sábado, 12 de julio de 2025

Homilía del Domingo XV del Tiempo Ordinario; Lc 10, 25-32 El buen samaritano

 Homilía del domingo XV del Tiempo Ordinario, ciclo c

Lc 10, 25-37 El buen samaritano

 

         Hoy la liturgia nos presenta la parábola del buen samaritano ambientada a lo largo del camino que conecta Jerusalén con Jericó; son unos 27 kilómetros que discurre por el desierto de Judea. Jesús conoce muy bien este camino porque lo había recurrido muchas veces desde que era pequeño. De hecho, el propio evangelista Lucas nos cuenta que cada año la Sagrada Familia que «sus padres iban cada año a Jerusalén, por la fiesta de pascua» (cfr. Lc 2, 41), por lo que esa ruta oriental (a través de Perea y el valle del Jordán, pasando por Jericó y que evitaba el territorio samaritano) era por donde anualmente transitó Jesús. Y antes de llegar a Jerusalén pasaban por el monte de los Olivos. Este camino era muy peligroso porque estaba en unas condiciones lamentables, con acantilados y precipicios. En el tiempo de Jesús tenían que transitarla en caravana porque el desierto de Judea estaba infectado de bandidos. Para la protección de los viajeros había puestos de control y uno se encontraba en una fortaleza en la cina de una montaña estratégica; había una fortaleza construida por Herodes el Grande y a esta fortaleza le había dado el nombre de su madre, Chipre. Era una nabatea.

         Más adelante en el camino, hacia la mitad, había otro puesto de guardia. Los israelitas hicieron excavaciones en este lugar y encontraron hallazgos interesantes ya que descubrieron que había cuevas habitadas en tiempos de Jesús en la tenían la terea de proteger a los viajeros de los ladrones.

 

La ciudad de Jericó en tiempos de Jesús.

         ¿Cómo era la ciudad de Jericó en tiempos de Jesús? ¿Cómo es que en la parábola nos encontramos a cuatro personajes que bajan de Jerusalén a Jericó? Jericó era una ciudad muy rica, muy importante. Era la ciudad de las palmas en la que se producía el bálsamo conocido en todo el mundo y que se elaboraba de un modo secreto siendo muy valioso.

         Era una ciudad fronteriza y por lo tanto allí estaba la aduana y aquellos que gestionaban la aduana y recaudaban los impuestos. Es más, sabemos incluso el nombre de aquel que recaudaba estos impuestos: Zaqueo. Zaqueo, como jefe, supervisaba a otros recaudadores de impuestos que trabajaban para él y se beneficiaba enormemente del sistema, ya que se les permitía quedarse con el excedente de lo que recaudaban por encima de la cuota exigida por Roma. Esto explica por qué era un hombre rico y también por qué era tan despreciado por sus compatriotas judíos, quienes los veían como colaboradores y traidores (cfr. Lc 19, 2).

         Jericó era también importante porque era la sede invernal de la gente de dinero, de la gente acomodada de Jerusalén porque el clima es más agradable. Muchos sacerdotes del Templo tenían sus villas y sus residencias invernales en Jericó.

         Jericó era una famosa ciudad en la antigüedad por la corrupción de las costumbres y mientras Jerusalén era la ciudad santa, que estaba en lo alto; Jericó estaba en la zona geográfica de la hondonada y era la ciudad de la corrupción.

 

El diálogo entre un maestro de la ley y Jesús.

Primer personaje: un maestro de la Ley

«En aquel tiempo, se levantó un maestro de la ley y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?». El respondió: «“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”». Él le dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida».

         El primer personaje que entra en escena en un doctor de la ley; una persona muy estimada en Israel porque dedica todo su tiempo al estudio de las Sagradas Escrituras. Conoce la Torá (תּוֹרָה) de memoria, la enseña al pueblo y cuando hay disputas legales se recurre a él. Se presenta ante Jesús para ponerlo a prueba. El verbo griego que se emplea es ἐκπειράζω (ekpeirázo) (v.25) que significa ‘tentar’. Este verbo griego aparece en el evangelio de Lucas sólo dos veces. La primera cuando el diablo tienta a Jesús (cfr. Lc 4, 2) porque quiere desviarlo de la voluntad del Padre y la segunda vez es por este maestro de la Ley.

Sin embargo, este verbo también significa ‘verificar’, ‘poner a prueba’ que es lo que hizo en este caso este maestro de la Ley. Se presentó ante Jesús para verificar si Jesús era una persona sabia y si conocía las Sagradas Escrituras. Puede ser que también este maestro de la Ley quisiera adquirir una cierta luz interior, una respuesta a ciertos interrogantes que le pudieran estar asaltando e inquietando. De hecho, le hace una pregunta a Jesús: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?».

No acude a Jesús para pedir éxito, ni la salud ni el bienestar. Su inquietud va mucho más allá de la vida biológica. Uno hereda la vida biológica de los padres, pero la vida eterna uno no la puede adquirir, sino que sólo la puede recibir en herencia. Y la herencia se puede ser beneficiario o no serlo.

La pregunta que le lanza es muy seria: ¿Cómo puedo disponerme para recibir el don de la vida eterna? A lo que Jesús le responde al maestro de la Ley con dos preguntas: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?». Que es como si le hubiera dicho: "Tú eres un biblista, ¿qué lees en la Torá?, con un matiz importante, porque al ser un maestro de la Ley que interpreta y enseña la Torá, lo que le está preguntando es ‘¿cómo interpretas lo que lees?’.

 

Jesús no responde inmediatamente dando la solución a la pregunta, sino que plantea otras preguntas porque quería que la verdad no fuera impuesta, sino que saliera del corazón de las personas y que la propia persona llegase por sí misma a la conclusión y quedará convencida. Lo hace así porque cuando la verdad se impone, siempre quedarán dudas. La frase “venceréis, pero no convenceréis" atribuida a Miguel de Unamuno es lo que evita Jesús; Jesús desea que uno se convenza de la verdad, buscar y seguir la verdad con diligencia y anhelo (cfr. Sal 119, 32).

 

Shemá (שְׁמַע)

El maestro de la Ley hace referencia a dos textos. El primero es del libro del Deuteronomio en el capítulo 6 donde se dice que si está dispuesto a recibir la vida eterna ha de hacer lo siguiente: «Escucha, Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (cfr. Dt 6, 4-5). Hace referencia a este texto, el Shemá, que es repetido por nuestros hermanos mayores (la frase "los judíos son nuestros hermanos mayores" fue pronunciada por el Papa San Juan Pablo II durante su histórica visita a la Gran Sinagoga de Roma el 13 de abril de 1986), los judíos, al menos dos veces al día (por la mañana y por la noche) y es una de las primeras oraciones que se les enseña a los niños. También se suele recitar en momentos de gran importancia personal o comunitaria, incluyendo la muerte.

Sabemos que el corazón en la Sagrada Escritura no es sólo la sede de los sentimientos, sino también la sede de todas las decisiones. Por lo tanto, las decisiones deben hacerse en sintonía con el pensamiento de Dios y con la voluntad de Dios durante toda la vida; todos los momentos de la vida están urgidos a ser signos del amor hacia el Señor. Una de las consecuencias que se deriva de esto es que todos los bienes y los dones recibidos de Dios deben ser puestos al servicio del proyecto de Dios.

 

Y con toda tu mente.

Este maestro de la Ley añade una adición, incorpora, agrega algo al texto del libro del Deuteronomio: «y con toda tu mente». Y eso es precisamente lo que está haciendo este maestro de la Ley, dedicar toda su mente, entregar toda su vida entera al estudio de la Palabra de Dios.

 

Lo que entendió el maestro de la Ley.

amar es vivir con lucidez

Después cita un segundo texto del libro del Levítico, tomado del capítulo 19 donde queda recogido lo siguiente: «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (cfr. Lv 19, 18). Este maestro de la Ley entendió que para disponerse a recibir la herencia eterna hay que amar, permaneciendo siempre en sintonía con la voluntad del Señor. Amar es la disposición para vivir aquí y luego para prepararse a recibir esta herencia. La respuesta de Jesús es muy hermosa: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». Lo que Jesús le está diciendo es que, si quieres vivir de un modo humano, ser realmente persona humana viviendo con lucidez, estás llamado a disponerte a recibir la vida del Eterno y uno lo recibe únicamente cuando ama. Si no amas, no vives como un hombre. Lo que te caracteriza como hombre es la sintonía con el amor del Señor y con tu hermano. Si no haces esto no vives, no estás en el camino correcto.

 

El prójimo.

Y el texto evangélico continúa diciéndonos: «Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?». ‘Prójimo’ רֵעַ (réa) significa ‘mi vecino’, ‘mi compañero’, ‘aquel que está cerca de mí’; y se discutía mucho sobre quiénes eran estos vecinos. Algunos lo interpretaban como los familiares, los vecinos, los del propio pueblo o los del pueblo de Israel. Había muchos términos para indicar a aquellos que propiamente no pertenecían al pueblo de Israel, pero también ellos son prójimos, vecinos.

En la Biblia hay disposiciones muy hermosas que conciernen a estas personas en el capítulo 22 del libro del Éxodo: «No molestes ni oprimas al forastero, porque vosotros también fuisteis forasteros en Egipto» (cfr. Ex 22, 20). Además, ellos sabían por propia experiencia del mal trato que ellos recibieron por parte de los egipcios y cómo eran despreciados, excluidos y rechazados por ser extranjeros. Recordemos el Salmo 146: «El Señor protege al emigrante, sostiene a la viuda y al huérfano» (cfr. Sal 146, 9). El pueblo de Israel sabe que el Señor protege a los extranjeros, sostiene al huérfano, a la viuda, protege a todas las personas frágiles y débiles. El maestro de la Ley, por lo tanto, plantea esta pregunta: «¿y quién es mi prójimo?». Es decir, ¿el vecino al que debe llegar este amor?".

Jesús no le responde con un razonamiento, sino con una parábola.

 

Un apaleado sin identificación

«Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo».

Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. ¿Y quién era? De él no sabemos absolutamente nada, ni la edad, ni la profesión, ni si era judío o extranjero, tampoco sabemos qué religión practicaba ni lo que había ido a hacer a Jerusalén. De ese señor no sabemos nada. Solo una cosa sabemos, que era un hombre, y eso le basta a Jesús. Resulta significativo que mientras todos iban en caravana él hacía el camino solo, lo que era una presa apetecible para los bandidos y puede significar que tuviera bienes consigo.

Jesús caracteriza a este hombre de la manera más genérica: era un hombre y el hombre nunca pierde su dignidad, ni siquiera si fuera un criminal (cfr. Gn 4, 13-15). Permanece con su dignidad de hombre,

El sacerdote y el levita encontraron a ese hombre medio muerto por la paliza que le habían propinado y está desnudo ya que «lo desnudaron».  Desnudos van los animales, así que ha sido deshumanizado, ha sido golpeado, herido, está solo y está medio muerto y en la encrucijada entre la vida y la muerte, ahora depende de quienes lo encuentren, dejarlo morir o devolverle la vida a este hombre.

Jesús quiere decirnos que no debes ir a buscar al hermano necesitado. Son las circunstancias, las coincidencias, las que te lo ponen delante.

 

Segundo personaje: un sacerdote

El segundo personaje que desciende hacia Jericó es un sacerdote. «Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo». ¿Qué es lo que sucede? Nos dice que lo vio y que dio un rodeo y pasó de largo, pero evitó ayudar a esa persona, por lo tanto, la dejó morir. Podría haberla devuelto la vida, pero no lo hizo.

En Israel había 24 clases de sacerdotes. Vivían en sus pueblos, pero dos veces al año debían ir a Jerusalén para quedarse una semana a oficiar en el Templo. Así que él estaba regresando a su casa (cfr. 1 Cr 24). Eran los miles de sacerdotes que no eran jefes, pero que pertenecían a alguna de las 24 divisiones y participaban en los turnos de servicio. Se estima que en tiempos de Jesús había alrededor de 7200 sacerdotes comunes.

Ese sacerdote había pasado una semana con el Señor, por lo tanto, todavía tenía los hábitos perfumados con incienso, todavía tenía en sus oídos los cantos, las melodías de los salmos, había estado con el Señor, por lo tanto, debería haber asimilado no solo la mirada del Señor que ve a todos los necesitados, sino también los sentimientos del Señor, la emoción del Señor; el "rajum" (רַחוּם), que deriva de la palabra para "vientre" o "entrañas" (rehem), implicando un amor profundo, instintivo y compasivo, similar al de una madre por su hijo (cfr. Ex 34, 6-7a).

 

La práctica religiosa

más importante que el amor

El sacerdote pasa al otro lado del camino y nos preguntamos ‘¿por qué hizo esto este sacerdote?’.

La primera razón quizás se deba al hecho de que es un sacerdote y como allí hay sangre que fluye; él no puede tocar la sangre. La segunda razón es porque también podría tratarse un muerto y él no puede acercarse a los muertos. Conoce bien lo que dice el Levítico: «El Señor dijo a Moisés: Di a los sacerdotes, hijos de Aarón: Ningún sacerdote quedará impuro por el cadáver de un pariente suyo» (cfr. Lv 21, 1); por lo que no podían contaminarse por el contacto con un muerto. Esta restricción específica para los sacerdotes, incluso para sus familiares más cercanos: «no se acercará a ningún muerto, y ni siquiera por su padre o su madre se contaminará» (cfr. Lv 21, 11). Y cualquiera que toque a un hombre asesinado permanece impuro por siete días: «El que toque un cadáver, sea quien fuere el muerto, quedará impuro siete días. Se purificará con esta agua los días tercero y séptimo, y quedará puro, pero si no se purifica los días tercero y séptimo, no quedará puro. El que ha tocado un muerto, un cadáver humano, y no se purifica, contamina la morada del Señor. Será excluido de Israel, pues no se purificó con el agua lutral: es impuro y su impureza quedará en él» (Nm 19, 11-13). Y también se dice que «el que toque en el campo un hombre muerto por la espada o un muerto cualquiera, así como huesos humanos o un sepulcro, quedará impuro siete días» (cfr. Nm 19, 16).

Por lo tanto, el sacerdote que debe permanecer puro para poder oficiar, tiene una excusa, no debe acercarse al hombre. Las prácticas religiosas son más importantes que el amor.

Pero también puede haber otras razones por las que no se acercó y se fue al otro lado del camino. Este sacerdote tal vez pensó que “quizás están por aquí cerca los bandidos y no quiero meterme en problemas”; o simplemente se diría para sus adentros cosas tales como “no tengo tiempo que perder”. Son posibles excusas para no enfrentar un problema de alguien que puede morir si no se interviene. El egocentrismo, indiferencia y falta de empatía; la cobardía y la frialdad; que prioriza su propia comodidad y su propia seguridad no es algo compatible con aquellos que sirven ante la presencia de Yahvé.

 

Tercer personaje: un levita

El segundo personaje que baja por el mismo camino es un levita; también hombre relacionado con el culto y con el Templo. Primero ve y luego se desvía pasando de largo.

¿Quiénes eran los levitas? Los levitas eran un poco los sacristanes del Templo, por lo tanto, también ellos debían permanecer puros. Los levitas eran la tribu dedicada al servicio religioso y litúrgico en Israel, con un papel fundamental en el mantenimiento del culto y la instrucción del pueblo en la Ley divina. Eran los encargados de las tareas relacionadas con el culto y el mantenimiento del lugar sagrado. Esto incluía transportar el Tabernáculo en el desierto, cuidar sus utensilios, preparar los sacrificios, y más tarde, en el Templo de Jerusalén, funciones como músicos y cantores; vigilaban las entradas y la seguridad del Templo; gestionaban los bienes y las ofrendas del Templo; asistían a los sacerdotes (que eran una subclase específica de levitas, los descendientes de Aarón) en sus labores rituales.

 

Los ritos no sustituyen al amor.

¿Por qué Jesús presenta a estos dos hombres relacionados con el Templo y el culto al Templo? Jesús quiere aleccionar a sus discípulos mostrándoles que las prácticas religiosas en sí están vacías (cfr. Is 29, 13). Practicar el culto sin el amor es puro espejismo. Sabemos cómo en el Antiguo Testamento los profetas denunciaron la práctica religiosa que está separada del amor; es decir, se quiere sustituir el amor con ritos.

La única cosa que le importa a Dios es el amor por quien está en necesidad, por el huérfano, por la viuda, por el extranjero.

 

Tercer personaje:

su origen desconcierta a todos

En este punto, los oyentes de la parábola esperan que, después de los dos hombres vinculados al Templo, entre en escena la persona que le auxilie. El tercer personaje, según la lógica de los oyentes, sería un simple judío.

Si Jesús hubiera continuado la parábola en estos términos “pero un judío bueno y sencillo del pueblo” la gente que le escuchaba hubiera aceptado la parábola.

Dicho esto, Jesús no defrauda y les sorprende a todos: «Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”».

En muchas de nuestras Biblias aparece el título ‘el buen samaritano’ o ‘la parábola del buen samaritano’. Jesús presenta a un samaritano y no a un buen samaritano. Ese ‘buen’, este adjetivo fue añadido posteriormente en la tradición y en el título común de la parábola para resaltar su comportamiento ejemplar. Es un simple samaritano, no se dice si fuera bueno o malo, si era honrado o un sinvergüenza.

El peor insulto que se podía dirigir a un judío era "perro" o "pagano". El segundo insulto era "samaritano", que equivalía a "bastardo", "renegado", "hereje". En el libro del Eclesiástico o Sirácida nos dice: «Hay dos naciones que mi alma detesta, y la tercera ni siquiera es nación: los habitantes de la montaña de Séir (‘de Séir’ es en hebreo; ‘de Samaría’ es en griego), los filisteos y el pueblo necio que mora en Siquén» (cfr. Eclo 50, 25-26). 

Los judíos tenían sus buenas razones para considerar a los samaritanos excomulgados. Durante siglos se habían mezclado con otros pueblos (cfr. 2 Re 17), habían construido su templo en el monte Garizim (cfr. Dt 11,29; Dt 27, 11-13; Jos 8, 33; por lo tanto, no practicaban la religión pura que se practica en Jerusalén y luego ni siquiera aceptaban todas las Escrituras. Habían eliminado los Salmos, los profetas, los libros sapienciales.

Llamar a alguien con el nombre de ‘samaritano’ a una persona merecía la pena de 39 latigazos. Era un insulto que implicaba la negación de la plena identidad judía y la pureza religiosa. Tenía en sí una carga semántica o connotativa muy negativa; adquiere un valor peyorativo, despectivo o injurioso.

Al propio Jesús los judíos le dijeron que «¿no decimos con razón, que eres samaritano y que tienes un demonio?» (cfr. Jn 8, 48-49). A lo que Jesús les responde que «yo no tengo un demonio», pero no rechaza el título de samaritano porque para Jesús no es despectivo.

 

Un samaritano en territorio hostil.

El samaritano de la parábola se encuentra en territorio hostil, está en Judea y por lo tanto es un inmigrante irregular, está en peligro. Al encontrarse con ese hombre apaleado y medio muerto pierde la cabeza, olvida sus miedos y sus proyectos y empieza a preocuparse por el necesitado.

Hay nueve verbos que caracterizan su comportamiento frente a este hombre apaleado y tirado medio muerto en el camino.

 

Primer verbo: «al verlo».

El primer verbo es ὁράω (joráo), ‘ver’, ‘discernir claramente lo que veía’. Lo vio como lo vieron los otros dos anteriores, el sacerdote y el levita;

pero el samaritano lo ve de un modo diferente.

¿En qué radica esta diferencia en la mirada? No hay que esperar que el otro pida ayuda. Quizás ni siquiera tenga la fuerza para pedir ayuda. Soy yo si amo realmente a mi prójimo, quien debo estar atento y debo estar siempre dispuesto a intervenir porque tengo la mirada de Dios.

El sacerdote y el levita eran personas que oraban, que alzaban la mirada hacia el cielo. Pero ¿qué sucede? Miran hacia el cielo, pero la mirada de Dios va hacia el pobre, el necesitado. Entonces, quien ora realmente no mira al aire, mira donde mira Dios.

Este samaritano no es un hombre que practica la religión pura, la de Jerusalén, es un hereje, pero con la mirada de Dios que va hacia el necesitado.

 

Segundo verbo: «acercándose».

El segundo verbo es προσέρχομαι (prosérjomai) que significa ‘acercarse’. Se acerca, no huye del impuro, porque ningún hombre es impuro. Son los sacerdotes y los levitas quienes distinguen entre puros e impuros. Y cuando está en peligro la vida de una persona ¿te va a meter dentro de las disquisiciones de lo puro y lo impuro? Mientras el sacerdote y el levita siguen sus ideas de pureza, el samaritano sigue su corazón, los sentimientos de Dios.

Tercer verbo: «tuvo compasión».

El tercer verbo es σπλαγχνίζομαι (splanjnízomai) que significa ‘se conmovió’, ‘tuvo compasión’, ‘se movió en misericordia’, es decir, una emoción visceral que lo hizo perder la cabeza. Ahora, como Dios, él razona y actúa movido por las entrañas, por el amor visceral, este verbo aparece doce veces en el Nuevo Testamento y se aplica siempre a Dios o a Jesús (cfr. Mt 9, 36; Mt 14, 14; Mt 15, 32; Mt 20, 34; Mc 1, 41; Mc 6, 34; Mc 9, 22; Lc 7, 13; Lc 10, 33; Lc 15, 20).

En la Septuaginta, este verbo se utiliza para traducir el hebreo רַחַם (racham), que denota una compasión profunda y visceral, a menudo relacionada con el amor maternal o la piedad (cfr. Ex 33, 19; Dt 13, 17; 2 Sam 24, 14; 1 Re 8, 50; Neh 9, 19; Sal 25, 6; Sal 40, 11; Sal 77, 9; Sal 119, 77; Is 49, 15; Is 54, 7; Is 63, 7; Jer 31, 20; Lam 3, 22; Dn 9, 9; Os 1, 6; Os 14, 3; Os 2, 1-3; Os 14, 3).

         No basta con acercarse, sino que es preciso acercarse con misericordia, con un amor que pasa a la acción. El samaritano ya no se rige por la cabeza, sino por el corazón; olvida sus negocios, sus compromisos, sus miedos por estar en un territorio altamente hostil para él, su cansancio, las normas religiosas, olvida incluso el hambre y su sed y actúa para salvar a ese hombre.

 

Cuarto verbo: «se acerca».

         Este verbo se repite para indicar la importancia de la proximidad. Sólo se puede amar lo que se conoce.

 

Quinto verbo: «vendar».

El quinto verbo es καταδέω (katadéo) que significa ‘vendar (una herida)’, ‘atar hacia abajo’.  El verbo "vendar" en la Biblia connota cuidado físico y sanación, donde se aplica a heridas corporales; sanación emocional y espiritual, como en Isaías (cfr. Is 61, 1), donde se refiere a restaurar los corazones afligidos y dar esperanza; compasión y misericordia, la acción de vendar es un acto concreto de amor hacia el prójimo, especialmente hacia el necesitado y el sufriente. Es un verbo que encarna la preocupación de Dios por la humanidad herida, tanto física como espiritualmente, y el llamado a que sus seguidores actúen con esa misma compasión.


Sexto verbo: «verter».

El sexto verbo es ἐπιχέω (epijéo) que significa ‘verter’, ‘derramar’, ‘echar’ el vino y el aceite.

Le derramó vino en sus heridas para desinfectar. En la antigüedad, el vino se utilizaba por sus propiedades antisépticas. El alcohol presente en el vino actuaba como un desinfectante rudimentario, ayudando a limpiar las heridas y a prevenir infecciones. Era una forma de "esterilizar" la zona antes de vendarla.

 

Le derramó aceite para calmar y sanar. El aceite, generalmente de oliva, se usaba por sus propiedades calmantes, emolientes y posiblemente curativas. Ayudaba a suavizar la piel, aliviar el dolor y la inflamación. También se pensaba que favorecía la cicatrización. La combinación de vino y aceite sobre las heridas era una práctica médica bien conocida en la época, formando una especie de "bálsamo" o "ungüento" casero para primeros auxilios.

 

Séptimo verbo:

«montar en su propia cabalgadura».

El séptimo verbo es ἐπιβιβάζω (epibibázo) que significa ‘cargarlo sobre su jumento’, ‘hacer montar un animal’. Es un gesto muy relevante de máximo sacrificio y de servicio personal. En un viaje, la cabalgadura personal era un bien preciado, a menudo el único medio de transporte para el viajero y su equipaje. Montar al herido en su propio animal significaba que el samaritano, que no tenía ningún vínculo con este hombre, le daba prioridad absoluta. Él mismo tuvo que caminar, lo que implicaba un esfuerzo físico considerable y un mayor tiempo de viaje.

Implica también mayor exposición al peligro. Al caminar, el samaritano se hacía más vulnerable a los mismos peligros (ladrones, etc.) que habían atacado al hombre. Esto demostraba una valentía y un altruismo extraordinarios.

Un asno no era solo un transporte, sino una herramienta para la vida y el comercio. Renunciar a su uso para sí mismo en favor de un desconocido era un acto de desprendimiento significativo.

Mientras que figuras importantes o guerreros montaban caballos (asociados con la guerra y el poder), los asnos eran la montura común para la gente de a pie y para viajes pacíficos. Jesús mismo entró en Jerusalén en un asno, simbolizando su reinado de paz y humildad.

Que el samaritano, que ya estaba en una posición socialmente inferior a los judíos, se pusiera a caminar al lado de su asno mientras el herido lo montaba, era una muestra de profunda humildad y servicio. No se preocupó por su estatus o por lo que pensarían los demás. Al montar al hombre herido en su propia cabalgadura, el samaritano lo estaba incorporando, en cierto sentido, a su propia "posesión" y responsabilidad. Ya no era un extraño en el camino; ahora era "su carga", su problema.

 

Octavo verbo:

«Llevar a una posada».

         El octavo verbo es ἄγω (ágo) que significa ‘conducir, guiar, llevar, meter’. Lo lleva a un mesón, a una posada (πανδοχεῖον, pandojeíon). Es decir, a un lugar donde son acogidos todas las personas. El evangelista Lucas no emplea el término griego ξενώνας (xenónas) (deriva de xenos (extraño, forastero, huésped) y el sufijo -ōnas (lugar de). Significa "lugar para extraños/huéspedes"), sino que emplea el término πανδοχεῖον (πανδοχεῖον; etimología: deriva de pan (todo) y dechomai (recibir, acoger). Literalmente significa "lugar que recibe a todos" o "recepción de todos).

 ¿Dónde radica la diferencia? La diferencia es que el término empleado por el evangelista implica que le lleva a un lugar donde no hacen distinciones de razas, ni de religiones, ni de culturas; mientras que el otro término no garantiza lo anteriormente afirmado.

 

Noveno verbo:

«sacó dos denarios».

         El noveno verbo es δίδωμι (dídomi) que significa ‘dar, entregar’ dos denarios al encargado del hospedaje público (πανδοχεύς, pandojeús) o mesonero. Le entrega dos denarios, así que le da el dinero para dos días de hospedaje. Y al decirle al mesonero «y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”» está manifestando que él regresará al tercer día para pagar todo aquello que fuera necesario.

         Jesús es que ha pagado por todos al eterno Padre la deuda de Adán (cfr. Jn 3, 16; Ef 1, 3-7; Hb 9, 22; Rm 3, 23-25; Rm 5, 12). Él la toma y, aunque esté herida, siempre permanece con esta dignidad humana y la lleva a donde todos son acogidos, donde nadie es expulsado. Y es él quien ha pagado por todos, porque ha dado toda su vida por la salvación de esta humanidad.

         A este punto, Jesús se dirige al maestro de la Ley para hacerle una última pregunta.

 

         Jesús invierte la pregunta

del maestro de la Ley

«¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».

         Jesús no pronuncia su juicio sobre lo ocurrido, quiere que sea el doctor de la ley quien lo haga. Por eso hace una pregunta que invierte la que se le había dirigido al principio. El rabino le había preguntado: «¿Quién es mi prójimo?»; ¿Quién es mi vecino a quien debo amar?"  

         El adverbio griego πλησίον (plesíon) significa ‘cerca’, ‘próximo’ cuando lleva delante el artículo (τῶν τριῶν πλησίον) se convierte en sustantivo: “el vecino”, “el prójimo”.

         El maestro de la Ley le había preguntado:"¿Hasta dónde debe llegar mi amor?; ¿quién es el prójimo?; ¿qué límites?; ¿quién tiene las características para merecer ser ayudado?".

Y Jesús invierte la pregunta: "¿Quién de estos tres se hizo prójimo de aquel pobre hombre que cayó en manos de los bandidos?" Prójimo para Jesús no es una condición, una característica que uno debe tener para poder ser ayudado. Prójimo es aquel que se acerca.

La clave no está en quién es el prójimo por nacimiento o pertenencia, sino en quién se comporta como prójimo. La verdadera esencia de ser prójimo reside en la acción de acercarse al necesitado, de mostrar compasión y de brindar ayuda, sin importar las barreras sociales, religiosas o étnicas. Es una invitación a la empatía y al servicio incondicional. Nos llama a hacernos prójimos de cualquiera que esté en necesidad, trascendiendo prejuicios y limitaciones. No se trata de encontrar a nuestro prójimo, sino de ser el prójimo para quien lo necesite.

 

¿En cuál de los tres viste

la mirada del Eterno?

«El que practicó la misericordia con él». El maestro de la Ley se ve obligado a admitir que fue el samaritano quien se acercó y se comportó como prójimo, cosa que los otros dos personajes de la parábola no hicieron.

«Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo». El maestro de la Ley le había preguntado a Jesús sobre cómo puedo disponerme para recibir el don de la vida eterna. En otras palabras, ¿cómo puedo crear en mí las condiciones para recibir la vida que no es la biológica, sino el don de la vida eterna? Y Jesús le responde ¿en cuál de los tres viste la mirada del Eterno? La mirada del sacerdote y la del levita no era la mirada de Dios, ya que sólo vieron lo que les interesó. Dios se mueve por los sentimientos profundos de amor; unos sentimientos que hacen perder la cabeza por amor al necesitado.

Ese maestro de la Ley, al igual que los cristianos que conocemos las Sagradas Escritura sabemos cómo es la mirada y los sentimientos de Dios. ¿Cuál de los tres revelaron esa mirada y esos sentimientos de Dios? Claramente en el samaritano, luego ya en él estaba presente la vida del Eterno. Revela que en él está la misma vida del Eterno, de Dios. Recordemos lo que nos dice san Juan: «Queridos, amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, porque Dios es amor» (cfr. 1 Jn 4,7-8).

Dondequiera que veas signos de amor, puedes estar seguro, allí está presente la vida del Eterno, la vida de Dios.


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