MARÍA DEL CARMEN DEL
SANTÍSIMO SACRAMENTO
Ayer el Señor llamó ante su
presencia a una hermana cuya vida consagró al servicio de la Iglesia y en la
oración silenciosa ante el Sagrario fue colaborando en la evangelización y en
la conversión de los pecadores. El Señor le regaló una familia carnal naciendo
el día quince de mayo de 1934 e hizo su profesión como carmelita descalza el
día 23 de noviembre de 1957. Esta carmelita descalza es una de las creyentes de
las que uno tiene la certeza moral
de que la vamos a volver a ver en el cielo. Bueno, eso será si nosotros también
vayamos a parar allá.
Hay cristianos que se creen que por
mucho alzar la voz son escuchados antes por Dios. La plegaria sencilla,
cotidiana, fiel de esta fiel servidora de la Iglesia ha llegado en todo momento
al corazón de Cristo. En medio del agresivo desierto causado por la
secularización, este convento fundado por Santa Teresa de Jesús es un oasis
para todos aquellos que deseamos encontrarnos con el Amor de los amores. La
oración silenciosa, reflexivas, madura y adulta, meditando la Palabra es el mejor alimento para
el alma. Nuestra hermana tenía dificultad para poderse expresar, sobre todo en
sus últimos años, pero su mirada así
como su presencia comunicaba más de Dios que muchos de los que hemos sido
llamados al ministerio ordenado.
Muchas personas creen que cuantas
más cosas hagan y más se les vea, más importantes son. En cambio no se dan
cuenta que sólo aquellos que están en
contacto con las cosas de Dios son las que ven las cosas desde la auténtica
verdad. Seguir a Jesucristo es entablar con Él una profunda intimidad.
Nuestra hermana era una enamorada de
Cristo. Todos los días le entregaba el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor
y ella, con recogimiento y gran cariño le comulgaba. Su modo de recibir al
Señor y de acogerle era ya para mí una catequesis de fe. La última vez que
comulgó al Señor fue precisamente ayer, lunes, a las 10,20 horas de la mañana,
en aquella habitación del hospital Río Carrión de Palencia, estando acompañada
de la Madre María Purificación de la Sagrada Familia y de la Hermana Celia del
Corazón de Jesús.
Siempre se quedaba ahí, al lado de
la verja esperando que yo me diera la vuelta para que ella jamás le diera la espalda al Señor Sacramentado. Mas
llegar yo a la sacristía y al Altar para celebrar la Eucaristía uno enseguida
se percataba de que esos purificadores, esas vinajeras, ese Cáliz, esas flores
y velas estaban puestas ahí con gran delicadeza y ternura porque era para el Señor. El modo de cómo trataba las cosas
sagradas me ha instruido y ayudado como presbítero que soy.
Su
relación con Cristo fue madurando, de tal modo que la persona de Cristo llegó a
su corazón y se plantó en el centro mismo de su vida.
Disfrutaba de su presencia cuando íbamos
'al sintrom', al centro de Salud de Pintor Oliva. Cuando me reunía en el
locutorio para hablar con toda la Comunidad y su aportación, aunque breve por
su dificultad, era de gran ayuda espiritual. Son de esas presencias de las que
uno agradece. Durante los siglos de
historia siempre ha estado cuajados de testimonios vigorosos y conmovedores de
este amor característico de enamorado del Señor. Muchos pueden pasar
desapercibidos pero su aportación ha sido fundamental al crecimiento y
edificación del Cuerpo Místico de Cristo. Esta querida hermana carmelita
descalza ha servido a la Iglesia de un
modo excelente y todos estamos profundamente agradecidos al Señor por haber
estado aquí durante todos estos años ayudando a sostener esta iglesia con los
músculos de su alma al pie del Sagrario. Sin lugar a dudas, Jesucristo estará
diciendo a nuestra hermana Carmen: «Sierva
buena y fiel. Entra en el banquete de tu Señor» (cf.Mt 25, 23).
¡Señor Dios del Universo, Dios de
Abrahán, de Isaac y de Jacob, Dios de nuestros Padres, Creador de Cielo y
Tierra, gracias por el regalo de esta hija tuya y hermana nuestra!
Falleció: 24 de octubre de 2016 a las 14,32 horas en
el hospital Rio Carrión de Palencia, planta séptima
25
de octubre de 2016, Funeral a las 5 horas de la tarde
Con un profundo agradecimiento a
Dios por el tesoro que me he encontrado en este Carmelo.
Roberto
García Villumbrales