Homilía del Domingo XVI del Tiempo Ordinario, ciclo c
Lc 10, 38-42
El episodio
narrado en el pasaje evangélico de hoy solo es mencionado por el evangelista
Lucas. Lo sitúa en una aldea de la que no nos dice el nombre, pero sabemos que
se trata de Betania porque nos habla de una familia muy conocida, la de
Marta, María y Lázaro.
¿Dónde
se encuentra Betania?
La ciudad de
Betania hoy tiene más de 20.000 habitantes. La vista más prominente desde
Betania es, sin duda, el Monte de los Olivos. Al estar situada en su ladera
oriental, se tiene una perspectiva clara de sus colinas. Mirando hacia el este,
más allá de Betania, la vista se extiende hacia el desierto de Judea. Si se
extiende la mirada hacia el sur desde la cima del Monte de los Olivos (al que
Betania está tan conectada), se pueden divisar puntos de gran importancia. En
días claros, es posible ver el reflejo del Mar Muerto a lo lejos. También se
vislumbran los perfiles de Belén, la ciudad natal de Jesús, y el Herodión, la
fortaleza y palacio construido por Herodes el Grande.
La distancia entre
Betania y Jerusalén en tiempos de Jesús era de aproximadamente 15 estadios
romanos, lo que equivale a unos 2,8 a 3 kilómetros. Jesús, al venir de
Betania, se dirigía a Jerusalén por el Monte de los Olivos. La entrada más
probable a la ciudad, especialmente en eventos como la entrada triunfal, era
por la Puerta Dorada (también conocida como la Puerta de la Misericordia o
Puerta Oriental). Esta puerta se encuentra en el lado este de la ciudad, frente
al Monte de los Olivos, y era un punto de acceso directo para quienes venían de
Betania y Betfagé.
Camino
que Jesús recorría con frecuencia.
El evangelista
Marcos al hablar de la última semana que Jesús pasó en Jerusalén, él dice que de
noche iba a descansar a Betania (cfr. Mt 21, 17; Mc 11, 11-12; Mc 11, 19; Jn
12, 1-2). Por la mañana salía de Betania, subía al Monte de los Olivos y
luego pasaba todo el día en el Templo de Jerusalén enseñando. Luego había
discusiones con escribas y fariseos. Así uno se hace una idea del viaje que
tenía que hacer Jesús todos los días para ir de Betania a Jerusalén.
Sucedió
en Betania
«En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer
llamada Marta lo recibió en su casa».
El
relato comienza haciendo referencia al camino que Jesús ha emprendido junto con
sus discípulos. Recordamos que cuando aún estaba en Cafarnaúm había tomado la
firme decisión de dirigirse a Jerusalén. Había pasado por Samaria, donde no fue
recibido (cfr. Lc 9, 51-56), y ahora llega a una aldea donde una mujer, Marta,
lo acoge en su casa.
Imagen
de la comunidad de los discípulos.
Veamos lo que nos
dice Lucas. Jesús entró en casa de Marta. ¿A dónde fueron los discípulos?
Desaparecieron. Ellos no entraron en casa de Marta, solo entró Jesús.
¿Por qué razón? Esta familia, en el Evangelio según Lucas y en el Evangelio
según Juan (cfr. Jn 11, 1-44; Jn 12, 1-8), adquiere un significado simbólico.
Observemos de quién está compuesta: No hay padres, madres, maridos, esposas,
abuelos, hijos. Es una familia compuesta solo por hermanas y hermanos
(cfr. Mc 10, 30). Es la imagen de la comunidad de los discípulos que acoge a
Jesús y su Evangelio. He aquí la razón por la que los discípulos no entran en
casa de Marta. Ellos son esta familia que está llamada a acoger a Jesús cuando
llega.
Algo
impensable:
Una
mujer anfitriona.
Es Marta quien
acoge a Jesús.
No se habla de Lázaro; de él habla el evangelista Juan. Normalmente era el
hombre, el dueño de casa, quien recibía al huésped, y cuando este llegaba, él
se sentaba con el huésped. Las mujeres debían permanecer dentro, en la cocina,
no podían dejarse ver. En esta casa, los roles están invertidos. La dueña es
una mujer, Marta, y quien conversa con el huésped es otra mujer, María.
Donde
llega el Evangelio se disipan
los
prejuicios y las discriminaciones.
Aquí captamos un
mensaje importante: Donde Jesús es acogido, donde llega el Evangelio, todos los
prejuicios y las discriminaciones entre hombre y mujer, que son vestigios de
una cultura, de una herencia pagana, son denunciados y superados.
La
pureza de corazón genera
libertad
en las relaciones.
No solo se
cuestiona la superación de los roles y la sumisión de la mujer, sino que hay un
comportamiento revolucionario de Jesús. En aquel tiempo se consideraba
sumamente inconveniente que un hombre aceptara la hospitalidad ofrecida por
mujeres. Jesús no se deja condicionar por las tradiciones. Jesús es un
hombre libre en su relación con la mujer. Él, que es tan exigente en la
pureza de corazón porque tiene un corazón totalmente puro y por eso nos dice «pero
yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con
ella en su corazón» (cfr. Mt 5, 28). Al tener un corazón y una mirada pura
le genera le hace ser libre en su relación externa con la mujer.
Jesús
pide ser acogido.
Hay un mensaje aún
más importante que constituye el tema central del pasaje: Jesús es Dios que
pide ser acogido. Nuestro Dios necesita entrar en el corazón de cada uno de
nosotros, en nuestra casa. Hemos aprendido a considerar a Dios un poco como un
rey sentado en un trono al que, postrándose, se debe recurrir para obtener
algún favor, y luego cuidado con enojarlo porque las consecuencias son
terribles.
El Dios que nos
revela Jesús es un Dios muy humano y tierno (cfr. Mt 19, 13-15; Mc 10,
13-16; Lc 18, 15-17). Lo vemos en Jesús, y es un Dios que busca nuestra
compañía, que desea ser escuchado.
El
discípulo necesita de la Comunidad
para
sentirse acogido y comprendido
Jesús se encuentra
en Jerusalén, y allí el ambiente le es muy hostil. Le tienden trampas, insidias
porque lo quieren acusar y quitar del medio. En este ambiente, cuando Jesús
llega al anochecer, siente la necesidad de encontrar un contexto familiar en el
que sentirse acogido, comprendido por quienes comparten sus valientes
decisiones; busca una casa donde también pueda desahogar sus
preocupaciones. Nuestro Dios es así, necesita afecto, calor humano, busca
nuestra amistad. Ningún Dios es como ese Dios que vemos en su perfecta imagen,
que es Jesús de Nazaret.
Jesús
acepta a María como discípula.
«Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto
a los pies del Señor, escuchaba su palabra».
¿Por qué el
evangelista Lucas destaca que ella estaba «sentada junto a los pies del
Señor»?
En la casa
palestina no había sillas, había esteras, así que todos debían sentarse en el
suelo. Esta no es una anotación trivial, se trata de una expresión técnica que
tiene un valor muy preciso. Sentarse a los pies de un maestro significaba
ser acogido entre los discípulos. Esta expresión se aplicaba a quien
participaba oficial y regularmente en las lecciones de un rabino. San Pablo nos
lo aclara, ya que él recuerda con orgullo este dato que «yo soy judío,
nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad e instruido a los
pies de Gamaliel en la exacta observancia de la Ley de nuestros antepasados»
(cfr. Hch 22, 3).
Aceptar
a una mujer como discípula
es
una novedad.
Esta expresión
aparentemente afectuosa y devota de María donde se nos dice que ella estaba «sentada junto a los pies del Señor y escuchaba su palabra»
constituye una novedad absoluta. Ningún maestro habría aceptado jamás a una
mujer entre sus discípulos. Decían los rabinos: "Es mejor quemar la
Biblia que ponerla en manos de una mujer". Y también: "Las
mujeres no se atrevan a pronunciar la bendición antes de las comidas".
Además: "Si una mujer va a la sinagoga, que permanezca oculta, que no
aparezca en público". Esto resume las actitudes y leyes que se
encuentran en colecciones de la Halajá (הֲלָכָה) (ley judía; significa
literalmente "el camino" o "la forma de caminar")
y la Mishná (מִשְׁנָה) (compilación de la ley oral), así como en los
comentarios talmúdicos que se desarrollaron a lo largo de los siglos.
Esta
concepción discriminatoria
estaba
infiltrada en las
Primeras
Comunidades Cristianas.
Esta mentalidad
estaba tan extendida que incluso se infiltró en las primeras comunidades
cristianas. En la comunidad cristiana de Corinto, por ejemplo, Pablo de Tarso ordena
que las mujeres deben callar en las asambleas porque no se les permite tomar la
palabra. Si quieren aprender algo, deben preguntar en casa a sus maridos,
porque es inconveniente para una mujer hablar durante el encuentro comunitario
(cfr. 1 Cor 14, 34-35). En otra carta de San Pablo, esta vez a Timoteo nos dice
que «la mujer oiga la instrucción en silencio, con toda sumisión. No permito
que la mujer enseñe ni que domine al hombre. Que se mantenga en silencio.
Porque Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar. Y el engañado no fue
Adán, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión. Con todo, se
salvará por su maternidad mientras persevere con modestia en la fe, en la
caridad y en la santidad» (cfr. 1 Tm 2, 11-15).
¿A
quién representa Marta?
María está sentada
a los pies de Jesús no para hablar de banalidades, sino para escuchar la
palabra. Es la imagen del discípulo que se pone devotamente a escuchar el
Evangelio, a escuchar al Maestro.
Y ahora Lucas pone
en escena a Marta, que no comprende la elección de su hermana. Le gustaría que
dejara de lado esta escucha que le parece una pérdida de tiempo y que se
dedicara enseguida a algún servicio.
«Marta, en cambio, andaba muy
afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: «Señor, ¿no
te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una
mano».
Primero
la obligación y después la devoción.
El
evangelista Lucas no nos está contando una disputa o un enfado entre hermanas. ¿A
quién representa Marta? Marta representa
a aquellos miembros de la comunidad cristiana de hoy que, al igual que Marta,
aman a Jesús, lo acogen en su casa, es decir, en su vida. Son todos aquellos
que están bautizados, confirmados, que acuden a la iglesia, pero primero están
sus cosas y pasando la escucha de la palabra a un segundo plano. Son los que
sostienen que ‘primero está la obligación y después la devoción’. Refleja
una prioridad en el cumplimiento de los deberes y responsabilidades antes de
dedicarse a actividades de agrado personal o espiritual. Consideran las cosas
de Dios como algo secundario en comparación con el actuar, el hacer, el
compromiso en el trabajo, la eficiencia y la producción. Este modo de razonar y
de proceder hace que la escucha de la Palabra se deje de lado.
Jesús
diagnostica a Marta
He aquí el
comportamiento peligroso del que quiere advertir Jesús a los discípulos. Jesús
diagnostica a Marta y le dice cuál es su problema.
Quiere que se den
cuenta de que la actividad que no nace de la escucha de la Palabra y que no
es continuamente alimentada por esta escucha se transforma fácilmente en
agitación, en estrés; y termina por absorber todas las energías y todo el
interés hasta hacer perder de vista el objetivo, el sentido de todo lo que se
hace en la vida.
Pensemos en
cuántos cristianos que tienen éxito en su profesión, apenas se despiertan
comienzan a agitarse con una agenda apretadísima de compromisos, corren todo el
día y llegan a la noche exhaustos, sin haber tenido un minuto de tiempo para
reflexionar, para preguntarse si lo que están haciendo está en sintonía o no
con el plan del Señor para sus vidas.
En la reacción de
Marta, captamos el resultado de este hacer que no está precedido por la escucha
de la palabra.
El evangelista dice
que Marta «andaba muy afanada»;
se emplea el verbo griego περισπάω (perispáo), que significa que Marta
estaba distraída por todos lados, ‘zarandeada de un lado a otro por los
muchos servicios’; ‘estar absorbida por la tarea’, ‘arrastrada
en varias direcciones’.
Cuando
uno está zarandeado
por
la tarea no piensa con claridad.
¿Qué
es lo que hace Marta? El verbo griego usado lo expresa muy bien: ἐφίστημι (efístemi);
es decir, ‘se pudo encima’, ‘se puso delante’ para manifestar la
intensidad de su enojo. Estaba muy furiosa.
¿Por
qué Marta está furiosa? Porque ella no ha escuchado la Palabra y está
totalmente absorbida por el quehacer, está totalmente estresada ya que no
tiene ni tiempo ni para respirar. Por eso no está serena, no está satisfecha,
no disfruta de la presencia de Jesús ni de la presencia de sus hermanos.
El
problema de un trabajo no guiado
por
la escucha de la Palabra.
En su reacción
captamos el signo de un trabajo mal planteado, no guiado por la escucha. El
resultado de esta no escucha de la Palabra es la rabia, la disputa, la
inquietud. Marta se enfada con todos, incluso con el huésped, que no tiene nada
que ver.
Marta
es llamada
a
convertirse en discípula
«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas
cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le
será quitada».
Jesús
repite el nombre de Marta unas dos veces. ¿Por qué repite el nombre? Es la
forma que en la Biblia se presenta la vocación de una persona. Pasa con Abrahán,
Jacob, Moisés, Samuel, Saulo, Simón (cfr. Ex 3, 4; Hch 9, 4; Hch 22, 7, Lc 22,
31; Gn 22, 11; Gn 46, 2; 1 Sm 3, 10).
Jesús
repite su nombre dos veces porque le presenta a Marta su propia vocación; Marta
es llamada aquí a convertirse en discípula.
Los
síntomas que sufre Marta.
1.-
Estar inquieta
Marta es buena, se
esfuerza, pero todavía no es discípula. Para ser discípula debe entender que
debe poner en primer lugar, antes del trabajo, la escucha de la palabra del
maestro que debe guiar luego toda su actividad.
La consecuencia de
no escuchar esta palabra es que Marta se afana y se agita. El evangelista Lucas
emplea el verbo griego μεριμνάω (merimnáo) que se traduce por ‘preocuparse’,
‘afanarse’ que describe la división que ocurre en el corazón del hombre
cuando se siente atraído entre dos objetivos, entre elecciones opuestas.
La raíz de la
palabra μερίς (merís), significa "parte" o "porción"
y μερίζω (merízō), significa "dividir" o "repartir".
Con ello se indica con el verbo griego μεριμνάω que Marta está sufriendo esa
sensación de que el pensamiento o el corazón están siendo "divididos"
o "tirados en diferentes partes" por las preocupaciones. Es como si
la mente de Marta estuviera siendo "tirada en diferentes direcciones"
por diversas preocupaciones. La mujer estaba sufriendo bastante.
Los
síntomas que sufre Marta.
2.-
Estar preocupada
Marta es
zarandeada de un lado a otro y luego se agita. El verbo griego empleado es θορυβέω
(thorubéo) que es tanto como decir que ‘Marta estaba alborotada,
montando una gran confusión’ y eso le impide disfrutar de las cosas
hermosas que está haciendo; no tiene tiempo para saborear la vida y el
encuentro festivo con los hermanos. Cuando uno descuida la esencial se termina
deshumanizando.
También se refiere
tanto a una agitación física o externa (como una multitud ruidosa) como a una
agitación interna o emocional (un estado de turbación, inquietud o ansiedad).
θορυβέω se refiere
a un estado de estrés, desasosiego y falta de serenidad debido a las múltiples
preocupaciones o tareas que estaba sufriendo Marta. Es la consecuencia de la
agitación mental que produce el μεριμνάω.
La
Parte Buena.
«Solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».
El texto griego
recoge lo siguiente: «γὰρ τὴν ἀγαθὴν μερίδα ἐξελέξατο» que significa «pues
(María) ha escogido la parte buena» o «porque (ella) ha escogido la
parte buena». No es «la parte mejor»,
sino «la parte buena» (τὴν ἀγαθὴν).
La
Parte Buena.
Estar
siempre con el Señor.
¿Cuál es «la
parte buena» elegida por María? La parte buena hace referencia a la herencia;
es la herencia de la que nos habla el salmo 16, salmo compuesto por un
sacerdote de la tribu de Leví: «Yahvé es la parte de mi herencia y de mi
copa, tú aseguras mi suerte: me ha tocado un lote precioso, me encanta mi
heredad» (cfr. Sal 16, 5-6).
La tribu de Leví,
los levitas, cuando la tierra de Canaán fue repartida después de la conquista,
no recibieron una herencia territorial específica, sino sólo la ciudad donde
podían residir. Lo que ellos habían heredado y lo que luego dejarían en
herencia era el servicio en el santuario. Ésta es la magnifica herencia, estar
siempre con el Señor (cfr. Nm 18, 20-24; Dt 10, 8-9; Jos 13, 14; Jos 13, 33).
La verdadera riqueza y posesión de la tribu de Leví (cfr. Gn 29, 34; Ex 32,
26-29; Nm 3, 5-10; Dt 18, 1-2) era su relación íntima y su servicio al Señor.
María
‘miembro adoptivo’
de
la tribu de Leví.
Ésta es la
herencia que ha elegido María, la misma que tenía la tribu de Leví. María «sentada junto a los pies del Señor escuchando su palabra»
vive toda su vida en sintonía con el Maestro.
El gran problema
del hombre de hoy es precisamente el descuido de ‘esta parte buena’, de lo que
es necesario, de lo que es esencial. Hay sacerdotes, catequistas, cristianos
comprometidos en tantos servicios, en la caridad, en la catequesis, pero cuyo
trabajo no está precedido por la escucha del Evangelio. Entonces todo ese
trabajo se transforma en una afanosa búsqueda del resultado y a menudo se
convierte también en motivo de celos, disputas, búsqueda de visibilidad; o aún
peor, en ideología. Recordemos que la fe es un encuentro con Jesucristo.
La
Parte Buena
guía
en todas las decisiones.
Jesús no dice que
María no deba trabajar, pero ‘la parte buena’, indispensable que ella ha
elegido, es la escucha de la palabra que luego guía todas las decisiones. Ante
estas palabras de Jesús ya nadie responde.
María
guarda silencio
durante
todo el relato.
Lucas quiere
precisamente llamar la atención sobre el silencio. María, durante todo el
relato está en silencio. Ella no dice una palabra, no se defiende, no explica
su propia elección; María simplemente calla.
Y todo lleva a
suponer que su silencio, que es el signo de meditación, de interiorización de
la palabra que ha escuchado, este silencio se prolongó también después. No
basta con escuchar el Evangelio, la palabra del Maestro, sino que ésta debe ser
meditada, asimilada, y esto solo puede ocurrir en el silencio. Ahora necesita
sentarse a los pies de Jesús para escucharlo, para recuperar la calma, la
serenidad interior, la paz.
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