Domingo
XVII del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Lc 11, 1-13
En
tiempos de Jesús, como también hoy, el judío piadoso, al despertarse, toma el tallit
(טַלִּית), el chal de oración, se lo pone sobre los hombros y se dirige a su
Dios. Es la shahait (שַחֲרִית) es la oración judía que se realiza al
amanecer; en el Shahar (שַׁחַר) significa amanecer o luz matutina; por
eso está relacionado con la palabra shahait (שַחֲרִית), la oración de la
mañana.
Elevar
la mirada al cielo, entrar en diálogo con Dios es el gesto más noble que el
hombre puede realizar. Este es el modo de enriquecernos humana y
espiritualmente. El Señor nos previene de un serio peligro: si estamos inmersos
en un activismo frenético y con la agenda repleta de compromisos y nos sentimos
obligados a recortar, empezaremos a recortar de aquello que sintamos menos
necesidad, es decir de la oración. Por eso la oración está hoy en crisis y el
hombre está bastante desorientado.
Cada
día surgen nuevas conversaciones
Orar
no significa repetir fórmulas. Santa Teresa de Jesús, en su obra ‘El libro
de la vida’ (capítulo 8, punto 5) nos regala una definición célebre y
concisa de lo que es orar: «No es otra cosa oración mental, a mi parecer,
sino tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama».
San Juan Damasceno, Doctor de la Iglesia Oriental del siglo VIII define la
oración como «la elevación de la mente a Dios o la petición de bienes
convenientes a Dios». (cfr. De fide ortodoxa (Sobre la fe ortodoxa),
en el Libro III, Capítulo 24).
Sin
embargo, para muchos la oración es un conjunto de repetición de fórmulas. Es
cierto que hay oraciones que son repeticiones de fórmulas y que son necesarias;
pero como cada día tiene sus quehaceres, problemas y alegrías también surgen
nuevos temas de conversación que mantenemos con el Señor. Jesús ya había advertido de este peligro de
limitar los encuentros con Dios con la mera repetición cuando dijo: «Cuando
oréis, no multipliquéis las palabras como hacen los paganos» (cfr. Mt 6, 7).
El pasaje
evangélico de hoy nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre este tema,
para entender qué significa orar, y comienza precisamente presentándonos a
Jesús en oración.
Jesús
responde a una petición de sus discípulos.
«Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando
terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan
enseñó a sus discípulos».
El evangelista
Lucas, en siete ocasiones, presenta a Jesús en oración (cfr. Lc 3, 21; Lc 5, 16;
Lc 6, 12; Lc 9, 18; Lc 9, 28-29; Lc 11, 1; Lc 22, 41-44). Sólo el evangelista
Lucas apunta que enseñó el Padre Nuestro a petición de los discípulos después
de que lo hubieran visto orar.
¿Qué
los impulsó a hacerle a Jesús esta petición?
«Señor, enséñanos a orar». Debieron haber
notado algo hermoso que ocurría en Jesús cuando oraba. Durante su vida pública,
Jesús experimentó a menudo la decepción; se sorprendió por la incredulidad de
sus paisanos de Nazaret y también de sus propios familiares; a veces se
indignaba por la hipocresía de aquellos que, para poder condenarlo, le tendían
continuas trampas, y a menudo estaba inquieto por la dureza de corazón de sus
propios discípulos (cfr. Mc 6, 51-52; Mc 8, 17-18; Mc 16, 14; Lc 24, 25).
En
la oración Jesús descubría cómo comportarse.
¿Cómo vivía Jesús
estos momentos? Siempre mantuvo la serenidad, la paz interior. En estos
momentos, los discípulos veían a Jesús retirarse a orar. En el diálogo con el
Padre, Jesús descubría cómo comportarse de manera nueva con estas personas que
le eran hostiles, con los discípulos que eran duros de cabeza y a quienes él
amaba y quería llevar a la verdad.
Terminada la
oración, los discípulos veían a Jesús como envuelto en una espléndida luz, la
misma luz que brillaba en el rostro de Moisés cuando descendía del monte
después de haber dialogado con el Señor (cfr. Ex 34, 29-35).
Conexión
entre la oración y el amor en el trato.
Los discípulos
veían en Jesús a una persona hermosa, amable, disponible para todos, uno que no
temía los conflictos, pero siempre leal. Debieron haber hecho la conexión con
el hecho de que Jesús era un hombre de oración; uno que tomaba todas sus
decisiones después de haber dialogado con el Padre, y comenzaron a desear
aprender a orar como él para volverse hermosos como él. Y le dijeron que el
Bautista ha enseñado una oración a sus discípulos. Los rabinos solían
sintetizar en una oración su espiritualidad y los valores que querían inculcar
en sus discípulos. Y también el Bautista había enseñado una oración. Por eso
los apóstoles pidieron a Jesús que les enseñara una oración que los
identificara como sus discípulos.
Observación
sobre el Padre Nuestro.
El Padre Nuestro
es la síntesis en forma de oración de todos los temas fundamentales del mensaje
cristiano. En el Padre Nuestro se tocan todos los temas de nuestra fe y de
nuestra vida moral. San Agustín decía: "Si repasas todas las Sagradas
Escrituras, no encuentras nada que no esté contenido en el Padre Nuestro"
(cfr. Carta 130; Esta carta fue escrita alrededor del año 412 d.C. a una viuda
romana llamada Proba, quien le había pedido consejo sobre cómo debía orar. En
esta carta, Agustín desglosa la Oración del Señor (el Padre Nuestro) y explica
cómo cada una de sus peticiones encapsula todas las alabanzas y súplicas que un
cristiano puede y debe hacer).
¿Qué
es el Padre Nuestro?
Es
un espejo
¿Qué es entonces
el Padre Nuestro si no es una fórmula como todas las demás? En las comunidades cristianas
primitivas se recitaba tres veces porque era como un espejo ante el cual
cada discípulo está llamado a hacer un chequeo para verificar su propia
identidad de creyente en Jesús. El Padre Nuestro nos dice cómo debe ser,
cómo debe pensar, cómo debe vivir quien recita esa oración. Es el espejo en el
que estamos llamados a contemplar también la belleza de nuestro rostro, si
corresponde a esa oración, pero también a notar los límites, los defectos. Es
un espejo en el que podemos verificar si estamos en orden, si todo está bien en
nuestra vida de bautizados, es decir, si correspondemos a la imagen del
verdadero cristiano que se nos presenta en esta oración que estamos llamados a
recitar tres veces al día. En la Iglesia primitiva, los discípulos se ponían
frente a este espejo.
Sintetizaron
en forma de oración toda su fe.
Los biblistas
concuerdan en afirmar que el Padre Nuestro no fue pronunciado por Jesús. Se
trata de una composición hecha por la comunidad cristiana que quiso sintetizar
en forma de oración toda su fe. Esto se hizo muy pronto, ya en los primeros
años de vida de la Iglesia. Con emoción, por lo tanto, nos acercamos a este
texto porque nos pone frente al espejo con el cual no solo nosotros, sino desde
siempre todas nuestras hermanas y hermanos de fe han hecho el chequeo ante Dios
de su identidad de cristianos y también de su fidelidad al Evangelio.
En la Iglesia
primitiva, el Padre Nuestro ‘era entregado’ a los catecúmenos al término de la
catequesis preparatoria al bautismo. Les era entregado como compendio de
todo lo que habían aprendido sobre Dios y sobre la vida que debían llevar luego
como bautizados.
Nos
indica el interlocutor de nuestras oraciones.
«Él
les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre».
Jesús nos indica
el interlocutor de nuestras oraciones y nos dice a quién debemos
dirigirnos, seguros de ser escuchados: el Padre. Es importante verificar
quién es nuestro interlocutor, porque si nos equivocamos, corremos el riesgo de
dirigirnos a un Dios que no existe.
El ateo no puede
orar porque no tiene un interlocutor y no puede orar. Tampoco quien cree en un
absoluto del cual forma parte, como ocurre en el panteísmo o en ciertas formas
religiosas orientales que no creen en un Dios personal.
El Padre Nuestro
nos enseña que la oración del cristiano se dirige al Padre y solo a Él con la
confianza de quien se siente hijo amado. Probemos entonces a ponernos frente al
espejo del Padre Nuestro y verifiquemos si realmente el Dios en el que creemos es
aquel a quien en la oración Jesús llamaba siempre Abbá, Padre, אַבָּא.
Cuando habla de
Dios, Jesús lo llama siempre Padre. En los Evangelios encontramos 184 veces
este apelativo en su boca. Es más, solo él llama a Dios así. Hay solo una
excepción; es Felipe quien, durante la Última Cena, se dirige a Jesús y le
dice: «Muéstranos al Padre y nos basta». (cfr. Jn 14, 8).
Hace
salir su sol sobre malos y buenos.
La imagen de Dios
Padre evoca el ambiente afectuoso de la vida familiar, no el del soberano
sentado en su trono, el faraón, ante quien se tiembla y se vive con sumisión.
La palabra Padre nos hace sentir a Dios cercano, involucrado en nuestras
alegrías, en nuestros dolores, que nos acompaña en cada momento de la vida,
cuando las cosas van bien, cuando derramamos lágrimas.
El Dios al que
Jesús quiere que nos dirijamos es Padre. Padre bueno y solo bueno, no se enoja,
no castiga, no se la hace pagar a quienes eligen la infeliz opción de no
escucharlo (cfr. Mt 5, 45).
Tatuados
en el alma la imagen de Dios.
Orando a Dios
Padre, tomamos conciencia de ser sus hijos hechos a su imagen y semejanza,
hijos buenos y menos buenos, porque la semejanza con su rostro puede estar
también muy desfigurada, pero la imagen de Dios Padre nunca podrá ser cancelada;
Permaneceremos siempre sus hijos.
Cuando nos
dirigimos a Dios llamándolo Padre, nos recordamos a nosotros mismos que somos y
debemos vivir como hermanos.
Peticiones
que nos invita Jesús a hacer al Padre
1.-
Santificado sea tu nombre, venga tu Reino
La primera
petición: «Santificado sea tu nombre, venga
tu reino». El nombre es importante también para nosotros. Basta
pensar en lo que sentimos cuando estamos en medio de una multitud y escuchamos
que alguien nos llama por nuestro nombre; nos sentimos sacados del anonimato.
"Soy yo, precisamente yo, a quien le intereso a alguien", no
soy un número, soy una persona.
Para los semitas,
el nombre era aún más importante porque identificaba a la persona misma. Si
alguien iba a un mago u otra persona (cfr. Gn 27, 27-29; Gn 47, 7-10; Gn 48, 8-20;
Dt 33, 1-29; 2 Sm 6, 18; 1 Re 8, 14-15, 55-61) porque quería bendecir o
maldecir a una persona, el mago le preguntaba cómo se llamaba, porque luego él
actuaba sobre ese nombre (cfr. Nm capítulos 22 al 24). Entonces, "santificado sea tu nombre" significa
que debe ser santificada tu persona. Debe mostrarse que tu persona, oh Dios, es
santa.
¿Y qué se entiende por santo?
Kadesh (קָדֵשׁ) en
hebreo significa "santo" o "apartado, separado,
diferente”. Cuando decimos "santuario" que en griego se
dice τέμενος (témenos); palabra que procede del verbo griego τέμνω (témnō),
que significa "cortar", "dividir" o "separar".
La idea es que un τέμενος (‘santuario’) es un espacio "cortado"
o "separado" del resto del terreno para un propósito sagrado o
divino.
Cuando en el Templo
de Jerusalén se usaban los vasos para las liturgias, eran vasos santos que no
podían ser empleados para usos profanos. Recordamos la profanación que había
hecho el rey Baltasar de Babilonia cuando, una noche, borracho, en medio de
todas sus esposas concubinas, hizo traer los vasos santos que su padre
Nabucodonosor había llevado del templo de Jerusalén. Fue una terrible
profanación la de vasos santos que no podían ser empleados para usos profanos
(cfr. Dn 5, 1-4).
Su
santidad es amar
Le decimos al
Padre: "Muestra que tú, tu nombre, eres santo, eres separado, muéstrate
que eres diferente de todos los otros dioses que los hombres se han inventado".
¿Y cuál es esta
santidad de Dios que lo hace único? Es su maravillosa identidad de Dios que
es amor y solo amor; esa es su identidad. Ningún otro Dios es como Él.
El Dios que Jesús
nos muestra en las enseñanzas es un Dios que es amor; no es justiciero que
castiga. Dios no razona ni actúa como los ídolos que nos hemos creado y que
piensan como nosotros.
Parafraseando
la primera petición…
Podríamos
parafrasear así la primera petición que hacemos al Padre: "Haz que, a
través de nosotros, tus hijos, todos vean resplandecer tu rostro santo de Dios
amor y solo amor, porque, como tú, también nosotros, que hemos recibido tu
misma vida, tu mismo espíritu, mostremos ser capaces de amar
incondicionalmente, como tú haces, incluso a aquellos que nos hacen daño."
Peticiones
que nos invita Jesús a hacer al Padre
2.-
Venga tu Reino
«Venga tu reino». ¿A qué reino
queremos pertenecer? Porque hay un reino antiguo, el que se caracteriza por la
competición, por la voluntad de imponerse, de avasallar, de dominar, de
esclavizar al más débil. Y en este mundo antiguo de la competición solo pueden
existir guerras, opresiones, violencias, explotación de los más débiles.
Pertenecemos
al Reino
de
los corderos que entregan la vida.
Jesús vino para
dar comienzo a un mundo nuevo, a su reino, que no es diferente, es lo opuesto
al reino antiguo. Es el mundo al que dio comienzo Jesús, en el que es grande no
quien domina, sino quien sirve. Y entonces el espejo del Padre Nuestro nos
pone frente a la elección que ya hemos hecho y que el Padre Nuestro nos
recuerda que pertenecemos al reino de los corderos que entregan la vida; no al
reino de los lobos, que es el mundo antiguo.
«Venga tu reino» significa: ‘danos la
luz, la fuerza para ser constructores de este mundo nuevo’.
Peticiones
que nos invita Jesús a hacer al Padre
3.-
Danos cada día nuestro pan cotidiano
A continuación, vienen
las peticiones que se refieren a la vida moral del cristiano. «Danos cada día nuestro pan cotidiano».
Para entender esta
petición hay que retrotraerse a la prueba a la que Dios había sometido a su
pueblo en el desierto. Había dado el maná y había establecido que cada uno
pudiera recoger solo la cantidad necesaria para un día (cfr. Ex 16, 4-5).
Dios
quiere educar a su pueblo.
Dios pretendía que
su pueblo aprendiera a controlar la codicia, la avaricia, el impulso que lleva
a acumular, a acaparar más de lo necesario. Quería educar a su pueblo a
contentarse con lo necesario para la vida de un día (cfr. Ex 16, 19-20).
Al pedir el pan de
cada día, nos recordamos a nosotros mismos que los bienes de este mundo no son
nuestros, son un don de Dios; le pertenecen a él. Nos lo recuerda el Salmo 24: «Del
Señor es la tierra y cuanto la llena, el mundo y todos sus habitantes»
(cfr. Sal 24, 1).
Nosotros no somos
dueños, somos huéspedes comensales en un banquete al que hemos sido invitados. El
Padre Nuestro nos hace cuestionar nuestros criterios sobre el uso de los bienes
de este mundo.
No podemos pedir a
Dios el pan de cada día si acumulamos para nosotros mismos y así satisfacer nuestros
propios caprichos; quien colabora en la construcción de una humanidad que está
dividida en dos, en la que hay quienes mueren por indigencia y quienes
derrochan, quienes pueden permitirse despilfarrar. Pedimos a Dios que nos dé
nuestro pan.
El
pan es don de Dios y fruto de nuestro trabajo.
El pan es un don
suyo, por lo tanto, que nos es entregado, pero también es nuestro porque es
fruto de nuestro trabajo. En el campo no crece el pan; crece el grano. Para que
se convierta en pan se necesita el trabajo del hombre. La oración del Padre
Nuestro nos recuerda la responsabilidad en la producción de lo necesario para
la vida. Quien no trabaja, quien vive en la ociosidad, no puede recitar el
Padre Nuestro (cfr. 2 Tes 3, 10).
Peticiones
que nos invita Jesús a hacer al Padre
4.-
Perdónanos nuestros pecados
«Perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros
perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación».
Imagen
equivocada del perdón de Dios.
¿En qué consiste
el perdón de Dios? ¿Cómo nos perdona Dios? Hay una imagen aún muy difundida de
su perdón. Es la que se refleja en la oración que algunos aún recitan cuando
van a confesarse: "pecando, he merecido vuestros castigos". Esta
expresión refleja la imagen del gran soberano que ha sido ofendido por quien ha
osado desafiarlo transgrediendo sus órdenes. Y a este soberano cuando se le
pide perdón, hace un acto de generosidad y perdona olvidándolo todo; pero si no
se le pide perdón, entonces se ve obligado a castigar. Esta es una imagen
blasfema del perdón de Dios, y quien cuenta estas cosas no santifica su nombre.
Este es el Dios que se parece mucho a nosotros, es nuestro ídolo, lo queremos
porque razona como nosotros.
Consecuencias colaterales de esta
imagen equivocada.
Si así fuera el
perdón de Dios, también nosotros, que somos sus hijos, seríamos llamados a
perdonar solo a aquellos que reconocen su error y nos piden perdón.
Sin embargo,
debemos perdonar a todos, como hace el Padre del cielo, incluso a aquellos que
no le piden perdón. El pecado hiere al hombre, no a Dios.
Dios
indica al hombre el camino de la vida.
Dice Elihú a Job,
su amigo: «Si pecas, ¿en qué perjudicas a Dios? Si multiplicas tus delitos,
¿qué daño le causas?» (cfr. Job 35, 6-7). El pecado empobrece a quien lo
comete. La violencia, el adulterio, el robo, la mentira destruyen a las
personas, las envilecen. Esta es la razón por la que Dios, que ama al hombre,
le indica el camino de la vida y señala lo que lo deshumaniza. Y cuando el
hombre peca, Dios no puede añadir más mal al que el hombre ya se ha hecho.
El perdón de Dios
precede el arrepentimiento del pecador. El pecador se arrepiente después de que
Dios lo ha perdonado, es decir, después de que Dios ha logrado hacerle entender
que estaba en el camino equivocado. ¿Y cómo actúa Dios este perdón? Ante todo,
con su palabra, esa palabra que es la luz que sigue indicando el camino
correcto, y luego a través de sus ángeles, que son sus hijos que sienten como
propio el dolor del hermano que se ha desviado y no es feliz, y se interesan
por él y estudian todas las formas posibles para hacerle comprender que se está
haciendo daño y que también está haciendo daño a los demás.
Perdonar
es no darse paz hasta que
se
ha logrado recuperar al hermano.
Perdonar es
esforzarse y no darse paz hasta que se ha logrado recuperar al hermano. El
pecador no es perdonado porque se arrepiente, sino que se arrepiente después
de que Dios ha logrado perdonarlo. Y entonces no hay necesidad de pedir
perdón a Dios.
Nunca Jesús en el
Evangelio dice que debemos pedir perdón a Dios; Debemos pedir perdón al hermano
al que hemos hecho daño (cfr. Mt 5, 23-24; Lc 17, 3-4; Sant 5, 16).
Cuando Dios logra perdonarnos, nos
arrepentimos, nos damos cuenta de que nos hemos desviado y estamos invitados a
celebrar, porque en el cielo se celebra, no hay que hacer penitencias. La carta
de Santiago, la última frase del capítulo 5, dice: «Hermanos míos, si alguno
de vosotros se desvía de la verdad y otro lo convierte, sepa que el que
convierte a un pecador de su extravío, se salvará de la muerte y obtendrá el
perdón de muchos pecados» (cfr. Sant 5, 19-20). La oración del Padre
Nuestro nos mantiene en este clima de atención al hermano.
Peticiones
que nos invita Jesús a hacer al Padre
5.-
No nos dejes caer en tentación
«Y no nos dejes caer en tentación». Antes decíamos «Καὶ
μὴ εἰσενέγκῃς ἡμᾶς εἰς πειρασμόν»; es decir, «y no nos introduzcas en la
prueba/tentación». Esta traducción era incorrecta porque Dios no nos induce
en las tentaciones.
No
nos metas dentro de la prueba.
La actual «y no nos dejes caer en tentación»,
digámoslo claro, no es buena. Más bien, sería más correcto decir "en
la tentación no nos abandones", pero aún así, no es correcto.
No es que pidamos
a Dios que no nos abandone a la tentación como si él quisiera abandonarnos y
nosotros le pidamos que no lo haga. De todos modos, estas traducciones tampoco
reflejan el texto original griego. En el texto griego encontramos un verbo: "εἰσενέγκῃς"
(eisenénkes), que en griego tiene un único significado: "no nos
metas dentro", así que no es "no nos abandones"; es «no
nos metas/no nos introductas dentro de la prueba».
El segundo término
es "tentación", en griego πειρασμόν (peirasmón). "No
me metas dentro en la tentación." Πειρασμόν puede significar
tentación, pero también puede significar prueba. Esta es la traducción
correcta. Le pedimos al Señor que no nos meta dentro en la prueba.
Dios
guía nuestra vida entre muchas pruebas.
Dios guía nuestra
vida y en esta vida debemos atravesar muchas situaciones, debemos afrontar
muchas pruebas de las cuales podemos salir madurados o derrotados, y hay
ciertas pruebas que nos asustan. Las pruebas no son solo las enfermedades, las
desgracias, sino también el éxito, los golpes de suerte. Todos conocemos
personas que han perdido la cabeza o familias que se han desmoronado cuando les
ha llegado una riqueza inesperada; No vivieron bien esa prueba.
Entre las muchas
pruebas inevitables que encontramos en el camino de la vida, hay algunas que
nos asustan porque nos sentimos débiles, frágiles. Cuando pensamos, por
ejemplo, las que más nos asustan son las del dolor. Cuando vamos a un hospital,
vemos ciertos sufrimientos, le decimos al Señor: "No me hagas pasar por
esta prueba porque soy débil, quizás podría incluso perder la fe y llegar a
blasfemar. Me dan miedo estas pruebas y le pido al Señor que me las ahorre".
También Jesús hizo
esta petición y en el Padre Nuestro se ha puesto su pregunta al Padre: "Si
es posible, que no tenga que beber este cáliz, no me metas dentro de esta
prueba" (cfr. Lc 22, 42).
No es Dios quien
nos envía las pruebas; son las pruebas que uno se encuentran en la vida y
nosotros le pedimos al Señor que nos libre de aquellas que nos asustan.
Al
orar se nos da la fuerza
para
salir fortalecidos de la prueba.
Cuando nosotros
oramos, si luego nos encontramos en estas pruebas, sabemos que precisamente a
través de la oración sintonizaremos nuestros pensamientos con los de Dios y él
nos dará la fuerza para salir madurados de estas pruebas. Esta invocación
nos mantiene constantemente atentos a vivir a la luz del Evangelio todo lo que
sucede en nuestra vida; mantiene viva en nosotros la conciencia de tener
siempre un Padre que está a nuestro lado, sobre todo en los momentos difíciles
cuando estamos asustados.
Concluye con una parábola.
Jesús concluye su
enseñanza sobre la oración con una parábola que solo es referida por el
evangelista Lucas.
«Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene
durante la medianoche y le dice: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis
amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro,
aquel le responde: “No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo
estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se
levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se
levantará y le dará cuanto necesite.
Pues
yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os
abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se
le abre.
¿Qué
padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar
del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues,
que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre
del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».
Varias veces en
los Evangelios, Jesús nos invita a orar, nos asegura que el Padre del Cielo
escucha y concede nuestras oraciones. "Cualquier cosa que pidáis al
Padre en mi nombre, él os la concederá" (cfr. Jn 16, 23; Jn 14, 13; Jn
15, 16). Y en la parábola de hoy: «pedid y se
os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide
recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre». Y si
aún no sois escuchados, insistid hasta cansar al Padre del cielo.
¿Cuándo
es escuchada una oración?
Nosotros pensamos
que la oración es escuchada cuando logramos hacer que Dios haga lo que nosotros
queremos. Sin embargo, esto no es así; la oración es escuchada cuando Dios,
dándonos de su luz por medio de la oración, comenzamos a pensar como Dios, a
ver el mundo, las cosas, la vida como él las ve; y para lograr sintonizar
nuestros pensamientos con los suyos se necesita tiempo.
Se necesita tiempo
para ponernos en sintonía con los pensamientos del Padre del Cielo. Pensemos en lo
difícil que es dar sentido a ciertas situaciones dolorosas: enfermedades,
injusticias, traiciones, abandonos, soledad. ¿Cómo vivir a la luz de Dios estas
pruebas? Es necesario permanecer mucho tiempo en diálogo íntimo con él para
asimilar sus pensamientos. ¿Y cuál es el don que él nos quiere hacer? El don
que podemos recibir solo si disponemos nuestro corazón en la oración es su
vida, su Espíritu. Cuando nosotros oramos, entonces el Espíritu que hemos
recibido de él puede realizar y puede manifestar en nuestra vida la presencia y
la vida de Jesús de Nazaret, porque es el mismo espíritu que lo animó a él. Y
cuando su espíritu se realiza, significa que la oración que hemos hecho ha sido
escuchada.
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