Domingo III
del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Lc 1, 1-4; 4, 14-21
Hoy
en el evangelio que se ha proclamado en toda la Iglesia consta de dos partes:
el prólogo del evangelista Lucas; posteriormente nos encontramos con el
discurso de programático de Jesús en la sinagoga de Nazaret.
Lucas
vivió en la segunda mitad del siglo I, y compuso su obra entre los años 80 y 90
d.C. Se dirige a una comunidad perteneciente a la segunda generación cristiana,
la cual vive inmersa en un contexto cultural y político del imperio romano. Esta
comunidad mira a la cultura helenista y al imperio romano con ojos nuevos,
porque vive en medio de ellos y en diálogo con ellos. Esta comunidad ya no
gozaba de esos ímpetus o celo pastoral, sino que corre el serio peligro de
acomodarse a este mundo y aparece en escena la rutina, el aferrarse a los
bienes de este mundo y de olvidarse de las exigencias radicales del
seguimiento. Muchos de los hermanos que formaban parte de estas comunidades
cristianas retornaban a avivar los malos hábitos y costumbres, avivar amores
del pasado…, olvidándose de las exigencias radicales del seguimiento de Cristo.
La comunidad a la que escribe Lucas necesita ser invitada a la conversión y por
ello nada mejor que recordar -hacer pasar de nuevo por el corazón- las palabras
y la vida de Jesús. Y lo hace porque quiere ayudar a su comunidad a ir alejando
los espejismos de todas aquellas cosas mundanas que son presentadas como
apetitosas y dignas de ser deseadas por los corazones desbocados pero que
pasados los primeros momentos dulces tornan en ser un foco de infecciones para
el alma y de sufrimiento para las personas. Nos recuerda que Cristo es amor
misericordioso que nunca defrauda.
Han
pasado ya unos 65 años de la muerte del Maestro y todos los testigos que se
habían encontrado con Jesús van desapareciendo. En las comunidades empezaron a
sentir la necesidad de conocer más de cerca a esta figura del Maestro y su
mensaje ponerlo por escrito en algunos libros. Cuando estaban vivos algunos de
los que habían conocido a Jesús acudían a las comunidades para repetir sus
palabras y para hablar del Maestro, pero ahora estos testigos oculares han ido
falleciendo. Urge poner por escrito todas aquellas cosas acerca de Jesús. El
primero que escribió el evangelio fue Marcos en Roma en torno a los años 60
d.C. y 70 d.C. La comunidad cristiana reconoce en este libro la figura del
Maestro y su mensaje. El evangelio de Marcos fue usado durante unos quince años
en muchas de las comunidades cristianas. Diversas comunidades cristianas
empezaron a recoger testimonios de Jesús desde unas perspectivas diversas.
El
evangelista Mateo compuso su obra en Antioquia de Siria en torno al año 70 y el
110 d.C. y escribirá a una comunidad compuesta por judíos y se empeña en
demostrar como en Jesús se cumplen todas las promesas realizadas en el Antiguo
Testamento.
El
evangelista Lucas escribe para una comunidad de hermanos que proceden del
paganismo, para los gentiles. De tal modo que muchos rasgos que no tienen en
cuenta los otros evangelistas sí que lo tiene Lucas.
Lucas
era originario de Antioquía de Siria, pero vivió en Filipos. En la ciudad de
Filipos tenían una magnífica biblioteca en el tiempo de Lucas. Lucas era un
devorador de libros clásicos; su forma de escribir se asemeja a la literatura
de los clásicos de su tiempo. Era una persona muy culta; era un médico de
profesión. San Pablo en la Carta a los Colosenses definiéndolo como «Lucas, el médico tan querido» (Cfr. Col 4, 14). Y la comunidad
cristiana le pidió a él que compusiera su obra, tanto su Evangelio como el
libro de los Hechos de los Apóstoles. Esta comunidad precisaba una presentación
de la figura del Maestro que respondiera a las necesidades de su comunidad de
hermanos que procedían del paganismo.
Lucas
se adaptar a un procedimiento literario que era muy usado entre los autores
clásicos de su tiempo como es el proceder en su obra empezando con un prólogo. Es
una introducción en la que no cita su propio nombre, pero se presenta y declara
el propósito que se ha propuesto; del mismo modo expone los criterios que
seguirá en la composición de su obra.
Lucas
en su prólogo nos expone «la tarea de componer un
relato de los hechos que se han cumplido/verificado/sucedido entre nosotros». En griego es usa el término πρᾶγμα
(pragma), que significa ‘lo que ha sido hecho’, ‘hechos reales
y concretos’. En tiempo de Lucas había muchos mitos y cuentos que podían
haber creado confusión con la historia que Lucas nos quería contar. Por eso
Lucas empieza poniendo todas las cartas sobre la mesa: ‘yo hablo de hechos, de
eventos que han sucedido entre nosotros’. Lucas ha contactado con personas que
fueron testigos presenciales, los cuales fueron ministros, servidores de la
Palabra. Lucas no cuenta con los charlatanes que abundaban en el imperio romano
ávidos de dinero. Lucas se lo pregunta a personas que se han consagrado al
anuncio de la Palabra y que han sido fieles a lo que ellos han visto y oído. De
tal modo que estos servidores de la Palabra preferían morir antes que
traicionar el mensaje recibido del Maestro.
Lucas
ha prestado gran cuidado a la hora de exponer los hechos sobre Jesús empezando
por el inicio, presentando con un orden, todos los hechos que realmente han
acontecido.
Lucas
dedica el libro a un tal Teófilo, «ilustre Teófilo»
o como dice en griego «κρατιστε θεοφιλε», «excelentísimo Teófilo».
Excelentísimo es un término que llega a lo más alto rango de la sociedad.
El
nombre "θεόφιλος" ("Teófilo"), significa amigo de Dios en griego o, según otros, (ser) amado
por Dios. No se conoce la identidad histórica de Teófilo, por lo cual
existen diferentes conjeturas al respecto. Una de esas conjeturas es que
Teófilo era el tercero de los cinco hijos de Anás, el sumo sacerdote, y por tanto
cuñado de Caifás, y estuvo en el cargo entre el año 37 y 41. Entonces Teófilo
es un sumo sacerdote que conoce o tiene conocimiento del mensaje de Jesús.
Otra
de esas conjeturas era que probablemente se trate de un cristiano rico de la
rica comunidad cristiana de Filipos que se ofreció a la hora de ayudar
económicamente a Lucas. Recordemos que en este tiempo no había derechos de autor.
Este cristiano se comprometió en dar todo lo que fuera necesario para que Lucas
pudiera completar su trabajo. Hay que reconocer que Teófilo fue muy hábil porque
de este modo se hizo conocido y tuvo mucha publicidad. Recordemos que Lucas lo
cita tanto al inicio del evangelio como al inicio de los Hechos de los
Apóstoles.
Lucas
nos revela un claro objetivo: «para que conozcas la
solidez de las enseñanzas que has recibido». Lucas quiere dar bases sólidas a la fe
de los hermanos de su comunidad cristiana. Lucas no está escribiendo para los
no creyentes, sino para los creyentes. Les proporciona referencias claras y
seguras para que estos creyentes puedan profundizar en los cimientos de su
propia fe. Las verdades de la fe no pueden ser demostradas tan científicamente
como alguno puede pretender; pero la adhesión a Cristo no tiene nada que ver
con la credulidad ni la ingenuidad. La adhesión a Cristo no es una elección
ingenua hecha por una persona ignorante y dispuesta a aceptar todos los cuentos
de hadas que acríticamente le digan; esta no es la fe de los cristianos. La fe
cristiana es la adhesión a una persona y a su propuesta de vida, pero hecha con
razones, con discernimiento. Es la adhesión auténtica a una persona:
Jesucristo. Lucas ofrece excelentes razones que te llevan a creer en Cristo y
él lo que hace -durante toda su obra- es irlas exponiéndoselas a su comunidad
y, por ende, a ti.
Lucas
va trazando el camino para alcanzar una fe auténtica, madura.
Concluido
el prólogo (cfr. Lc 1, 1-4) se continúa -en el texto que abordamos en esta
liturgia dominical- en el capítulo cuarto donde se nos presenta el programa de
vida que Cristo nos oferta de la vida pública de Jesús.
Nazaret
es conocida como "la flor de Galilea", como decía san
Jerónimo. Situada sobre una colina a 350 metros sobre el nivel del mar, la
ciudad está rodeada por otras colinas más altas haciendo la imagen de pétalos
de una flor que rodean a esa Nazaret que sería como pistilo ubicado en todo el
centro. Los pétalos en torno a Nazaret. Algo aparentemente insignificante a los
ojos humanos, pero no para los de Dios ya que Jesús empezó allí a ‘polinizar’
con su palabra los corazones.
Lucas
coloca la visita de Jesús a Nazaret al inicio de la vida pública por razones
teológicas y pastorales. Mientras que los otros evangelistas colocan esta
visita a Nazaret en mitad de la vida pública de Jesús; Lucas lo coloca al
inicio: En Nazaret Jesús ya define la propia misión mesiánica y lo enmarca
dentro de una profecía que anunciaba un año jubilar. Esto significa que todo el
ministerio de Jesús va orientado en esta perspectiva jubilar.
«Fue a
Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los
sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le
entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje
donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha
ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la
libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de
gracia del Señor».
Y, enrollando el rollo y
devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos
clavados en él. Y él comenzó a decirles:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
En
aquel tiempo se parece un poco a nuestra liturgia. Era una lectura trienal. La
liturgia se iniciaba con un salmo, el salmo 92, y se procedía a proclamar el libro
de la Ley, el libro del Deuteronomio y se concluía con la lectura de un profeta.
Pero sorprendentemente Jesús no lee, no
proclama el texto que correspondía a ese día. El evangelista nos dice que Jesús
abrió, desenrolló el rollo y halló, buscó (ευρεν), en griego se usa el verbo ευρισκω
(eurisko), que significa ‘encontrar’, ‘hallar’; Jesús encontró ese texto
porque lo buscó. Jesús desea buscar un texto en particular.
Los
detalles son muy significativos. Jesús abre el Antiguo Testamento. Si Jesús no
lo hubiera abierto permanece cerrado. Lucas nos dice que es Cristo el que nos
da la clave de interpretación de todo el Antiguo Testamento, que sin él todo el
Antiguo Testamento sería totalmente incomprensible. Jesús hizo la proclamación
de la lectura y luego lo enrolla. Lo entrega al encargado y se sienta teniendo
todos los ojos fijos en Jesús.
Sin
embargo, Jesús hizo algo inaudito. Jesús parte el versículo 2 del capítulo 61
de Isaías y omite lo siguiente: «y
un día de venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los que lloran». Era inadmisible e intolerable que se
partiera un versículo por la mitad porque formaba todo un uno inseparable.
Sobre todo porque esta segunda parte se estaba anhelando de una manera especial
para dar batalla y derrotar a los paganos que tenían sometido al pueblo de Israel;
ya que sus enemigos debían de ser sometidos y convertirse en esclavos de Israel.
Jesús esta segunda parte no lo dice, lo calla. Este modo de proceder Jesús
genera una gran tensión dentro de la sinagoga.
«Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó.
Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él». La tensión creada
en la sinagoga era máxima ya que Jesús no dice lo que todos esperaban que
hiciera el Mesías, que era aniquilar, oprimir y esclavizar a los enemigos de
Israel y Jesús no les leyó esa parte tan deseada por ellos. Todos en la sinagoga
estaban escandalizados y finalmente intentarán lincharlo. Jesús habla del amor
universal, incluso a los enemigos. Porque la acción de Dios se mueve, no por
los méritos que uno realice, sino por la necesidad que uno tenga. Y esto hace
que se desate el furor contra Jesús, porque también los enemigos podrían ser
ayudados por Dios si estuviesen necesitados.
El
profeta Isaías (cfr. Is 61, 1-2a) se estaba refiriendo a los israelitas que
estaban regresando de Babilonia y se encontraban en una situación muy
complicada. El persa Ciro aparece en escena y todos los pueblos avasallados por
Babilonia, entre ellos los judíos deportados, se verán favorecidos por Ciro,
quien mediante un decreto de liberación permite retornar a Palestina a los
judíos que lo deseen (cfr. Esd 1, 2-5). Los repatriados no han encontrado
precisamente un paraíso, sino una tierra empobrecida y en ruinas. Los trabajos
de reconstrucción del Templo se detienen apenas concluidos los cimientos y los
repatriados se tienen que contentar con tener únicamente restablecido un altar
para reanudar un culto elemental. Por otra parte, las expectativas de
liberación se han visto defraudadas en buena medida, porque la liberación
anunciada sólo ha afectado al ámbito religioso, mientras se mantiene la
dominación política y económica. Una situación bastante complicada. Los grandes
propietarios terratenientes que estaba explotando a los judíos recién llegados;
estamos en torno al año 400 a.C. En este contexto aparece un profeta que
anuncia este oráculo de esperanza para todos los prisioneros oprimidos que
precisan ser liberados y necesitados de un año de gracia del Señor. Se les
anuncia un año jubilar donde estos judíos puedan recuperar sus propiedades,
porque la tierra en Israel es de Dios y no puede ser vendida ni comprada.
Jesús
enrolla el rollo y luego no comienza a explicar la profecía, sino que dice «hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Jesús está diciendo que esta transformación del mundo acontece en el hoy. Nos
está diciendo con ese «hoy» que se ha comenzado con esa transformación del
mundo. Ahora bien, los que ahora está contentos porque disponen de dinero, de
bienes, todos aquellos que se encuentran satisfechos no esperan nada, no desean
ninguna transformación y ellos mismos hacen la opción de cerrarse ‘a cal y
canto’ a su propuesta de vida. «Los
pobres» desean y anhelan esta
nueva propuesta de vida porque descubren en Cristo su gran tesoro, su heredad,
su riqueza.
El
profeta Isaías también tiene presente y en cuenta a «los cautivos» a los cuales se les anuncia la liberación.
El término hebreo que se utiliza en la profecía de Isaías para indicar esta
liberación de los prisioneros es ‘derór’ דְּרוֹר (libertad, mirra,
espontaneidad de salida, claro); este término se utiliza para expresar la
acción de liberar a alguien de algo que lo estaba restringiendo, ya sea física
o emocionalmente y a la libertad de moverse sin restricciones. Jesús comienza a
lograr esta liberación. Jesús ha venido a liberarnos de todos los bloqueos psicológicos,
morales, de aquellas heridas del corazón que tienden a abrirse con frecuencia
cuando nos encontramos más vulnerables; nos viene a liberar de todo aquello que
nos entristecen y que nos impiden avanzar y crecer haciendo que nuestra vida de
amor se marchite. Pensemos en todas aquellas pasiones descontroladas que nos
hacen retroceder, la sed del poseer, el frenesí del poder, el buscar el éxito a
cualquier precio, ese amor que aun sabiendo no me conviene lo hago propio, etc.
Todo esto son cadenas, son ataduras, son cepos que nos inmovilizan y de los que
precisamos ser liberados para poder vivir según el proyecto de Dios. Y Jesús
nos dice que «hoy» que se ha empezado a proceder a la liberación y a ser
destrozados esos cepos, ataduras y cadenas. Otro tipo de lazos que nos impiden
ser felices son los rencores de aquellos que nos han hecho daño, ya vivan o
hayan fallecido; la Palabra del Maestro nos libera para que podamos estar en
paz y armonía con los hermanos. Otros lazos pueden ser los errores del pasado
que nos genera dolor y resentimiento doloroso en el interior de la persona; la Palabra
de Jesús tiene el poder de deshacer ese enorme nudo para que uno mismo se pueda
perdonar y reconocer cómo la potencia de Dios le ha devuelto a uno la alegría. Jesús
ha venido a liberar a todos los prisioneros; y todos somos prisioneros.
El
profeta Isaías nos sigue diciendo que «a los ciegos,
la vista». Viene a liberar a los ciegos de la ceguera. Se refiere a
todos aquellos que únicamente ven su propio interés, su propia persona. Cuando
se dice que ha llegado esta luz que es Cristo quiere decirnos que nuestra vida,
en el mismo momento en que Cristo ha entrado, se nos ha vuelto luminosa, con
una clara orientación. Ya no soy una persona que va dando tumbos de un lado hacia
otro, ni como una mariposa que va de flor en flor; ni alguien que siga apegado
a los malos hábitos/afectos/amores o al hecho de aprovecharme de las personas o
circunstancias. Cristo disuelve todas esas oscuridades con su luz. Con la luz
de Cristo empezamos a saber quienes somos y también a dónde vamos y conoceremos
el sentido de nuestra propia existencia.
Jesucristo
ha venido a abrirnos los ojos para ver claramente para sabernos orientar en la
vida, para entender en qué dirección nos tememos que mover, para tener el
discernimiento adecuado. Cuando la luz de Cristo no se da, cuando nuestros ojos
están ciegos no sabemos lo que es bueno o malo, ni distinguimos lo falso de lo
auténtico y nos movemos como personas embriagadas por la tortuosa senda del
relativismo. Y claro está, por esa senda tortuosa y ciega nos hacen tomar
decisiones equivocadas y nos accidentamos generándonos heridas de compleja cicatrización.
Cuando no se tiene esta luz, cuando uno es ciego todo es confuso y todo es
igual moviéndonos por los caprichos, por las pasiones, impulsos del momento, por
todo aquello que nos apetece, pero que no nos conviene. Jesús ha curado a
ciegos devolviéndoles la vista, pero esto es una invitación a los que vemos con
los ojos, pero nuestro corazón está aún ciego. Cuando uno ve una tumba uno
percibe el fin de la vida, que se ha acabado todo lo que se daba. Pero con la
luz de Cristo podemos ver más allá de la muerte y ver la entrada o el ingreso
de la segunda parte de la vida. Al abrirnos los ojos descubrimos que somos
hombres únicamente cuando amamos, cuando reflejamos nuestro ADN divino.
El profeta nos sigue hablando de «libertad a los oprimidos». Esto nos remite al famoso capítulo 58 de Isaías donde se habla del auténtico ayuno que agrada al Señor; un ayuno que no consiste en observar ritos, ni inclinarse la cabeza como un junco ni tumbarse en un saco entre ceniza (cfr. Is 58, 3-4). Todo esto no puede ser llamado ayuno. Y el profeta Isaías presenta el auténtico ayuno que Dios quiere: «Éste es el ayuno que yo deseo: romper las cadenas injustas, soltar las coyundas del yugo, dejar libres a los maltratados, y arrancar todo yugo; compartir tu pan con el hambriento, acoger en tu hogar a los sin techo; vestir a los que veas desnudos y no abandonar a tus semejantes» (cfr. Is 58, 6-7). La Palabra de Jesús ha venido para romper todos estos yugos y cadenas; ha venido a dar la liberación. La Palabra nos libera cuando nos ponemos al servicio del hermano y dejamos de pretender dominarlos o controlarlos. Cuando el otro es un enemigo en potencia que te puede dañar o perjudicar en tus pretensiones; cuando el otro es percibido como una persona que se aprovechará de tus debilidades para derrocarte y pisotearte, todos estamos privados de libertad y el ambiente de trabajo es tóxico y malsano. De todo esto ha venido a liberarnos el Señor.
El profeta Isaías nos dice también que ha venido «a proclamar el año de gracia del Señor». Ha venido a anunciar un año jubilar. El año jubilar significaba la remisión gratuita de todas las deudas y la libertad de los esclavos. Significaba que cada cual podía recuperar la posesión de la propia tierra y todo esto de un modo gratuito. Esta es la síntesis del programa de vida que Jesús nos plantea a cada uno en personal y a las comunidades cristianas en particular.
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