sábado, 26 de julio de 2025

Homilía del Domingo XVII del Tiempo Ordinario, ciclo c Lc 11, 1-13; ' PADRE NUESTRO'

 

Domingo XVII del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lc 11, 1-13 

 


         En tiempos de Jesús, como también hoy, el judío piadoso, al despertarse, toma el tallit (טַלִּית), el chal de oración, se lo pone sobre los hombros y se dirige a su Dios. Es la shahait (שַחֲרִית) es la oración judía que se realiza al amanecer; en el Shahar (שַׁחַר) significa amanecer o luz matutina; por eso está relacionado con la palabra shahait (שַחֲרִית), la oración de la mañana.

         Elevar la mirada al cielo, entrar en diálogo con Dios es el gesto más noble que el hombre puede realizar. Este es el modo de enriquecernos humana y espiritualmente. El Señor nos previene de un serio peligro: si estamos inmersos en un activismo frenético y con la agenda repleta de compromisos y nos sentimos obligados a recortar, empezaremos a recortar de aquello que sintamos menos necesidad, es decir de la oración. Por eso la oración está hoy en crisis y el hombre está bastante desorientado.

 

Cada día surgen nuevas conversaciones

         Orar no significa repetir fórmulas. Santa Teresa de Jesús, en su obra ‘El libro de la vida’ (capítulo 8, punto 5) nos regala una definición célebre y concisa de lo que es orar: «No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama». San Juan Damasceno, Doctor de la Iglesia Oriental del siglo VIII define la oración como «la elevación de la mente a Dios o la petición de bienes convenientes a Dios». (cfr. De fide ortodoxa (Sobre la fe ortodoxa), en el Libro III, Capítulo 24).

         Sin embargo, para muchos la oración es un conjunto de repetición de fórmulas. Es cierto que hay oraciones que son repeticiones de fórmulas y que son necesarias; pero como cada día tiene sus quehaceres, problemas y alegrías también surgen nuevos temas de conversación que mantenemos con el Señor.  Jesús ya había advertido de este peligro de limitar los encuentros con Dios con la mera repetición cuando dijo: «Cuando oréis, no multipliquéis las palabras como hacen los paganos» (cfr. Mt 6, 7).

El pasaje evangélico de hoy nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre este tema, para entender qué significa orar, y comienza precisamente presentándonos a Jesús en oración.

 

Jesús responde a una petición de sus discípulos.

«Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».

El evangelista Lucas, en siete ocasiones, presenta a Jesús en oración (cfr. Lc 3, 21; Lc 5, 16; Lc 6, 12; Lc 9, 18; Lc 9, 28-29; Lc 11, 1; Lc 22, 41-44). Sólo el evangelista Lucas apunta que enseñó el Padre Nuestro a petición de los discípulos después de que lo hubieran visto orar.

 

¿Qué los impulsó a hacerle a Jesús esta petición?

«Señor, enséñanos a orar». Debieron haber notado algo hermoso que ocurría en Jesús cuando oraba. Durante su vida pública, Jesús experimentó a menudo la decepción; se sorprendió por la incredulidad de sus paisanos de Nazaret y también de sus propios familiares; a veces se indignaba por la hipocresía de aquellos que, para poder condenarlo, le tendían continuas trampas, y a menudo estaba inquieto por la dureza de corazón de sus propios discípulos (cfr. Mc 6, 51-52; Mc 8, 17-18; Mc 16, 14; Lc 24, 25).

 

En la oración Jesús descubría cómo comportarse.

¿Cómo vivía Jesús estos momentos? Siempre mantuvo la serenidad, la paz interior. En estos momentos, los discípulos veían a Jesús retirarse a orar. En el diálogo con el Padre, Jesús descubría cómo comportarse de manera nueva con estas personas que le eran hostiles, con los discípulos que eran duros de cabeza y a quienes él amaba y quería llevar a la verdad.

Terminada la oración, los discípulos veían a Jesús como envuelto en una espléndida luz, la misma luz que brillaba en el rostro de Moisés cuando descendía del monte después de haber dialogado con el Señor (cfr. Ex 34, 29-35).

 

Conexión entre la oración y el amor en el trato.

Los discípulos veían en Jesús a una persona hermosa, amable, disponible para todos, uno que no temía los conflictos, pero siempre leal. Debieron haber hecho la conexión con el hecho de que Jesús era un hombre de oración; uno que tomaba todas sus decisiones después de haber dialogado con el Padre, y comenzaron a desear aprender a orar como él para volverse hermosos como él. Y le dijeron que el Bautista ha enseñado una oración a sus discípulos. Los rabinos solían sintetizar en una oración su espiritualidad y los valores que querían inculcar en sus discípulos. Y también el Bautista había enseñado una oración. Por eso los apóstoles pidieron a Jesús que les enseñara una oración que los identificara como sus discípulos.

 

Observación sobre el Padre Nuestro.

El Padre Nuestro es la síntesis en forma de oración de todos los temas fundamentales del mensaje cristiano. En el Padre Nuestro se tocan todos los temas de nuestra fe y de nuestra vida moral. San Agustín decía: "Si repasas todas las Sagradas Escrituras, no encuentras nada que no esté contenido en el Padre Nuestro" (cfr. Carta 130; Esta carta fue escrita alrededor del año 412 d.C. a una viuda romana llamada Proba, quien le había pedido consejo sobre cómo debía orar. En esta carta, Agustín desglosa la Oración del Señor (el Padre Nuestro) y explica cómo cada una de sus peticiones encapsula todas las alabanzas y súplicas que un cristiano puede y debe hacer).

 

¿Qué es el Padre Nuestro?

Es un espejo

¿Qué es entonces el Padre Nuestro si no es una fórmula como todas las demás? En las comunidades cristianas primitivas se recitaba tres veces porque era como un espejo ante el cual cada discípulo está llamado a hacer un chequeo para verificar su propia identidad de creyente en Jesús. El Padre Nuestro nos dice cómo debe ser, cómo debe pensar, cómo debe vivir quien recita esa oración. Es el espejo en el que estamos llamados a contemplar también la belleza de nuestro rostro, si corresponde a esa oración, pero también a notar los límites, los defectos. Es un espejo en el que podemos verificar si estamos en orden, si todo está bien en nuestra vida de bautizados, es decir, si correspondemos a la imagen del verdadero cristiano que se nos presenta en esta oración que estamos llamados a recitar tres veces al día. En la Iglesia primitiva, los discípulos se ponían frente a este espejo.

 


 

Sintetizaron en forma de oración toda su fe.

Los biblistas concuerdan en afirmar que el Padre Nuestro no fue pronunciado por Jesús. Se trata de una composición hecha por la comunidad cristiana que quiso sintetizar en forma de oración toda su fe. Esto se hizo muy pronto, ya en los primeros años de vida de la Iglesia. Con emoción, por lo tanto, nos acercamos a este texto porque nos pone frente al espejo con el cual no solo nosotros, sino desde siempre todas nuestras hermanas y hermanos de fe han hecho el chequeo ante Dios de su identidad de cristianos y también de su fidelidad al Evangelio.

En la Iglesia primitiva, el Padre Nuestro ‘era entregado’ a los catecúmenos al término de la catequesis preparatoria al bautismo. Les era entregado como compendio de todo lo que habían aprendido sobre Dios y sobre la vida que debían llevar luego como bautizados.

 

Nos indica el interlocutor de nuestras oraciones.

«Él les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre».

Jesús nos indica el interlocutor de nuestras oraciones y nos dice a quién debemos dirigirnos, seguros de ser escuchados: el Padre. Es importante verificar quién es nuestro interlocutor, porque si nos equivocamos, corremos el riesgo de dirigirnos a un Dios que no existe.

El ateo no puede orar porque no tiene un interlocutor y no puede orar. Tampoco quien cree en un absoluto del cual forma parte, como ocurre en el panteísmo o en ciertas formas religiosas orientales que no creen en un Dios personal.

El Padre Nuestro nos enseña que la oración del cristiano se dirige al Padre y solo a Él con la confianza de quien se siente hijo amado. Probemos entonces a ponernos frente al espejo del Padre Nuestro y verifiquemos si realmente el Dios en el que creemos es aquel a quien en la oración Jesús llamaba siempre Abbá, Padre, אַבָּא.

Cuando habla de Dios, Jesús lo llama siempre Padre. En los Evangelios encontramos 184 veces este apelativo en su boca. Es más, solo él llama a Dios así. Hay solo una excepción; es Felipe quien, durante la Última Cena, se dirige a Jesús y le dice: «Muéstranos al Padre y nos basta». (cfr. Jn 14, 8).

 

Hace salir su sol sobre malos y buenos.

La imagen de Dios Padre evoca el ambiente afectuoso de la vida familiar, no el del soberano sentado en su trono, el faraón, ante quien se tiembla y se vive con sumisión. La palabra Padre nos hace sentir a Dios cercano, involucrado en nuestras alegrías, en nuestros dolores, que nos acompaña en cada momento de la vida, cuando las cosas van bien, cuando derramamos lágrimas.

El Dios al que Jesús quiere que nos dirijamos es Padre. Padre bueno y solo bueno, no se enoja, no castiga, no se la hace pagar a quienes eligen la infeliz opción de no escucharlo (cfr. Mt 5, 45).

 

Tatuados en el alma la imagen de Dios.

Orando a Dios Padre, tomamos conciencia de ser sus hijos hechos a su imagen y semejanza, hijos buenos y menos buenos, porque la semejanza con su rostro puede estar también muy desfigurada, pero la imagen de Dios Padre nunca podrá ser cancelada; Permaneceremos siempre sus hijos.

Cuando nos dirigimos a Dios llamándolo Padre, nos recordamos a nosotros mismos que somos y debemos vivir como hermanos.

 

Peticiones que nos invita Jesús a hacer al Padre

1.- Santificado sea tu nombre, venga tu Reino

La primera petición: «Santificado sea tu nombre, venga tu reino». El nombre es importante también para nosotros. Basta pensar en lo que sentimos cuando estamos en medio de una multitud y escuchamos que alguien nos llama por nuestro nombre; nos sentimos sacados del anonimato. "Soy yo, precisamente yo, a quien le intereso a alguien", no soy un número, soy una persona.

Para los semitas, el nombre era aún más importante porque identificaba a la persona misma. Si alguien iba a un mago u otra persona (cfr. Gn 27, 27-29; Gn 47, 7-10; Gn 48, 8-20; Dt 33, 1-29; 2 Sm 6, 18; 1 Re 8, 14-15, 55-61) porque quería bendecir o maldecir a una persona, el mago le preguntaba cómo se llamaba, porque luego él actuaba sobre ese nombre (cfr. Nm capítulos 22 al 24). Entonces, "santificado sea tu nombre" significa que debe ser santificada tu persona. Debe mostrarse que tu persona, oh Dios, es santa.

 

¿Y qué se entiende por santo?

Kadesh (קָדֵשׁ) en hebreo significa "santo" o "apartado, separado, diferente”. Cuando decimos "santuario" que en griego se dice τέμενος (témenos); palabra que procede del verbo griego τέμνω (témnō), que significa "cortar", "dividir" o "separar". La idea es que un τέμενος (‘santuario’) es un espacio "cortado" o "separado" del resto del terreno para un propósito sagrado o divino.

 

Cuando en el Templo de Jerusalén se usaban los vasos para las liturgias, eran vasos santos que no podían ser empleados para usos profanos. Recordamos la profanación que había hecho el rey Baltasar de Babilonia cuando, una noche, borracho, en medio de todas sus esposas concubinas, hizo traer los vasos santos que su padre Nabucodonosor había llevado del templo de Jerusalén. Fue una terrible profanación la de vasos santos que no podían ser empleados para usos profanos (cfr. Dn 5, 1-4).

 

Su santidad es amar

Le decimos al Padre: "Muestra que tú, tu nombre, eres santo, eres separado, muéstrate que eres diferente de todos los otros dioses que los hombres se han inventado".

¿Y cuál es esta santidad de Dios que lo hace único? Es su maravillosa identidad de Dios que es amor y solo amor; esa es su identidad. Ningún otro Dios es como Él.

El Dios que Jesús nos muestra en las enseñanzas es un Dios que es amor; no es justiciero que castiga. Dios no razona ni actúa como los ídolos que nos hemos creado y que piensan como nosotros.

 

Parafraseando la primera petición…

Podríamos parafrasear así la primera petición que hacemos al Padre: "Haz que, a través de nosotros, tus hijos, todos vean resplandecer tu rostro santo de Dios amor y solo amor, porque, como tú, también nosotros, que hemos recibido tu misma vida, tu mismo espíritu, mostremos ser capaces de amar incondicionalmente, como tú haces, incluso a aquellos que nos hacen daño."

 

Peticiones que nos invita Jesús a hacer al Padre

2.- Venga tu Reino

«Venga tu reino». ¿A qué reino queremos pertenecer? Porque hay un reino antiguo, el que se caracteriza por la competición, por la voluntad de imponerse, de avasallar, de dominar, de esclavizar al más débil. Y en este mundo antiguo de la competición solo pueden existir guerras, opresiones, violencias, explotación de los más débiles.

 

Pertenecemos al Reino

de los corderos que entregan la vida.

Jesús vino para dar comienzo a un mundo nuevo, a su reino, que no es diferente, es lo opuesto al reino antiguo. Es el mundo al que dio comienzo Jesús, en el que es grande no quien domina, sino quien sirve. Y entonces el espejo del Padre Nuestro nos pone frente a la elección que ya hemos hecho y que el Padre Nuestro nos recuerda que pertenecemos al reino de los corderos que entregan la vida; no al reino de los lobos, que es el mundo antiguo.

«Venga tu reino» significa: ‘danos la luz, la fuerza para ser constructores de este mundo nuevo’.

 

Peticiones que nos invita Jesús a hacer al Padre

3.- Danos cada día nuestro pan cotidiano

A continuación, vienen las peticiones que se refieren a la vida moral del cristiano. «Danos cada día nuestro pan cotidiano».

Para entender esta petición hay que retrotraerse a la prueba a la que Dios había sometido a su pueblo en el desierto. Había dado el maná y había establecido que cada uno pudiera recoger solo la cantidad necesaria para un día (cfr. Ex 16, 4-5).

 


Dios quiere educar a su pueblo.

Dios pretendía que su pueblo aprendiera a controlar la codicia, la avaricia, el impulso que lleva a acumular, a acaparar más de lo necesario. Quería educar a su pueblo a contentarse con lo necesario para la vida de un día (cfr. Ex 16, 19-20).

Al pedir el pan de cada día, nos recordamos a nosotros mismos que los bienes de este mundo no son nuestros, son un don de Dios; le pertenecen a él. Nos lo recuerda el Salmo 24: «Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el mundo y todos sus habitantes» (cfr. Sal 24, 1).

Nosotros no somos dueños, somos huéspedes comensales en un banquete al que hemos sido invitados. El Padre Nuestro nos hace cuestionar nuestros criterios sobre el uso de los bienes de este mundo.

No podemos pedir a Dios el pan de cada día si acumulamos para nosotros mismos y así satisfacer nuestros propios caprichos; quien colabora en la construcción de una humanidad que está dividida en dos, en la que hay quienes mueren por indigencia y quienes derrochan, quienes pueden permitirse despilfarrar. Pedimos a Dios que nos dé nuestro pan.

 

El pan es don de Dios y fruto de nuestro trabajo.

El pan es un don suyo, por lo tanto, que nos es entregado, pero también es nuestro porque es fruto de nuestro trabajo. En el campo no crece el pan; crece el grano. Para que se convierta en pan se necesita el trabajo del hombre. La oración del Padre Nuestro nos recuerda la responsabilidad en la producción de lo necesario para la vida. Quien no trabaja, quien vive en la ociosidad, no puede recitar el Padre Nuestro (cfr. 2 Tes 3, 10).

 

Peticiones que nos invita Jesús a hacer al Padre

4.- Perdónanos nuestros pecados

«Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación».

 

Imagen equivocada del perdón de Dios.

¿En qué consiste el perdón de Dios? ¿Cómo nos perdona Dios? Hay una imagen aún muy difundida de su perdón. Es la que se refleja en la oración que algunos aún recitan cuando van a confesarse: "pecando, he merecido vuestros castigos". Esta expresión refleja la imagen del gran soberano que ha sido ofendido por quien ha osado desafiarlo transgrediendo sus órdenes. Y a este soberano cuando se le pide perdón, hace un acto de generosidad y perdona olvidándolo todo; pero si no se le pide perdón, entonces se ve obligado a castigar. Esta es una imagen blasfema del perdón de Dios, y quien cuenta estas cosas no santifica su nombre. Este es el Dios que se parece mucho a nosotros, es nuestro ídolo, lo queremos porque razona como nosotros.

 

         Consecuencias colaterales de esta imagen equivocada.

Si así fuera el perdón de Dios, también nosotros, que somos sus hijos, seríamos llamados a perdonar solo a aquellos que reconocen su error y nos piden perdón.

Sin embargo, debemos perdonar a todos, como hace el Padre del cielo, incluso a aquellos que no le piden perdón. El pecado hiere al hombre, no a Dios.

 

Dios indica al hombre el camino de la vida.

Dice Elihú a Job, su amigo: «Si pecas, ¿en qué perjudicas a Dios? Si multiplicas tus delitos, ¿qué daño le causas?» (cfr. Job 35, 6-7). El pecado empobrece a quien lo comete. La violencia, el adulterio, el robo, la mentira destruyen a las personas, las envilecen. Esta es la razón por la que Dios, que ama al hombre, le indica el camino de la vida y señala lo que lo deshumaniza. Y cuando el hombre peca, Dios no puede añadir más mal al que el hombre ya se ha hecho.

 

El perdón de Dios precede el arrepentimiento del pecador. El pecador se arrepiente después de que Dios lo ha perdonado, es decir, después de que Dios ha logrado hacerle entender que estaba en el camino equivocado. ¿Y cómo actúa Dios este perdón? Ante todo, con su palabra, esa palabra que es la luz que sigue indicando el camino correcto, y luego a través de sus ángeles, que son sus hijos que sienten como propio el dolor del hermano que se ha desviado y no es feliz, y se interesan por él y estudian todas las formas posibles para hacerle comprender que se está haciendo daño y que también está haciendo daño a los demás.

 

Perdonar es no darse paz hasta que

se ha logrado recuperar al hermano.

Perdonar es esforzarse y no darse paz hasta que se ha logrado recuperar al hermano. El pecador no es perdonado porque se arrepiente, sino que se arrepiente después de que Dios ha logrado perdonarlo. Y entonces no hay necesidad de pedir perdón a Dios.

Nunca Jesús en el Evangelio dice que debemos pedir perdón a Dios; Debemos pedir perdón al hermano al que hemos hecho daño (cfr. Mt 5, 23-24; Lc 17, 3-4; Sant 5, 16).

 Cuando Dios logra perdonarnos, nos arrepentimos, nos damos cuenta de que nos hemos desviado y estamos invitados a celebrar, porque en el cielo se celebra, no hay que hacer penitencias. La carta de Santiago, la última frase del capítulo 5, dice: «Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro lo convierte, sepa que el que convierte a un pecador de su extravío, se salvará de la muerte y obtendrá el perdón de muchos pecados» (cfr. Sant 5, 19-20). La oración del Padre Nuestro nos mantiene en este clima de atención al hermano.

 

Peticiones que nos invita Jesús a hacer al Padre

5.- No nos dejes caer en tentación

«Y no nos dejes caer en tentación». Antes decíamos «Καὶ μὴ εἰσενέγκῃς ἡμᾶς εἰς πειρασμόν»; es decir, «y no nos introduzcas en la prueba/tentación». Esta traducción era incorrecta porque Dios no nos induce en las tentaciones.

 

No nos metas dentro de la prueba.

La actual «y no nos dejes caer en tentación», digámoslo claro, no es buena. Más bien, sería más correcto decir "en la tentación no nos abandones", pero aún así, no es correcto.

No es que pidamos a Dios que no nos abandone a la tentación como si él quisiera abandonarnos y nosotros le pidamos que no lo haga. De todos modos, estas traducciones tampoco reflejan el texto original griego. En el texto griego encontramos un verbo: "εἰσενέγκῃς" (eisenénkes), que en griego tiene un único significado: "no nos metas dentro", así que no es "no nos abandones"; es «no nos metas/no nos introductas dentro de la prueba».

 

El segundo término es "tentación", en griego πειρασμόν (peirasmón). "No me metas dentro en la tentación." Πειρασμόν puede significar tentación, pero también puede significar prueba. Esta es la traducción correcta. Le pedimos al Señor que no nos meta dentro en la prueba.

 

Dios guía nuestra vida entre muchas pruebas.

Dios guía nuestra vida y en esta vida debemos atravesar muchas situaciones, debemos afrontar muchas pruebas de las cuales podemos salir madurados o derrotados, y hay ciertas pruebas que nos asustan. Las pruebas no son solo las enfermedades, las desgracias, sino también el éxito, los golpes de suerte. Todos conocemos personas que han perdido la cabeza o familias que se han desmoronado cuando les ha llegado una riqueza inesperada; No vivieron bien esa prueba.

Entre las muchas pruebas inevitables que encontramos en el camino de la vida, hay algunas que nos asustan porque nos sentimos débiles, frágiles. Cuando pensamos, por ejemplo, las que más nos asustan son las del dolor. Cuando vamos a un hospital, vemos ciertos sufrimientos, le decimos al Señor: "No me hagas pasar por esta prueba porque soy débil, quizás podría incluso perder la fe y llegar a blasfemar. Me dan miedo estas pruebas y le pido al Señor que me las ahorre".

También Jesús hizo esta petición y en el Padre Nuestro se ha puesto su pregunta al Padre: "Si es posible, que no tenga que beber este cáliz, no me metas dentro de esta prueba" (cfr. Lc 22, 42).

No es Dios quien nos envía las pruebas; son las pruebas que uno se encuentran en la vida y nosotros le pedimos al Señor que nos libre de aquellas que nos asustan.

 

Al orar se nos da la fuerza

para salir fortalecidos de la prueba.

Cuando nosotros oramos, si luego nos encontramos en estas pruebas, sabemos que precisamente a través de la oración sintonizaremos nuestros pensamientos con los de Dios y él nos dará la fuerza para salir madurados de estas pruebas. Esta invocación nos mantiene constantemente atentos a vivir a la luz del Evangelio todo lo que sucede en nuestra vida; mantiene viva en nosotros la conciencia de tener siempre un Padre que está a nuestro lado, sobre todo en los momentos difíciles cuando estamos asustados.

 

         Concluye con una parábola.

Jesús concluye su enseñanza sobre la oración con una parábola que solo es referida por el evangelista Lucas.

«Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde: “No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.

Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre.

¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?

Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».

 

Varias veces en los Evangelios, Jesús nos invita a orar, nos asegura que el Padre del Cielo escucha y concede nuestras oraciones. "Cualquier cosa que pidáis al Padre en mi nombre, él os la concederá" (cfr. Jn 16, 23; Jn 14, 13; Jn 15, 16). Y en la parábola de hoy: «pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre». Y si aún no sois escuchados, insistid hasta cansar al Padre del cielo.

 

¿Cuándo es escuchada una oración?

Nosotros pensamos que la oración es escuchada cuando logramos hacer que Dios haga lo que nosotros queremos. Sin embargo, esto no es así; la oración es escuchada cuando Dios, dándonos de su luz por medio de la oración, comenzamos a pensar como Dios, a ver el mundo, las cosas, la vida como él las ve; y para lograr sintonizar nuestros pensamientos con los suyos se necesita tiempo.

Se necesita tiempo para ponernos en sintonía con los pensamientos del Padre del Cielo. Pensemos en lo difícil que es dar sentido a ciertas situaciones dolorosas: enfermedades, injusticias, traiciones, abandonos, soledad. ¿Cómo vivir a la luz de Dios estas pruebas? Es necesario permanecer mucho tiempo en diálogo íntimo con él para asimilar sus pensamientos. ¿Y cuál es el don que él nos quiere hacer? El don que podemos recibir solo si disponemos nuestro corazón en la oración es su vida, su Espíritu. Cuando nosotros oramos, entonces el Espíritu que hemos recibido de él puede realizar y puede manifestar en nuestra vida la presencia y la vida de Jesús de Nazaret, porque es el mismo espíritu que lo animó a él. Y cuando su espíritu se realiza, significa que la oración que hemos hecho ha sido escuchada.

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