viernes, 31 de marzo de 2017
jueves, 30 de marzo de 2017
El Obispo de Palencia en medio de una peligrosa y envenenada encrucijada
El Obispo de
Palencia abierto a modificar los estatutos de Hermandades de Cofradías
Penitenciales de Semana Santa
Dos grupos
políticos con representación en la actual Corporación de la Diputación
Provincial, "Ganemos Palencia" y "Ciudadanos Palencia" han
pedido que se "cierre el grifo" de las ayudas hasta que la Hermandad
de Cofradías permita que divorciados, personas que vivan en concubinato o
tengan relación sexual con otra persona del mismo sexo puedan ser candidatos a
presidir la Hermandad de Cofradías. Su razonamiento, desde fuera y a primera
vista puede parecer correcto: Hay discriminación por razón de la condición
sexual.
Ha saltado a
la palestra este asunto porque la figura del presidente de la Hermandad de
Cofradías Penitenciales de la Semana Santa de Palencia ha de ser renovado.
Mencionada decisión afecta, no sólo a la figura del presidente de la Hermandad,
ni tampoco únicamente al conjunto de los hermanos cofrades, sino a todo el
pueblo creyente. Las Cofradías Penitenciales de Palencia son asociaciones
públicas de fieles. El canon 301 del Código de Derecho Canónico explicita las
finalidades de las asociaciones públicas: «Corresponde exclusivamente a la
autoridad eclesiástica competente erigir asociaciones de fieles que se
propongan transmitir la doctrina cristiana en nombre de la Iglesia, o promover
el culto público, o que persigan otros fines reservados por su naturaleza a la
autoridad eclesiástica». Trasmitir la doctrina cristiana en nombre de la
Iglesia y vivir en concubinato y rechazar la moral sexual de la Iglesia no es
compatible.
Respecto a
la transmisión de la doctrina cristiana, el canon 759 del Código de Derecho
Canónico establece que «en virtud del bautismo y confirmación, los fieles
laicos son testigos del anuncio evangélico con su palabra y ejemplo de su vida
cristiana; también pueden ser llamados a cooperar con el Obispo y con los
presbíteros en el ejercicio del ministerio de la Palabra». Además el canon 305 §1
aclara acerca del papel del Obispo, la autoridad eclesiástica competente,
diciendo: «Cuidar de que en ellas se
conserve la integridad de la fe y de las costumbres y evitar que se introduzcan
abusos en la disciplina eclesiástica». Esta vigilancia corresponde a la
autoridad eclesiástica competente respecto a los fieles por separado y
asociados. Así al regular la función del
Obispo diocesano en el seno de su Iglesia particular se explicita que debe
defender «con fortaleza, de la manera más conveniente, la integridad de la fe
(c.386 §2)», «promover la disciplina que es común a toda la Iglesia, y por
tanto exigir el cumplimiento de las leyes eclesiásticas (c.392 §1)» y «vigilar
para que no se introduzcan abusos en la disciplina eclesiástica (c.392 §2)».
Es
fundamental recordar todo aquello que se refiere al derecho común eclesiástico,
en las normas sobre asociaciones públicas. El canon 316 determina unos
requisitos para que un fiel pueda inscribirse en una asociación o bien pueda
permanecer en ella una vez afiliado a la misma. La primera hipótesis que se
contempla en el párrafo primero de aquella norma: «Quien públicamente rechazara
la fe católica o se apartara de la comunión eclesiástica, o se encuentre
condenada por una excomunión impuesta o declarada, no puede ser válidamente
admitido en las asociaciones públicas». La situación canónica de quien rechaza
públicamente la fe católica no se identifica necesariamente con la herejía y la
apostasía. Comprende también una postura más amplia y menos grave.
Por lo que
se refiere a quien se aparta públicamente de la comunión eclesiástica, hay que
decir que ello no se identifica necesariamente con el cisma. Puede comportar un
proceder menos grave. Se trata de una conducta pública incompatible con la
comunión eclesial, como se da en las hipótesis contempladas en el canon 915: los
excomulgados y los que están en entredicho después de la imposición o
declaración de una pena, y los que
obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave. Así es como se apartan
públicamente de la comunión eclesiástica. Luego una persona que viva en
concubinato y una persona que tenga relación sexual con otra persona del mismo
sexo realizan un acto de voluntad libre apartándose públicamente de la comunión
eclesiástica. Por lo tanto, de no estar en la comunión eclesiástica, mencionado
fiel no puede ser inscrito en una cofradía ni puede permanecer afiliado a ella.
Sólo
desde esta perspectiva se puede entender la pretensión del Obispo de Palencia
de modificar los estatutos de la Hermandad de Cofradías Penitenciales.
Recordemos que es la autoridad eclesiástica, el Obispo quien nombra, confirma o
remueve al presidente, con todas las responsabilidades inherentes.
lunes, 27 de marzo de 2017
sábado, 25 de marzo de 2017
Homilía del Cuarto Domingo de Cuaresma, ciclo a
DOMINGO IV DE CUARESMA,
ciclo a
San Pablo en su epístola a los
Efesios nos escribe diciéndonos: «En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el
Señor». Cuando uno camina por la calle a oscuras, en medio de la
noche, ve siluetas de cosas o de personas que por allí pueden estar. Puedes
tener a alguien detrás de ti y no saber de quién se trata, te entra el miedo
porque te viene a la mente noticias o cosas horribles que has oído que
sucedieron. La oscuridad no te permite reconocerlo. Puedes tal vez imaginar que
se trate de una persona, pero no lo puedes garantizar. Pero si tienes la suerte
de acercarte a una farola encendida
puedes pasar de esa silueta confusa y temerosa a la realidad de lo que
auténticamente es.
Así es nuestra vida: Cuando andamos
en pecado, la oscuridad reina en nuestra vida, vemos
siluetas pero no reconocemos a la persona que tenemos delante, ni su
cariño, ni su entrega, ni su amor. Los tratamos mal porque el otro es para mí alguien del que tengo que obtener un
beneficio, y si no responden a mis expectativas las cosas se ponen a malas.
El pecado corrompe las relaciones humanas.
En el evangelio de hoy nos muestra
cómo Cristo recrea, hace nuevas todas las cosas. Nos hace ver las cosas tal
cual son, y no en sus apariencias o meras siluetas. El evangelio de hoy hace un
giño al libro del Génesis ya que nos evocan a este libro: Cristo 'hizo barro'
con la saliva. El hombre fue sacado del barro, de la tierra. Esa es su
naturaleza carnal, el hombre que sólo puede percibir sombras y figuras,
siluetas en medio de la noche. Jesucristo se acerca a ese hombre empecatado. Y
el Señor le dice: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa
Enviado)». Con Cristo ese hombre empecatado, destinado a la muerte,
a generar daño a los demás -porque no se sentía ni amado ni aceptado por los
otros, empieza a reconoce la verdad. Empieza a darse cuenta de cómo su proceder
erróneo y pecaminoso era el origen de todos sus males.
Suele pasar que personas que han
fracasado en su vida matrimonial o en otras esferas de la vida al experimentar
un proceso de conversión a Cristo caen en la cuenta del sinfín de decisiones
equivocadas, de comportamientos inapropiados y de pecados cometidos que les han
ido conduciendo al desastre personal. Al aceptar a Cristo en sus vidas, ya no
ven siluetas, sino perciben la verdad tal cual es.
Realmente este texto evangélico
joánico de hoy es una especie de catequesis para los que habían de ser bautizados.
Se les muestra abiertamente para que den el paso al bautismo con libertad, cómo
el recibir y vivir desde la luz de la fe les llevará necesariamente a
enfrentarse con el misterio de las tinieblas de los que no aceptan a
Jesucristo. Si uno no se enfrenta diariamente al misterio de las tinieblas es que
tal vez, sin darse cuenta o dándose, haya pactado con el pecado.
Lecturas:
Lectura
del primer libro de Samuel 16,1b.6-7.10-13a:
Sal
22,1-3a.3b-4.5.6 R/. El Señor es mi pastor, nada me falta
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5,8-14
Lectura
del santo evangelio según san Juan 9,1.6-9.13-17.34-38
26
de marzo 2017
domingo, 19 de marzo de 2017
Homilía de San José, año 2017
SAN
JOSÉ, 2017
San José, persona normal, era una
criatura nueva, renacida del Espíritu Santo y por este Santo Espíritu era
guiado y animado de maneras diversas. A veces se sentía inflamado en el amor
divino; otras veces descendía por los grados de la humildad y lloraba los pecados
de los hombres; incluso, en ocasiones, descansaba en un gran silencio y paz,
abrazado a la voluntad divina.
San José no se apoyó en la ley.
Respetaba y la cumplía, ya que obrando así manifestaba que amaba a Dios. Dios
es nuestro dueño y Señor y Él nos puede mandar. Es cierto que el cumplimiento
de la ley a veces cuesta trabajo. Tenemos que frenarnos, renunciar. Pero los
mandamientos nos llevan al cielo. Son como las ruedas del carro, que pesan,
pero gracias a ellas puede andar. Un carro sin ruedas no hay quien lo mueva.
San José se apoyó en la fe en la
promesa. El fiel custodio de la Sagrada Familia de Nazaret pudo experimentar
cómo estar con Jesús y María, cómo ser fiel al cometido que Dios le encargó
nunca le quitó la libertad. San José se comportó rectamente ante Dios,
experimentó cómo Dios le orientó para que se realizase en el arte del amor y de
la entrega desinteresada. San José al estar atento a la voz del Señor, su Dios,
y al obedecer con prontitud a la voluntad divina, tuvo su vida orientada
correctamente. Como las vías del tren que le obligan a ir por un camino, pero
ayudan al tren a avanzar y a llegar. Le impiden que se despeñe o que
descarrile. Los carriles me obligan a cruzar el puente, y así atravesar el río,
por un sitio concreto, pero gracias a ese puente puedo cruzar el río. Gracias a
las situaciones complicadas que se nos presentan en la vida, podemos
atravesarlas con lucidez si obedecemos a la voluntad de Dios. La voluntad de
Dios me urge a obedecerle para poder así no descarrilar cuando tenga que
atravesar los puentes que son las dificultades y desafíos que se nos vayan
presentando.
San José, obedeciendo al ángel del
Señor que se le apareció en sueños, tomó consigo a María como su mujer aunque
el hijo no fuera de él, sino del Espíritu Santo; San José cogió a su mujer
embarazada y fueron a censarse en su pueblo, Belén de Judá; San José,
obedeciendo de nuevo al ángel tomó consigo al niño y a su madre para huir a
Egipto, porque Herodes le buscaba para matarlo; de nuevo el ángel del Señor se
le apareció en sueños estando en Egipto para que regresasen de nuevo a Nazaret. Fue fiel custodio y
protector inmejorable en aquel santo hogar. Muchos puentes o dificultades tuvo
que atravesar San José con su familia, y todos los atravesaron con éxito porque
avanzó por esos carriles de la obediencia que el Señor le fue indicando.
José Ratzinger, o sea el Papa
Benedicto XVI, en su libro 'La sal de la tierra' nos escribe diciéndonos que «cuando
el hombre se deja podar en cuando puede madurar
y dar fruto». San José se dejó podar todo sus pretensiones,
todas sus aspiraciones en la vida, todos sus sueños… para ser y estar totalmente
al servicio de Dios.
Dice Ortega y Gasset: «Es
falso decir que en la vida deciden las circunstancias. Al contrario, las
circunstancias son el dilema ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que
decide es nuestro carácter». Las circunstancias que concurrieron en la
vida de San José fueron delicadas, difíciles y peligrosas. Y en todas acertó
porque se dejó mover por la fe en Dios. Obedeció a Dios en todo.
Este santo protector nos invita a
confiar también nosotros en la potencia de la gracia para poder trasformar
nuestra vida de pecado en una vida virtuosa.
sábado, 18 de marzo de 2017
Homilía del Tercer Domingo de Cuaresma, ciclo a
DOMINGO TERCERO DE CUARESMA, ciclo a
Estamos ahora aquí porque alguien
nos ha convocado. Porque alguien quiere encontrarse con cada uno para hablarle
al corazón. Ese alguien que es Cristo, conoce dónde reside tu sufrimiento. Te
habla al corazón y se adentra en la misma entraña de tu herida para sanarla.
Todos los días nos toca hacer las
mismas tareas y trabajos, con sus horarios y rutinas. Desde que uno se levanta
hasta que se acuesta siempre liado y atareado. Desde fuera uno puede pensar que
las personas nos encontramos bien porque acudimos a nuestros trabajos
profesionales y vamos desempeñando las diversas tareas encomendadas durante la
jornada: en la escuela, en la oficina, en las tareas domésticas, con los niños
y el esposo o esposa, en la parroquia, etc. Pero hay algo en nuestro interior y
en nuestra historia personal que nos hace perder la alegría y aparecer el
desaliento.
Al igual que el pueblo de Israel
atravesó aquel desierto, atravesó aquel lugar de la prueba, cada uno de los
presentes también lo estamos atravesando. Una prueba que nos hace perder la
alegría y aparecer el desaliento. Y empezamos a protestar porque la vida tiene
en sí un peso insoportable y nos desazonamos porque no conseguimos aquello que
deseamos, ya sea porque no tenemos un amor correspondido debidamente, porque
nos encontramos solos ante las situaciones dolorosas y que nos agotan, porque
la nostalgia y la depresión asoman amenazando, o porque nos sentimos
incomprendidos y fracasados.
Nos pasa lo mismo que al pueblo
judío en Masá y en Meribá, donde el pueblo empezó a tentar al Señor y a tener
disputas y altercados. Allí tenían mucha sed y empezaron a añorar aquellas
cebollas de la esclavitud de Egipto. Podemos pensar, si yo no hubiera estado en la iglesia no hubiera tomado determinadas
decisiones que me han condicionado tanto; podría haber tenido aquel trabajo
tan deseado, hubiera mantenido aquellas amistades con aquellas juergas que eran
auténticos desmadres, seguramente estaría con aquel hombre o con aquella mujer
que tanto me atraía moviéndome por las sendas de la lujuria y del pecado al
margen de Dios; si yo me hubiera quedado en la esclavitud de Egipto, bajo el
dominio del Faraón, ahora mismo estaría
sin sed y sin atravesar este desierto tan angustioso. Porque ¿para qué me
sirve la libertad, haber salido de Egipto, si estoy ahora solo, sin un trabajo
bien remunerado, sin un amor que me quiera, con esta enfermedad que me asedia, con
esta depresiones que me hunden o esta angustia que no sofoco? ¿para qué me
sirve ahora la libertad? Parece que no compensa la libertad y preferimos lo que
teníamos seguro en aquella tierra del Faraón. Cristo conoce dónde reside tu
sufrimiento.
Aquella
mujer de Samaría era una fracasada. Se encontraba tan hundida, ella estaba
sufriendo profundamente en su interior. Esta mujer ni siquiera acudía con el
resto de las mujeres a sacar el agua del pozo, sino que lo evitaba acudiendo a
una hora en la que iba a tener la certeza de no encontrarse con nadie, con todo
el calorazo. Su alma estaba reseca y angustiada. No encontraba una salida a su
situación. Se encontraba abocada a vivir una vida sin fundamento, vacía, con hastío.
¿Cómo es posible encontrar agua en medio del desierto siendo aplastado con el
sol inmisericorde? A lo que el Señor, en medio de aquella situación tan tensa y
angustiosa, dijo a Moisés: «Preséntate al
pueblo llevando contigo algunos de los anciano de Israel; lleva también en tu
mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti,
sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba
el pueblo.» Y Moisés lo hizo y brotó el agua. En las dificultades y adversidades no estamos
solos, Dios nos acompaña, aunque no podemos exigirle que se manifieste
como nosotros quisiéramos.
Esa agua que manó de aquella roca
nos remite al agua que brotó del costado de Cristo al ser atravesado por la
lanza del soldado en la cruz. La tentación de regresar al Egipto seductor es
muy fuerte. Y es precisamente en el desierto de tu vida donde el Señor sale a
tu encuentro para reparar así tus fuerzas y puedas así retomar el camino de la
libertad, sin mirar atrás, siempre con la mirada hacia delante.
Lecturas:
Lectura
del libro del Éxodo 17,3-7:
Sal
94,1-2.6-7.8-9 R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis
vuestro corazón.»
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5,1-2.5-8
Lectura
del santo evangelio según san Juan 4,5-42
19
de marzo de 2017
sábado, 11 de marzo de 2017
Homilía del Domingo Segundo de Cuaresma, ciclo a
HOMILÍA DEL DOMINGO II DE CUARESMA, Ciclo A
Avanzamos movidos
por una promesa. Una promesa cuya realización no es inmediata ni exenta de
dificultades. De tal modo que uno puede llegar a pensar que mencionada promesa
sólo son palabras, sólo se queda en humo. Corriendo el riesgo de pensar que esa
promesa –de ese tronco que es la promesa, puede tener como una especie de ramas
que den respuesta a algunos anhelos que residan en el corazón.
A
esto se suma que las personas nos movemos en las cosas inmediatas: prestamos
dinero y deseamos que nos lo devuelvan cuanto antes posible, nos hacen un
análisis de sangre y queremos tener los resultados casi al instante, pedimos
algo y deseamos tenerlo muy pronto. Somos muy impacientes. Resulta que el Señor
le dice a Abrán: «Haré de tí una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás
una bendición». Nos dice que Abrán creyó en la promesa y esto lo selló
dejando su tierra y su parentela. El tiempo pasaba y los años iban pesando
tanto en Abrán como en Saray. Parece que esa promesa no es a medio ni a corto
plazo, sino más bien que mencionada promesa se realizará a largo plazo. Y la
impaciencia se hace presente. Los silencios de Dios pueden llegar a ser muy
largos. Y en medio de estos silencios de Dios, Jesucristo nos invita a la
oración; nos dice que insistamos, que seamos tan pesados, tan pelmas como
aquella persona que va a la casa de su amigo, de noche y a horas muy
intempestivas, para pedirle comida por una visita inesperada.
Me viene a la mente aquel pasaje bíblico,
donde el profeta Elías se lo pasó a lo grande riéndose de los profetas de Baal (1 Reyes 18, 27) en el monte
Carmelo, para demostrar al pueblo que Yahvé es el único Dios. Mientras los 450
profetas de Baal estaban desgañitándose, allí danzando torno al altar,
haciéndose incisiones con cuchillos y lancetas, chorreando sangre desde la
mañana hasta el mediodía. Y Elías, él allí solo, pasándolo en grande –sólo le
faltaba las pipas y unas palomitas-. Elías les estaría diciendo cosas como:
¿habéis cambiado las pilas a los audífonos de Baal?. Cuando los profetas de Baal terminaron por
agotamiento, es entonces cuando Elías restauró el altar de Yahvé que estaba
demolido, tomó las doce piedras, dispuso todo para el holocausto, clamó a Yahvé
y Dios le respondió rápidamente y con
gran potencia. Pero en el fondo, Elías sabía que, al estar en clarísima
desventaja por el número (ellos 450 y él uno) y que no contaba con el respaldo
ni el apoyo de la gente, porque ellos ante su pregunta “si es Yahvé es el Dios,
seguidlo; si Baal lo es, seguid a Baal”, ellos guardaban silencio. Elías solo
ante el peligro. Y Dios le dio toda la razón al realizar tan grande prodigio.
Pablo,
que tiene mucha experiencia de los sufrimientos que conlleva anunciar a Cristo,
alienta a Timoteo. Pablo sabe que vivir en el espíritu de Cristo supone rechazo
por parte de las tendencias demoníacas reinantes en el mundo.
Por eso Pablo
recuerda a Timoteo la promesa de que Cristo también va a destruir su muerte y
hará brillar la vida por medio del Evangelio. Timoteo, en esos momentos tendría
dificultades de disciplina en su comunidad, muchos quebraderos de cabeza,
hermanos que se habían complicado en los negocios mundanos poniendo a las
comunidades en situaciones delicadas. Se estaría encontrando con una serie de
vicios y de deberes complejos. Y Pablo le alentaba con sus recomendaciones
pastorales, con sus testimonios existenciales, con su cercanía y con el poder
de la oración. Timoteo conoce la promesa, pero en esos momentos, no dispone de
la realización de mencionada promesa. Le toca dar testimonio de nuestro Señor
Jesucristo en medio de la dificultad y del cansancio reinante. Y como hizo
Abrán, Timoteo también responde al Señor como tiene que responder un hombre de
fe.
Estoy seguro que
tanto a Timoteo, como a Pablo que en esos momentos estaba prisionero por
anunciar a Cristo, como a tantos cristianos que viven su fe en medio de la
persecución y del desprecio de los demás, estarían sumamente gozosos de poder
contemplar aquel acontecimiento sobrenatural acaecido en aquel monte alto donde
Pedro, Santiago y Juan fueron testigos. Allí, si pudiéramos contemplar ese
anticipo de lo que nos espera, podríamos recargar totalmente nuestras fuerzas y
reafirmar nuestra esperanza sin temer lo más mínimo que los hombres nos mataran
o a la enfermedad que nos asedia.
Lecturas:
Gén 12, 1-4 a
Sal 32
2 Tim 1, 8b-10
Mt 17, 1-9
domingo, 5 de marzo de 2017
Homilía del Domingo Primero de Cuaresma, ciclo a
DOMINGO PRIMERO DE CUARESMA, Ciclo A
La Palabra de Dios de hoy nos
plantea una seria cuestión: ¿Cómo te
comportas cuando estás experimentando tus propias limitaciones y escasez de
fuerzas? Jesucristo hoy se encuentra en una situación límite: cuarenta días
con sus cuarenta noches sin comer. El número cuarenta que nos recuerda los
cuarenta años que el pueblo de Israel pasó por el desierto; nos hace pensar en
los cuarenta días que Moisés se pasó en el monte Sinaí, antes de que pudiera
recibir la palabra de Dios, las Tablas sagradas de la Alianza; se puede
recordar el relato rabínico según el cual Abrahán, en el camino hacia el monte
Horeb, donde iba sacrificar a su hijo Isaac, no comió ni bebió durante cuarenta
días y cuarenta noches, alimentándose de la mirada y las palabras del ángel que
le acompañaba.
Los Padres han visto también en el
número 40, el número cósmico, el número de este mundo en absoluto: los cuatro
confines de la tierra engloban todo, y el diez es el número de los
mandamientos. Que sería tanto como la expresión simbólica de la historia de
este mundo.
Jesús al estar esos cuarenta días en
el desierto, es como si él recorriese de
nuevo todo el éxodo de Israel, con sus errores y desórdenes de toda la historia.
Los cuarenta días de ayuno abraza el drama de la historia que Jesús asume en sí
y lleva consigo hasta el fondo.
Jesucristo pasando hambre esos
cuarenta días está abrazando tu propio drama personal. Tu sufrimiento lo está asumiendo como propio.
a) La tentación primera, la del
PAN: Cuando hay algo que no sale como nosotros queremos lo que hacemos es
murmurar. Cuando nos asedia la precariedad, las situaciones de estrecheces
económicas o de achaques por la enfermedad, es cuando murmuramos. Porque no
tenemos esa seguridad y el pan representa a esa seguridad, el tener el estómago
lleno. He oído decir a mucha gente, para excusar su asistencia a la Eucaristía,
que 'primero está la obligación y luego la devoción'. El mundo te dice que
primero te asegures tus cosas y luego, si se puede y te apetece, van las cosas
de Dios. Los reveses de la vida -la pérdida del trabajo, el pago de la hipoteca
que apremia, percances de salud y dificultades añadidas- hacen que nos pongamos
muy nerviosos y nos sentimos débiles. Y en medio de esa debilidad el Demonio
nos ataca y te dice al oído: «¿Ves como Dios no sabe lo que necesitas? ¿te
das cuenta cómo Dios no te da lo que te conviene?, eso es porque no te quiere».
Y el Demonio te ofrece la solución: gratifícate en la sexualidad, en la droga,
etc., porque así podrás ir sobrellevando la precariedad en tu vida.
b) La tentación segunda, la de la
HISTORIA: Nos pasa igual que al pueblo Judío en Masá y en Meribá. Las
dificultades empiezan a apretar, se dan hechos concretos en tu vida que no
aceptas ni estas dispuesto a asumir -la muerte de un familiar, la pérdida de
una fortuna, el accidente de un ser querido, la enfermedad…-.
Allí en el desierto, y el pueblo
empieza a revolverse, a criticar, a reñir, a protestar. No queremos caminar más
a no ser que Dios se nos manifieste.
Estamos echando de menos las cebollas y los ajos de la esclavitud, o sea, que
estamos echando de menos la vida del hombre pecador, con sus lujurias y
desenfrenos, con sus vida perdida y empecatada. Y protestamos como en Masá y en
Meribá. Y como nuestra historia no nos gusta nos refugiamos en nuestro pecado. Queremos
poner a Dios a nuestro servicio, para nuestros caprichos y por eso renegamos de
nuestra historia. Sin embargo nos olvidamos de que Dios ha permitido algo para
poder tener, ahí mismo, un encuentro con Él.
c) La tentación tercera, la de
los ÍDOLOS: Moisés es llamado a lo alto del monte Sinaí para recibir las
Tablas de la Ley. Al tardar, el pueblo se hizo un becerro de oro, símbolo del
poder y de la fecundidad. El éxito y el poder lo da el dinero. Nos pervierte la
mente y el entendimiento porque deseamos tener a Dios cerca para que todo nos
marche bien, los negocios, con la familia; y a si a uno las cosas le van mal,
pues reniegan de Dios. El mundo tiene una mentalidad mezquina de tener todo garantizado y poner las
columnas de nuestras vidas en cosas que consideramos sólidas, pero que no nos
permiten vivir en la verdad. Cristo no tiene dónde reclinar la cabeza, y
nosotros que somos sus seguidores, pues debería de ser igual. Porque, de otro
modo, cualquier cosa que atente o ponga en peligro mis 'seguridades' o 'ídolos'
no dudaré en aniquilarlo. Que los inmigrantes nos roban el trabajo, pues
cerramos las fronteras; que queremos asegurar a todo trance la seguridad, pues
expulsamos a los que puedan ser sospechosos por su procedencia; que no queremos
que nadie cuestione nuestra forma ideológica de pensar, pues hacemos leyes que
les opriman, les persigan para hacerles callar y que terminen desapareciendo.
Y Cristo dijo no a estas tres
tentaciones para que nosotros aprendiésemos a vivir en la Verdad.
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