lunes, 28 de julio de 2025

Homilía de Santa Marta Jn 11, 19-27

 Homilía de la fiesta de Santa Marta

Jn 11, 19-27

29.07.2025

 


¿Qué les sucede a quienes encuentran a Cristo en sus vidas? El evangelio abre los ojos, ven el mundo, la familia, el dinero, los amigos de una manera diferente a como los veían antes. Tienen una luz, ven adónde van porque tienen los ojos abiertos.

 

Preguntas latentes

¿Adónde voy? Cristo me ha abierto los ojos y cuando sigo la luz del Evangelio me convierto en una persona hermosa porque me parezco a Cristo. Sin embargo, hay otra pregunta latente: ¿Cuál es el destino último de mi vida?

 

¿Nuestra vida es un breve camino hacia la tumba?

Si queremos ser hombres y vivir en la verdad es preciso hacernos esta pregunta: ¿Nuestra vida es un breve camino hacia la tumba? Si este fuera nuestro destino, nos preguntamos si vale la pena nacer, y luego ¿valdría la pena traer hijos al mundo para luego entregarlos a ese monstruo que es la muerte? Y si hay un Dios, ¿nos habría hecho con este destino? ¿Se quedaría observándonos mientras vamos hacia una tumba? Sería un Dios cruel.

Nuestra cultura nos lleva a reprimir el pensamiento de la muerte, e incluso los cristianos están marcados por esta cultura y no les gusta reflexionar sobre el destino final; también ellos lo consideran de mal gusto. Cuando estaba de capellán en el hospital me decían las enfermeras: ‘Ha habido un exitus’, que en el lenguaje común tiene una connotación positiva; no así en el ámbito médico, ya que "exitus" se refiere exclusivamente al final de la vida. Se evita la palabra ‘muerte’ o ‘difunto’.

 


Concepción de Dios como el genio de la lámpara.

A veces, la gente no entiende bien qué es la fe. Creen que creer en Cristo es solo pedirle que les haga milagros para vivir más tiempo en este mundo. Pero si Dios no les da lo que piden, si no los libra de la muerte, se preguntan: "¿Para qué sirve entonces la fe si Dios no me ayuda cuando más lo necesito, frente a la muerte?".

En el fondo, se ve la fe como un negocio o un intercambio. "Yo creo y rezo, y a cambio, Dios me da lo que le pido". Si no hay "entrega" (milagros, ayuda), la "inversión" (la fe) parece inútil. No se concibe la fe como una relación o un camino, sino como un medio para un fin muy específico y material.

La muerte es el "monstruo" que nos acorrala. Es lo desconocido, lo inevitable, aquello sobre lo que no tenemos control. Si la fe no puede quitarnos ese miedo o posponer lo inevitable, ¿de qué sirve? Aquí se busca en la fe una especie de "seguro de vida" o una garantía para evitar el sufrimiento y la finitud humana.

Se percibe a Dios casi como un "genio de la lámpara" o un "mago" que debería solucionar los problemas instantáneamente y a nuestra manera. Se espera una intervención directa y visible, y si no ocurre así, se siente que Dios "no ayuda" o "no existe". Se ignora que la ayuda de Dios puede manifestarse de otras formas (fortaleza interior, consuelo, presencia en el sufrimiento, a través de otras personas, etc.) que no implican necesariamente un milagro que altere las leyes naturales.

Esto significa que no se ha profundizado en enseñanzas sobre el sentido del sufrimiento, el valor redentor de la cruz, la naturaleza de la gracia (que no siempre es un milagro visible), la esperanza de la resurrección, o la idea de que la fe es una respuesta de amor y confianza a Dios, más allá de lo que nos pueda "dar". Hay una falta de una catequización seria y profunda.

 

¿Nos quedaremos en el reino de los muertos?

Siempre tratamos de posponer este momento, no pensamos en el sentido último de nuestra vida. La pregunta es inevitable: ¿Descenderé a un abismo oscuro y silencioso, al Sheol (שאול, en hebreo) en este reino de los muertos? ¿Luego me quedo allí? ¿Todo se disolverá en la nada de la que provengo? El mundo seguirá después de mí tranquilamente.

 Es precisamente esta nada lo que es difícil de aceptar, porque sentimos que estamos hechos para la vida, para el infinito. Dios nos hizo para la vida. ¿Dónde voy a parar al final de mi vida?

 

Una página de teología

La liturgia nos propone el evangelio de lo que impropiamente se llama ‘la resurrección de Lázaro’. Debemos prestar mucha atención porque el tema es delicado. El evangelista no quiso redactar una crónica de un hecho, y quien lo interpretara de esta manera se encontraría luego con preguntas a las que no podría responder. Preguntas tan incómodas tales como “ya que resucitaste a Lázaro, mira, tengo un pariente que murió hace unos días, sácalo también a él del Sheol”.

Es muy importante abordar este texto que no es una crónica, sino una página de teología que fue compuesta por el evangelista san Juan elaborada partiendo de una curación significativa realizada por Jesús.

 

Lo de Lázaro es una reanimación.

Para comprender esta página, debemos hacer una distinción entre resurrección y reanimación. Lo acontecido a Lázaro no es exacto llamarlo resurrección; es una reanimación.

 

 

Los tres mundos.

1.- donde nos encontramos

Y para comprender, imaginemos tres mundos:

El primer mundo, donde nos encontramos, donde vivimos, crecemos, trabajamos, nos esforzamos, formamos una familia. Este no es nuestro destino final y lo sabemos.

 

Los tres mundos.

2.- Estar en la prisión del Sheol

En cierto punto, debemos entrar en un segundo mundo que los hebreos amaban llamar Sheol, esa especie de cueva debajo de la tierra, en las profundidades. La Biblia menciona las "puertas del Sheol" (cfr. Is 38, 10; Sal 9, 13), lo que sugiere que era un lugar del que no era fácil salir, una especie de prisión o fortaleza. Esta imagen de "puertas" también podría contribuir a la idea de un acceso a un espacio interior y cerrado por donde se accede a este segundo mundo (cfr. Is 38, 10; Sal 9, 13; Job 17, 16).

Si alguien logra sacarme de este segundo mundo y me trae de vuelta al primero, no es resurrección, es reanimación. Me trae de vuelta a esta realidad en la que estoy acostumbrado a vivir, con el inconveniente de que debo morir una segunda vez; debo volver a este segundo mundo, el del reino de los muertos, del Sheol (שאול).  Resucitar no significa volver aquí, porque luego la muerte vuelve a llevarse la presa; esta no es una victoria sobre la muerte.

 


Los tres mundos.

3.- Estar en el mundo de Dios

Jesús nos realiza señales que nos indica qué victoria es capaz de obtenernos contra la muerte. La victoria sobre la muerte es introducir a quien ha entrado en el segundo mundo en el tercer mundo, el de Dios. Jesús rompió la puerta del Sheol (cfr. Ap 1, 18; Jn 20, 1; Lc 24, 2) y nos introdujo a todos en el tercer mundo, que es el mundo de Dios (cfr. Col 1, 18; 1 Cor 15, 20-23).

En los Hechos de los Apóstoles se nos dice: «Dios, sin embargo, rompiendo las ataduras de la muerte, pues era imposible que ésta lo retuviera con su poder» (cfr. Hch 2, 24). Cuando uno resucita, significa que ha entrado en el tercer mundo, y del tercer mundo, el de Dios, donde uno está revestido del cuerpo nuevo, el cuerpo espiritual, incorruptible, como lo llama Pablo (cfr. 1 Cor 15, 42-44; 1 Cor 15, 53-54; Flp 3, 20-21), uno ya no es despojado de este cuerpo, no se puede volver de nuevo a este mundo.

Pero hay dos tipos de resurrección; la de la vida eterna y la de la muerte eterna (cfr. Jn 5, 28-29; Catecismo de la Iglesia Católica nn.1038-1041 y 988 al 1004).

Lázaro si hubiera resucitado

no le hubiera hecho ningún favor

al traerlo de nuevo a la vida terrena.

Entendemos entonces que Lázaro no fue al tercer mundo y, por lo tanto, no resucitó, porque si hubiera resucitado, no habría vuelto atrás. Fue reanimado. Si Lázaro hubiera resucitado de verdad, es decir, si hubiera entrado en el mundo de Dios, no le habrían hecho un gran favor al traerlo de vuelta aquí para tener que recorrer el mismo camino, morir una segunda vez y luego resucitar definitivamente.

 

Ocurrió en Betania

Este episodio está ambientado en Betania. Se encuentra donde fue bautizado junto con sus discípulos. Y allí se recibe la noticia de que Lázaro está mal. Betania se encuentra a tres kilómetros de Jerusalén, antes de llegar al Monte de los Olivos, donde comienza el desierto de Judea.

 

La llegada de Jesús a Betania

Jesús se dirige hacia Betania. Pero notaremos un hecho extraño: Jesús no entra en la aldea; se detiene antes y espera allí a que todos salgan hacia Él.

Voy a retomar desde el versículo 17. «A su llegada, Jesús se encontró con que hacía ya cuatro días que Lázaro había sido sepultado. Betania está muy cerca de Jerusalén, como a dos kilómetros y medio, y muchos judíos habían ido a Betania para consolar a Marta y María por la muerte de su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día». Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».

 

Cuatro días es la muerte definitiva.

Cuando Jesús llega cerca de Betania, el evangelista Juan nota que Lázaro había muerto hacía cuatro días. Ese número cuatro indica una muerte definitiva. Ellos iban a visitar el sepulcro durante tres días para ver si aún había alguna señal de vida, pero al cuarto día se resignaban: "Ha muerto". ¿Qué sucede en Betania ante esta muerte? Dice el evangelista que los judíos iban a María y a Marta para consolarlas por la muerte del hermano. Iban a dar el pésame, como hacemos nosotros, es decir, repetir esas frases que en el fondo no consuelan: "La vida continúa"; "siempre se van los mejores", "siempre estará en nuestro recuerdo"; "nadie muere mientras uno lo conserve en su corazón". En estas situaciones, diría que quizás más que las palabras, es mejor el silencio, esta participación en el dolor íntimo e intenso que se manifiesta en el llanto. Luego están, naturalmente, los ritos de despedida que vemos incluso entre los no creyentes, y, por lo tanto, quizás lecturas de alguna poesía o de algún canto que amaba la persona que nos ha dejado. Es una forma de decir: "La muerte quiso llevárselo, pero de alguna manera lo retenemos aquí". Es una forma de superar este trauma de la pérdida de una persona querida.

 

Marta se enfada con Jesús.

Jesús no entra en la aldea. Marta cuando sabe que viene Jesús le sale al encuentro, mientras María se queda sentada en casa.

Cuando Marta se encuentra al Maestro, le reprocha. No se postra a sus pies, como luego sí hará María; se enfada con Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano». Parafraseando a Marta le dijo a Jesús: “Si tan solo hubieras venido a tiempo, Jesús, mi hermano no habría muerto”; “Tu presencia habría sido suficiente para salvar a mi hermano, pero no estuviste aquí”; “si Dios existe, ¿por qué no interviene cuando lo necesitamos?".  Jesús comprende su dolor y sabe que es el dolor quien habla a través de Marta. Jesús no intervino, y Marta dice a Jesús: «Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».

 

Marta piensa que sólo

existe esta vida mortal

Marta tiene el recuerdo de los grandes profetas Elías y Eliseo, que habían reanimado a niños: Elías reanima el hijo de la mujer de Sarepta (cfr. 1 Re 17, 17-24); Eliseo reanima el hijo de la familia sunamita (cfr. 2 Re 4, 32-37). Y, sin embargo, aquí se trataba de una reanimación de niños que acababan de expirar. Lázaro, en cambio, llevaba muerto cuatro días. ¿Y qué puede hacer Jesús? Marta recurre a Él porque todavía piensa que la vida es esta y solo esta, la vida mortal.

 

Respuesta de Jesús.

«Tu hermano resucitará». Una concepción farisaica que claramente Marta comparte (cfr. Hch 23, 6-8).

Existía la convicción de que cuando llegara el reino de Dios, los justos resucitarían, es decir, volverían a esta vida para disfrutar de este mundo nuevo. Y Marta dice: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día», que es tanto como decir: "Jesús, mi hermano, siendo uno de los justos, ciertamente resucitará en ese tiempo". Pero esta resurrección no consuela a nadie.

Cuando se entra en el segundo mundo, el ‘κοιμητήριον’ (koimētērion) del reino de los muertos, no se permanece allí; se entra inmediatamente en el tercer mundo porque Jesús ha abierto de par en par la puerta de este sepulcro, no para volver aquí, sino para entrar en el mundo de Dios.

 

Jesús dona una vida que no muere.

Esto es lo que Jesús dice a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».

Pero Marta cree en el Dios que resucita a los muertos. Jesús, en cambio, habla del Dios que da una vida que no muere, que va más allá de la muerte biológica. De modo que el que muere, en realidad, no muere; entra con su vida divina que le ha sido dada en el mundo y en la casa del Padre.

Continúa Jesús: "Todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre". Jesús sitúa la resurrección en el presente, una resurrección, no una reanimación, sino una entrada inmediata en el mundo de Dios. Jesús no vino a resucitar cadáveres, sino a donar a los vivos una vida que no muere.


                                                                                                         Con una metáfora…

Aquí debemos recurrir a alguna imagen, y creo que la más hermosa es la de pensar en dos gemelos en el vientre de la madre. No tienen ninguna idea de la vida que les espera. Son felices de tener su cordón umbilical, y para ellos, dejar esa vida es una muerte. Imaginemos que uno de los gemelos nace. ¿Qué piensa el gemelo que se quedó en el vientre materno? "Mi hermano ha muerto". En realidad, no ha muerto; ha entrado en una vida completamente diferente, pero ha salido de ese pequeño mundo en el que, en cierto momento, se sentía demasiado apretado. Exactamente lo que nos sucede a nosotros después de quizás una larga vejez. Deseamos otra vida, otro mundo. Parafraseando lo que Pablo dice en la carta a Timoteo: "Ha llegado el momento de levar anclas", es decir, de salir de este mundo e ir hacia otros puertos (cfr. 2 Tim 4, 6).

 

El niño en el vientre de su madre

no puede contemplar el rostro de su madre…

La fe nos permite ver la muerte y el paso de este mundo a un mundo definitivo como un momento doloroso, dramático, pero un momento bendito porque nos permite contemplar luego cara a cara a ese Dios que es Padre, que es Madre. El niño que está en el vientre materno no puede contemplar el rostro de su madre; solo cuando sale de esta forma de vida se encuentra frente al rostro de la madre. Solo así podremos contemplar el rostro de Dios cuando pasemos de la vida a la vida.

 

 

Marta ha acogido la palabra de Jesús.

Marta responde a Jesús diciendo: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».

Jesús ha llevado a Marta a comprender qué sentido tiene la muerte de un hermano. Marta ha acogido la luz que la palabra de Jesús ha dado a este acontecimiento doloroso que está viviendo, y Marta ha dado su adhesión a esta luz. Y como consecuencia, veremos que mientras todos los judíos lloran, María y Marta no llorarán. La hermana María todavía está en la aldea, y ahora Marta va a invitarla a hacer su misma experiencia: a salir de la aldea donde todos están llorando, donde solo hay palabras que intentan consolar, pero no dan la verdadera consolación, el sentido al acontecimiento doloroso que están viviendo. Marta invita a salir de la aldea a su hermana y a ir al encuentro de Jesús.

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