sábado, 26 de septiembre de 2015

Homilía del Domingo XXVI del Tiempo Ordinario, ciclo b

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b, 27 de septiembre 2015
LECTURA DEL LIBRO DE LOS NÚMEROS 11, 25-29
SALMO 18
LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SANTIAGO 5,1-6
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 9,38-43.45.47-48         

            Hermanos, podemos pensar que aquellos que gozan de un trato más cercano y amigable con el Señor tienen las cosas más sencillas. Como si estar en ese trato entrañable y familiar fuese como el soportal donde uno se refugia de la tormenta de agua repentina. Por lo menos esa no fue la experiencia que tuvo Moisés. Moisés estaba agobiado y abrumado con tantos problemas. Nos cuenta la Sagrada Escritura que «el pueblo se quejaba amargamente ante el Señor». Pero claro, fue Moisés quien, en nombre de Dios, acaudilló a su pueblo a la libertad sacándoles de la esclavitud de Egipto. Ahora bien, como las circunstancias eran adversas para el pueblo, carecían de comodidades, acudían a Moisés para descargar 'su mal genio' y 'mala leche' echándole en cara las cosas que no funcionaban como ellos se habían planeado. Estaban tan atontados que no eran capaces de darse cuenta ni de suerte que habían tenido al ser rescatados por Dios, ni de lo que estaba suponiendo esa nueva situación en la que Dios estaba actuando. Ellos 'estaban en sus trece' y no valoraban la intervención salvífica de Yahvé. Acudían a Moisés y al pobre 'le ponían la cabeza como un bombo', todo para él, quejas, problemas, comentarios poco afortunados, dificultades....y poquitas alegrías. Moisés estaba abrumado y agobiado. Me da la impresión que el pueblo pensaba que como Dios estaba con ellos iban a tener oasis, cascadas de abundante agua para refrescarse, descansar, echarse alguna cabezadita, tener llena la barriga  y todo iba a ser 'coser y cantar'.
         Moisés se daba cuenta como los miembros de su pueblo se estaban comportando moviéndose por sus propios criterios mundanos, y de este modo es como si se pusieran una manta sobre la cabeza que le impidiera alzar su mirada hacia lo trascendente, hacia Dios. Moisés echa de menos el tener a personas cerca que sean capaces de hacer el ejercicio de entender lo que se está viviendo desde la fe. Desea tener a personas que 'hagan una lectura creyente de su propia vida'. El pueblo se ha acostumbrado a mirar, valorar y a tasar lo que viven 'dejando a Dios de lado'. ¡Deben de tener una joroba de muy señor mío, siempre mirándose al ombligo y al suelo en vez de alzar la mirada a Dios!
         Y Dios que escucha a Moisés y se está dando cuenta de lo apurado que se encuentra le hace un doble regalo: envía codornices sobre el campamento para que puedan comer carne y le regala un consejo de ancianos que le ayuden en la responsabilidad del gobierno en el pueblo. Este consejo está asistido por el Espíritu del Señor y se conducen y ayudan a conducir en la vida con prudencia y rectitud, agradando así a Dios. Por eso Moisés está deseando que todos los miembros del pueblo sean profetas, con la capacidad suficiente para poder buscar el bien y correr tras él. De este modo cualquier persona es acogida y aceptada como es porque hay un amor sobrenatural que impulsa a amar con una intensidad desconocida en el mundo y en la sociedad actual. Personas que rompan con el dominio de lo mundano y descubran la novedad de lo que supone vivir desde la confianza en Dios.

         Todos sabemos lo que supone vivir desde la confianza en nuestro dinero, en nuestras seguridades, de tal modo que en la medida en que nos dejamos llevar por todo eso nos vamos como atando las manos y los pies, como si fuera una cuerda que se va enrollando en torno nuestro, incapacitándonos a amar con ese amor pleno que nuestro corazón aspira a alcanzar.
         El regalo que Dios entrega a Moisés al ofrecer el espíritu a esos setenta ancianos, ese regalo es lo máximo, ya que dan pautas y orientaciones de cómo actúa Dios cuando entra en la vida de uno. Se produce un cambio total en la escala de valores.
         El apóstol Santiago nos pone sobre aviso sobre lo que nos sucede cuando un cristiano oye la Palabra de Dios, participa de la Eucaristía pero no permite que Dios tome el timón de su particular barco. ¿Y cómo sabemos que Dios no tiene ese timón? Se sabe porque su conducta no agrada a Dios y perjudica tanto a los demás como al propio interesado. No hay coherencia entre la fe y la vida. Suponed que una chica está saliendo con un chico y viceversa, y además los dos son cristianos. Si ese chico empieza a beber y a tontear con otras chicas -sí, él se 'lo estará pasando bomba'- pero la chica que le quiere lo está pasando mal y muy incómoda porque ella no puede disfrutar de ese amor que dice él que la tiene. Las palabras son palabras y mencionadas palabras han de estar acreditadas, consolidadas con los hechos y actuaciones constantes y frecuentes. Por eso el Apóstol Santiago nos dice en su epístola que tengamos mucho cuidado con nuestro modo de proceder porque si actuamos como necios e insensatos generamos mucho dolor y confusión a nuestro alrededor.

         Y es más, Cristo se pone serio. Cristo no quiere que escandalicemos y menos que perjudiquemos a los hermanos que andan más débiles en la fe. Desea que rompamos decididamente y de modo tajante con lo que causa escándalo, por eso usa expresiones como  «si tu mano te hace caer, córtatela» o «si tu ojo te hace caer, sácatelo». Y la razón de fondo es que cuando uno no permite que Cristo te sane internamente está favoreciendo que el veneno de Satanás entre en nuestra corriente sanguínea  y nos muramos poco a poco dejando tras de nosotros el pestilente olor del pecado. Cristo nunca nos miente, depende de cada uno el 'vivir en la verdad'. 

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