miércoles, 16 de julio de 2025

Homilía del día de la Virgen del Carmen Mt 11, 25-27

Homilía de la Virgen del Carmen 2025

Mt 11,25-27

Sor María Carmen Arroyo Urquidi,

Superiora Comunidad Hermanitas Ancianos Desamparados,

Casa Provincial/Noviciado de Palencia

 

Para comprender el pasaje evangélico de hoy, debemos situarlo en el momento difícil que Jesús está viviendo. Él había dejado Nazaret y se había trasladado a Cafarnaúm. Al principio, había recibido una acogida entusiasta por parte de la gente, también porque había sido precedido por el testimonio que le había dado el Bautista, y el Bautista era muy estimado por el pueblo (cfr. Mt 3, 5-6; Mt 14, 5; Mc 11, 32; Lc 20, 6)

Los escribas y fariseos siempre lo habían mirado con bastante recelo, pero la gente sencilla le era favorable.

 

Muchos no entienden

las decisiones de Jesús.

         Ahora el evangelista nos va mostrando otra realidad de mayor incomprensión para Jesús. En los capítulos 11 y 12 de su Evangelio. Mateo nos dice que el ambiente alrededor de Jesús ha cambiado. Muchos no entienden lo que él está proponiendo, no entienden su decisión de ponerse del lado de los pobres, de los pecadores, de los excluidos, de ir a celebrar comidas con los publicanos.

Precisamente el primero en escandalizarse es precisamente Juan el Bautista, quien había dicho: «Ya está puesto el hacha a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé fruto va a ser cortado y echado al fuego» (cfr. Mt 3, 10; Lc 3, 9). Y el mismo destino tendrá la paja, que separada del buen grano será arrojada al fuego: «Tiene en su mano el bieldo y va a aventar su parva; recogerá su trigo en el granero, y la paja la quemará con un fuego que no se apaga» (cfr. Mt 3, 12; Lc 3, 17).

Para Juan el Bautista el Mesías era alguien que iba a degollar, aniquilar, exterminar como si fueran ratas a todos los malvados que hay en el mundo. Sin embargo, Jesús se dedica a estar del lado de los pecadores, de los excluidos, de los recaudadores de impuestos, etc. Viendo todo esto Juan el Bautista y constando que Jesús se comportaba de este modo tan desconcertante, empieza a entrar en crisis y a dudar seriamente de Jesús.

Juan el Bautista envía a dos de sus discípulos a Jesús, a lo que Jesús les dice abiertamente: «Y bienaventurado es aquel que no halle tropiezo en mí» (cfr. Mt 11, 6: Lc 7, 23). Jesús ha venido para dar la vuelta a todas esas falsas convicciones que tenían sobre el Mesías y que ellos, de un modo equivocado, habían interiorizado. No sólo lo habían interiorizado el Bautista y sus discípulos, sino que también mucha gente del pueblo de Israel.


 

¿Qué iban buscando de Jesús?

Ellos esperaban curaciones, milagros, esperaban prodigios, deseaban obtener favores. Ellos buscaban su propio interés; que la vida les fuera mejor; que no les echasen del trabajo; que su hijo aprobasen las oposiciones; que su hija encontrase un buen novio, etc. Ellos lo buscaban y también nosotros lo buscamos muchas veces de un modo muy errático. No buscaban a Jesús por sus grandes ideales, sino porque les había dado de comer hasta hartarse (cfr. Jn 6, 26).

 

La propuesta de Jesús deja de interesarles.

Cuando Jesús empezó a hablar de la conversión del corazón, cuando les propuso las bienaventuranzas empezó a defraudar a estas personas (cfr. Jn 6, 66-67). Las personas que le estaban escuchando y que le seguían tenían las intenciones de sus corazones muy distantes de las bienaventuranzas; ellos aspiraban a enriquecerse, a imponerse, hacerse servir. Entonces este Jesús empezó a interesar cada vez menos a la gente.

 

La propuesta de Jesús.

La propuesta que nos plantea Jesús es un hombre que se pone al servicio del hermano, que se olvida de sí mismo por amor a los demás. Jesús está en Cafarnaúm (cfr. Mt 11, 23) y a los de esa ciudad, lo mismo que muchos que le seguían, empiezan a separarse de Jesús; Jesús les deja de interesar; muchos entusiasmados se enfrían y le abandonan.

Los sabios y los doctos, ellos ya estaban convencidos de saber lo suficiente. Esperaban que Jesús los bendijera, los aprobara, porque ellos eran los guías del pueblo. Se sentían seguros con su ciencia, y estos, en cambio, ahora se sienten en peligro, y comienzan a difamar a Jesús ante la gente. Llegan a decir a la gente: «Mas los fariseos, al oírlo, decían: Este no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios» (cfr. Mt 12, 24; Mc 3, 22; Lc 11, 15). Todo dentro de una estrategia para quitarse a Jesús del medio. Muchas personas sólo desean acercarse a la Iglesia para ‘dar carta de ciudadanía’ o de normalidad a situaciones inmorales, indecentes, pecaminosas. Y si no son aceptadas dichos planteamientos dañinos para el hombre como algo normal es entonces cuando empiezan a perseguir, atacar, difamar, calumniar y desprestigiar a la Iglesia.

A lo que Jesús responde: «¡Ay de ti, Corazaín! ¡Ay de ti, Betsaida!» (cfr. Mt 11, 21), que es tanto como decir con un lamento fúnebre ante el luto, que han perdido la oportunidad histórica de encontrar el sentido a su vida, a su ser, a ir adquiriendo ya, en esta vida terrena, la vida eterna.

Ni siquiera sus parientes creen en él (cfr. Mc 3, 21; Mt 12, 46-47). Habían venido desde Nazaret para llevarlo a casa. Y es entonces cuando Jesús manifiesta que ha iniciado una nueva familia (cfr. Lc 8, 21; Mt 12, 50; Mc 3, 35). Es en este contexto de rechazo y en este clima de desconfianza cuando Jesús eleva al Padre una conmovedora oración.

 

Conmovedora oración al Padre

«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Si, Padre, así te ha parecido bien.

Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

 

En Cafarnaúm las cosas se están poniendo mal para Jesús. Poca gente escucha lo que está predicando. ¿Qué nos ocurre a nosotros cuando lo que hacemos encuentra poca aceptación? Cuando lo que hacemos no es bien recibido o aceptado, sentimos desilusión, frustración o incluso desánimo. Puede que nos preguntemos si nuestro esfuerzo vale la pena, si estamos en el camino correcto, o si nuestras ideas son válidas. Y empezamos a lamentarnos, a desanimarnos, a entrar en una espiral de quejas; nos volvemos pesimistas, nos hundimos en el desánimo y nos obsesionamos con lo negativo. En las parroquias poca gente se compromete y algunos de los que se comprometen tienen más vocación de ‘párrocos’ o de ‘párrocas’ que algunos sacerdotes mangoneando todo y torpedeando la labor del sacerdote.

 

Ante la dificultad:

Jesús bendice al Padre

Jesús no se hunde en el desánimo ni se obsesiona con lo negativo, ni entra en una espiral de quejas pesimistas. Jesús lo que hace es bendecir al Padre.

¿Qué significa "bendecir"? Bendecir es sentir y expresar una gran alegría. Esta alegría nace cuando hablas con Dios y te das cuenta de que Él tiene un plan para todo, incluso cuando las cosas parecen ir mal o fracasar. Es ver las situaciones desde su punto de vista, y así descubrir que hay un buen propósito en lo que está ocurriendo. Es entender las cosas tal y como Dios las entiende.

Jesús reconoce que proclama con alegría que lo que ha sucedido entra en el designio del Padre, que por lo tanto tiene un significado hermoso, positivo. Si en la misma situación, por la que inevitablemente también nosotros pasamos en los momentos difíciles, asumiéramos esta actitud de alabanza; si en la oración nos liberáramos de nuestras ansiedades, de nuestras preocupaciones y nos dejáramos llevar hacia lo alto para ver las cosas como las ve Dios, entonces toda nuestra vida cambiaría, se volvería más serena, más alegre, más reposada, más equilibrada.

¡Qué hermoso ver a Jesús sonriente, luminoso en un momento difícil, un momento que podría haber sido de desánimo!

El Dios de Jesús no es un Dios caprichoso, impredecible, exigente y que pretendiera ser servido con holocaustos y sacrificios al estilo de los dioses de los paganos.

 

El Dios de Jesús desea que el hombre sea feliz.

El Padre de Jesús es completamente diferente a los dioses de los paganos. Lo llama Padre porque es quien da y nada más, no pide nada del hombre; no quiere ser servido por el hombre, quiere solo que se acojan sus dones porque solo acogiendo sus dones el hombre es feliz (cfr. Mt 6, 25-34; Lc 12, 22-34; Lc 11, 11-13; Jn 3, 16).

 

Jesús ha puesto en nuestra boca la expresión con la que él se dirigía al Padre, el apelativo que es el del niño, con la palabra aramea אבא Abbá, precisamente para introducirnos en esta intimidad con Dios, que cuando nosotros entramos en esta intimidad con Dios, vemos los momentos difíciles de una manera serena, como los vio Jesús.

        

Involucrarnos en esta intimidad con Dios.

Jesús nos invita a dejarnos involucrar en esta intimidad con Dios; al dirigirnos, él. En la oración, nos eleva, nos hace ver las cosas como él las ve, y lo llama Señor del cielo y de la tierra. Tiene en sus manos los destinos de la historia, incluso cuando, según nosotros, se sale de los esquemas, de nuestros criterios.

Si nos dejamos involucrar en esta mirada de Dios, tal y como la veía Jesús, nos damos cuenta de que la historia es conducida por Dios.

 

Jesús bendice al Padre por dos razones.

Una razón negativa

La primera razón es «porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos». ¿Qué es lo que los sabios y entendidos no han recibido? Dios está preocupado por ellos porque los ve muy infelices y porque están arruinando su propia vida. Dios está preocupado por ellos porque los ama. Odia el mal, pero ama perdidamente a cada uno de sus hijos. Esta realidad de Dios, los sabios y entendidos del tiempo de Jesús no podían aceptarlo porque estaban cegados por su sabiduría. Dios no espera holocaustos ni sacrificios; Dios sólo quiere que sus hijos sean felices, y para ello han de acoger su Espíritu. De este modo cambiarán todas las relaciones de odio en amor y todas las que supongan exclusión en aceptación. Los sabios y entendidos están ofuscados por su sabiduría porque están convencidos que la relación con Dios ha de ser una relación mercantil, comercial, de hacer cosas para tener a Dios contento y que no se enfade y no se dan ni cuenta que la vida de fe y la vida personal han de ir de la mano. Quien está tranquilo porque cree que portándose con Dios correctamente es porque tiene ofuscada su mente.

No es que Dios quiera esconder estas cosas a los sabios, pero el hecho se verifica: Quien está cegado por su propia sabiduría, quien ya está tranquilo, piensa que ya sabe todo, no necesita más.

Un ejemplo concreto lo tenemos en los fariseos de la época de Jesús. En lugar de alegrarse por el milagro y reconocer el poder de Jesús, los fariseos se obcecan en cumplir la ley del Shabbat שַׁבָּת. Jesús lo había curado en sábado y en desacreditar tanto a Jesús como al hombre curado (cfr. Jn 9).

 

Jesús bendice al Padre por dos razones.

Otra razón Positiva

Esta revelación de Dios lo capta los pequeños. Atentos, no los ignorantes; porque puede haber pequeños que sean ignorantes; es decir aquellos que ya no necesitan saber nada más, que lo saben todo, que no necesitan catequesis ni consejos espirituales de los sacerdotes. Les hay de los que hicieron la primera comunión y consideran que lo que aprendieron ya era más que suficiente para conducirse por la vida.

Y aquí no se trata de un conocimiento adquirido con razonamientos, es una revelación que viene de Dios. Lo que dice Jesús a Pedro: «Bienaventurado eres, Pedro, hijo de Jonás, porque no la carne ni la sangre te lo ha revelado, sino mi Padre que está en los cielos» (cfr. Mt 16, 17).

Los sabios de este mundo han rechazado la revelación, pero los pequeños la han acogido.

En los Evangelios Jesús se maravilla dos veces:

Una vez cuando en Nazaret no es acogido (cfr. Jn 1, 11; Mt 13, 57; Mc 6, 3). La segunda vez que se maravilla es ante la fe del centurión; no se esperaba una fe tan grande de un pagano (cfr. Mt 8, 5-13; Lc 7, 1-10).

Se puede añadir una tercera vez en la que Jesús se maravilla, de algo que Jesús no se esperaba: la falta de adhesión a su propuesta del rostro de Dios y de hombre nuevo por parte de los sabios de su pueblo, las personas más preparadas, los que conocían las Escrituras y las enseñaban, por desgracia, sin haberlas entendido (cfr. Jn 7, 52; Mt 21, 42); ya que ellos en vez de acoger su predicación la habían obstaculizado. La razón es porque estaban cerrados en su autosuficiencia, no sentían la necesidad de cambiar, estaban instalados; se sentían bien ante Dios y ante los hombres.

 


Alzar la mirada como Jesús

El primer mensaje para nosotros es precisamente reconocer siempre la belleza del designio de Dios. Esto es posible cuando nosotros alzamos la mirada, como hace Jesús, y nos dejamos iluminar por su mirada sobre el mundo.

Estar en plena sintonía con Dios.

«Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

El único que conoce al Padre es él, porque está en plena sintonía de vida con el Padre, y luego vino al mundo precisamente para revelarlo. Únicamente aquellos que desean estar a los pies del Maestro, escucharle y dejar que sus palabras calen en su corazón; sólo los que están enamorados de Jesús podrán entender y hacer suyo este mensaje en plenitud. Todo eso es porque ellos, los pequeños, están abiertos a acoger la revelación de Dios.

Si nos dejamos guiar por el Espíritu y queremos tener un corazón como el de Jesús, que es el corazón de Dios, también nosotros debemos inclinar la cabeza ante cualquiera que nos pida ayuda.

 

Las Hermanitas de los Ancianos Desamparados encarnan esto de manera profunda:

·         Acogen a los "pequeños": Se dedican a los ancianos más vulnerables, los "pequeños" de la sociedad, quienes, en su sencillez, están abiertos a recibir el amor incondicional que las Hermanitas ofrecen.

·         Viven el don desinteresado: Como el Padre que solo da, las Hermanitas se entregan por completo a los mayores, mostrando un amor generoso sin esperar nada a cambio.

·         Sirven con corazón humilde: Con su dedicación, reflejan el corazón de siervo de Jesús, inclinándose ante la fragilidad. Como decía su fundadora, Santa Teresa Jornet: "Cuidar los cuerpos para salvar las almas."

Su labor es un ejemplo vivo de cómo el servicio humilde y la acogida de los más frágiles revelan el verdadero rostro de Dios.

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