Homilía del
Domingo VIII del Tiempo Ordinario
02.03.2025 Lc 6, 39-45
La
semana pasada Jesús nos entregó la enseñanza sobre el amor al enemigo que era
una total novedad para el judaísmo. Es una novedad totalmente revolucionaria
porque es la novedad del Reino de Dios traído por Jesucristo; se trata de la
calidad en el amor para todos, sin excepción. Jesús nos propone una sublime
propuesta de vida y se nos encargó de anunciarla a todos.
A
este punto Jesús siente la necesidad de ponernos en guardia de un peligro: El
de considerarnos seguros de haber entendido todo y de estar seguro de llevar
una vida en sintonía con el Evangelio. Al hacer esto caemos en la segura
tentación de presentarnos ante todos como guías seguros, como maestros; de tal
manera que cualquiera que quiera seguir a Cristo le basta con que nos escuche y
nos mire. Esto es un peligro muy serio, y ante esto Jesús nos quiere advertir y
lo hace con una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos
en el hoyo?».
Es
algo elemental que un ciego no puede guiar a otro ciego. Hay una ceguera de los
ojos, pero también hay una ceguera de la mente, una ceguera de la razón, una
ceguera del corazón. Los profetas denunciaron la ceguera del pueblo de Israel
que no seguía los caminos del Señor y ni siquiera se daban cuenta de que
estaban fuera del camino. El propio Saulo era ciego y estaba convencido de ver
correctamente y por eso perseguía con saña a los que aceptaban a Jesús como el
Mesías. Y fue una luz venida del ciego, estando camino de Damasco, lo que le
hizo caer en la cuenta de su ceguera y que empezara a ver. El propio Jesús
recurre muchas veces a la metáfora de la ceguera, sobre todo cuando habla con
los fariseos y escribas. Nos cuenta el evangelista Mateo que una vez Jesús tuvo
una discusión acalorada con los escribas y los fariseos generada por las
purificaciones antes de las comidas, llegando a decir una palabra tan fuerte
como ‘hipócrita’; esto lo hizo porque ellos en vez de adherirse a la Palabra de
Dios se inventaban una práctica religiosa con la que tranquilizasen su
conciencia y se sintieran bien para con Dios. A lo que Jesús les llama
‘hipócritas’ (cfr. Mt 23), los está llamando comediantes. Y el propio Jesús,
refiriéndose a los responsables del pueblo dice de ellos: «son ciegos, guías
de ciegos» (cfr. Mt 15, 14). En la carta a los Romanos, el mismo Pablo que
en su vida pasada había sido uno de esos ciegos, nos dice que cómo es posible
que uno conozca la Torá, la Ley, y que se la enseña a los demás, pero no te lo
aplicas a ti mismo (cfr. Rm 2, 1-11). Que uno predica que no se robe, y uno
roba; que uno predica que no cometas adultero y en cambio lo cometes. Los
ciegos son los que se jactan de conocer la Ley de Dios y en cambio ofenden a
Dios porque la transgreden.
Jesús
está preocupado que entre sus discípulos aparezca esta autocomplacencia
farisaica y se consideren como guías y como maestros.
Los
cristianos de los primeros siglos eran llamados ‘los Illuminati’, refiriéndose
de cómo Cristo y con su Evangelio les había abierto los ojos para hacerles ver
dos realidades: ver el rostro de Dios y luego ver al hombre auténtico. Estos
ojos son abiertos por la luz de Cristo y de su Evangelio. Al tener los ojos
abiertos saben y han descubierto que Dios castiga el pecado que hace daño y que
quiere salvar al pecador. Nos invita a no condenar, sino a amar, ya que el amor
está en la naturaleza propia de los hijos de Dios.
Pero
siempre está el peligro de sentirse seguros y de ser guías, como lo eran los
escribas y los fariseos del tiempo de Jesús. Los discípulos son únicamente
discípulos; los discípulos caminamos de un lado para otro con nuestros
hermanos, ayudándonos entre nosotros para que mantengamos siempre el ojo fijo
en nuestro único guía que es Cristo. Nosotros no somos los modelos de vida
evangélica, no somos ni padres ni maestros modelos. Porque nadie se tiene que
confrontar con nosotros, sino que se tienen que confrontar con Cristo. Porque
en cada uno de nosotros hay tantas miserias, tantas incoherencias y tantas
inconsistencias y no somos mejores que nadie. Estamos llamados a que todos nos
confrontemos, no con nosotros, sino con Cristo. Cristo es el único modelo
auténtico del hombre; Él es el único maestro. Nosotros somos muy frágiles, y de
hecho nos lo recuerda san Pablo en la carta a los corintios que ‘llevamos un
gran tesoro en vasijas de barro’.
Aunque
Cristo nos haya curado la ceguera no podemos bajar la guardia, porque pueden
aparecer manchas en nuestros ojos que nos impidan ver como deberíamos; a lo que
Jesús nos invita a que tomemos conciencia de nuestra fragilidad.
«¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo
y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu
hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, ¿sin fijarte en la
viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y
entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano».
¿Por
qué miras la mota que tiene el ojo de tu hermano? Si se dan cuenta aparece unas
cuantas veces la expresión “hermano”; es que Jesús no está hablando a los
paganos, sino que se está dirigiendo a sus discípulos, a los miembros de la
comunidad cristiana; sólo entre ellos se llaman hermanos. El título ‘hermano’
era el título más común con el que se identificaban entre sí los cristianos. Lucas
se está metiendo y afrontando una problemática de su comunidad; una
problemática que no difiere de las problemáticas de las comunidades cristianas
de hoy.
¿Qué
es mirar la mota del ojo del hermano? Jesús aquí no nos dice que ayudemos al
hermano que se está extraviando o saliendo del camino; no dice esto, nos dice
que no escrutes los errores del hermano para controlarlo. Esta es la malicia que
Jesús no soporta. Ésta era una característica de los fariseos del tiempo de
Jesús ya que ellos estaban escrutando y controlando a todos aquellos que
transgrediesen las tradiciones. Este tipo de comportamiento de escrutar al
hermano en sus defectos para controlarles y atacarles es algo propio de las
personas muy piadosas y muy devotas, ya que controlan la vida de los demás y
todo lo ven con sospecha; de aquí surgen los chismes que envenenan la vida de
nuestras comunidades cristianas.
Jesús
nos hace una clara invitación a mirar primero a nuestros propios ojos y de
asegurarnos de que realmente nosotros vemos bien. Los fariseos pagaban los
diezmos de la menta y del comino, pero luego descuidaban la justicia y la
misericordia. Por ejemplo, durante muchos milenios ha existido la creencia de
que existían las guerras justas y se defendían y en cambio si se bebía un poco
de agua o un trozo de pan durante el trascurso de la noche era pecado si se
comulgaba. Hubo muchísimos cristianos en los Estados Unidos de América que
hicieron una gran campaña contra los bailes de sociedad, pero no se hacían
problema de la existencia de la esclavitud.
Esto
que nos dice Jesús es una realidad: Quien escruta la mota, la astilla (το καρφος),
el defecto y el error del hermano, Jesús le llama ‘hipócrita’. El υποκριτα es
el actor, el comediante que escruta al hermano ¿qué personaje representa? En
este espectáculo indigno representan al Dios en el que ellos creen, en un Dios
que ha dado la Ley y luego pasa todo su tiempo escrutando, vigilando a quienes
comenten los pecados y va tomando notas en sus cuadernos, los cuales abrirá al
final de los tiempos para acusar de todos los errores y pecados y así sacarlos
a la luz ante todos; siendo esta la condena de todos los que han pecado, este
es el Dios totalmente equivocado que tienen estos en mente. Y lo representan
muy bien, porque ellos se comportan tal y como ese dios: Están escrutando las
deficiencias y defectos del hermano. El comportamiento de estos hipócritas que
ven el mal por todos lados tuvo efectos devastadores en las comunidades
cristianas. Esta es una de las tantas razones por las que muchos se han
distanciado de la Iglesia.
El
problema de fondo es ¿cómo saber -de entre aquellos que ahora pueden ver- los
que pueden ayudar al hermano a seguir a Cristo? ¿Cómo reconocerlos? ¿Cómo saber
si uno se puede fiar de sus consejos? Con las dos imágenes del evangelio de hoy
Jesús nos ofrece el criterio para conocer y discernir de quienes uno se puede
confiar. Estas son las dos imágenes planteadas por el Señor:
«Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que
dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se
recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El hombre bueno, de la
bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad
saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca».
¿Cómo
reconocer al verdadero discípulo? El verdadero discípulo lo reconoces
rápidamente porque es una persona ‘hermosa’. No quiere decir que sea
particularmente ‘guapa’ esa persona; pero sí es leal, confiable, atenta a los
demás, servicial, generosa, que no tiene en cuenta los agravios recibidos. En
estas personas hay ‘belleza’, ‘son personas hermosas’. Esta belleza es la que
te hace reconocer al verdadero discípulo de Jesucristo. Jesús lo dice con una
imagen: ‘el árbol bueno sólo produce frutos buenos’. Si la fruta está podrida
quiere decir que no proviene del árbol bueno, del árbol hermoso, sino que
procederá de un árbol malo. En el texto griego no habla de árbol bueno que da
un fruto bueno; el texto original nos habla de δενδρον καλον; aquí no se trata
de bondad, sino de belleza, excelencia. El árbol hermoso es Cristo y más
hermoso que Él es imposible. Si eres una persona corrupta, desleal, disoluta,
violenta eres feo, no hay hermosura, y por lo tanto eres una fruta podrida, lo
cual no puedes provenir del árbol hermoso.
Jesús
está muy interesado en la belleza de sus discípulos y la belleza atrae a todos
porque es irresistible ya que llama la atención de todos. Y uno se pregunta
¿cómo puedo llegar a ser tan hermoso como Cristo? La Iglesia debería ser la
vitrina o escaparate en el que Cristo expone los frutos hermosos que produce su
Evangelio; personas que irradian su belleza.
Luego
Jesús nos menciona dos árboles que son la higuera y la vid. Son significativos
porque sólo hay tres árboles simbólicos para el pueblo de Israel; la higuera
produce higos, la vid produce uva. Y estos productos -higos y uvas- son las dos
imágenes de lo que el Señor espera de su pueblo. El higo indica la dulzura y
las uvas que dan el vino indican la alegría. Aquí está el criterio para
reconocer al verdadero discípulo; es uno que comunica dulzura y alegría. Uno
que se compromete a construir en el mundo la alegría. Si te acercas a un
hermano y sus palabras no te inspiran alegría ni esperanza, si no te sientes
bienvenido ni acogido ni amado, déjalo solo porque no es un verdadero discípulo
ya que proviene de las zarzas, de esos árboles en los que no circula la savia
del Espíritu de Cristo.
La segunda imagen es la del tesoro. Dice Jesús que en el corazón de cada uno hay un cofre que contiene un tesoro. ¿Cómo saber el tesoro que se tiene dentro? Es fácil. Nos lo dice Jesús: se revela en las palabras de su boca, porque la boca habla de lo que tiene el corazón. Si uno sólo habla de dinero, de deporte… significa que en su corazón está lleno de estas cosas. Es muy complicado pedir que este tipo de personas razonen con criterios evangélicos, porque otras cosas ya ocupan su corazón. Al verdadero cristiano lo reconocemos no sólo por sus obras, sino que también se nota inmediatamente por la forma de cómo habla, ya que sus palabras proceden de un corazón que rebosa de la sabiduría del Evangelio. Porque uno siente que juzga según los criterios del Evangelio; cuando debe de dar consejos lo hace haciendo referencia a lo que le ha enseñado el Evangelio y cuando tiene que tomar decisiones valientes lo hace desde el Evangelio que le inspira. De los labios de los cristianos sólo han de salir palabras de amor porque su corazón es un cofre del tesoro que rebosa del amor como le sucede al Padre Celestial.
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