sábado, 15 de marzo de 2025

Homilía del Domingo II de Cuaresma, ciclo C LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

 

Homilía del Domingo II de Cuaresma, Ciclo C

16.03.2025 Lc 9, 28b-36

 

         El Evangelio de este segundo domingo de cuaresma nos presenta el relato de la transfiguración. Estamos ante una página de teología y de catequesis compuesta por imágenes tomadas de la Biblia. Intentaré descodificar estas imágenes, de traducirlas, para poder sacar el mensaje que el Señor desea hacernos llegar.

         En el segundo domingo de cuaresma nos encontramos siempre el relato de la transfiguración porque es el modo más correcto para prepararnos para vivir y entender la pasión, muerte y resurrección de Jesús.

         Jesús si se hubiera quedado en Nazaret no le hubiera pasado nada. Si hubiera seguido trabajando en el taller de San José, no le hubiera pasado nada malo. Pero deseaba cambiar el mundo anunciando el Reino de su Padre y esto, inevitablemente generó serios enfrentamientos con los administradores de los poderes del mundo viejo, los cuales querían perpetuarse eternamente en sus dominios. Y Jesús se presentó como cordero en medio de lobos en una sociedad donde las luchas fratricidas por el poder, las maquinaciones, traiciones y engaños son una constante; y ninguna realidad de este mundo es ajena a esto. Recordemos que estamos en un mundo donde no se aprecia al que pierde, sino al que gana y domina. Ante esto Jesús es un perdedor y ahora nadie se anima a seguirlo y a ser como él.

         Todos somos conscientes de la dureza a la hora de entender y de aceptar la cruz. No queremos tener la cruz como símbolo, es más, los primeros cristianos tenían como signo el ancla, el pez, el pelícano, el pavo real, pero no la cruz. La cruz se ha empezado a convertirse en el símbolo cristiano sólo a partir del siglo cuarto, en el tiempo de Constantino. Porque la cruz era el símbolo de la derrota.

         El evangelista Lucas escribió este texto en el tiempo de Domiciano. La cruz era un símbolo de culpa. San Pablo en la epístola a los corintios nos dice que «el lenguaje de la cruz, en efecto, es locura para los que se pierden; mas para los que están en vías de salvación, para nosotros, es poder de Dios» (cfr. 1 Cor 1, 18). Lucas, consciente de la resistencia que tenían -y tenemos los cristianos de hoy- ante la cruz nos plantea este relato.

 

        

         «Unos ocho días después, Jesús tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor.

De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén».

         El evangelista hace una alusión clara para que revisemos lo que Jesús dijo ocho días antes para poder entender lo que ahora va a acontecer. Jesús había anunciado de un modo muy claro el destino que le esperaba: «Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley, que lo maten y que resucite al tercer día» (cfr. Lc 9, 22). Jesús les está diciendo que su vida donada por amor a los hombres terminará en la gloria de la resurrección. Y seguía diciendo -en esos ocho días anteriores al relato de la transfiguración- que «el que quiera venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, ése la salvará» (cfr. Lc 9, 23).

         Cristo nos dice que si queremos aceptar la misma elección de vida que él mismo ha realizado y que él nos propone, nos sugiere que nos olvidemos de nosotros mismos. Cuando hagas una elección, adoptes una postura o razones ya no debes de pensar en el beneficio propio, sino todo lo que sea beneficio para la vida del hermano. Olvídate de ser rico, de asegurarte la vida, de tener comodidades, de vivir a modo burgués, no busques el ser admirado ni el ser considerado. Si aceptas la propuesta de Jesús, olvídate del reconocimiento de los hijos de lo mundano.

         ¿Cuál es el problema de todo esto? Que uno desea una verificación concreta de que este modo de actuar según Jesús no sea un suicidio. Nos surge la duda; pero si yo le escucho con atención, al final no me arrepentiré de nada, es más, no tendré remordimientos ni desazones por no haber disfrutado de la vida como muchos lo hacen, ni por no haber pensado en mí, ni en mis intereses. Es entonces cuando uno experimenta con gran gozo el sentido de la experiencia que manifestó san Pablo al decir «pero lo que entonces consideraba una ganancia, ahora lo considero pérdida por amor a Cristo. Es más, pienso incluso que nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, y todo lo tengo por estiércol con tal de ganar a Cristo y vivir unido a él con una salvación que no procede de la ley, sino de la fe en Cristo, una salvación que viene de Dios a través de la fe» (cfr. Flp 3, 7-9). No hay pruebas de que esta elección por el modo de ser como Cristo me haga feliz, todo se juega con la fe, en la confianza en su Palabra: Confío en Él.

         Lucas quiere ayudar a los cristianos de su comunidad y a los de hoy a entender que la propuesta que Jesús nos hace es la adecuada para no perder tu vida. Y ¿qué cosa hace Lucas para convencernos? Nos muestra el camino espiritual que han recorrido los discípulos. Recordemos que sabemos muy bien, y seamos muy claros al respecto, que cuando Jesús les hablaba de la muerte, del sacrificio, del dolor, de la entrega total y absoluta sin esperar nada, los discípulos y los apóstoles ‘se tapaban los oídos’ o ‘se hacían los locos’, porque ellos no querían ver hacia donde Jesús iba a ir a parar, a la Cruz. Y ellos se dedicaban, mientras tanto, a cultivar sus sueños, a discutir quien era el más importante, y el propio Pedro estaba totalmente convencido que Jesús debería haber sido un ganador. Lucas está mostrando el camino espiritual de estos discípulos y apóstoles, un camino del que les quedaba aún mucho para poder entender algo. Camino que terminaron concluyendo fusionándose con la voluntad amorosa de Cristo.

         Lucas, para ayudar a entender el recorrido de este camino espiritual planteado por Jesús plantea el texto evangélico de hoy. No todos los discípulos van al Monte Tabor, sino sólo un pequeño grupo empieza a entender antes que los demás que la elección que Jesús les propone es la correcta.

         ¿Con qué imágenes nos habla Lucas del camino espiritual que hicieron esos apóstoles que acompañaban a Jesús? El camino que realizaron estos apóstoles es el mismo que el que estamos invitados a recorrer en nuestras comunidades cristianas.

         En primer lugar, se dejaron acompañar de Jesús para subir la montaña. ¿Qué es este monte? No es una montaña o monte material; se trata de subir al mundo de Dios. Jesús ha introducido a un grupo de discípulos que llegaron antes que los demás para dejarse traspasar por la luz del cielo, en ese nuevo modo de pensar que tiene Dios; se han separado de la llanura y subieron a lo alto. ¿Qué es esta llanura? Es el lugar donde todos viven; donde todos razonan según los criterios de los juicios que brotan de la escala de valores de este mundo. En la llanura el hombre se evalúa por el dinero, por el poder, por el prestigio, por las influencias, por los afectos, por las apariencias. Si no estás dentro de estos criterios mundanos -un buen coche, una buena cuenta bancaria, un puesto de poder en el trabajo, unas vacaciones lujosas…- eres un fracasado y a los ojos del mundo no eres nadie. Es verdad que puedes estar en la llanura y ser una persona buena, pero no sigue a Jesús. Para que esta persona pueda ver y entender la vida y la realidad de un modo diferente precisa ascender al monte, salir de la llanura.

         Y ¿qué es lo que sucede en el monte? Lucas nos dice que Jesús se fue a lo alto de monte para orar. Y es durante la oración de Jesús cuando los tres discípulos empezarán a ver un cambio en la apariencia del rostro de Jesús. Dice la Palabra que «y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor». Este modo de cómo iba cambiando el rostro de Jesús durante la oración significa que este pequeño grupo de discípulos han empezado a comprender que el rostro del aparente perdedor a los ojos del mundo, se convirtió en ganador. Estos discípulos están entrando en una dinámica ganadora; ellos caen en la cuenta que los valores de lo mundano han sido revocados. Ellos están empezando a sintonizar sus pensamientos con los pensamientos de Dios; y ellos se dan cuenta, siguiendo el ejemplo de Jesús, que han de cultivar estos momentos en el monte cuidando esos momentos de oración. La oración lo que hace es recordarnos que lo que vivimos y valoramos con criterios mundanos (el poder, la gran casa, el buen trabajo, el dinero acumulado, las tierras, vacas y ovejas, el tractor…) es terreno, caduco y engañoso y no puede encarcelar ni hipotecar espiritualmente nuestra vida. Esa oración significa intimidad con Cristo, ya que es imposible entrar en la dinámica de la intimidad con el Señor cuando uno está aturdido por la confusión, el ruido de los móviles y de la televisión. Si te involucras en la feria de la vanidad propuesta en este mundo no puedes juzgar o posicionarte en la vida del modo de cómo te está indicando el mismo Dios.

         Está abierta la invitación a acercarte a Cristo, como lo hicieron estos tres y tomar el Evangelio y junto a la comunidad cristiana de hermanos y al a luz del Magisterio y de la Tradición de la Iglesia, irte formando una serie de criterios de evaluación, no según los hombres que nos llevarán hacia el éxito mundano, sino según el Espíritu de Dios.

         Los rostros de los hombres que no se asemejen al rostro de Jesús de Nazaret son caras feas que inspiran miedo; porque el rostro de los que compiten, de los que tratan de atropellar y aprovecharse de la gente y no de servirlas, ya no es un rostro humano, es ya el rostro de las bestias, el rostro feo. Es el rostro de los que no se comportan como hombres, sino que se han animalizado y asilvestrado.

         La túnica de Jesús se volvió deslumbrante, resplandeciente. El blanco en el simbolismo bíblico indica que es lo que vemos en una persona es puro, blanco, símbolo de la luz; y la luz de Dios es la luz del amor que emergió plenamente de la persona de Jesús. Y estamos invitados a testimoniar de esa luz del amor de Jesús; es la luz de la vida del Espíritu que debe brillar en nosotros. Jesús nos dice que ‘vosotros sois la luz del mundo’. Esta luz debe de brillar a los hombres para que ellos vean las obras hermosas: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (cfr. Mt 5, 16).

         Jesús no llevaba un vestido lujoso, sino que llevaba el hábito del esclavo. Y el esclavo, en la sociedad greco-romana, era despreciado y no era el ideal del hombre. Ahora es diferente, el hábito o vestido real, según Dios y según sus juicios, es el del esclavo.

         Y aparecen en escena Moisés y Elías. En el Antiguo Testamento estos dos subieron a la montaña para ver la gloria de Dios. Moisés quería ver el rostro de Dios y Dios le dice que ‘tú no puedes ver mi rostro’, allí en la ruta no te pondré la mano sobre tus ojos y después de que yo pase podrás ver únicamente mi espalda. El hombre no puede ver el rostro de Dios, pero sí puede ver pasar a Dios; además, nosotros conocemos por dónde pasa Dios por las señales de su amor. Moisés se imaginaba el rostro de Dios como aquel que se revelaba en las fuerzas aterradoras del terremoto, del viento impetuoso. La gloria de Dios se revela en la voz del silencio.

         A Elías le recordamos cuando fue secuestrado por el carro de fuego. Los dos han visto ya el rostro de Dios estando en el cielo. Y estos dos, Moisés y Elías están en el monte porque deben de testimoniar que el hombre que tuvo éxito, según Dios, es Jesús.

         Moisés había ya dicho que un día el Señor enviará a un profeta como yo (cfr. Dt 18, 15-19). Elías tuvo que regresar para anunciar y para hacer presente al Mesías (cfr. Mal 3, 23-24). Estos dos testimonian que el Mesías de Dios es Jesús de Nazaret. Ellos dos representan todos los libros sagrados de Israel: Moisés representa a la Torá (cinco libros de la Ley) y Elías representa a todos los escritos de los profetas: ellos testimonian que Jesús es el hombre según Dios, el verdadero Hijo del Señor.

         ¿De qué hablaban entre ellos? Hablaban de su éxodo, el éxodo que Jesús habría llevado a término en Jerusalén. Moisés y Elías confirman que Jesús va a sufrir mucho, ser asesinado; pero el éxodo no concluirá en la tumba, sino hacia la gloria, hacia la plenitud de la vida. Jesús en la Escritura y a la luz de la oración ya comprendió el éxodo que él debía de recorrer.

        

         «Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

No sabía lo que decía».

         Si uno no es capaz de ver el rostro glorioso de Cristo en el crucificado que da la vida por amor, tú no le darás tu adhesión. Es imposible hacer la elección de vestir la ropa del sirviente si no se es capaz de entender que esa ropa se convierte en un vestido real, que resplandece con la luz divina.

 

         Continúa la experiencia espiritual de estos tres discípulos. Ellos están vencidos por el sueño. ¿Qué significa esto? El sueño es el momento en el que los ojos se vuelven pesados y se cierran lentamente y ya no puedes ver nada. Nos quiere decir que no es fácil seguir vislumbrando un rostro glorioso cuando tienes delante un rostro de salivazos y coronado de espinas. Los discípulos habían visto algo de la gloria divina, pero luego se volvieron sus ojos borrosos y ya no veían las cosas como realmente eran. El sueño en la montaña indica la dificultad de asimilar los criterios y los juicios de Dios. Pablo escribe a los romanos diciendo que es hora de despertar del sueño y de sacudirse del letargo espiritual porque es muy fácil volver a ser envuelto por las tinieblas del mundo (cfr. Rm 13, 11-12).

 

         En este punto Moisés y Elías se separan de Jesús, y mientras se separan Pedro hace una propuesta un tanto extraña: construir tres tiendas. ¿Qué significa esta imagen de las tres tiendas? El que construye una tienda significa que se quiere parar; no construye una tienda y luego parte hacia otro lado. Pedro después de oír el camino de ese éxodo que tiene que pasar por la etapa de la muerte, se siente tentado de pararse, de detenerse en ese éxodo. Uno entiende y sabe cómo es la vida que Cristo te plantea y adivinas lo que te va a venir encima, todo el peso que nadie quiere. Quedarse con haberlo entendido no basta, necesitamos aterrizarlo en algo concreto de la vida esta experiencia espiritual. Una relación sana con el Señor no conduce a que estemos encerrados en nosotros mismos y alejados de los problemas y cuestiones cotidianas. El Señor no nos encierra en un lugar estéril y de intimismo espiritual, sino que nos empuja hacia el encuentro con el hermano. No podemos hacer estas tiendas porque no podemos quedarnos dentro, sino salir al encuentro de los hermanos con los criterios que proceden de lo alto. Jesús nos lleva a su monte para luego retornar, regresar, devolvernos transformados entre los hermanos.

 

         «Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube.

Y una voz desde la nube decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo».

Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto».

         Lucas introduce una nueva imagen bíblica en su historia: la imagen de la nube. Se recurre con frecuencia a la nube, sobre todo en el libro del Éxodo; es la imagen de la presencia de Dios. Dios se presenta como una sombra, como una nube. El pueblo de Israel sentía la protección de Dios con la imagen de la sombra, con la imagen de la nube. La nube estuvo acompañando al pueblo en el desierto y les protegía del sol abrasador con su sombra. Cuando Moisés subió al monte, todo el monte estaba cubierto por la nube, ya que allí estaba presente Dios que habló con Moisés. Y cuando construida la tienda del encuentro, allí el Señor se encontrará con Moisés, y esta tienda estaba cubierta por la nube. Donde quiera que estuviera esta nube es que uno estaba rodeado de la presencia de Dios. Estos discípulos están cubiertos por la nube y están introducidos en esta experiencia espiritual y entendieron qué tipo de éxodo debía de recorrer el Maestro.

         De esta nube viene una voz y los discípulos tienen miedo ya que se dieron cuenta del camino que Jesús les estaba proponiendo. De esta nube sale una voz.

         La reacción de los discípulos ante esta revelación: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». Es la misma voz que se escuchó en el día del bautismo. Al decir ‘escuchadlo’ nos está diciendo que el rostro de Cristo reproduce perfectamente el rostro del Padre. Y les indica que le escuchen, que le sigan. Esa voz les está diciendo que ese aparente perdedor, ese es el elegido, el siervo fiel en el que el Padre se complace es el vencedor. Que le escuchemos aunque nos parezca que nos proponga caminos demasiado pesados, difíciles y opciones poco o nada gratificantes.

         El número ocho, del principio, tiene un significado muy preciso para los cristianos: el día de la Pascua de Resurrección. El día en el que la comunidad se reúne para escuchar la Palabra del Señor y para partir el pan. Está diciendo Lucas que todos los que se reúnen ese día para celebrar la Eucaristía, suben a la montaña, suben al monte. Es un monte donde ven el rostro del Señor transfigurado, que se entregado toda su vida y que nos invita a acoger esta propuesta de ser un hombre nuevo. 

        La voz del cielo nos dice que si quieres iluminar tu vida y ser un hijo del Padre del Cielo, ¡escucha a Jesús!

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