Homilía
de la Virgen del Carmen 2025
Mt
11,25-27
Sor María Carmen Arroyo Urquidi,
Superiora
Comunidad Hermanitas Ancianos Desamparados,
Casa
Provincial/Noviciado de Palencia
Para comprender el
pasaje evangélico de hoy, debemos situarlo en el momento difícil que Jesús está
viviendo. Él había dejado Nazaret y se había trasladado a Cafarnaúm. Al
principio, había recibido una acogida entusiasta por parte de la gente, también
porque había sido precedido por el testimonio que le había dado el Bautista, y
el Bautista era muy estimado por el pueblo (cfr. Mt 3, 5-6; Mt 14, 5; Mc 11,
32; Lc 20, 6)
Los escribas y
fariseos siempre lo habían mirado con bastante recelo, pero la gente sencilla
le era favorable.
Muchos
no entienden
las
decisiones de Jesús.
Ahora
el evangelista nos va mostrando otra realidad de mayor incomprensión para
Jesús. En los capítulos 11 y 12 de su Evangelio. Mateo nos dice que el ambiente
alrededor de Jesús ha cambiado. Muchos no entienden lo que él está proponiendo,
no entienden su decisión de ponerse del lado de los pobres, de los pecadores,
de los excluidos, de ir a celebrar comidas con los publicanos.
Precisamente el
primero en escandalizarse es precisamente Juan el Bautista, quien había dicho: «Ya
está puesto el hacha a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé fruto va
a ser cortado y echado al fuego» (cfr. Mt 3, 10; Lc 3, 9). Y el mismo
destino tendrá la paja, que separada del buen grano será arrojada al fuego: «Tiene
en su mano el bieldo y va a aventar su parva; recogerá su trigo en el granero,
y la paja la quemará con un fuego que no se apaga» (cfr. Mt 3, 12; Lc 3,
17).
Para Juan el
Bautista el Mesías era alguien que iba a degollar, aniquilar, exterminar como
si fueran ratas a todos los malvados que hay en el mundo. Sin embargo, Jesús se
dedica a estar del lado de los pecadores, de los excluidos, de los recaudadores
de impuestos, etc. Viendo todo esto Juan el Bautista y constando que Jesús se
comportaba de este modo tan desconcertante, empieza a entrar en crisis y a
dudar seriamente de Jesús.
Juan el Bautista
envía a dos de sus discípulos a Jesús, a lo que Jesús les dice abiertamente: «Y
bienaventurado es aquel que no halle tropiezo en mí» (cfr. Mt 11, 6: Lc 7,
23). Jesús ha venido para dar la vuelta a todas esas falsas convicciones que
tenían sobre el Mesías y que ellos, de un modo equivocado, habían
interiorizado. No sólo lo habían interiorizado el Bautista y sus discípulos,
sino que también mucha gente del pueblo de Israel.
¿Qué
iban buscando de Jesús?
Ellos esperaban
curaciones, milagros, esperaban prodigios, deseaban obtener favores. Ellos
buscaban su propio interés; que la vida les fuera mejor; que no les echasen del
trabajo; que su hijo aprobasen las oposiciones; que su hija encontrase un buen
novio, etc. Ellos lo buscaban y también nosotros lo buscamos muchas veces de un
modo muy errático. No buscaban a Jesús por sus grandes ideales, sino porque les
había dado de comer hasta hartarse (cfr. Jn 6, 26).
La
propuesta de Jesús deja de interesarles.
Cuando Jesús
empezó a hablar de la conversión del corazón, cuando les propuso las
bienaventuranzas empezó a defraudar a estas personas (cfr. Jn 6, 66-67). Las
personas que le estaban escuchando y que le seguían tenían las intenciones de
sus corazones muy distantes de las bienaventuranzas; ellos aspiraban a
enriquecerse, a imponerse, hacerse servir. Entonces este Jesús empezó a
interesar cada vez menos a la gente.
La
propuesta de Jesús.
La propuesta que
nos plantea Jesús es un hombre que se pone al servicio del hermano, que se
olvida de sí mismo por amor a los demás. Jesús está en Cafarnaúm (cfr. Mt 11,
23) y a los de esa ciudad, lo mismo que muchos que le seguían, empiezan a
separarse de Jesús; Jesús les deja de interesar; muchos entusiasmados se
enfrían y le abandonan.
Los sabios y los
doctos, ellos ya estaban convencidos de saber lo suficiente. Esperaban que
Jesús los bendijera, los aprobara, porque ellos eran los guías del pueblo. Se
sentían seguros con su ciencia, y estos, en cambio, ahora se sienten en
peligro, y comienzan a difamar a Jesús ante la gente. Llegan a decir a la gente:
«Mas los fariseos, al oírlo, decían: Este no echa fuera los demonios sino
por Beelzebú, príncipe de los demonios» (cfr. Mt 12, 24; Mc 3, 22; Lc 11,
15). Todo dentro de una estrategia para quitarse a Jesús del medio. Muchas
personas sólo desean acercarse a la Iglesia para ‘dar carta de ciudadanía’
o de normalidad a situaciones inmorales, indecentes, pecaminosas. Y si no son
aceptadas dichos planteamientos dañinos para el hombre como algo normal es
entonces cuando empiezan a perseguir, atacar, difamar, calumniar y
desprestigiar a la Iglesia.
A lo que Jesús
responde: «¡Ay de ti, Corazaín! ¡Ay de ti, Betsaida!» (cfr. Mt 11, 21),
que es tanto como decir con un lamento fúnebre ante el luto, que han perdido la
oportunidad histórica de encontrar el sentido a su vida, a su ser, a ir
adquiriendo ya, en esta vida terrena, la vida eterna.
Ni siquiera sus
parientes creen en él (cfr. Mc 3, 21; Mt 12, 46-47). Habían venido desde
Nazaret para llevarlo a casa. Y es entonces cuando Jesús manifiesta que ha
iniciado una nueva familia (cfr. Lc 8, 21; Mt 12, 50; Mc 3, 35). Es en este
contexto de rechazo y en este clima de desconfianza cuando Jesús eleva al Padre
una conmovedora oración.
Conmovedora
oración al Padre
«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y
entendidos y se las has revelado a los pequeños. Si, Padre, así te ha
parecido bien.
Todo
me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y
nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar».
En Cafarnaúm las
cosas se están poniendo mal para Jesús. Poca gente escucha lo que está
predicando. ¿Qué nos ocurre a nosotros cuando lo que hacemos encuentra poca
aceptación? Cuando lo que hacemos no es bien recibido o aceptado, sentimos
desilusión, frustración o incluso desánimo. Puede que nos preguntemos si
nuestro esfuerzo vale la pena, si estamos en el camino correcto, o si nuestras
ideas son válidas. Y empezamos a lamentarnos, a desanimarnos, a entrar en una
espiral de quejas; nos volvemos pesimistas, nos hundimos en el desánimo y nos
obsesionamos con lo negativo. En las parroquias poca gente se compromete y algunos
de los que se comprometen tienen más vocación de ‘párrocos’ o de ‘párrocas’ que
algunos sacerdotes mangoneando todo y torpedeando la labor del sacerdote.
Ante
la dificultad:
Jesús
bendice al Padre
Jesús no se hunde
en el desánimo ni se obsesiona con lo negativo, ni entra en una espiral de
quejas pesimistas. Jesús lo que hace es bendecir al Padre.
¿Qué significa
"bendecir"? Bendecir es sentir y expresar una gran alegría. Esta
alegría nace cuando hablas con Dios y te das cuenta de que Él tiene un plan
para todo, incluso cuando las cosas parecen ir mal o fracasar. Es ver las
situaciones desde su punto de vista, y así descubrir que hay un buen propósito
en lo que está ocurriendo. Es entender las cosas tal y como Dios las entiende.
Jesús reconoce que
proclama con alegría que lo que ha sucedido entra en el designio del Padre, que por lo tanto
tiene un significado hermoso, positivo. Si en la misma situación, por la que inevitablemente
también nosotros pasamos en los momentos difíciles, asumiéramos esta actitud de
alabanza; si en la oración nos liberáramos de nuestras ansiedades, de nuestras preocupaciones
y nos dejáramos llevar hacia lo alto para ver las cosas como las ve Dios,
entonces toda nuestra vida cambiaría, se volvería más serena, más alegre, más
reposada, más equilibrada.
¡Qué hermoso ver a
Jesús sonriente, luminoso en un momento difícil, un momento que podría haber
sido de desánimo!
El Dios de Jesús
no es un Dios caprichoso, impredecible, exigente y que pretendiera ser servido
con holocaustos y sacrificios al estilo de los dioses de los paganos.
El
Dios de Jesús desea que el hombre sea feliz.
El Padre de Jesús
es completamente diferente a los dioses de los paganos. Lo llama Padre porque
es quien da y nada más, no pide nada del hombre; no quiere ser servido por el
hombre, quiere solo que se acojan sus dones porque solo acogiendo sus dones el
hombre es feliz (cfr. Mt 6, 25-34; Lc 12, 22-34; Lc 11, 11-13; Jn 3, 16).
Jesús ha puesto en
nuestra boca la expresión con la que él se dirigía al Padre, el apelativo que
es el del niño, con la palabra aramea אבא Abbá, precisamente para introducirnos
en esta intimidad con Dios, que cuando nosotros entramos en esta intimidad con
Dios, vemos los momentos difíciles de una manera serena, como los vio Jesús.
Involucrarnos
en esta intimidad con Dios.
Jesús nos invita a
dejarnos involucrar en esta intimidad con Dios; al dirigirnos, él. En la
oración, nos eleva, nos hace ver las cosas como él las ve, y lo llama Señor del
cielo y de la tierra. Tiene en sus manos los destinos de la historia, incluso
cuando, según nosotros, se sale de los esquemas, de nuestros criterios.
Si nos dejamos
involucrar en esta mirada de Dios, tal y como la veía Jesús, nos damos cuenta
de que la historia es conducida por Dios.
Jesús
bendice al Padre por dos razones.
Una
razón negativa
La primera razón
es «porque has escondido estas cosas a los
sabios y entendidos». ¿Qué es lo que los sabios y entendidos no
han recibido? Dios está preocupado por ellos porque los ve muy infelices y
porque están arruinando su propia vida. Dios está preocupado por ellos porque los
ama. Odia el mal, pero ama perdidamente a cada uno de sus hijos. Esta realidad
de Dios, los sabios y entendidos del tiempo de Jesús no podían aceptarlo porque
estaban cegados por su sabiduría. Dios no espera holocaustos ni sacrificios;
Dios sólo quiere que sus hijos sean felices, y para ello han de acoger su Espíritu.
De este modo cambiarán todas las relaciones de odio en amor y todas las que supongan
exclusión en aceptación. Los sabios y entendidos están ofuscados por su
sabiduría porque están convencidos que la relación con Dios ha de ser una
relación mercantil, comercial, de hacer cosas para tener a Dios contento y que
no se enfade y no se dan ni cuenta que la vida de fe y la vida personal han de
ir de la mano. Quien está tranquilo porque cree que portándose con Dios
correctamente es porque tiene ofuscada su mente.
No es que Dios
quiera esconder estas cosas a los sabios, pero el hecho se verifica: Quien está
cegado por su propia sabiduría, quien ya está tranquilo, piensa que ya sabe
todo, no necesita más.
Un ejemplo
concreto lo tenemos en los fariseos de la época de Jesús. En lugar de alegrarse
por el milagro y reconocer el poder de Jesús, los fariseos se obcecan en
cumplir la ley del Shabbat שַׁבָּת. Jesús lo había curado en sábado y en
desacreditar tanto a Jesús como al hombre curado (cfr. Jn 9).
Jesús
bendice al Padre por dos razones.
Otra
razón Positiva
Esta revelación de
Dios lo capta los pequeños. Atentos, no los ignorantes; porque puede haber
pequeños que sean ignorantes; es decir aquellos que ya no necesitan saber nada
más, que lo saben todo, que no necesitan catequesis ni consejos espirituales de
los sacerdotes. Les hay de los que hicieron la primera comunión y consideran que
lo que aprendieron ya era más que suficiente para conducirse por la vida.
Y aquí no se trata
de un conocimiento adquirido con razonamientos, es una revelación que viene de
Dios. Lo que dice Jesús a Pedro: «Bienaventurado eres, Pedro, hijo de Jonás,
porque no la carne ni la sangre te lo ha revelado, sino mi Padre que está en
los cielos» (cfr. Mt 16, 17).
Los sabios de este
mundo han rechazado la revelación, pero los pequeños la han acogido.
En los Evangelios Jesús
se maravilla dos veces:
Una vez cuando en
Nazaret no es acogido (cfr. Jn 1, 11; Mt 13, 57; Mc 6, 3). La segunda vez
que se maravilla es ante la fe del centurión; no se esperaba una fe tan
grande de un pagano (cfr. Mt 8, 5-13; Lc 7, 1-10).
Se puede añadir
una tercera vez en la que Jesús se maravilla, de algo que Jesús no se esperaba:
la falta de adhesión a su propuesta del rostro de Dios y de hombre nuevo por
parte de los sabios de su pueblo, las personas más preparadas, los que conocían
las Escrituras y las enseñaban, por desgracia, sin haberlas entendido (cfr. Jn
7, 52; Mt 21, 42); ya que ellos en vez de acoger su predicación la habían
obstaculizado. La razón es porque estaban cerrados en su autosuficiencia, no
sentían la necesidad de cambiar, estaban instalados; se sentían bien ante Dios
y ante los hombres.
Alzar
la mirada como Jesús
El primer mensaje para
nosotros es precisamente reconocer siempre la belleza del designio de Dios. Esto
es posible cuando nosotros alzamos la mirada, como hace Jesús, y nos
dejamos iluminar por su mirada sobre el mundo.
Estar
en plena sintonía con Dios.
«Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al
Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el
Hijo se lo quiera revelar».
El único que conoce
al Padre es él, porque está en plena sintonía de vida con el Padre, y luego vino
al mundo precisamente para revelarlo. Únicamente aquellos que desean estar a
los pies del Maestro, escucharle y dejar que sus palabras calen en su corazón;
sólo los que están enamorados de Jesús podrán entender y hacer suyo este
mensaje en plenitud. Todo eso es porque ellos, los pequeños, están abiertos a
acoger la revelación de Dios.
Si nos dejamos guiar
por el Espíritu y queremos tener un corazón como el de Jesús, que es el corazón
de Dios, también nosotros debemos inclinar la cabeza ante cualquiera que nos
pida ayuda.
Las Hermanitas de
los Ancianos Desamparados encarnan esto de manera profunda:
·
Acogen a los "pequeños": Se dedican a los
ancianos más vulnerables, los "pequeños" de la sociedad, quienes, en
su sencillez, están abiertos a recibir el amor incondicional que las Hermanitas
ofrecen.
·
Viven el don desinteresado: Como el Padre que
solo da, las Hermanitas se entregan por completo a los mayores, mostrando un
amor generoso sin esperar nada a cambio.
·
Sirven con corazón humilde: Con su
dedicación, reflejan el corazón de siervo de Jesús, inclinándose ante la
fragilidad. Como decía su fundadora, Santa Teresa Jornet: "Cuidar los
cuerpos para salvar las almas."
Su labor es un ejemplo vivo de cómo el servicio humilde y la acogida de los más frágiles revelan el verdadero rostro de Dios.
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