Domingo del
Bautismo del Señor, Ciclo C
Lc 3, 15-16.21-22
El
evangelista san Lucas nos habla del bautismo de Jesús hablándonos de una
expectativa del pueblo: «el pueblo estaba
expectante». ¿Qué estaba
esperando el pueblo de Israel? Israel ha sido y es un pueblo que siempre ha
estado sufriendo a través de la historia. Caná y Palestina siempre ha sido una
tierra de paso siempre invadida por otros pueblos; en Oriente estaban los
grandes imperios, los asirios, los babilónicos, los persas; en Occidente tenían
el gran imperio del faraón. De tal modo que el pueblo de Israel ha estado
aplastado por estas grandes potencias. Y a nivel internacional Israel no había
contado nunca en este gran tablero de ajedrez. Y en toda esta situación de
hostilidad y de dureza, el pueblo de Israel siempre ha seguido cultivando la
esperanza de un futuro glorioso. Una esperanza iniciada con la esperanza hecha
por el profeta Natán a David, el cual le prometió a su descendencia un reino
eterno.
Y
en los momentos de prueba la promesa de la venida del salvador revivía; ya que
con él se esperaba el inicio de un reino de paz, de justicia, de estabilidad y
de bienestar. Y esta esperanza se acrecentó, sobre todo, en los dos siglos
antes de Cristo; era un tiempo de una profunda crisis económica y política. Los
judíos que vivían en Palestina estaban expuestos al arbitrio de grandes
latifundistas griegos y romanos. En cambio, muchos de los judíos que estaban
viviendo en ciudades del imperio romano les iba mucho mejor, teniendo gran
poder económico y comercial.
En
Palestina tenían, no sólo una crisis económica y política, sino también sufrían
una crisis religiosa, porque ellos habían entrado en contacto con la gran
cultura grecorromana y muchos judíos se sintieron seducidos y abandonaron la fe
de sus padres.
En
este clima surgieron varios grupos religiosos y políticos, los cuales
cultivaban de diferentes maneras y de diferentes expectativas de un Mesías,
cada cual con una concepción muy diferente. Los saduceos, la gente rica
que gozaban de una buena situación social, los sacerdotes del Templo esperaban
a un Mesías que fuera un Sumo Sacerdote que practicase una religión, un culto y
unos sacrificios de forma perfecta; esto generaría un nuevo modo de relación
con Dios que sería comercial, en el que uno le ofrecía sacrificios a fin de que
le concediera sus favores divinos. Ésta era la expectativa de los saduceos; el
Mesías que fuera un Sumo Sacerdote. Los fariseos se esperaban a un
Mesías que interpretase perfectamente la Torá y que asegurase que fuera
observada por todo el mundo. Los esenios esperaban a un Mesías que
liderase la lucha de los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas, y
hacer uso de la espada para conseguir ese fin. Los celotes esperaban un
nacionalismo exacerbado y esperaban al Mesías como un líder militar, un
verdadero hijo de David que iba a aniquilar a todos los conquistadores paganos
y llevar al pueblo judío al dominio de todas las naciones de la tierra. También
les había quienes esperaban en lo que decían las profecías: que Dios
mismo iba a intervenir a reinar a Israel. El profeta Ezequiel en el capítulo 20
nos dice: «Os juro, oráculo
del Señor, que seré yo quien reine desplegando mi poder con furor incontenible» (cfr. Ez 20, 34). Esperaban una
intervención directa de Dios. Éstas eran las expectativas del pueblo de Israel
cuando Jesús llegó al río Jordán.
El
bautismo que planteaba Juan era un signo de conversión, de cambio de vida para
el perdón de los pecados. Y con lo que decía y cómo se comportaba Juan el
Bautista hizo que el pueblo entendiera que el perdón de los pecados no podía
proceder del Templo con un acto litúrgico, un holocausto o sacrificios. Implicaba
un cambio más profundo y este tipo de cambio era rechazado por las autoridades
religiosas porque percibían que la gente se ‘les escapaba’ del Templo.
El
pueblo creyó encontrar en el desierto, en Juan el Bautista, al Mesías, el
deseado liberador de Israel. Y el evangelista Juan deja claro que el Bautista
no lo es. El Bautista dice «yo os bautizo con
agua», o sea con un
líquido externo al hombre, que sirve para limpiar externamente y que es un
signo de cambio de vida para obtener el perdón de los pecados.
Y
sigue diciendo que «pero viene el que
es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la
correa de sus sandalias». El evangelista emplea una expresión que
se ubica en el contexto cultural de la época: «no
merezco desatarle la correa de sus sandalias».
¿Qué quiere decir Juan el Bautista con esta expresión de las sandalias? Se
trata de una ley en la institución matrimonial que se llamaba del levirato.
Esta ley establecía que cuando una mujer quedaba viuda, pero sin hijos/sin
descendencia, su cuñado tenía la obligación de dejarla embarazada. El niño que
naciera de esa unión carnal llevaría el nombre del marido difunto. Era una
manera de perpetuar el nombre de la persona (cfr. Gn 38; la historia de
Tamar) y de garantizar la estabilidad de los bienes familiares (cfr. Rt 4; la
historia de Rut- En el libro de Rut, Booz adquiere el derecho de redimir a
Ruth, la viuda de un pariente cercano, y casarse con ella. Recibe la sandalia
del difunto como credencial; la sandalia de Elimélec, el esposo de Noemí).
Cuando
el cuñado se negaba a tener relaciones carnales para dejar encinta a esta mujer
-y se podía negar por motivos de interés, porque deseaba enviarla a su clan
familiar o por otros motivos-, y no desea tomar a su cuñada como mujer, «irá la cuñada a la donde los ancianos, y
dirá: “Mi cuñado se niega a perpetuar el nombre de su hermano en Israel; no
quiere cumplir conmigo como cuñado”. Los ancianos de su ciudad lo llamarán y le
hablarán. Si al compadecer dice que no quiere tomarla por mujer, su cuñada se acercará
a él en presencia de los ancianos, le quitará la sandalia de su pie, le
escupirá a la cara y pronunciará estas palabras: “Así se hace con el hombre que
no edifica la casa de su hermano”; y se le llamará en Israel “Casa del
descalzado”»; y es probable
que en este caso la mujer continuara en posesión de los bienes de su marido
(cfr. Dt 26, 5-10). Era un gesto que significaba que el derecho que tenía su
cuñado de quedarla embarazada esta mujer viuda le pertenecía. La sandalia es un
signo del derecho a casarse con una novia.
Aquí
el significado de la esta expresión de «no
merezco desatarle la correa de sus sandalias»
de Juan el Bautista significa que no soy yo quien tiene que fecundar a esta
viuda -que representa al pueblo de Israel, ya que era considerado como la
viuda-, porque mientras Juan el Bautista únicamente sumerge en el agua, símbolo
de un cambio de vida, Jesús nos sumergirá y nos involucrará de la misma vida
divina. Juan el Bautista ni siquiera se merece desatar la sandalia, por lo que
no se acredita como novio. Es Jesús quien nos engendra en la vida del Espíritu
del que surge una vida nueva: la vida de la Iglesia, la vida de la Comunidad.
Los
poderosos nunca querrán la conversión ni el cambio de vida porque están muy
contentos con su poder. Y en cambio la persecución hace siempre florecer la
vida y no la extingue. Cuando los poderosos hacen callar a una voz, surge otra
voz más poderosa aún. A Juan le cortaron la cabeza y de ese modo le hicieron
callar, pero surgió una voz que «bautiza
con Espíritu Santo y fuego».
En
el evangelio de Lucas presenta a Jesús siendo bautizado como uno mas de entre
la multitud. Nos dice el evangelio que «todo
el pueblo era bautizado» por Juan. Todo el
pueblo ha entendido que Juan el Bautista, en el desierto, a través del rito de
inmersión dice la verdad. Dice la verdad en oposición a los ritos que se hacían
en el Templo, ya que en el Templo se creía que a través de un sacrificio al Señor
se obtenía el perdón de los pecados. La gente ha entendido que las palabras de
orientación en la vida proclamadas por Juan el Bautista son auténticas y
conducen a una auténtica purificación de los pecados.
El
bautismo era un símbolo de muerte para la gente; era un morir al pasado, a lo
que uno fue, para iniciar una vida nueva. Pero para Jesús el bautismo es un
signo de muerte, pero no de un pasado de pecado -ya que él no tiene pecado-,
sino de la aceptación de muerte en el futuro. El mismo Jesús dirá más adelante
en este mismo evangelio: «¡He venido a
arrojar un fuego sobre la tierra, ¡y cuánto desearía que ya hubiera prendido!
Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia estoy hasta que se
cumpla!» (cfr. Lc 12,
49-50). Ese bautizo de fuego del que habla el Bautista se trata de la muerte de
Jesús. Ese bautismo de Jesús significa la fidelidad al amor de Dios y el
aceptar la persecución y también la muerte.
Nos
dice que «mientras oraba, se
abrieron los cielos». ¿Qué significa
este cielo que se abre? Es la comunicación permanente y definitiva del hombre
con Dios. El Cielo indica la realidad divina. Cuando un hombre se empeña en
manifestar el amor de Dios es donde se da la comunicación entre Dios y los
hombres es continua. Con Jesús esta comunicación con Dios Padre será
ininterrumpida.
Sigue
diciéndonos el evangelio que «bajó el Espíritu
Santo»; bajo toda la
fuerza y la energía del amor de Dios que desciende sobre Jesús con la forma
corpórea de una paloma. La imagen de la paloma nos remite a la creación cuando
el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas (cfr. Gn 1, 2); en la
interpretación rabínica se decía que era ‘como una paloma’ porque en Jesús
se genera una nueva creación.
Del
mismo modo nos remite a la paloma saliendo del arca de Noé después del diluvio
en señal del perdón; Jesús es el perdón de Dios. Hay un proverbio
palestinense que dice ‘como el amor de una paloma en su nido’. La paloma
es un animal que se queda muy apegado a su nido original. Pueden cambiar de
nido o hacer otro nuevo, pero no es algo que la paloma lo desee. Por lo tanto, Jesús
es el nido del espíritu y donde se manifiesta la plenitud del amor de Dios.
Y sigue diciéndonos el texto: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco». El amado significa el heredero, el que hereda todo del Padre. Y que en Jesús se manifiesta toda la verdad de Dios y todo el pueblo lo tiene que aprovechar.
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