbol de la vida. Recordemos que ya el alma estaba con Jesús en la
Gloria, pero su cuerpo mortal fue transportado en los brazos de su Hijo al
Cielo en el tercer día.
Bien, estos son
detalles novelados, evidentemente no tienen ningún valor histórico. Sin
embargo, testifican, a través de imágenes y símbolos, el inicio de la
devoción del pueblo cristiano por la madre del Señor.
El
icono de la dormición de María
Antes de continuar, quiero hacer una breve lectura del ícono de la Κοίμησις Θεοτόκου, como dicen en Oriente, es decir, ‘el ícono de la dormición de la madre de Dios’, porque el ícono oriental nos ayuda a captar el mensaje de la fiesta de hoy.
Noten en el ícono
que se yuxtaponen dos mundos. En primer plano está la realidad de nuestro mundo
material. Sobre una cama yacen los despojos de María, no María. María no está
allí, ha dejado este mundo y aquí han quedado sus despojos. Alrededor de su cama
están los apóstoles y la representación de la escena transmitida por los
apócrifos. Observen sus miradas, están todas dirigidas hacia esa cama,
hacia el cadáver de la madre de Jesús. Ninguno de ellos mira ni ve lo que
hay a sus espaldas. La escena que pronto veremos es la del mundo de Dios,
ellos no pueden verla. Solo ven lo que los ojos de su cuerpo les permiten
verificar, no pueden ver más allá de estos despojos. Y quien cree que solo
existe lo que es verificable, tangible, controlable con los sentidos, no puede
sino concluir que la muerte es el fin de todo. Quedan unos átomos que luego
serán devueltos a la tierra. Es lo que la mirada material ve, y también los
apóstoles, que tienen estos ojos, ven un cadáver.
Pero, ¿cuál es la
realidad? ¿Todo termina así, la historia de una persona? ¿Todo lo que ha hecho,
el amor que ha dado? ¿Qué queda? Los ojos materiales nos dicen: "Quedan
unos despojos".
Al fondo hay una
escena que no pertenece a lo que podemos verificar con nuestros sentidos, es la
realidad del mundo de Dios. Observen esa almendra en la que está Jesús. La
mirada material no puede alcanzar este mundo de Dios. Solo la mirada del
creyente es capaz de ver la verdad de la historia de una persona que ha pasado
una vida de amor en este mundo. Jesús pronunció una bienaventuranza para
los ojos que saben ver más allá de este mundo material. Dijo: "Bienaventurados
los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios", verán lo
invisible. Esta es la posibilidad que tienen quienes poseen un corazón puro.
Para ver lo invisible, es necesario tener un corazón ligado solo a Dios,
desapegado de los ídolos de este mundo. Quien tiene un corazón apegado a los
bienes no piensa en otra cosa. Quien se abandona a la disolución, a la
corrupción moral, nunca logrará ir más allá de lo material, no tendrá esa
segunda mirada que pertenece solo al creyente de corazón puro.
Jesús
con su madre en brazos
¿Qué vemos en la
almendra (del icono) que representa este mundo invisible del cielo? Está
Jesús con su madre en brazos. Ella acaba de nacer, ha llegado al cielo como
una niña. Es el comienzo de la segunda parte de su vida, la definitiva.
El destino del ser humano es precisamente este: nacer dos veces, y la segunda
vez es la última, la definitiva, porque entra en el mundo del cielo, de la
eternidad. No es esta vida la que continúa para siempre, es una vida
completamente nueva después de la gestación que ocurre en este mundo. Esto es
lo que le sucedió a María, y podemos contemplarlo en este ícono.
Podemos entonces
comparar estos dos nacimientos. En el primero, vemos a Jesús que, al llegar a
este mundo en su nacimiento, fue acogido en los brazos de María. Luego, en la
Pascua, precedió a su madre en la gloria del cielo. En el otro ícono,
contemplamos el nacimiento de María, acogida en el cielo por los brazos de su
hijo.
La reflexión de los creyentes sobre el destino de
María después de
la muerte continuó desarrollándose a lo largo de los siglos y condujo a la fe
en su Asunción, que fue definida por Pío XII el 1 de noviembre de 1950.
Escuchemos las palabras de la definición del dogma: "La Inmaculada
Madre de Dios siempre virgen, terminado el curso de la vida terrena, fue asunta
a la gloria celeste en alma y cuerpo".
Con respecto a la
definición que acabamos de escuchar, creo que es útil notar dos cosas:
El
Papa Pío XII y el Dogma
1.-
María cambió la forma de estar con nosotros
1º.- La primera
observación: En esta definición no se dice que María fue "asunta al
cielo" como si hubiera habido un desplazamiento en el espacio o un
rapto de su cuerpo desde la tumba hacia la morada de Dios.
La definición
habla de María "asunta a la gloria celeste". La gloria
celeste no es un lugar, sino la nueva condición en la que entró María cuando
concluyó su peregrinación en este mundo. Para ella, comenzó la gloria en el
mundo de Dios. María no se fue a otro lugar llevando consigo los frágiles
despojos que están destinados, como los de todos, a volver al polvo. No
abandonó a la comunidad de los discípulos, simplemente cambió la forma de
estar con ellos, como le sucedió a su hijo el día de Pascua. María ya no
está condicionada por los límites del espacio y del tiempo, por lo que está
siempre y en todo lugar al lado de cada uno. Porque si estuviera en la
condición de cuando caminaba por las calles de Palestina, solo algunos podrían
verla. Está al lado de las personas que puede tener a su lado, pero los que
están lejos no pueden verla ni oírla. Pero cuando María entró en la gloria
celeste y ya no está sujeta a los límites del espacio y del tiempo, esta
es la verdad: María está con nosotros, al lado de cada uno de nosotros, en
cualquier lugar, en cualquier momento.
Recordemos que, en
el relato de los Hechos de los Apóstoles, cuando Jesús entró en la gloria del
Padre, lo que Lucas presenta como la Ascensión, los discípulos regresan a
Jerusalén alegres, felices. No porque Jesús se haya ido, sino porque ahora
Jesús ya no está limitado en su presencia, está en una condición en la que está
siempre al lado y siempre en medio de la comunidad de sus discípulos. Esto es
lo que le sucedió a Cristo, le sucedió a María, y añado de inmediato: le sucede
a cada creyente que entra en el mundo de Dios cuando ha concluido su
peregrinación en la tierra. Cristo y María solo los han precedido en la gloria
del cielo.
El
Papa Pío XII y el Dogma
2.-
María nos indica nuestro destino
Una segunda
observación: el dogma no dice que esta asunción a la gloria celeste está
reservada a María. Ella no es una privilegiada, sino que es presentada a
todos los creyentes como el modelo excelso, como el signo del destino que
espera a cada ser humano.
Entonces, ¿qué
significa este dogma? ¿Quizás que el cuerpo de María no sufrió la corrupción, o
que solo ella y Jesús se encuentran en el paraíso en carne y hueso, mientras
que los demás difuntos estarían en el cielo solo con su alma, esperando una
reunificación con sus cuerpos? Es difícil aceptar una presentación así del
dogma.
Pablo, en la carta
a los Corintios, llama ἄφρων ("necio") a quien piensa que el
cuerpo de los resucitados está hecho de átomos (cfr. 1 Co 15, 36-38). Para que la vida surja de una semilla, esta
debe desaparecer en la tierra. Lo que crece no es el mismo grano que sembraste,
sino una planta totalmente distinta. Es Dios quien, a través de ese proceso, le
da a cada semilla una nueva forma de cuerpo, única y apropiada para su especie.
La fe en la resurrección nos enseña que el final de nuestra vida terrenal no es
el fin de todo. Nuestro cuerpo, como una semilla que debe morir y disolverse en
la tierra, completa su ciclo para que Dios le dé un nuevo ser. La resurrección
no es simplemente la restauración de lo que éramos, sino una transformación
divina hacia un cuerpo glorioso y espiritual. De la misma manera que una
semilla se convierte en una planta, el Padre nos concede, por su voluntad, el
cuerpo que Él ha preparado para la eternidad.
Un cuerpo de
resucitado es un cuerpo espiritual, es decir, es toda la persona, no un trozo
de la persona, la que entra en la gloria celeste. Y lo que le sucedió a María
no está reservado a María. Cada hijo de Dios es inmediatamente acogido en la
totalidad de su persona y de toda su historia. Entra en el mundo de Dios. La
Biblia no habla de distinción entre alma y cuerpo, conoce una unidad
inseparable de toda la persona.
Una
imagen para que nos ayude a comprender…
Me gustaría
intentar traducir este pensamiento con un ejemplo que quizás pueda ayudarnos.
Imaginemos un feto en gestación en el útero materno. Tiene su vida, pero esta
vida en el seno materno le sirve para preparar su segunda vida, la que se
desarrollará luego en los años que pase en este mundo.
Supongamos que el
feto cree erróneamente que la vida que tiene en el útero materno es la única y
definitiva. ¿Qué sucedería? que los pulmones no le sirven y por lo tanto no los
desarrolla; el estómago, las orejas, los ojos no le sirven y no los desarrolla
al ser inútiles. No se prepara para la otra vida, aquella en la que necesitará
orejas, ojos, estómago, pulmones. No estaría preparado.
En cambio, el feto
se prepara la para la segunda vida, fuera del seno de su madre. Cuando morimos
entramos en esa nueva vida definitiva, entramos con toda nuestra historia. ¿Y
cómo se ha preparado? No como un alma separada del cuerpo y de los átomos
materiales. En el mundo de Dios entra la persona con toda su historia, y está
preparada cuando ha vivido en este mundo una gestación de amor, que ha dejado
desarrollar ese Divino que permanece por toda la eternidad.
Algunos me dicen:
‘espero que cuando resucite tenga una melena abundante y una dentadura
perfecta’ o ‘espero que cuando resucite tenga un tipo como la de una
modelo y que nunca engorde’. ¿Cómo les digo yo que no se han enterado de
nada?
María
canta esta gran victoria.
En el presente pasaje
evangélico María canta esta gran victoria que ha sido obrada por Aquel que es
poderoso y Santo es su nombre. Solo Él podía dar a nuestros cuerpos, es decir,
a cada ser humano, su misma vida.
«En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de
prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y
saludó a Isabel.
Aconteció que, en
cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó
Isabel de Espíritu Santo y levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita
tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que
me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la
criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído,
porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
María
dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, “se alegra mi espíritu en Dios,
mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava”. Desde ahora me
felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso
ha hecho obras grandes en mi: “su nombre es santo, y su misericordia llega
a sus fieles de generación en generación”. Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón, “derriba del trono a los poderosos y
enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los
despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia” -
como lo había prometido a “nuestros padres” - en favor de Abrahán y su
descendencia por siempre».
En nuestro mundo,
las fuerzas de la vida y las fuerzas de la muerte se enfrentan en un dramático
duelo. Dolores, enfermedades, achaques de la vejez son las escaramuzas que
anuncian el último asalto de ese dragón aterrador que es la muerte. Y al final,
esta lucha entre las fuerzas de la vida y las de la muerte se vuelve desigual,
y la presa puede escapar por algunos años más, pero luego, al final, la muerte
siempre atrapa a esta presa.
María,
la que siempre confió en el Señor
Ahora nos
preguntamos: Dios, amante de la vida, ¿asiste impasible a esta derrota de las
criaturas que llevan impresa en su rostro su imagen? La respuesta a este que es
el más inquietante de los interrogantes nos es dada hoy.
Se nos invita a
contemplar en María el triunfo del Dios de la vida frente a la evidencia de la
muerte y la corrupción de un cuerpo en el sepulcro. Se necesita mucho coraje
para creer que el Señor es el Dios de la vida y para esperar una vida más allá
de la vida biológica. En la fiesta de hoy, María se nos presenta como
aquella que siempre confió en Dios, y se nos presenta el destino de quien cree
en el cumplimiento de las palabras del Señor.
Aquí está el grito
de júbilo de María: «el Poderoso ha hecho obras grandes en mi». Esta expresión, «obras grandes», se usa en la
Biblia para presentar las intervenciones extraordinarias de Dios. Él no es el
Todopoderoso que puede hacer lo que quiere, como lo imaginamos nosotros, sino
que se le llama ‘δυνατός’, ‘el Poderoso’, el único que es capaz de derrotar a
la muerte. He aquí, hoy se celebra en María esta intervención prodigiosa de
Dios. Quien ama no puede abandonar a la persona amada en el infierno, en el
reino de la muerte.
Los salmistas ya
lo habían intuido, por ejemplo, el salmista que compuso el Salmo 16 concluye
diciendo: «pues no me abandonarás al Seol, no dejarás a tu amigo ver la fosa.
Me enseñarás el camino de la vida, me hartarás de gozo en tu presencia, de dicha
perpetua a tu derecha» (cfr. Sal 16, 11). Él, el salmista, no tiene la luz de la Pascua,
pero ha intuido que un enamorado, un amigo no puede abandonar a la persona
amada a merced de la muerte.
En su cántico,
María atribuye esta obra extraordinaria de Dios a su misericordia. Misericordia
es un término que no expresa bien el significado que tiene en la Biblia: es la
implicación visceral del amor de Dios por la humanidad, una implicación
visceral de amor que lleva a Dios a dar al ser humano su misma vida inmortal.
María enumera siete intervenciones de
Dios.
María continúa
enumerando siete intervenciones de este Dios enamorado de la vida del hombre.
«Él hace proezas con su brazo». Solo su
brazo podía derrotar a ese monstruo que es la muerte.
Luego, «dispersa a los soberbios de corazón». Los
arrogantes o soberbios de corazón son aquellos que miran a los demás desde
arriba y crean un mundo de muerte. ¿Qué hace Dios, que es el Dios de la vida? Los
dispersa, lo que no significa que los humille o que los aplaste, sino que los
hace desaparecer. Los arrogantes desaparecen, porque pertenecen al reino de la
muerte. Dios lo que desea y hará es convertir a todos a su amor, pero no fuerza
a nadie, lo hace siempre pidiendo permiso a cada persona, para que todos sean
transformados en humildes siervos de sus hermanos.
Dios es el Dios de
la vida y María, en su canto, es un himno que eleva al Señor para darle las
gracias por lo que Él ha hecho y que ella ha experimentado.
«Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los
humildes». Por lo tanto, el Señor de la vida pone fin a esa
comedia en la que los hombres luchan por subir, por dominar, y crean el reino
de la muerte.
«A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los
despide vacíos». No es una amenaza de castigo, es el anuncio de
salvación. El mundo antiguo, el reino de la muerte, se reduce a la nada. El
brazo poderoso del Señor ha creado un mundo nuevo en el que toda forma de
muerte es eliminada. Esta es la victoria total del amor del Señor que
celebramos hoy en María. Una victoria que no se ha realizado solo en ella, sino
en cada ser humano. Dios no puede abandonar a ningún hijo suyo a merced de la
muerte, sino que acoge a todos en su gloria, como le sucedió a María, en el
mismo momento en que concluye nuestra peregrinación en este mundo.
En María hemos
contemplado nuestro destino: la vida definitiva que nos espera en el mundo de
Dios. Y también esta fiesta de hoy, con los amigos, con el banquete, tendrá un
sabor diferente, una alegría diferente, si hemos tenido esta segunda mirada que
nos permite ver en María nuestro destino.
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