Un
abrazo familiar que nos viene del cielo:
Los
abuelos de Jesús
Queridos hermanos
y hermanas, que el paso de los años os ha llenado de sabiduría y experiencia.
Queridas Hermanitas, que con tanto amor y entrega cuidáis de nuestra comunidad,
especialmente de quienes más lo necesitan.
Hoy nos reunimos
para recordar a dos figuras muy especiales, San Joaquín y Santa Ana. ¿Sabéis
quiénes eran? Eran los abuelos de Jesús. Sí, nuestro Señor también tuvo
abuelos, ¡como todos nosotros! Es un día precioso para darnos cuenta de que, en
Jesús, Dios se hizo de los nuestros, se emparentó con la familia humana, con
cada uno de nosotros. Y ya que estamos, qué mejor ocasión para pensar en el
tesoro que son nuestros propios abuelos, los vuestros y los nuestros, y en el
papel tan importante que ellos y ustedes, queridas hermanas, tienen en la vida
de todos.
Hace ya un tiempo,
el Papa Juan Pablo II, a quien muchos recordamos con tanto cariño, nos enseñaba
algo muy profundo. Nos decía que, aunque la Virgen María fue muy humilde y
discreta, pasando casi desapercibida a los ojos de sus contemporáneos, para
Dios ella era de una importancia inmensa. La había elegido para un plan de
salvación que abarca toda la historia de la humanidad, desde el principio hasta
el final.
La vida de María
era de esas que no hacen ruido, que no buscan protagonismo. Y poco se sabía de
sus padres, Joaquín y Ana. Pero la Iglesia, de alguna manera, intenta asomarse
a ese silencio. No por curiosidad vana, sino para darnos la oportunidad de celebrar
cómo Dios, con su infinita sabiduría y amor, teje su plan en nuestra historia,
¡para convertirla en una historia de salvación y esperanza!
De hecho, la
melodía que hoy resuena en nuestros corazones al iniciar la Eucaristía, esa
antífona de entrada, nos llena de alegría y gratitud: "Alabemos a
Joaquín y a Ana por su hija; en ella les dio el Señor la bendición de todos los
pueblos". ¡Fíjense qué bonito! Los protagonistas son los padres, sí,
pero lo que celebramos de verdad es cómo la providencia divina, a través de
María, nuestra Madre Santísima, nos preparó el camino para la llegada de
nuestro Salvador.
Un
viaje al pasado, lleno de fe y amor
Se dice que
Joaquín y Ana eran de Galilea, pero que pronto se trasladaron a Jerusalén.
Allí, vivían cerca de una piscina especial, la Probática, donde Jesús curaría
más tarde a un hombre paralítico. Hoy en Jerusalén hay una iglesia, la de Santa
Ana, que nos recuerda ese lugar sagrado. Aunque también existe otra tradición
que sitúa la vivienda de los padres de María en Séforis, también en Galilea. Lo
importante no es tanto el lugar exacto, sino la fe y el amor que habitaban en
ese hogar.
Hay muchas
historias entrañables, aunque no estén en la Biblia, que nos cuentan más cosas
de ellos. Por ejemplo, se dice que Ana no podía tener hijos, y que ellos,
siendo tan piadosos y justos, rezaron mucho, con una fe inquebrantable. Tras
una larga espera, de revelaciones celestiales y hasta de un emotivo encuentro
de Joaquín y Ana junto a la Puerta Dorada de Jerusalén (¡escena que el gran
Giotto pintó de forma tan conmovedora!), nació María. Estas narraciones también
nos cuentan cómo sus padres la cuidaron con tanto esmero y cómo, siendo una
niña, subió con decisión los quince escalones del Templo para dedicarse al
servicio de Dios. Todas estas escenas tan tiernas han sido inspiración para
muchísimas obras de arte, ¡seguro que han visto alguna en retablos o cuadros!
El cariño a Santa
Ana se extendió ya en la Iglesia de Oriente en el siglo VI, y llegó a nuestra
Iglesia de Occidente en el siglo X. El culto a San Joaquín es un poco más
reciente, pero ambos nos recuerdan la importancia de las raíces de nuestra fe.
¿Por
qué son tan importantes para nosotros hoy?
Recordar a San
Joaquín y Santa Ana es una forma preciosa de conectarnos con las raíces humanas
de Jesús. Nos ayuda a entender, una vez más, que Dios no es un ser lejano, sino
que se hizo parte de nuestra familia, ¡como uno más! Además, el Evangelio que
hoy se proclama nos recuerda lo afortunados que somos por haber tenido la
suerte de ver y escuchar lo que muchos profetas y justos de otros tiempos
anhelaron con todo su corazón.
Fíjense qué imagen
tan significativa nos regala el arte: la de Santa Ana con María y el pequeño
Jesús. Esta estampa refleja, especialmente en un tiempo de tanto
individualismo, la necesaria relación y comprensión entre las generaciones. Nos
enseña, a todos, la importancia vital de los abuelos, la riqueza de su
sabiduría, de su experiencia, de su amor incondicional.
Queridas Hermanitas,
a ustedes que día a día tejen con paciencia y ternura esa red de apoyo y
comprensión, esta fiesta nos invita a seguir siendo esa "presencia"
de amor y cuidado para nuestros mayores. Nos recuerda la responsabilidad ética
de ofrecer la necesaria atención integral a los ancianos, de escuchar sus
historias, de valorar su legado y de acompañarlos con dignidad y respeto en
esta etapa de sus vidas. Es una invitación a hacer revivir en gratitud la
memoria de los antepasados, de aquellos que nos precedieron en la fe y en la
vida.
Que la intercesión
de San Joaquín y Santa Ana, abuelos de Jesús, nos inspire a todos a valorar la
familia, a cuidar de nuestros mayores con el mismo amor con el que ellos
cuidaron de María, y a seguir construyendo puentes de fe y esperanza entre
todas las generaciones.
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