Homilía de la fiesta de Santa Marta
Jn
11, 19-27
29.07.2025
¿Qué les sucede a
quienes encuentran a Cristo en sus vidas? El evangelio abre los ojos, ven el
mundo, la familia, el dinero, los amigos de una manera diferente a como los
veían antes. Tienen una luz, ven adónde van porque tienen los ojos abiertos.
Preguntas
latentes
¿Adónde voy?
Cristo me ha abierto los ojos y cuando sigo la luz del Evangelio me convierto
en una persona hermosa porque me parezco a Cristo. Sin embargo, hay otra
pregunta latente: ¿Cuál es el destino último de mi vida?
¿Nuestra
vida es un breve camino hacia la tumba?
Si queremos ser
hombres y vivir en la verdad es preciso hacernos esta pregunta: ¿Nuestra vida
es un breve camino hacia la tumba? Si este fuera nuestro destino, nos
preguntamos si vale la pena nacer, y luego ¿valdría la pena traer hijos al
mundo para luego entregarlos a ese monstruo que es la muerte? Y si hay un Dios,
¿nos habría hecho con este destino? ¿Se quedaría observándonos mientras vamos
hacia una tumba? Sería un Dios cruel.
Nuestra cultura
nos lleva a reprimir el pensamiento de la muerte, e incluso los cristianos
están marcados por esta cultura y no les gusta reflexionar sobre el destino
final; también ellos lo consideran de mal gusto. Cuando estaba de capellán en
el hospital me decían las enfermeras: ‘Ha habido un exitus’, que en el
lenguaje común tiene una connotación positiva; no así en el ámbito médico, ya
que "exitus" se refiere exclusivamente al final de la vida. Se
evita la palabra ‘muerte’ o ‘difunto’.
Concepción
de Dios como el genio de la lámpara.
A veces, la gente
no entiende bien qué es la fe. Creen que creer en Cristo es solo pedirle que
les haga milagros para vivir más tiempo en este mundo. Pero si Dios no les da
lo que piden, si no los libra de la muerte, se preguntan: "¿Para qué
sirve entonces la fe si Dios no me ayuda cuando más lo necesito, frente a la
muerte?".
En el fondo, se ve
la fe como un negocio o un intercambio. "Yo creo y rezo, y a cambio,
Dios me da lo que le pido". Si no hay "entrega"
(milagros, ayuda), la "inversión" (la fe) parece inútil. No se
concibe la fe como una relación o un camino, sino como un medio para un fin muy
específico y material.
La muerte es el
"monstruo" que nos acorrala. Es lo desconocido, lo inevitable,
aquello sobre lo que no tenemos control. Si la fe no puede quitarnos ese miedo
o posponer lo inevitable, ¿de qué sirve? Aquí se busca en la fe una especie de
"seguro de vida" o una garantía para evitar el sufrimiento y la
finitud humana.
Se percibe a Dios
casi como un "genio de la lámpara" o un "mago"
que debería solucionar los problemas instantáneamente y a nuestra manera. Se
espera una intervención directa y visible, y si no ocurre así, se siente que
Dios "no ayuda" o "no existe". Se ignora que
la ayuda de Dios puede manifestarse de otras formas (fortaleza interior,
consuelo, presencia en el sufrimiento, a través de otras personas, etc.) que no
implican necesariamente un milagro que altere las leyes naturales.
Esto significa que
no se ha profundizado en enseñanzas sobre el sentido del sufrimiento, el valor
redentor de la cruz, la naturaleza de la gracia (que no siempre es un milagro
visible), la esperanza de la resurrección, o la idea de que la fe es una respuesta
de amor y confianza a Dios, más allá de lo que nos pueda "dar".
Hay una falta de una catequización seria y profunda.
¿Nos
quedaremos en el reino de los muertos?
Siempre tratamos
de posponer este momento, no pensamos en el sentido último de nuestra vida. La
pregunta es inevitable: ¿Descenderé a un abismo oscuro y silencioso, al Sheol (שאול,
en hebreo) en este reino de los muertos? ¿Luego me quedo allí? ¿Todo se
disolverá en la nada de la que provengo? El mundo seguirá después de mí
tranquilamente.
Es precisamente esta nada lo que es difícil de
aceptar, porque sentimos que estamos hechos para la vida, para el infinito.
Dios nos hizo para la vida. ¿Dónde voy a parar al final de mi vida?
Una
página de teología
La liturgia nos
propone el evangelio de lo que impropiamente se llama ‘la resurrección de
Lázaro’. Debemos prestar mucha atención porque el tema es delicado. El
evangelista no quiso redactar una crónica de un hecho, y quien lo interpretara
de esta manera se encontraría luego con preguntas a las que no podría
responder. Preguntas tan incómodas tales como “ya que resucitaste a Lázaro,
mira, tengo un pariente que murió hace unos días, sácalo también a él del Sheol”.
Es muy importante
abordar este texto que no es una crónica, sino una página de teología
que fue compuesta por el evangelista san Juan elaborada partiendo de una
curación significativa realizada por Jesús.
Lo
de Lázaro es una reanimación.
Para comprender
esta página, debemos hacer una distinción entre resurrección y reanimación. Lo
acontecido a Lázaro no es exacto llamarlo resurrección; es una reanimación.
Los
tres mundos.
1.-
donde nos encontramos
Y para comprender,
imaginemos tres mundos:
El primer mundo,
donde nos encontramos, donde vivimos, crecemos, trabajamos, nos
esforzamos, formamos una familia. Este no es nuestro destino final y lo
sabemos.
2.- Estar en la prisión del
Sheol
En cierto punto,
debemos entrar en un segundo mundo que los hebreos amaban llamar Sheol,
esa especie de cueva debajo de la tierra, en las profundidades. La Biblia
menciona las "puertas del Sheol" (cfr. Is 38, 10; Sal 9, 13),
lo que sugiere que era un lugar del que no era fácil salir, una especie de
prisión o fortaleza. Esta imagen de "puertas" también podría
contribuir a la idea de un acceso a un espacio interior y cerrado por donde se
accede a este segundo mundo (cfr. Is 38, 10; Sal 9, 13; Job 17, 16).
Si alguien logra
sacarme de este segundo mundo y me trae de vuelta al primero, no es
resurrección, es reanimación. Me trae de vuelta a esta realidad en la que estoy
acostumbrado a vivir, con el inconveniente de que debo morir una segunda vez;
debo volver a este segundo mundo, el del reino de los muertos, del Sheol (שאול).
Resucitar no significa volver aquí,
porque luego la muerte vuelve a llevarse la presa; esta no es una victoria
sobre la muerte.
Los
tres mundos.
3.-
Estar en el mundo de Dios
Jesús nos realiza
señales que nos indica qué victoria es capaz de obtenernos contra la muerte. La
victoria sobre la muerte es introducir a quien ha entrado en el segundo mundo en
el tercer mundo, el de Dios. Jesús rompió la puerta del Sheol (cfr. Ap 1,
18; Jn 20, 1; Lc 24, 2) y nos introdujo a todos en el tercer mundo, que es el
mundo de Dios (cfr. Col 1, 18; 1 Cor 15, 20-23).
En los Hechos de
los Apóstoles se nos dice: «Dios, sin embargo, rompiendo las ataduras de la
muerte, pues era imposible que ésta lo retuviera con su poder» (cfr. Hch 2,
24). Cuando uno resucita, significa que ha entrado en el tercer mundo, y del
tercer mundo, el de Dios, donde uno está revestido del cuerpo nuevo, el cuerpo
espiritual, incorruptible, como lo llama Pablo (cfr. 1 Cor 15, 42-44; 1 Cor 15,
53-54; Flp 3, 20-21), uno ya no es despojado de este cuerpo, no se puede volver
de nuevo a este mundo.
Pero hay dos tipos
de resurrección; la de la vida eterna y la de la muerte eterna (cfr. Jn 5,
28-29; Catecismo de la Iglesia Católica nn.1038-1041 y 988 al 1004).
Lázaro
si hubiera resucitado
no
le hubiera hecho ningún favor
al
traerlo de nuevo a la vida terrena.
Entendemos
entonces que Lázaro no fue al tercer mundo y, por lo tanto, no resucitó, porque
si hubiera resucitado, no habría vuelto atrás. Fue reanimado. Si Lázaro hubiera
resucitado de verdad, es decir, si hubiera entrado en el mundo de Dios, no le
habrían hecho un gran favor al traerlo de vuelta aquí para tener que recorrer
el mismo camino, morir una segunda vez y luego resucitar definitivamente.
Ocurrió
en Betania
Este episodio está
ambientado en Betania. Se encuentra donde fue bautizado junto con sus
discípulos. Y allí se recibe la noticia de que Lázaro está mal. Betania se
encuentra a tres kilómetros de Jerusalén, antes de llegar al Monte de los
Olivos, donde comienza el desierto de Judea.
La
llegada de Jesús a Betania
Jesús se dirige
hacia Betania. Pero notaremos un hecho extraño: Jesús no entra en la aldea; se
detiene antes y espera allí a que todos salgan hacia Él.
Voy a retomar
desde el versículo 17. «A su llegada, Jesús
se encontró con que hacía ya cuatro días que Lázaro había sido sepultado. Betania
está muy cerca de Jerusalén, como a dos kilómetros y medio, y muchos judíos
habían ido a Betania para consolar a Marta y María por la muerte de su hermano.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras
María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí
no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo
lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». Jesús le dijo: «Tu hermano
resucitará». Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el
último día». Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en
mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para
siempre. ¿Crees esto?». Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Cuatro
días es la muerte definitiva.
Cuando Jesús llega
cerca de Betania, el evangelista Juan nota que Lázaro había muerto hacía cuatro
días. Ese número cuatro indica una muerte definitiva. Ellos iban a visitar el
sepulcro durante tres días para ver si aún había alguna señal de vida, pero al
cuarto día se resignaban: "Ha muerto". ¿Qué sucede en Betania
ante esta muerte? Dice el evangelista que los judíos iban a María y a Marta
para consolarlas por la muerte del hermano. Iban a dar el pésame, como hacemos
nosotros, es decir, repetir esas frases que en el fondo no consuelan: "La
vida continúa"; "siempre se van los mejores", "siempre
estará en nuestro recuerdo"; "nadie muere mientras uno lo
conserve en su corazón". En estas situaciones, diría que quizás más
que las palabras, es mejor el silencio, esta participación en el dolor íntimo e
intenso que se manifiesta en el llanto. Luego están, naturalmente, los ritos de
despedida que vemos incluso entre los no creyentes, y, por lo tanto, quizás
lecturas de alguna poesía o de algún canto que amaba la persona que nos ha
dejado. Es una forma de decir: "La muerte quiso llevárselo, pero de
alguna manera lo retenemos aquí". Es una forma de superar este trauma
de la pérdida de una persona querida.
Marta
se enfada con Jesús.
Jesús no entra en
la aldea. Marta cuando sabe que viene Jesús le sale al encuentro, mientras
María se queda sentada en casa.
Cuando Marta se
encuentra al Maestro, le reprocha. No se postra a sus pies, como luego sí hará
María; se enfada con Jesús: «Señor, si
hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano». Parafraseando
a Marta le dijo a Jesús: “Si tan solo hubieras venido a tiempo, Jesús, mi
hermano no habría muerto”; “Tu presencia habría sido suficiente para
salvar a mi hermano, pero no estuviste aquí”; “si Dios existe, ¿por qué
no interviene cuando lo necesitamos?". Jesús comprende su dolor y sabe que es el
dolor quien habla a través de Marta. Jesús no intervino, y Marta dice a Jesús: «Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te
lo concederá».
Marta
piensa que sólo
existe
esta vida mortal
Marta tiene el
recuerdo de los grandes profetas Elías y Eliseo, que habían reanimado a niños: Elías
reanima el hijo de la mujer de Sarepta (cfr. 1 Re 17, 17-24); Eliseo reanima el
hijo de la familia sunamita (cfr. 2 Re 4, 32-37). Y, sin embargo, aquí se
trataba de una reanimación de niños que acababan de expirar. Lázaro, en cambio,
llevaba muerto cuatro días. ¿Y qué puede hacer Jesús? Marta recurre a Él porque
todavía piensa que la vida es esta y solo esta, la vida mortal.
Respuesta
de Jesús.
«Tu hermano resucitará». Una concepción
farisaica que claramente Marta comparte (cfr. Hch 23, 6-8).
Existía la
convicción de que cuando llegara el reino de Dios, los justos resucitarían, es
decir, volverían a esta vida para disfrutar de este mundo nuevo. Y Marta dice: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día»,
que es tanto como decir: "Jesús, mi hermano, siendo uno de los justos,
ciertamente resucitará en ese tiempo". Pero esta resurrección no
consuela a nadie.
Cuando se entra en
el segundo mundo, el ‘κοιμητήριον’ (koimētērion) del reino de los
muertos, no se permanece allí; se entra inmediatamente en el tercer
mundo porque Jesús ha abierto de par en par la puerta de este sepulcro, no para
volver aquí, sino para entrar en el mundo de Dios.
Jesús
dona una vida que no muere.
Esto es lo que
Jesús dice a Marta: «Yo soy la resurrección y
la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y
cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Pero Marta cree en
el Dios que resucita a los muertos. Jesús, en cambio, habla del Dios que da una
vida que no muere, que va más allá de la muerte biológica. De modo que el que
muere, en realidad, no muere; entra con su vida divina que le ha sido dada en
el mundo y en la casa del Padre.
Continúa Jesús:
"Todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre". Jesús
sitúa la resurrección en el presente, una resurrección, no una reanimación,
sino una entrada inmediata en el mundo de Dios. Jesús no vino a
resucitar cadáveres, sino a donar a los vivos una vida que no muere.
Con una metáfora…
Aquí debemos
recurrir a alguna imagen, y creo que la más hermosa es la de pensar en dos
gemelos en el vientre de la madre. No tienen ninguna idea de la vida que les
espera. Son felices de tener su cordón umbilical, y para ellos, dejar esa vida
es una muerte. Imaginemos que uno de los gemelos nace. ¿Qué piensa el gemelo
que se quedó en el vientre materno? "Mi hermano ha muerto". En
realidad, no ha muerto; ha entrado en una vida completamente diferente, pero ha
salido de ese pequeño mundo en el que, en cierto momento, se sentía demasiado
apretado. Exactamente lo que nos sucede a nosotros después de quizás una larga
vejez. Deseamos otra vida, otro mundo. Parafraseando lo que Pablo dice en la
carta a Timoteo: "Ha llegado el momento de levar anclas", es
decir, de salir de este mundo e ir hacia otros puertos (cfr. 2 Tim 4, 6).
El
niño en el vientre de su madre
no
puede contemplar el rostro de su madre…
La fe nos permite
ver la muerte y el paso de este mundo a un mundo definitivo como un momento
doloroso, dramático, pero un momento bendito porque nos permite contemplar
luego cara a cara a ese Dios que es Padre, que es Madre. El niño que está en el
vientre materno no puede contemplar el rostro de su madre; solo cuando sale de
esta forma de vida se encuentra frente al rostro de la madre. Solo así
podremos contemplar el rostro de Dios cuando pasemos de la vida a la vida.
Marta
ha acogido la palabra de Jesús.
Marta responde a
Jesús diciendo: «Sí, Señor: yo creo que tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Jesús ha llevado a
Marta a comprender qué sentido tiene la muerte de un hermano. Marta ha acogido
la luz que la palabra de Jesús ha dado a este acontecimiento doloroso que está
viviendo, y Marta ha dado su adhesión a esta luz. Y como consecuencia, veremos
que mientras todos los judíos lloran, María y Marta no llorarán. La hermana
María todavía está en la aldea, y ahora Marta va a invitarla a hacer su misma
experiencia: a salir de la aldea donde todos están llorando, donde solo hay
palabras que intentan consolar, pero no dan la verdadera consolación, el
sentido al acontecimiento doloroso que están viviendo. Marta invita a salir de
la aldea a su hermana y a ir al encuentro de Jesús.








