Homilía del
Domingo II de Cuaresma, Ciclo C
16.03.2025 Lc 9, 28b-36
El
Evangelio de este segundo domingo de cuaresma nos presenta el
relato de la transfiguración. Estamos ante una página de teología y de
catequesis compuesta por imágenes tomadas de la Biblia. Intentaré descodificar
estas imágenes, de traducirlas, para poder sacar el mensaje que el Señor desea
hacernos llegar.
En el segundo domingo de cuaresma nos
encontramos siempre el relato de la transfiguración porque es el modo más
correcto para prepararnos para vivir y entender la pasión, muerte y
resurrección de Jesús.
Jesús si se hubiera quedado en Nazaret
no le hubiera pasado nada. Si hubiera seguido trabajando en el taller de San
José, no le hubiera pasado nada malo. Pero deseaba cambiar el mundo anunciando
el Reino de su Padre y esto, inevitablemente generó serios enfrentamientos con
los administradores de los poderes del mundo viejo, los cuales querían
perpetuarse eternamente en sus dominios. Y Jesús se presentó como cordero en
medio de lobos en una sociedad donde las luchas fratricidas por el poder, las
maquinaciones, traiciones y engaños son una constante; y ninguna realidad de
este mundo es ajena a esto. Recordemos que estamos en un mundo donde no se
aprecia al que pierde, sino al que gana y domina. Ante esto Jesús es un
perdedor y ahora nadie se anima a seguirlo y a ser como él.
Todos somos conscientes de la dureza a
la hora de entender y de aceptar la cruz. No queremos tener la cruz como
símbolo, es más, los primeros cristianos tenían como signo el ancla, el pez, el
pelícano, el pavo real, pero no la cruz. La cruz se ha empezado a convertirse
en el símbolo cristiano sólo a partir del siglo cuarto, en el tiempo de
Constantino. Porque la cruz era el símbolo de la derrota.
El evangelista Lucas escribió este
texto en el tiempo de Domiciano. La cruz era un símbolo de culpa. San Pablo en
la epístola a los corintios nos dice que «el lenguaje de la cruz, en efecto,
es locura para los que se pierden; mas para los que están en vías de salvación,
para nosotros, es poder de Dios» (cfr. 1 Cor 1, 18). Lucas, consciente de
la resistencia que tenían -y tenemos los cristianos de hoy- ante la cruz nos
plantea este relato.
«Unos ocho
días después, Jesús tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del
monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus
vestidos brillaban de resplandor.
De
repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo
con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén».
El evangelista hace una alusión clara
para que revisemos lo que Jesús dijo ocho días antes para poder entender lo que
ahora va a acontecer. Jesús había anunciado de un modo muy claro el destino que
le esperaba: «Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea
rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros
de la ley, que lo maten y que resucite al tercer día» (cfr. Lc 9, 22). Jesús
les está diciendo que su vida donada por amor a los hombres terminará en la
gloria de la resurrección. Y seguía diciendo -en esos ocho días anteriores al
relato de la transfiguración- que «el que quiera venir en pos de mí, que
renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga. Porque el
que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, ése
la salvará» (cfr. Lc 9, 23).
Cristo nos dice que si queremos aceptar
la misma elección de vida que él mismo ha realizado y que él nos propone, nos
sugiere que nos olvidemos de nosotros mismos. Cuando hagas una elección,
adoptes una postura o razones ya no debes de pensar en el beneficio propio,
sino todo lo que sea beneficio para la vida del hermano. Olvídate de ser rico,
de asegurarte la vida, de tener comodidades, de vivir a modo burgués, no
busques el ser admirado ni el ser considerado. Si aceptas la propuesta de
Jesús, olvídate del reconocimiento de los hijos de lo mundano.
¿Cuál es el problema de todo esto? Que
uno desea una verificación concreta de que este modo de actuar según Jesús no
sea un suicidio. Nos surge la duda; pero si yo le escucho con atención, al
final no me arrepentiré de nada, es más, no tendré remordimientos ni desazones
por no haber disfrutado de la vida como muchos lo hacen, ni por no haber
pensado en mí, ni en mis intereses. Es entonces cuando uno experimenta con gran
gozo el sentido de la experiencia que manifestó san Pablo al decir «pero lo
que entonces consideraba una ganancia, ahora lo considero pérdida por amor a
Cristo. Es más, pienso incluso que nada vale la pena si se compara con el
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas,
y todo lo tengo por estiércol con tal de ganar a Cristo y vivir unido a él con
una salvación que no procede de la ley, sino de la fe en Cristo, una salvación
que viene de Dios a través de la fe» (cfr. Flp 3, 7-9). No hay pruebas de
que esta elección por el modo de ser como Cristo me haga feliz, todo se juega
con la fe, en la confianza en su Palabra: Confío en Él.
Lucas quiere ayudar a los cristianos de
su comunidad y a los de hoy a entender que la propuesta que Jesús nos hace es
la adecuada para no perder tu vida. Y ¿qué cosa hace Lucas para convencernos?
Nos muestra el camino espiritual que han recorrido los discípulos. Recordemos
que sabemos muy bien, y seamos muy claros al respecto, que cuando Jesús les
hablaba de la muerte, del sacrificio, del dolor, de la entrega total y absoluta
sin esperar nada, los discípulos y los apóstoles ‘se tapaban los oídos’ o ‘se
hacían los locos’, porque ellos no querían ver hacia donde Jesús iba a ir a
parar, a la Cruz. Y ellos se dedicaban, mientras tanto, a cultivar sus sueños,
a discutir quien era el más importante, y el propio Pedro estaba totalmente
convencido que Jesús debería haber sido un ganador. Lucas está mostrando el
camino espiritual de estos discípulos y apóstoles, un camino del que les
quedaba aún mucho para poder entender algo. Camino que terminaron concluyendo
fusionándose con la voluntad amorosa de Cristo.
Lucas, para ayudar a entender el
recorrido de este camino espiritual planteado por Jesús plantea el texto
evangélico de hoy. No todos los discípulos van al Monte Tabor, sino sólo un
pequeño grupo empieza a entender antes que los demás que la elección que Jesús
les propone es la correcta.
¿Con qué imágenes nos habla Lucas del
camino espiritual que hicieron esos apóstoles que acompañaban a Jesús? El
camino que realizaron estos apóstoles es el mismo que el que estamos invitados
a recorrer en nuestras comunidades cristianas.
En primer lugar, se dejaron acompañar
de Jesús para subir la montaña. ¿Qué es este monte? No es una montaña o monte
material; se trata de subir al mundo de Dios. Jesús ha introducido a un grupo
de discípulos que llegaron antes que los demás para dejarse traspasar por la
luz del cielo, en ese nuevo modo de pensar que tiene Dios; se han separado de
la llanura y subieron a lo alto. ¿Qué es esta llanura? Es el lugar donde todos
viven; donde todos razonan según los criterios de los juicios que brotan de la
escala de valores de este mundo. En la llanura el hombre se evalúa por el
dinero, por el poder, por el prestigio, por las influencias, por los afectos,
por las apariencias. Si no estás dentro de estos criterios mundanos -un buen
coche, una buena cuenta bancaria, un puesto de poder en el trabajo, unas
vacaciones lujosas…- eres un fracasado y a los ojos del mundo no eres nadie. Es
verdad que puedes estar en la llanura y ser una persona buena, pero no sigue a
Jesús. Para que esta persona pueda ver y entender la vida y la realidad de un
modo diferente precisa ascender al monte, salir de la llanura.
Y ¿qué es lo que sucede en el monte?
Lucas nos dice que Jesús se fue a lo alto de monte para orar. Y es durante la
oración de Jesús cuando los tres discípulos empezarán a ver un cambio en la
apariencia del rostro de Jesús. Dice la Palabra que «y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban
de resplandor». Este modo de cómo iba cambiando el rostro de Jesús
durante la oración significa que este pequeño grupo de discípulos han empezado
a comprender que el rostro del aparente perdedor a los ojos del mundo, se
convirtió en ganador. Estos discípulos están entrando en una dinámica ganadora;
ellos caen en la cuenta que los valores de lo mundano han sido revocados. Ellos
están empezando a sintonizar sus pensamientos con los pensamientos de Dios; y
ellos se dan cuenta, siguiendo el ejemplo de Jesús, que han de cultivar estos
momentos en el monte cuidando esos momentos de oración. La oración lo que hace
es recordarnos que lo que vivimos y valoramos con criterios mundanos (el poder,
la gran casa, el buen trabajo, el dinero acumulado, las tierras, vacas y
ovejas, el tractor…) es terreno, caduco y engañoso y no puede encarcelar ni
hipotecar espiritualmente nuestra vida. Esa oración significa intimidad con
Cristo, ya que es imposible entrar en la dinámica de la intimidad con el Señor
cuando uno está aturdido por la confusión, el ruido de los móviles y de la
televisión. Si te involucras en la feria de la vanidad propuesta en este mundo
no puedes juzgar o posicionarte en la vida del modo de cómo te está indicando
el mismo Dios.
Está abierta la invitación a acercarte
a Cristo, como lo hicieron estos tres y tomar el Evangelio y junto a la
comunidad cristiana de hermanos y al a luz del Magisterio y de la Tradición de
la Iglesia, irte formando una serie de criterios de evaluación, no según los
hombres que nos llevarán hacia el éxito mundano, sino según el Espíritu de
Dios.
Los rostros de los hombres que no se
asemejen al rostro de Jesús de Nazaret son caras feas que inspiran miedo;
porque el rostro de los que compiten, de los que tratan de atropellar y
aprovecharse de la gente y no de servirlas, ya no es un rostro humano, es ya el
rostro de las bestias, el rostro feo. Es el rostro de los que no se comportan
como hombres, sino que se han animalizado y asilvestrado.
La túnica de Jesús se volvió
deslumbrante, resplandeciente. El blanco en el simbolismo bíblico indica que es
lo que vemos en una persona es puro, blanco, símbolo de la luz; y la luz de
Dios es la luz del amor que emergió plenamente de la persona de Jesús. Y
estamos invitados a testimoniar de esa luz del amor de Jesús; es la luz de la
vida del Espíritu que debe brillar en nosotros. Jesús nos dice que ‘vosotros
sois la luz del mundo’. Esta luz debe de brillar a los hombres para que
ellos vean las obras hermosas: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres,
para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en
los cielos»
(cfr. Mt 5, 16).
Jesús
no llevaba un vestido lujoso, sino que llevaba el hábito del esclavo. Y el
esclavo, en la sociedad greco-romana, era despreciado y no era el ideal del
hombre. Ahora es diferente, el hábito o vestido real, según Dios y según sus
juicios, es el del esclavo.
Y
aparecen en escena Moisés y Elías. En el Antiguo Testamento estos dos subieron
a la montaña para ver la gloria de Dios. Moisés quería ver el rostro de Dios y
Dios le dice que ‘tú no puedes ver mi rostro’, allí en la ruta no te pondré la
mano sobre tus ojos y después de que yo pase podrás ver únicamente mi espalda.
El hombre no puede ver el rostro de Dios, pero sí puede ver pasar a Dios;
además, nosotros conocemos por dónde pasa Dios por las señales de su amor. Moisés
se imaginaba el rostro de Dios como aquel que se revelaba en las fuerzas aterradoras
del terremoto, del viento impetuoso. La gloria de Dios se revela en la voz del
silencio.
A
Elías le recordamos cuando fue secuestrado por el carro de fuego. Los dos han
visto ya el rostro de Dios estando en el cielo. Y estos dos, Moisés y Elías
están en el monte porque deben de testimoniar que el hombre que tuvo éxito,
según Dios, es Jesús.
Moisés
había ya dicho que un día el Señor enviará a un profeta como yo (cfr. Dt 18,
15-19). Elías tuvo que regresar para anunciar y para hacer presente al Mesías
(cfr. Mal 3, 23-24). Estos dos testimonian que el Mesías de Dios es Jesús de
Nazaret. Ellos dos representan todos los libros sagrados de Israel: Moisés
representa a la Torá (cinco libros de la Ley) y Elías representa a todos los
escritos de los profetas: ellos testimonian que Jesús es el hombre según Dios,
el verdadero Hijo del Señor.
¿De
qué hablaban entre ellos? Hablaban de su éxodo, el éxodo que Jesús habría
llevado a término en Jerusalén. Moisés y Elías confirman que Jesús va a sufrir
mucho, ser asesinado; pero el éxodo no concluirá en la tumba, sino hacia la
gloria, hacia la plenitud de la vida. Jesús en la Escritura y a la luz de la
oración ya comprendió el éxodo que él debía de recorrer.
«Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron
y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras estos se alejaban
de él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos
tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
No sabía lo que decía».
Si
uno no es capaz de ver el rostro glorioso de Cristo en el crucificado que da la
vida por amor, tú no le darás tu adhesión. Es imposible hacer la elección de
vestir la ropa del sirviente si no se es capaz de entender que esa ropa se
convierte en un vestido real, que resplandece con la luz divina.
Continúa
la experiencia espiritual de estos tres discípulos. Ellos están vencidos por el
sueño. ¿Qué significa esto? El sueño es el momento en el que los ojos se
vuelven pesados y se cierran lentamente y ya no puedes ver nada. Nos quiere
decir que no es fácil seguir vislumbrando un rostro glorioso cuando tienes
delante un rostro de salivazos y coronado de espinas. Los discípulos habían
visto algo de la gloria divina, pero luego se volvieron sus ojos borrosos y ya
no veían las cosas como realmente eran. El sueño en la montaña indica la
dificultad de asimilar los criterios y los juicios de Dios. Pablo escribe a los
romanos diciendo que es hora de despertar del sueño y de sacudirse del letargo
espiritual porque es muy fácil volver a ser envuelto por las tinieblas del
mundo (cfr. Rm 13, 11-12).
En
este punto Moisés y Elías se separan de Jesús, y mientras se separan Pedro hace
una propuesta un tanto extraña: construir tres tiendas. ¿Qué significa esta
imagen de las tres tiendas? El que construye una tienda significa que se quiere
parar; no construye una tienda y luego parte hacia otro lado. Pedro después de
oír el camino de ese éxodo que tiene que pasar por la etapa de la muerte, se
siente tentado de pararse, de detenerse en ese éxodo. Uno entiende y sabe cómo
es la vida que Cristo te plantea y adivinas lo que te va a venir encima, todo
el peso que nadie quiere. Quedarse con haberlo entendido no basta, necesitamos
aterrizarlo en algo concreto de la vida esta experiencia espiritual. Una
relación sana con el Señor no conduce a que estemos encerrados en nosotros
mismos y alejados de los problemas y cuestiones cotidianas. El Señor no nos
encierra en un lugar estéril y de intimismo espiritual, sino que nos empuja
hacia el encuentro con el hermano. No podemos hacer estas tiendas porque no
podemos quedarnos dentro, sino salir al encuentro de los hermanos con los
criterios que proceden de lo alto. Jesús nos lleva a su monte para luego
retornar, regresar, devolvernos transformados entre los hermanos.
«Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los
cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube.
Y una voz desde la nube
decía: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo».
Después de oírse la voz,
se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron
a nadie nada de lo que habían visto».
Lucas
introduce una nueva imagen bíblica en su historia: la imagen de la nube. Se
recurre con frecuencia a la nube, sobre todo en el libro del Éxodo; es la
imagen de la presencia de Dios. Dios se presenta como una sombra, como una
nube. El pueblo de Israel sentía la protección de Dios con la imagen de la
sombra, con la imagen de la nube. La nube estuvo acompañando al pueblo en el
desierto y les protegía del sol abrasador con su sombra. Cuando Moisés subió al
monte, todo el monte estaba cubierto por la nube, ya que allí estaba presente
Dios que habló con Moisés. Y cuando construida la tienda del encuentro, allí el
Señor se encontrará con Moisés, y esta tienda estaba cubierta por la nube. Donde
quiera que estuviera esta nube es que uno estaba rodeado de la presencia de
Dios. Estos discípulos están cubiertos por la nube y están introducidos en esta
experiencia espiritual y entendieron qué tipo de éxodo debía de recorrer el
Maestro.
De
esta nube viene una voz y los discípulos tienen miedo ya que se dieron cuenta
del camino que Jesús les estaba proponiendo. De esta nube sale una voz.
La
reacción de los discípulos ante esta revelación: «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». Es la misma voz
que se escuchó en el día del bautismo. Al decir ‘escuchadlo’ nos está diciendo
que el rostro de Cristo reproduce perfectamente el rostro del Padre. Y les
indica que le escuchen, que le sigan. Esa voz les está diciendo que ese
aparente perdedor, ese es el elegido, el siervo fiel en el que el Padre se
complace es el vencedor. Que le escuchemos aunque nos parezca que nos proponga
caminos demasiado pesados, difíciles y opciones poco o nada gratificantes.
El número ocho, del principio, tiene un significado muy preciso para los cristianos: el día de la Pascua de Resurrección. El día en el que la comunidad se reúne para escuchar la Palabra del Señor y para partir el pan. Está diciendo Lucas que todos los que se reúnen ese día para celebrar la Eucaristía, suben a la montaña, suben al monte. Es un monte donde ven el rostro del Señor transfigurado, que se entregado toda su vida y que nos invita a acoger esta propuesta de ser un hombre nuevo.
La voz del cielo nos dice que si quieres iluminar tu vida y ser un hijo del Padre del Cielo, ¡escucha a Jesús!
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