sábado, 1 de marzo de 2025

Homilía del Domingo VIII del Tiempo Ordinario, Ciclo C Lc 6, 39-45

 

Homilía del Domingo VIII del Tiempo Ordinario

02.03.2025 Lc 6, 39-45

 

         La semana pasada Jesús nos entregó la enseñanza sobre el amor al enemigo que era una total novedad para el judaísmo. Es una novedad totalmente revolucionaria porque es la novedad del Reino de Dios traído por Jesucristo; se trata de la calidad en el amor para todos, sin excepción. Jesús nos propone una sublime propuesta de vida y se nos encargó de anunciarla a todos.

         A este punto Jesús siente la necesidad de ponernos en guardia de un peligro: El de considerarnos seguros de haber entendido todo y de estar seguro de llevar una vida en sintonía con el Evangelio. Al hacer esto caemos en la segura tentación de presentarnos ante todos como guías seguros, como maestros; de tal manera que cualquiera que quiera seguir a Cristo le basta con que nos escuche y nos mire. Esto es un peligro muy serio, y ante esto Jesús nos quiere advertir y lo hace con una parábola:

         «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?».

         Es algo elemental que un ciego no puede guiar a otro ciego. Hay una ceguera de los ojos, pero también hay una ceguera de la mente, una ceguera de la razón, una ceguera del corazón. Los profetas denunciaron la ceguera del pueblo de Israel que no seguía los caminos del Señor y ni siquiera se daban cuenta de que estaban fuera del camino. El propio Saulo era ciego y estaba convencido de ver correctamente y por eso perseguía con saña a los que aceptaban a Jesús como el Mesías. Y fue una luz venida del ciego, estando camino de Damasco, lo que le hizo caer en la cuenta de su ceguera y que empezara a ver. El propio Jesús recurre muchas veces a la metáfora de la ceguera, sobre todo cuando habla con los fariseos y escribas. Nos cuenta el evangelista Mateo que una vez Jesús tuvo una discusión acalorada con los escribas y los fariseos generada por las purificaciones antes de las comidas, llegando a decir una palabra tan fuerte como ‘hipócrita’; esto lo hizo porque ellos en vez de adherirse a la Palabra de Dios se inventaban una práctica religiosa con la que tranquilizasen su conciencia y se sintieran bien para con Dios. A lo que Jesús les llama ‘hipócritas’ (cfr. Mt 23), los está llamando comediantes. Y el propio Jesús, refiriéndose a los responsables del pueblo dice de ellos: «son ciegos, guías de ciegos» (cfr. Mt 15, 14). En la carta a los Romanos, el mismo Pablo que en su vida pasada había sido uno de esos ciegos, nos dice que cómo es posible que uno conozca la Torá, la Ley, y que se la enseña a los demás, pero no te lo aplicas a ti mismo (cfr. Rm 2, 1-11). Que uno predica que no se robe, y uno roba; que uno predica que no cometas adultero y en cambio lo cometes. Los ciegos son los que se jactan de conocer la Ley de Dios y en cambio ofenden a Dios porque la transgreden.

         Jesús está preocupado que entre sus discípulos aparezca esta autocomplacencia farisaica y se consideren como guías y como maestros.

         Los cristianos de los primeros siglos eran llamados ‘los Illuminati’, refiriéndose de cómo Cristo y con su Evangelio les había abierto los ojos para hacerles ver dos realidades: ver el rostro de Dios y luego ver al hombre auténtico. Estos ojos son abiertos por la luz de Cristo y de su Evangelio. Al tener los ojos abiertos saben y han descubierto que Dios castiga el pecado que hace daño y que quiere salvar al pecador. Nos invita a no condenar, sino a amar, ya que el amor está en la naturaleza propia de los hijos de Dios.

         Pero siempre está el peligro de sentirse seguros y de ser guías, como lo eran los escribas y los fariseos del tiempo de Jesús. Los discípulos son únicamente discípulos; los discípulos caminamos de un lado para otro con nuestros hermanos, ayudándonos entre nosotros para que mantengamos siempre el ojo fijo en nuestro único guía que es Cristo. Nosotros no somos los modelos de vida evangélica, no somos ni padres ni maestros modelos. Porque nadie se tiene que confrontar con nosotros, sino que se tienen que confrontar con Cristo. Porque en cada uno de nosotros hay tantas miserias, tantas incoherencias y tantas inconsistencias y no somos mejores que nadie. Estamos llamados a que todos nos confrontemos, no con nosotros, sino con Cristo. Cristo es el único modelo auténtico del hombre; Él es el único maestro. Nosotros somos muy frágiles, y de hecho nos lo recuerda san Pablo en la carta a los corintios que ‘llevamos un gran tesoro en vasijas de barro’.

         Aunque Cristo nos haya curado la ceguera no podemos bajar la guardia, porque pueden aparecer manchas en nuestros ojos que nos impidan ver como deberíamos; a lo que Jesús nos invita a que tomemos conciencia de nuestra fragilidad.

 

         «¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, ¿sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano».

         ¿Por qué miras la mota que tiene el ojo de tu hermano? Si se dan cuenta aparece unas cuantas veces la expresión “hermano”; es que Jesús no está hablando a los paganos, sino que se está dirigiendo a sus discípulos, a los miembros de la comunidad cristiana; sólo entre ellos se llaman hermanos. El título ‘hermano’ era el título más común con el que se identificaban entre sí los cristianos. Lucas se está metiendo y afrontando una problemática de su comunidad; una problemática que no difiere de las problemáticas de las comunidades cristianas de hoy.

         ¿Qué es mirar la mota del ojo del hermano? Jesús aquí no nos dice que ayudemos al hermano que se está extraviando o saliendo del camino; no dice esto, nos dice que no escrutes los errores del hermano para controlarlo. Esta es la malicia que Jesús no soporta. Ésta era una característica de los fariseos del tiempo de Jesús ya que ellos estaban escrutando y controlando a todos aquellos que transgrediesen las tradiciones. Este tipo de comportamiento de escrutar al hermano en sus defectos para controlarles y atacarles es algo propio de las personas muy piadosas y muy devotas, ya que controlan la vida de los demás y todo lo ven con sospecha; de aquí surgen los chismes que envenenan la vida de nuestras comunidades cristianas.

         Jesús nos hace una clara invitación a mirar primero a nuestros propios ojos y de asegurarnos de que realmente nosotros vemos bien. Los fariseos pagaban los diezmos de la menta y del comino, pero luego descuidaban la justicia y la misericordia. Por ejemplo, durante muchos milenios ha existido la creencia de que existían las guerras justas y se defendían y en cambio si se bebía un poco de agua o un trozo de pan durante el trascurso de la noche era pecado si se comulgaba. Hubo muchísimos cristianos en los Estados Unidos de América que hicieron una gran campaña contra los bailes de sociedad, pero no se hacían problema de la existencia de la esclavitud.

         Esto que nos dice Jesús es una realidad: Quien escruta la mota, la astilla (το καρφος), el defecto y el error del hermano, Jesús le llama ‘hipócrita’. El υποκριτα es el actor, el comediante que escruta al hermano ¿qué personaje representa? En este espectáculo indigno representan al Dios en el que ellos creen, en un Dios que ha dado la Ley y luego pasa todo su tiempo escrutando, vigilando a quienes comenten los pecados y va tomando notas en sus cuadernos, los cuales abrirá al final de los tiempos para acusar de todos los errores y pecados y así sacarlos a la luz ante todos; siendo esta la condena de todos los que han pecado, este es el Dios totalmente equivocado que tienen estos en mente. Y lo representan muy bien, porque ellos se comportan tal y como ese dios: Están escrutando las deficiencias y defectos del hermano. El comportamiento de estos hipócritas que ven el mal por todos lados tuvo efectos devastadores en las comunidades cristianas. Esta es una de las tantas razones por las que muchos se han distanciado de la Iglesia.

         El problema de fondo es ¿cómo saber -de entre aquellos que ahora pueden ver- los que pueden ayudar al hermano a seguir a Cristo? ¿Cómo reconocerlos? ¿Cómo saber si uno se puede fiar de sus consejos? Con las dos imágenes del evangelio de hoy Jesús nos ofrece el criterio para conocer y discernir de quienes uno se puede confiar. Estas son las dos imágenes planteadas por el Señor:

         «Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.

El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».

         ¿Cómo reconocer al verdadero discípulo? El verdadero discípulo lo reconoces rápidamente porque es una persona ‘hermosa’. No quiere decir que sea particularmente ‘guapa’ esa persona; pero sí es leal, confiable, atenta a los demás, servicial, generosa, que no tiene en cuenta los agravios recibidos. En estas personas hay ‘belleza’, ‘son personas hermosas’. Esta belleza es la que te hace reconocer al verdadero discípulo de Jesucristo. Jesús lo dice con una imagen: ‘el árbol bueno sólo produce frutos buenos’. Si la fruta está podrida quiere decir que no proviene del árbol bueno, del árbol hermoso, sino que procederá de un árbol malo. En el texto griego no habla de árbol bueno que da un fruto bueno; el texto original nos habla de δενδρον καλον; aquí no se trata de bondad, sino de belleza, excelencia. El árbol hermoso es Cristo y más hermoso que Él es imposible. Si eres una persona corrupta, desleal, disoluta, violenta eres feo, no hay hermosura, y por lo tanto eres una fruta podrida, lo cual no puedes provenir del árbol hermoso.

         Jesús está muy interesado en la belleza de sus discípulos y la belleza atrae a todos porque es irresistible ya que llama la atención de todos. Y uno se pregunta ¿cómo puedo llegar a ser tan hermoso como Cristo? La Iglesia debería ser la vitrina o escaparate en el que Cristo expone los frutos hermosos que produce su Evangelio; personas que irradian su belleza.

         Luego Jesús nos menciona dos árboles que son la higuera y la vid. Son significativos porque sólo hay tres árboles simbólicos para el pueblo de Israel; la higuera produce higos, la vid produce uva. Y estos productos -higos y uvas- son las dos imágenes de lo que el Señor espera de su pueblo. El higo indica la dulzura y las uvas que dan el vino indican la alegría. Aquí está el criterio para reconocer al verdadero discípulo; es uno que comunica dulzura y alegría. Uno que se compromete a construir en el mundo la alegría. Si te acercas a un hermano y sus palabras no te inspiran alegría ni esperanza, si no te sientes bienvenido ni acogido ni amado, déjalo solo porque no es un verdadero discípulo ya que proviene de las zarzas, de esos árboles en los que no circula la savia del Espíritu de Cristo.

         La segunda imagen es la del tesoro. Dice Jesús que en el corazón de cada uno hay un cofre que contiene un tesoro. ¿Cómo saber el tesoro que se tiene dentro? Es fácil. Nos lo dice Jesús: se revela en las palabras de su boca, porque la boca habla de lo que tiene el corazón. Si uno sólo habla de dinero, de deporte… significa que en su corazón está lleno de estas cosas. Es muy complicado pedir que este tipo de personas razonen con criterios evangélicos, porque otras cosas ya ocupan su corazón. Al verdadero cristiano lo reconocemos no sólo por sus obras, sino que también se nota inmediatamente por la forma de cómo habla, ya que sus palabras proceden de un corazón que rebosa de la sabiduría del Evangelio. Porque uno siente que juzga según los criterios del Evangelio; cuando debe de dar consejos lo hace haciendo referencia a lo que le ha enseñado el Evangelio y cuando tiene que tomar decisiones valientes lo hace desde el Evangelio que le inspira. De los labios de los cristianos sólo han de salir palabras de amor porque su corazón es un cofre del tesoro que rebosa del amor como le sucede al Padre Celestial.

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