Epifanía del
Señor, 06.01.2025
Ciclo C (Mt 2, 1-12)
Hoy
es la fiesta de la epifanía. Pero ¿por qué celebramos esta fiesta el día 6 de
enero? Epifanía (ἐπιφάνεια 'aparición', 'manifestación') deriva
del verbo griego ἐπιφαίνω, que significa ‘mostrar’,
‘aparecer’ (ἐπί 'sobre' + φαίνω 'mostrar’, ‘aparecer', en la forma φαν- +
-ης; etimología en ἐπί, φαίνω). ¿Por qué en esta fecha? En el
origen de esta fiesta se celebraba la manifestación, la epifanía de la luz. En
Oriente, ya en el siglo tercero antes de Cristo existía la fiesta del solsticio
de invierno: Una fiesta dedicada al triunfo de la luz sobre las tinieblas. En
toda la antigüedad se recoge y era bien conocida la escena de Apolo, el dios
sol, con su cuadriga llevando al sol que triunfa sobre la oscuridad de la
noche. Era como si el sol recomenzara a tener la energía, como comenzando un
nuevo ciclo con nueva fuerza; la victoria de la luz sobre las tinieblas. Este
solsticio en la antigüedad era calculado de un modo aproximado en torno al 21
de diciembre, pero cuando en la antigüedad se dieron cuenta realmente que las
cortinas de las tinieblas eran derrotadas por la luz era el 6 de enero. De
hecho, bajo el reinado de Tiberio, en la época de Jesús, el solsticio era
celebrado tanto en Alejandría como en todo el Próximo Oriente en torno al 6 de
enero. Incluso el propio refranero popular castellano lo recoge: «Por los Reyes, ven el alba los bueyes. Por
los Reyes, un paso de bueyes»; «El día de la Epifanía se ven las
estrellas al medio día»; «Por Reyes, aumenta el día la pata de una
gallina —de hora más de día»; «Ya
estamos en Reyes, ya lo notan hasta los bueyes».
Este sol material que
en la antigüedad era considerado como un dios (esta religión del dios sol fue
lo introdujeron los emperadores romanos Heliogábalo y Aureliano). Fue Aureliano
quien estableció la fecha pagana el día 6 de enero. Cuando llegó el emperador
Constantino esta fiesta continuó como la manifestación de la luz sobre las
tinieblas/obscuridad, pero ya no era la celebración de la victoria del dios sol
sobre la oscuridad de la noche. Sino que ahora es la victoria de la luz del
cielo, que es Cristo, que ha iluminado las tinieblas de nuestra mente, de
nuestro ser, de nuestras vidas y de todos nuestros corazones: Este es el
sentido actual de lo que hoy estamos celebrando; la epifanía del Señor. El
propio Zacarías nos lo expresa en su cántico:
«Bendito
el Señor Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo, y nos ha
suscitado una fuerza salvadora (lit. ‘un cuerno de poderío y vigor’;
cfr. Sal 18, 3; Sal 75, 5; Dt 33, 17; 1 R 22, 11; Za 2, 4) en la casa de
David, su siervo, como había prometido desde antiguo por boca de sus santos
profetas (…). Por las entrañas (sentimientos) de misericordia de nuestro
Dios, que harán que nos visite (que hicieron que nos visitara) una
Luz de lo alto (estrella de la luz, ver Nm 24, 17; Ml 3, 20; Is
60, 1 y germen que retoña del tronco de David, ver. Jr 23, 5; 33, 15; Za 3, 8;
6, 12), a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de
muerte, y de guiar nuestros pasos por el camino de la paz» (cfr. Lc 1, 67-79).
La
Luz es la manifestación del amor de Dios; esta ha sido y es la luz que ilumina
a todo el mundo. En Israel poco a poco fueron descubriendo de un modo
progresivo el rostro del Dios amor, y esta preparación dada al pueblo de Israel
era precisa y necesaria para que posteriormente acoger a esta luz que revelaba el
amor incondicional del amor por el hombre que llegaría al mundo con Cristo.
Con
Cristo ha empezado a brillar la nueva luz, la cual ilumina y elimina todas las
tinieblas del mundo. Algunos se han dejado iluminar por esta luz y otros se
están empeñando en apagar esta luz. San Mateo desea acercarnos a todos nosotros
a esta luz, para que la acojamos en su plenitud.
«Habiendo nacido Jesús en Belén
de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en
Jerusalén preguntando:
«¿Dónde está el Rey de
los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a
adorarlo».
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó
y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas
del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron:
«En Belén de Judea,
porque así lo ha escrito el profeta:
“Y tú, Belén, tierra de
Judá,
no eres ni mucho menos la
última
de las poblaciones de
Judá,
pues de ti saldrá un jefe
que pastoreará a mi
pueblo Israel”».
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le
precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén,
diciéndoles:
«Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño y, cuando lo
encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo».
El
pasaje evangélico empieza metiendo en escena personajes enigmáticos, los magos
venidos del Oriente que van tras la luz que han visto brillar en una estrella
que ellos han identificado como el nacimiento de un nuevo rey. Una de las
leyendas eleva a la dignidad de reyes a estos magos de Oriente. Esto está
animado por la alusión implícita que hace Mateo al Salmo 72: «(…) los reyes de Tarsis y de las islas
traerán consigo tributo. Los reyes de Sabá y de Seba todos pagarán tributos,
ante él se postrarán los reyes, le servirán todas las naciones (…) que viva y
le den el oro de Sabá. Sin cesar rogarán por él, todo el día lo bendecirán» (Sal 72, 10-15). Por esto inmediatamente
ese pensó que aquellos que trajeron los regalos y que se postraron y le
adoraron haciendo homenaje a Jesús recién nacido se les tomó como reyes de
naciones del Oriente, tal y como rezaba el Salmo 72.
El
segundo paso a dar es el de precisar el número de estos magos. En un primer
momento el número variaba de dos a doce magos. Posteriormente se estabilizó en
tres porque eran tres los regalos que ofrecieron a Jesús recién nacido: Oro,
incienso y mirra.
El
tercer paso fue el darles nombre a estos tres magos de Oriente: Melchor, Gaspar
y Baltasar. La tradición nos cuenta que ellos después de muchas vicisitudes y
peripecias en sus vidas ocasionadas por la fe en este nuevo rey al cual le han
rendido sincera y eterna pleitesía, abandonaron aquellos reinos del mundo para
seguir al nuevo rey que ellos habían encontrado. Se cuenta que 60 años después
de este acontecimiento se volvieron a reunir los magos para celebrar la fiesta
del nacimiento en Sebaste, en Armenia. Y posteriormente uno tras otro fueron
muriendo; Melchor con 116 años, luego Baltasar con 112 y por último Gaspar con
109 años. Después en el año 1164, el emperador alemán Federico Barbarroja
regaló a la ciudad de Colonia las reliquias de los Reyes Magos, mismas que
fueron trasladadas desde la Tierra Santa a Milán, y desde ahí a Colonia. La
devoción cristiana se ha aficionado y apegado a estos personajes.
El
evangelista Mateo les llama ‘magos’, pero no hacen referencia a la magia. Ese
tipo de ‘magos’ de la magia eran considerados por los romanos y por los judíos
como charlatanes. Mateo les llama magos y la razón es que está aludiendo a una
profecía de Antiguo Testamento que está hablando de un mago del Oriente que se
llamaba Balaán (en hebreo: בִּלְעָם) (cfr. Nm 22-24). La historia de este mago,
Balaán, está relatada en el libro de los Números. Balaán había sido llamado por
el rey Balac, el rey de Moab, el cual visto cómo los israelitas estaban
atravesando sus tierras y le estaban causando problemas. Entonces el rey de
Moab, Balac, quería combatir contra los israelitas pero los israelitas eran
fuertes y numerosos; además los israelitas tenían la fama de que tener a un
dios de parte, el cual era un dios invencible; tan invencible que había
derrotado incluso al ejército de los Egipcios. Entonces el rey de Moab llama a
Balaán, el cual era un mago, para que maldijera a ese pueblo israelita. Y ¿qué
es lo que pasa? Que este mago es llevado a una montaña (con toda la peripecia
que le sucedió con la burra, la cual incluso le llegó a hablar [cfr. 22,
22-35]) y en vez de maldecir a Israel lo bendijo «postrándose
rostro en tierra». De nuevo Balac
hace subir a Balaán a la montaña desde el cual se divisaba un extremo del
campamento de los israelitas porque el rey le había pagado a Balaán por
maldecir a Israel. El propio Balaán llega a pronunciar un oráculo de gran
interés:
«Entonces
Balac, enfurecido contra Balaam golpeó las manos y le dijo: «Yo te llamé para
que maldijeras a mis enemigos, y tú ya los has bendecido tres veces. Huye a tu
patria cuanto antes. Estaba dispuesto a colmarte de honores, pero el Señor te
ha privado de ellos».
Balaam le respondió: «Ya le había
anticipado a los mensajeros que me enviaste: «Aunque Balac me diera su casa
llena de plata y oro, yo no podría transgredir una orden del Señor, haciendo
algo por mi cuenta, ni bueno ni malo. Yo debo decir únicamente lo que dice el
Señor». Y ahora que regreso a mi cada, déjame anunciarte lo que este pueblo
hará con el tuyo en los días que vendrán». Entonces pronunció su poema,
diciendo: «Oráculo de Balaam, hijo de Beor, oráculo del hombre de mirada
penetrante; oráculo del que oye las palabras de Dios y conoce el pensamiento
del Altísimo; del recibe visiones del Todopoderoso, en éxtasis, pero con los
ojos abiertos. Lo veo, pero no ahora; lo contemplo, pero no de cerca: una
estrella se alza desde Jacob, un cetro surge de Israel» (Nm 24, 10-17).
El
mago Balaán se refiere a una estrella que surge en la dinastía de David. Esta
estrella se refería a la profecía. Surge una nueva estrella la cual eclipsa a
todas las estrellas anteriores a ella. Mateo introduce a los magos de Oriente
que han visto la estrella, porque esa estrella era la estrella anunciada por el
mago Balaán era la de un rey como Josías. Pero Mateo dice que la estrella
nacida en la dinastía de David, la cual dará inicio a un reino que no tendrá
fin, es Jesucristo. Mateo quiere decir que los magos reconocieron en Jesús la
estrella anunciada por Balaán.
Es
Jesús la estrella. Jesús es la estrella porque él es la luz que guía a cada
hombre. Y el que siga a esta estrella ha de saber que no seguirá a una persona
con éxito en este mundo. Esta luz, que es Cristo, nos trae y nos hace ver los
valores más auténticos que realmente cuentan para edificar al hombre como
hombre y a la mujer como auténtica mujer. Si seguimos a otras estrellas nos
terminaremos estrellando y caeremos en la más profunda decadencia moral y
ética.
Jesús
es presentado en el Nuevo Testamento como la entrada de la luz, como la
epifanía; la manifestación de la luz venida del Cielo. El propio Simeón
reconoce a Jesús como la luz: «(…) porque han
visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los
pueblos, luz para alumbrar a las gentes y gloria de tu pueblo Israel» (cfr. Lc 2, 31-32). En el mismo prólogo
del evangelio de San Juan, cuando habla del Bautista nos dice: «Éste vino para un testimonio, para dar
testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino
quien debía dar testimonio de la luz. La Palabra era la luz verdadera que
ilumina a todo hombre, cuando viene a este mundo» (cfr. Jn 1, 7-9). No obstante, el mundo
ha preferido vivir en la oscuridad antes que la luz, siendo ésta la gran
tragedia de los hombres. Lo que sucede es que la luz me deja bien en claro
cuando uno se sale del camino o de la senda. Si amas las cosas o a las personas
de un modo equivocado, la luz te lo muestra para que corrijas los pasos mal
dados. En el capítulo 8 de san Juan, el mismo Jesús se presenta como la Luz: «Yo soy la luz del mundo, la persona que me
siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12).
Con
Jesús ha llegado la luz al mundo y esta luz se manifiesta a todos los pueblos;
se realizar la epifanía de esta luz. Ante esta luz, que es Cristo, hay dos
actitudes, y estas dos actitudes se reflejan en dos grupos de personas: El primer grupo son los magos. Frente
a esta luz, que es el mismo Cristo, los magos de Oriente se caracterizan porque
ellos levantan los ojos y miran a esta estrella. Ellos no se contentan con
mirar hacia la tierra, ellos no se contentan con las comodidades o necesidades
ya cubiertas en la tierra, pero es una vida que termina. Los magos de
Oriente anhelan una vida que nunca termina. Esta vida que no termina sólo
puede proceder de lo alto, y ésta es la luz que brilla en Jesús de Nazaret. Mirar
hacia lo alto es lo propio del hombre que se cuestiona sobre el sentido de su
existencia y de su destino. Y este sentido de la vida nos lo entrega la suprema
luz que es Cristo. Ellos vislumbraron una luz que les daba un sentido a sus
vidas. Esos magos nos representan en la búsqueda de la estrella que guía
nuestras vidas y nuestros pasos. Y la tradición ha identificado
inteligentemente a estos personajes: Melchor, el viejo, el más mayor, con el
pelo blanco, de larga barba y que ofrece el oro que representan a todos
aquellos mayores que tienen una mirada cansada por el peso de la historia y de
la sabiduría acumulada; Baltasar con la piel oscura, el hombre maduro y que
ofrece la mirra; y luego Gaspar, el más joven, sin barba con la piel rosada,
que ofrece el incienso. En estos tres están representados todas las razas y
todas las edades. Y Mateo nos hace la invitación a ser como ellos; a ser
personas que alzan la mirada a lo alto y que se dejan envolver por esta luz del
Cielo que es Cristo.
Entra
en escena un segundo grupo, un segundo grupo que no acoge en absoluto a
esta luz. Es el rey Herodes que se encuentra muy perturbado y enfadado. Aquellos
que se oponen a la luz son todos aquellos que se han instalado en su ubicación
de poder, ya sea político o religioso. Y si se tienen que subir los impuestos y
oprimir a los más desfavorecidos o a todo el pueblo para conseguir sus propios
fines, pues lo hacen sin problema. Y ese reino de los poderosos continua porque
a ellos les interesa. No sirven al pueblo, sino que se sirven del pueblo. Y
claro está, los poderosos no quieren hacer cambios; no cuestionan nada; no
sienten ninguna preocupación por los demás porque están drogados y son adictos
del tener y del poder.
El
evangelista nos dice que «el rey Herodes se
sobresaltó». La forma verbal
griega que emplea el evangelista Mateo es ἐταράχθη (ser agitado). Que nos
remite a la agitación del agua del mar, de las olas embravecidas. Es el mismo
verbo que emplea Flavio Josefo cuando habla del terror del faraón y de todos
los egipcios cuando se enteraron del nacimiento -procedencia- de Moisés (cfr.
Ex 2, 15). Cuando se enteran del que va a venir a cambiar el mundo les entra el
pánico a todos los faraones.
De
hecho, Herodes ya había matado a una docena de familiares por temor a que ellos
le usurpasen el trono. Y era normal que tuviera miedo porque era un rey
ilegítimo. Y nos cuenta Mateo que «se
sobresaltó y toda Jerusalén con él».
Mateo presenta a toda Jerusalén como la ciudad rodeada de tinieblas, de
oscuridad; si permaneces en Jerusalén no vas a poder ver esta luz brillar. Esta
Jerusalén indica el mundo antiguo, la forma antigua de concebir a Dios y la
relación con él. La religión del Templo de Jerusalén era un comercio con Dios
en el que uno ofrecía alguna cosa a Dios para que Dios se mostrase con uno con
benevolencia. Y este tipo de relación tenebrosa y oscura con Dios quedará
disuelta con la luz que viene a traernos Cristo. Y toda Jerusalén queda
sobresaltada, turbada, queda agitada por esta luz, por este nuevo modo de
entender y concebir esta nueva relación con Dios. Herodes está agitado porque
Jesús ha venido a derribar los reinos de este mundo, los reinos de la opresión
y de la tiranía. El reino que Jesús nos trae no es el de los dominadores o de
los faraones, sino el reino de los siervos. El que gobierna, gobierna
sirviendo. El que es grande no es el que está en el trono, sino el que se
rodilla para lavar los pies al hermano. Los que están siempre en la esfera del
poder viven en la mentira, traman las cosas desde el secreto ya que temen
perder el poder y las influencias que tienen. Herodes no quiere cambiar y hará
todo lo posible para mantenerse en el puesto que está.
«Ellos, después de oír al rey, se
pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a
guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron
en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo
adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y
mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no
volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro
camino».
La
estrella no se ve estando en Jerusalén. Sólo cuando están los magos lejos de la
capital donde dominan la oscuridad y las tinieblas que indican el poder de la
religión mal entendida como comercio con Dios, la religión inventada por el
hombre, allí no brilla la luz de la estrella. Cuando salen de Jerusalén es
cuando ellos ven de nuevo la luz de esta estrella que es Cristo. Salir de
Jerusalén es una invitación a salir del modo tradicional de justificar todo lo
que sucede, salir del modo de pensar común, salir del modo de razonar y de
evaluación común de todos, el no actuar en forma de manada, sino razonar y
penar como personas con criterios elaborados con firmeza evangélica. Salir de
Jerusalén para poder ver de nuevo la luz de la estrella es salir del reino de
la lógica del mundo que nos enseña que el hombre con éxito es el que acumula
bienes, que alcanza muchos reconocimientos, que le dedican calles, plazas y
puentes y que disfruta del poder. Es necesario salir de Jerusalén para poder
contemplar la luz de la estrella ya que si tenemos un embotamiento mental nuestro
corazón estaría petrificado.
Esta
Jerusalén que ‘se agita’ y en el que no se puede ver la luz de la estrella
representa el reino de la religión que no establece ni desea instaurar una
relación de amor libre y gratuito con Dios, sino que únicamente desean y
apuestan por una relación comercial como ocurría en el Templo de Jerusalén.
Recordemos cómo Jesús volcó las mesas de los cambistas e hizo un látigo para
expulsar a los vendedores del Templo (cfr. Mt 21, 12-13). Es necesario salir de
esta ciudad para poder ver la luz de la estrella que es Cristo.
Una
de las señales que nos muestra que no brilla la luz es la tristeza. Apenas
salen de Jerusalén y ellos vuelven a ver de nuevo la luz de la estrella y se
llenaron de una gran alegría e inmensa. Ese viaje hacia la luz es lo que nos
conduce a la alegría. Y nos conduce esa luz a la alegría porque cuando uno
responde a la propuesta del hombre que nos hace Cristo uno descubre la propia
identidad; sabe quién es uno, sabe para que trabaja, sabe para qué vive, y sabe
para quién ama. Es entonces cuando uno encuentra la paz y la armonía con uno
mismo y con los demás.
El
camino tras esta luz no es sencillo, porque de vez en cuando esta luz
desaparece y nosotros nos sentimos desorientados y nos podemos sentir sumidos
en la niebla y tinieblas de este mundo. ¿Qué hacer en estos momentos de
dificultad que se nos presenta en nuestro camino tras la luz de la estrella? Porque
son momentos de duda, de incertidumbre, de miedo. Ante esto uno no debe de
cambiar de dirección, sino sigue confiando sin alterar trascurso del camino. Los
magos no han abandonado la dirección al dejar de ver la luz de la estrella, sino
que continuaron buscando esta luz.
Los
magos cuando se encuentran con la luz que es Cristo lo que hacen es presentar
sus regalos. Mateo concreta los regalos en oro, incienso y mirra. Estos dones
(oro, incienso y mirra) nos remiten a la profecía de Isaías donde se nos dice
que Jerusalén ante la luz del Señor «al verlo te pondrás radiante, tu
corazón se ensanchará estremecido, pues vendrán a ti los tesoros del mar, te
traerán las riquezas de los pueblos. Un sinfín de camellos te cubrirá, jóvenes
dromedarios de Madián y Efá. Todos ellos vienen de Sabá trayendo oro e incienso
y pregonando alabanzas a Yahvé»
(Is 60, 5-6). De aquí -de este texto del profeta Isaías- entendemos que en
nuestra tradición los magos vengan en camellos y en dromedarios.
El
simbolismo de los regalos (oro, incienso y mirra) ha sido variado. El oro hace referencia al pago de un
tributo al soberano y aquellos que han visto la luz del nuevo rey le presentan
el tributo; es decir, reconocen en Jesús que él es el rey y ellos quieren
pertenecer a ese nuevo reinado.
El
incienso es un elemento específico del servicio sacerdotal; sólo los
sacerdotes pueden hacer la ofrenda del incienso. Estas personas que han visto
la luz y han mostrado su total adhesión a Jesús como nuevo rey también ellos
son constituidos sacerdotes. Ofrecen a Dios el culto de toda su vida, y ese
ofrecer la propia vida a Dios es el único incienso que le place, que le gusta,
que disfruta el propio Dios. Es el incienso del amor, del servicio al hermano.
Aquel que entra en este nuevo reino ofrece a Dios el culto que a él le gusta.
Y
al final está la mirra. Si nos acercamos al Cantar de los Cantares
continuamente la mirra nos remite al símbolo del amor. Ya en el capitulo
primero dice la esposa que casarse con su amado es para ella como una bolsa de
mirra: «Mi amado es para
mí una bolsita de mirra que descansa entre mis pechos» (cfr. Ct 1, 13). Y más adelante dice el
esposo a la esposa «eres huerto
cerrado, hermana, esposa mía, huerto cerrado, fuente sellada. Jardín de
granados tus brotes, con exquisitos frutos: nardo, azafrán, canela y cinamomo,
mirra, áloe y los mejores bálsamos»
(cfr. Ct 4, 13-14). La mirra remite siempre al amor; la mirra es el amor de la
esposa. Los magos representan a todos aquellos que han mostrado su total
adhesión al nuevo reino instaurado por Cristo, lo cuales se han constituido
sacerdotes y tienen una relación esponsal/matrimonial con Dios. Dios no es el
patrón o el legislador, ni el verdugo ni el justiciero; Dios es el que ama
incondicionalmente al hombre y el hombre se siente tan involucrado en ese amor
como la esposa con el esposo en este amor.
Y los magos «se retiraron a su tierra por otro camino». Regresan por otra ruta. Ya no retornan por el mismo camino, sino por otro distinto porque han descubierto la nueva luz y ahora ellos inician una nueva relación con Dios, consigo mismos y con los hermanos. Todo completamente nuevo, y van por otro camino a la hora de regresar a su tierra. Si nos dejamos guiar por la luz de esta estrella toda la historia de nuestra vida adquirirá todo su sentido.
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