domingo, 27 de noviembre de 2016
sábado, 26 de noviembre de 2016
Homilía del Primer Domingo de Adviento, ciclo a
DOMINGO
PRIMERO DE ADVIENTO, CICLO A
Podemos decir, «el Señor
es bueno y siempre nos perdona, ¿cómo va a permitir que su Palabra nos
intranquilice o nos genere desasosiego?». Que sí, que coincido, que el Señor
ese bueno y rico en misericordia, pero el Señor no es ni tonto ni bobo. Ese «Jesusito de mi vida, que eres niño como yo,
por eso te quiero tanto y te doy mi corazón (...)» ya no nos vale a
nosotros que ya somos hombres y mujeres hechos y derechos.
Cristo te pone su Palabra en tus
oídos y te dice: «¿Sigues igual de amodorrado como de costumbre o has
conseguido entender algo?». Y claro, nosotros nos quedamos con la boca abierta,
‘como las vacas ante el tren que pasa’ porque ni nos enteramos de dónde nos
vienen los tiros, ni entendemos ‘de lo que va la fiesta’. A lo que Jesucristo
te grita a pleno pulmón: «Estad en vela, porque no sabéis qué día
vendrá vuestro Señor». Y como aún estamos en un estado perplejo porque
no entendemos a qué refiere Jesucristo con eso de «¡estad en vela!» nos genera un cabreo interno. ¿Por qué tengo yo
que estar en vela, y encima ‘morirme de sueño’ al día siguiente por no dormir?
¿Por qué tengo que estar en vela yo? ¿Es que acaso no cumplo con mi deber
diario con mi familia, con mi trabajo, con mi comunidad cristiana y con mis
amistades? Si yo hago lo que tengo que hacer, ¿por qué hoy esta Palabra me está incomodando?
E incluso te enfadas aún
más porque
buscas justificarte y te dices: ‘Encima que vengo a misa y cumplo
con el precepto dominical, mientras podría estar ahora mismo haciendo lo mismo
que mi vecino, allí tumbado viendo la tele,.... se me dice que estoy mal
espiritualmente hablando y que estoy amodorrado, que no me entero de las
cosas... ¡Suficiente es que encima vengo a misa!’ Es que resulta que ésta es la Palabra que Dios te ha
entregado hoy a tí. Y si te ha hecho pupa, ¡enhorabuena!, porque
has dejado de oír para empezar a escucharla. Y si ahora es empezado,
¡por fin!, a escuchar la
Palabra , ¿cómo has ido dirigiéndote en tu vida hasta ahora?
Si no escuchabas ni interiorizabas la Palabra , entonces ¿quien o que cosa te dirigía y
orientaba tu existencia? Me puedes argumentar que siempre has obrado con buena
fe. Eso nadie lo niega. Pero de lo que sí te puedes estar dando cuenta que la Palabra no ha
estado orientando tu existencia porque no la escuchabas, a lo más,
la oías. La Santísima Virgen
María, nos dice la Sagrada Escritura ,
que meditaba todas estas cosas –la
Palabra- en su corazón.
Y esto no acaba aquí, sino
que San Pablo nos hace un anuncio muy importante: «Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertarnos del
sueño». Uno que ha empezado a abrir el oído y ha dejado de oír para empezar
a escuchar se pregunta: “¿Por qué dice San Pablo que nos demos cuenta del
momento en que vivimos? ¿No es acaso hoy domingo 27 de noviembre de 2016,
primer domingo de adviento?” Efectivamente, ese es el día del calendario que
corresponde al día de hoy. Pero San
Pablo no se refiere ni mucho menos a eso. ¿A que se refiere entonces con eso de
que nos demos cuenta del momento en que vivimos? Lo explicaré para que cada cual pueda abrir el oído y
aplicarlo a su vida: Imagínense que nos encontramos con una canoa en un río
con un potente caudal, en medio de una violenta corriente. Vamos a toda
velocidad arrastrados. Ese río simboliza el desarrollo del progreso horizontal.
O sea, todo lo que implica y supone el trabajar para llevar el dinero a casa;
la preocupación de educar y cuidar a los hijos, llevarlos al colegio y a las
actividades extra escolares que sean precisas; el cumplir con la esposa o el
esposo; el afrontar los pagos de las diversas facturas y de las hipotecas del
piso o del coche; el poder conseguir un estatus de vida más alto con mayor confort
y comodidad, etc. Es verdad que todo esto está bien y hay que hacerlo, pero este ajetreo no permite al hombre
meterse en su profundidad misma. Hay una euforia por el progreso:
terminar de pagar la hipoteca; que los hijos saquen las asignaturas; que en el
trabajo yo sea promocionado, cada cual las suyas. Pero ¿dónde queda la dimensión de
profundidad donde se da la fe ?
Dice la Palabra :
«Dos
hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos
mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán» Las
cosas y las personas pasan, mas Dios permanece. Jesucristo nos exhorta: ¡Velad! ¡Estad en vela!. Ahora vamos a
introducir en nuestra vida una de esas enormes y potentes taladradoras que se
emplean para poder extraer el petróleo: Uno razona así en su particular
progreso horizontal; los hijos son míos, son un derecho de los padres, yo les
educo como me da la gana. Ahora metamos la taladradora: Estos hijos me les ha
entregado Dios para que se los custodie y sean educados conforme a su voluntad
divina. ¿A que cambia las cosas? Desde las categorías del progreso horizontal
uno dice: no aguanto a mi esposa porque siempre me incordia y no siento nada
por ella porque no me da lo que quiero. Pero si metemos la taladradora diremos:
Dios me ha puesto a esta esposa o esposo para que amándola, que me cuesta, me
pueda salvar gracias a ella o a él y
viendo sus defectos yo mismo reconozco los míos y eso me ayuda a amarla más.
Nadie dijo que ser
cristiano fuera sencillo, pero tenemos una promesa: Jesucristo estará con
nosotros todos los días hasta el fin del mundo. ¡Velad!
Lecturas:
Is 2, 1-5
Sal 121
Rom 13, 11-14a
Mt 24, 37-44
27
de noviembre de 2016
domingo, 20 de noviembre de 2016
Homilía de JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO, ciclo C
DOMINGO XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO Ciclo c
JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
Todos los presentes estamos
bautizados, pero ¿todos los que estamos aquí notamos que el reinado de Cristo
en nuestra vida nos ocasiona 'conflictos internos'? Si se pudiera hablar de la
pureza de la vida cristiana con las mismas categorías con las que se habla de
la pureza del agua de los manantiales ¿cómo creen ustedes que estaríamos?
San Pablo en su epístola a los
colosenses nos recuerda que «Cristo nos ha sacado
del dominio de las tinieblas». Para entendernos: Cuando decimos
que «Cristo nos ha sacado del dominio de las tinieblas»
estamos afirmando que si Él no lo hubiera hecho -si estaríamos totalmente condenados porque ese
mega combate contra Satanás sólo nos lo podía ganar Él. Ganado ese combate por
nuestro Salvador, ahora sí que podemos afrontar otros combates -que no superan
nuestra capacidad- y que sí los podemos ganar siempre que estemos unidos al
Señor.
Y esto es muy cierto porque gracias
al infinito amor de Cristo que murió por cada uno de nosotros se pudo volver a
abrir aquella puerta hacia la vida que había sido tapiada por culpa del pecado
del hombre. Pero ¿acaso Cristo nos ha salvado enviando a todo el ejercito de
ángeles y arcángeles, con espada en mano para salvarnos de Satanás? No.
Jesucristo nos ha salvado entregándose por amor, es más, Jesucristo nos dijo «yo estoy en medio de vosotros como el que sirve»
(Lc 22, 27b). Cristo reina sirviendo.
Y la Cruz es su trono, la máxima manifestación de entrega por amor. Por lo
tanto, si Cristo ha abierto el camino de cómo nos hemos de salvar para ser
sacados del dominio de las tinieblas, eso nos lleva a obedecer a la Palabra
-aquella que ofreció Jesucristo al joven rico-: «Una
cosa te falta: vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así
tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme» (Mc 10,
21b). Y la pregunta que yo lanzo es ¿por qué? Porque el Señor nos quiere libres de todas nuestras ataduras. ¿Puede
acaso zarpar un barco teniendo echada el ancla?, pues no. Cada cual sabrá
cuáles son sus bienes, o sea aquellas cosas en las que uno
tiene puesto su corazón y no le deja progresar en el seguimiento de
Cristo porque actúan como si fueran ese
ancla.
Sin embargo el Demonio, que es el
maestro de la mentira, nos susurra al oído que las cosas en nuestra vida va «viento en popa, a toda vela», y que todo
genial. Y necesitamos a ese ladrón
arrepentido crucificado al lado de Cristo que interpela al otro ladrón para
mostrar ante sus ojos la verdad de su vida como malhechor y desenmascararle su
pecado. El buen ladrón estaba
ayudando al otro, y a sí mismo, a descubrir que lo único que les ha movido en
la vida ha sido el acaparar, en tener más y más cosas, de tal modo que todo ha
girado en torno a eso. El tener cosas y más cosas, y para adquirirlas usar
incluso el robo, eso ha sido para ellos su gran ídolo. Otra cosa es que el mal
ladrón no le hizo caso y murió perdiéndose su alma. Gracias al discernimiento
de los presbíteros, de los catequistas y de los hermanos vamos descubriendo
cuáles son nuestros ídolos que nos impiden seguir a Cristo con determinación. Y
seguiremos diciendo que yo no me encuentro atado a nada ni a nadie. A modo de
ejemplo: ¿no te encuentras atado a tu cochazo que únicamente le sacas de la
cochera para cosas muy importantes y concretas y jamás lo dejas aparcado en la
calle? Un cochazo que has depositado gran parte de tus ahorros y que ni
permites que entre uno en él con ropa deportiva y mucho menos con algo de barro
en los zapatos? Y esa persona me dirá que él no está atado a ese coche, que ese
coche no es para él un ídolo, simplemente una cosa que él tiene. ¿Creen ustedes
que prescindiría de ese automóvil? No, porque en ese coche tiene puesto su
corazón. Quien dice coche se puede poner unos afectos, un perro, etc. Algo que
provoque quela vida de uno gire en torno a ello en vez de en torno a Cristo.
Cristo nos ha sacado del dominio de
las tinieblas, es decir, Cristo ha hecho por nosotros lo que nosotros no
podíamos haber hecho. Ahora que cada cual puede afrontar las particulares
batallas con posibilidad de poderlas vencer.
LECTURAS
Lectura del segundo libro
de Samuel 5,1-3:
Sal 121,1-2.4-5 R/.
Vamos alegres a la casa del Señor
Lectura de la carta del
apóstol san Pablo a los Colosenses 1,12-20:
Lectura del santo
evangelio según san Lucas 23,35-43:
20
de noviembre de 2016
domingo, 13 de noviembre de 2016
sábado, 12 de noviembre de 2016
Homilía del Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario, Ciclo C
HOMILÍA DEL
DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO C
Hoy
al escrutar la Palabra
para poder hacer esta homilía me ha venido al a mente a aquellas personas que
son referentes en nuestras vidas. Personas, mejor dicho, cristianos que no
solamente dicen que se fían de Jesucristo, sino que con su modo de actuar lo van demostrando.
Nos
dice San Pablo en su carta a la
Comunidad de Tesalónica que «ya sabéis
vosotros cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo» y lo hacen «para darnos un modelo que imitar». Pero claro,
cuando uno está en un colegio interno, en un campamento o en una institución o
colectivo donde todos sienten o piensan más o menos parecido, te sientes integrado
en esa forma de pensar o sentir. Se encuentra uno muy a gusto cuando se está al
calorcito de la lumbre de esa particular ‘chimenea’. Hay temas importantes
donde no solamente hay consenso, sino que hay firme convicción: el estar
abierto a la vida, un noviazgo en castidad, el no apego ni a las riquezas ni a
los afectos, la importancia de ir dando pasos para ‘morir a uno mismo’, la
necesidad de celebrar la
Eucaristía semanalmente con los hermanos, etc. Hay cosas que
no se discuten, porque se ven como buenas, necesarias y deseadas.
Pero, ¿y qué pasa con aquellos jóvenes, y no tan
jóvenes, que aún viviendo como Cristo desea que vivamos, están sufriendo las
fuertes heladas de la secularización? Porque puede ser que influenciados
por lo que ellos vean fuera, empiecen a
surgir dudas y a cuestionar lo que en un primer momento era una fuerte
convicción. El Demonio actúa como las heladas en las hendiduras de las
rocas. El agua se cuela por esas hendiduras y al helarse genera una fractura
interna mayor en la roca. Porque ya a uno le empieza a costar –dar pereza- ir a
la Eucaristía ,
empiezan a aparecen excusas más o menos elaboradas para ausentarse de la
comunidad cristiana y no digamos nada para acudir al sacramento del perdón,
etc.
Aparece un chico o una
chica que ‘hace tilín’ y resulta que
todas las cosas que antes has oído del noviazgo cristiano y de las que estaba
más o menos de acuerdo, ahora se pone en crisis absoluta. Es que resulta que en
mi matrimonio siempre hemos inculcado principios cristianos y ahora mi hijo o
mi hija quiere estar en nuestra casa, con nosotros, pero no acepta los
principios cristianos y desea vivir al estilo pagano ‘bajo nuestra techo’. Y
ante esto ¿la firme determinación de vivir la fe en el hogar tiene que
doblegarse ante la voluntad del hijo o de la hija? ¿No deberíamos de
posicionarnos firmemente aunque esto suponga
una salida ‘un poco traumática’ de ese hijo de esa casa? Cuando uno no
se encuentra en esa tesitura o en esas situaciones tan delicadas, uno es tan
ingenuo ‘de sacar pecho’ y de decir, como dijo San Pedro: «Aunque todos te abandonen, yo no
te abandonaré»; pero claro, cuando uno ve cómo su persona corre peligro,
uno ‘cambia de camisa’ tan rápido que se lo saca sin quitar ni los botones.
Es que una cosa es lo que
uno cree y otra cosa es ser consecuente con lo que se cree. Y lo que nos pasa
es lo mismo que al pueblo judío cuando estaba atravesando el desierto durante
esos cuarenta años: muchos esfuerzos y
muy pocas gratificaciones inmediatas nos desalientan. Y es aquí cuando
entra en escena el Demonio: «¿Cómo es que Dios no
os permite comer de ningún árbol del paraíso?» (cf. Gn 3,2);
¿cómo es que Dios permite que lo estés pasando tan mal? ¿Por qué permites que
te roben tiempo con esas oraciones y esas reuniones mientras tú podrías hacer
otras cosas? ¿Es que acaso necesitas que aún te estén tutelando? Esta es la
forma de actuar del Demonio. Sin embargo nosotros tenemos en la mente a aquellos que sí son modelos a imitar, tal y como
nos recuerda el apóstol san Pablo: al mismo Cristo, a los Apóstoles, a los
catequistas, a los presbíteros (si son fieles a lo que tienen que serlo).
Y estos modelos a imitar
nos enseñan a vivir en la verdad, a no contentarnos con admirar la calidad de
la piedra y los exvotos del templo. Nos enseñan a no contentarnos o
ensimismarnos con los ingresos mensuales que entran en la cartilla de ahorros
fruto del trabajo; nos enseñan a no contentarnos con los éxitos profesionales o
estudiantiles que uno pueda experimentar; nos enseñan a no sentirnos
satisfechos por sentirnos afectivamente correspondidos; etc., sino que seamos
capaces de reconocer que si no lo hacemos todo por amor a Dios, todo lo
conseguido o adquirido se derrumbará como un castillo de arena en la playa.
Ese modo de vivir a ser
imitado nos remite a una realidad que a
pesar de no ser percibida, realmente existe. Fiándonos de esos modelos de
vida nos vamos encaminando por las sendas del Espíritu y, poco a poco, Dios nos
va desvelando realidades ocultas y vamos adquiriendo tanto las fuerzas como las
razones que el mundo ni capta, ni desea aceptar, viéndose privados de la Sabiduría infinita de
Dios.
Lecturas:
Mal 3, 19-20ª
Sal 97
2 Tes 3,7-12
Lc 21, 5-19
13 de noviembre 2016
domingo, 6 de noviembre de 2016
Homilía del Domingo XXXII del Tiempo Ordinario, ciclo C
DOMINGO
XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo C
Hermanos, nos vamos a ir
encontrando con muchas personas que se van a mofar de nuestra fe. E incluso
esas personas, viendo cómo actuamos los creyentes, nos lleguen a llamar
irresponsables por nuestro modo de proceder. No entienden cómo es posible que
un matrimonio tenga más de dos hijos, y no digamos si se tiene diez u once. No
se entiende cómo un chico con un futuro prometedor se levante para poder
discernir su vocación en un seminario o una chica que se levante para poder
discernir su vocación en un convento. No se entiende cómo alguien puede
protestar porque en el colegio concertado –para recibir una formación religiosa
católica- donde acuden sus hijos de primaria, con el beneplácito de las
religiosas, se estén dando sesiones de mindfulness
(técnicas de meditación para buscar la felicidad, la armonía, la tranquilidad) y
se estén dando con una caña de bambú en la frente para hacer meditación
budista. Es decir, que les hay tan tontos que les engañan y encima se sienten
satisfechos, mientras que los timadores ‘se
mueven como pez en el agua’. Quitan a Cristo y ponen a un Buda. ¡Increíble!
Y nadie dice nada, porque lo ven normal. Y el que protesta se tiene que armar
de paciencia porque le llaman de ‘bicho raro’ para arriba.
Aquella burla que Jesús
soportó de los saduceos, también la soportamos aquellos que le seguimos - o por
lo menos intentamos- seguirle de cerca. Nosotros no hacemos las cosas por que
sí, sino que las hacemos porque nos fiamos de una persona: Jesucristo, el cual
está vivo. ¿Y cómo sé que está vivo? Porque tengo experiencia de cómo actúa en
mi vida. Nos dice San Pablo en su carta a la comunidad de Tesalónica: «Por lo demás, hermanos, orad por nosotros, para que la
palabra del Señor siga avanzando y sea glorificada». Y además
nos sigue diciendo: «El Señor, que es
fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno». Cada uno de los
presentes sabemos que ‘Dios es un Dios de vivos’ y no de muertos porque la Palabra se cumple en cada
uno. Nos cuenta la Sagrada Escritura
cómo Dios sacó con brazo fuerte al pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto.
Cómo le condujo por el desierto aquellos cuarenta años. Y sabemos que cuando el
Señor le introdujo en aquella tierra prometida para que tomasen posesión de
ella, no estaban solos. Había siete naciones más poderosas que los hebreos (cf.
Dt 7, 1-2): hititas, guirgasitas, amorreos, cananeos, perizitas, heveos y
jebuseos. Cada cual más grande, poderosos y fuertes. Cuando el Pueblo de la
promesa llegó a esa tierra prometida no se encontró paz y alegría sin fin.
Tuvieron que luchar y bastante, en primer lugar contra las fieras salvajes que
les atacaban y después con aquellos pueblos que les daban mil vueltas en poder
y dominio. Sin embargo el pueblo judío, con la ayuda de Dios, les fueron
venciendo uno a uno. Esos pueblos numerosos y peligrosos tienen para nosotros
unos nombres y realidades concretas:
la hipoteca del banco, el mantener el puesto de trabajo, la educación de los
hijos, esa enfermedad que me está atormentando, esos exámenes duros de la
carrera, esa oposición que no termina de salir adelante, etc. Sin embargo, Dios va proveyendo para que salgan las
cosas como tienen que salir y salir así victoriosos ante tales feroces enemigos.
El pueblo de Israel antes de reconocer a Dios como el creador le entendió
primero como el Dios salvador. Y un
muerto no provee, sólo proveen los que están vivos, luego Dios está vivo.
Durante el tiempo de la batalla muchos, alentados por el Demonio, intentarán
que nosotros ‘tiremos la toalla’. Y cuando un creyente es consciente de la
cantidad de cosas que Dios ha hecho por él es entonces cuando tiene fortaleza
para testimoniar ante los demás lo que Dios ha hecho con él, y ya no tendrá
miedo –o por lo menos tanto miedo- porque sabrá que Dios no es un producto de
su mente, sino que es alguien vivo y que actúa, aunque con los ojos de la cara
no se le vea. De tal modo que ese cristiano no te responderá la pregunta sobre
qué es la fe con el catecismo –modo de preguntas y respuestas-, sino que
manifestando su propia vida podrá adquirir una mayor certeza de la existencia
de Dios y así poder recobrar las fuerzas ante los ataques que nos vengan del
mundo.
Lecturas:
2 Mac 7, 1-2.9-14
Sal 16
2 Tes 2,16-3,5
Lc 20, 27-38
martes, 1 de noviembre de 2016
Homilía de la Solemnidad de Todos los Santos, año 2016
DÍA DE TODOS LOS SANTOS 2016
«El mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él».
Me parece que todos nos sentimos identificados con esta frase del evangelista
San Juan. ¿Y donde reside nuestra diferencia?, ¿qué es lo que nos hace
distintos para que el mundo no nos reconozca? Nuestra diferencia reside en que luchamos. San Pablo nos muestra
encima de la mesa la maqueta del mapa del campo de batalla, donde están
ubicados la caballería y la infantería así como los feroces enemigos: «Nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino
contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este
mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire» (Ef
6, 12). Es Satanás quien nos declara la
guerra, y el Señor permite esa guerra para nuestra santificación y para su
gloria. Ahora bien, jamás permitirá que sea tan excesivamente cruel que no
tengamos fuerzas para afrontarla. La Palabra ya nos lo recuerda para alentarnos: «Dios es fiel, y Él no permitirá que seáis tentados por encima
de vuestras fuerzas, sino que con la tentación hará que encontréis también el
modo de poder soportarla» (1 Cor 10, 13b).
Muchas son las pruebas que
nos esperan, algunas de ellas muy duras. Sin embargo de todas las pruebas nos
libra el Señor. Tengo un amigo que siempre le dice a su novia cuando se enfada:
«Yo quiero hablar con Sara, no con la
soberbia que domina a Sara», y claro, Sara tampoco se queda atrás. De todas
las pruebas nos libra el Señor.
San
Pablo nos urge a que tomemos las armas de Dios (cf. Ef 6, 13); a que nos revistamos con la armadura de Dios
para poder resistir en el día malo y así mantenernos
firmes después de haber superado todas las pruebas. Si pensamos y sentimos
y amamos como piensa, siente y ama el mundo no cabe la guerra, ya que hemos
sido invadidos por el Maligno. Y atención, el día malo del que nos habla la Palabra llegará. Cada uno de nosotros tendrá ese día muy
malo. Un día muy malo provocado por Satanás. Conozco a un matrimonio de
Zamora que se encontraban en el despacho del abogado con el bolígrafo en mano
para firmar el divorcio, y por poco lo hacen. Dios da autorización a Satanás
para hacernos la guerra. San Pedro nos alienta con sus palabras: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un
poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que
el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego» (1 Pe
1,7). De ese día malo nadie se libra. Nos gustaría que toda la vida fuera una
sonrisa eterna, pero no lo es.
Nos dice la Palabra lo que tenemos que
hacer para resistir en ese momento de la prueba el ataque de Satanás: Primero
revestirnos de la armadura divina y ceñirnos la cintura con la verdad. Lo primero es la verdad. En un
cristiano no cabe la doble vida, no cabe el engaño. El casado no puede estar
con una amante, ni el que ha hecho una opción por la pobreza el poder estar
anhelando y amontonando posesiones terrenas. Cristo es muy claro con la
hipocresía: «Cuidado con la levadura de los fariseos, que es
la hipocresía, pues nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada
escondido que no llegue a saberse» (Lc 12, 1-2). Vivir en la
verdad.
Sigue diciéndonos la Palabra que calzados
los pies por anunciar el Evangelio. Esto tiene una gran profundidad.
Satanás persigue el talón de los cristianos. Espera que nos durmamos para
pegarnos una gran dentada en el talón. El talón es nuestro punto débil, nuestro
talón de Aquiles. La serpiente repta por la tierra y desea alcanzar tu talón
para morderlo y así poderte matar. Pero si tienes tus pies calzados con el celo
por anunciar el Evangelio, no te puede matar, porque tu debilidad ha quedado
revestida por la fuerza del Espíritu de Dios. Calzados los pies con el celo por anunciar el
Evangelio el Demonio no puede atacar tu talón de Aquiles porque lo has
revestido con un zapato que te lo protege.
Además teniendo siempre en
la mano el escudo de la fe ,
con el cual podemos apagar todos los dardos incendiarios lanzados por Satanás.
A veces Satanás te lanza un dardo con un pensamiento impuro; un pensamiento de
que todo es mentira; te lanza un pensamiento de que la Iglesia en un asunto se
equivoca, un pensamiento que te hace desconfiar de esa hermano de comunidad,
etc. Dardos incendiarios lanzados por el Maligno. Y nosotros, con el escudo de
la fe en la mano resistiendo y diciendo al Demonio: ¡Vete de aquí, Satanás!
No solamente estamos
revestidos con la coraza, ceñidos la cintura y calzados los pies y el escudo de
la fe sino que también puesto el casco de la salvación y
empuñada la espada
de la Palabra
de Dios. Una Palabra que alimenta nuestra alma y
nos ofrece el discernimiento oportuno para afrontar la batalla.
Es normal que el mundo no
nos conozca, que nos rechace porque no somos propiedad del mundo, sino de
Cristo. Y aunque estamos con los pies en esta tierra somos ciudadanos del
Cielo. En esta lucha con los poderes de este mundo el alma del creyente va
madurando por dentro. Muchos hermanos nuestros han vencido en la batalla
luchando codo con codo con Jesucristo. Y «éstos son los que
vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestidos en la
sangre del Cordero» (Ap 7, 14).
Lecturas:
Ap 7, 2-4. 9-14
Sal 23
1 Jn 3, 1-3
Mt 5, 1-12a
1 de noviembre de 2016
Homilía del Domingo XXXI del Tiempo Ordinario, Ciclo C
HOMILÍA DEL DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO
C
No
se si a ustedes le sucederá, pero a mí a veces. Hay días que cuando escruto
–rezo con la Biblia-
la Palabra me
sucede como aquel que ha quedado en parada cardio-respiratoria y es sometido a
una reanimación. Sólo consigo entender lo que significan las palabras pero no
puedo ir más allá, no consigo sacar nada. Quedo como en parada cardio
respiratoria. Y muchas veces gracias a la constancia y lucha por la vida de ese
paciente se le consigue traer de nuevo al mundo de los vivos; pues conmigo
tienen que insistir mucho porque la
lectura del electrocardiograma a veces es plana cuando escucho la Palabra. ¿No les sucede a ustedes que escuchan la Palabra de Dios y a veces
no les dice ‘ni fu ni fa’? Y muchos hermanos suelen decir que la Palabra ‘no les dice nada’
porque ‘están fríos en la fe’ o ‘débiles en la fe’. Aunque lo más sorprendente
–por lo decepcionante que puede llegar a ser- es cuando uno se encuentra algún
cristiano, que con cara de profunda extrañeza va y te pregunta: «¿Que me estas
contando? ¿Te has fumado algún porro? ¿O es que has saqueado el mini bar del
salón de tu casa? ¿Dices que la
Palabra de Dios tiene algo de especial para decirte algo
personalmente a ti? ¿Y que más? ¿Por qué no me cuentas las conversaciones
nocturnas que mantienes con tu gato?». A lo que ya uno ‘se corta’ y ya tienes
cierto temor de decirle: «Yo, a veces hablo con Dios y me responde a su modo,
¿a ti Él no te dice nada?», porque se corre el alto riesgo de ‘tener que echar
patas’ delante de la furgoneta de los enfermeros del manicomio.
Lo
que pasa es que cuando uno nace en un contexto social y cultural donde muchas
cosas que son pecado son percibidas como cotidianas, nuestra sensibilidad hacia las cosas de Dios queda notablemente
eclipsada. E incluso aquellos que deberíamos ir por delante planteando una
lectura creyente de la realidad, hacemos una lectura meramente horizontal,
pobrísima. Nos encontramos hoy a Jesús que propicia un encuentro con Zaqueo.
Nos cuenta el Evangelio que Jesús al
llegar a la altura de la higuera donde se encontraba subido Zaqueo, levantó los
ojos y le dijo: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo
que alojarme en tu casa». A lo que él responde con gran alegría.
Pero todos aquellos que lo estaban
presenciando ya estaban haciendo su lectura horizontal, extremadamente
pobre y decepcionante hasta decir basta, totalmente plana: nos cuenta la Palabra que todos
murmuraban diciendo que «ha entrado a
hospedarse en casa de un pecador». El caso es que esos judíos se
consideraban justos y cumplidores con la
Ley , pero Dios no estaba ni en su pensamiento ni en su
corazón. Se cumple las palabras del profeta Isaías: «Este
pueblo me alaba con la boca, y me honra con los labios, pero su corazón está
lejos de mí y el culto que me rinden es puro precepto humano, simple rutina»
(Is 29, 13).
Y
es que resulta que esto también nos pasa a nosotros, por eso la Palabra nos interpela y
nos obliga a estar vigilantes. Resulta que un muchacho está pidiendo al Señor
que le regale una novia porque cree que su vocación en la Iglesia es al matrimonio.
Y el Señor tiene a bien el concedérselo. Pero cuando está con ella se olvida
que esa chica es un don dado por Dios y empieza a vivir un noviazgo mundano,
lejos de aquel prometido noviazgo cristiano. Y como las personas que le rodean
no le plantean la enorme falsedad que está acarreando en su noviazgo, sino que
comparten con él esos criterios mundanos y así se van propiciando a que se vaya olvidando totalmente la originaria
intervención divina. O ese matrimonio que se casan por la Iglesia y que piden a Dios
el don de los hijos. Dios se les concede, pero tan pronto como los tienen
empiezan a actuar como si ellos fueran suyos, no transmitiéndoles la fe, dando
siempre prioridad a todas las cosas antes que todo lo que afecte a la educación
como cristianos. Se olvidan que esos padres meramente son los custodios de esos
hijos dados por Dios para que les cuiden, protejan y eduquen.
O
el caso de ese joven que pide a Dios un trabajo para poder sentirse útil y así
poder ejercer en lo que se había preparado. Dios se lo concede, pero tan pronto
como siente que tiene que dejar un día sin acudir al trabajo por anunciar el
Evangelio o para nutrirse en su vida espiritual, tiende a prevalecer los criterios
del miedo antes que los de la confianza en Dios. Y uno se dice: no sea que por
no acudir ese día al trabajo me vayan a despedir o me empiecen a mirar mal.
Pero vamos a ver, ¿quién te ha dado ese trabajo?, ¿no ha sido Dios?; por lo
tanto, si ese trabajo es fruto de lo que lo que tú pedías a Dios, ¿por qué no
se va a ser agradecido al Señor dando testimonio de nuestra fe ante los
compañeros de trabajo? ¿Es que acaso tienes miedo a ser despedido? ¿No será que
digas que «el Señor tu Dios es tu único
Señor y le amarás con todas tus fuerzas, con todo tu ser»,… pero realmente eres tú el primero en vez de Dios?
Cuando
se hacen lecturas horizontales nos olvidamos de la real existencia de lo
sobrenatural que sostiene y alienta todo lo cotidiano. Y la historia se vuelve
a repetir: porque nuestros becerros de
oro, a los cuales tributamos culto ya que son nuestros ídolos, aunque no lo
queramos reconocer, es esa novia, son
esos hijos o es ese trabajo. Y lo que resulta más sorprendente es que
estamos tan engañados que llegamos a negar de la existencia de nuestros ídolos.
Sin
embargo Jesucristo hace añicos esa lectura horizontal de la vida. Inyecta una
dosis de espiritualidad en ese encuentro con Zaqueo. Ante las palabras de arrepentimiento de
Zaqueo, Jesús no se queda con una valoración meramente moral, sino que le
invita a orientar toda su existencia desde la fe que tuvo Abrahán. Que fiarse
de Dios es lo que conduce a la salvación. Le invita a que su espiritualidad
renazca del agua y del Espíritu de Dios. Jesucristo no se queda en la mera
religiosidad natural que tenía Zaqueo, sino que por medio de su encuentro con
este recaudador de impuestos le ha abierto el oído para que escuche la Palabra y vaya dando pasos
hacia la conversión personal. De tal modo que según vaya avanzando irá
reconociendo cómo el Señor ha ido haciendo obras grandes en él, de las que
ahora empieza a ser consciente y a brotar el agradecimiento sincero. Y según se
va avanzando en esa lucha interna que es la conversión, se va descubriendo de
un modo más nítido, que el mundo con sus cosas son ceniza, mientras que estar con Cristo es, sin duda, lo mejor.
30 de octubre de 2016
Lecturas:
Sab 11,22-12,2
Sal 144
2 Tes 1,11-2,2
Lc 19, 1-10
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