sábado, 19 de septiembre de 2015

Homilía del Domingo XXV del Tiempo Ordinario. ciclo b

DOMINGO XXV DEL TIEMPO 0RDINARIO, ciclo b, 19 de septiembre de 2015
Sab 2,12.17-20
Sal 53
Sant 3,16-4,3
Mc 9,30-37
            El justo, el que sigue la Ley de Dios, el que quiere ser fiel a Cristo no tiene una vida fácil. Y la Palabra de Dios nos lo avisa para que ‘no bajemos la guardia’: «Se dijeron los impíos: “Acechemos al justo, que nos resulta incómodo” (...) lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura”». Podemos pensar,          « ¡vaya me he equivocado de bando!, ¡me dejan a parte!, ¡no cuentan conmigo!, como he cambiado y no soy el mismo de antes..., pues ya ni me llaman, ni me consultan las cosas y me dejan arrinconado». Es cierto que los cristianos no formamos parte del espectáculo en el Coliseo de Roma con los leones y demás bestias. Bueno, aquí en Europa no, pero donde están esos salvajes radicales del mal llamado ‘Estado Islámico’ hacen cosas aún peores que los crueles emperadores del pasado. Es que resulta que mis amigos salen de fiesta y ya no me llaman para estar con ellos porque ‘soy el raro que no me pongo contentillo con el alcohol’. Es que resulta que me llaman bobo –o cosas peores a la cara- porque se me brinda la oportunidad de hacer cosas impropias de cristianos con una chica y yo le respeto, aunque internamente tenga ‘una lucha de muy señor mío’ porque ‘uno no es de piedra’. Es que resulta que veo a un niño con una discapacidad y mi corazón se enternece mientras que los demás miran con indiferencia tanto al niño como mi forma de estar con ese niño. Es que resulta que los impíos llegan a creer que ‘se pueden ir de rositas’, que su mal proceder no les va a pasar factura porque les resulta indiferente el hecho que Dios exista y no temen su juicio personal ante el Todopoderoso. Mientras, en el aquí y ahora, los que intentamos ser fieles a Cristo lo tenemos muy difícil porque nos lo ponen muy difícil.  Sin embargo, Dios que es el Señor de la Historia, en todo esto que va aconteciendo nos da una Palabra; se muestra cercano; nos instruye con una lección divina para que fortalezcamos nuestras voluntades, aprendamos a discernir y optemos por lo mejor, para que nuestro entendimiento esté lúcido y nos conduzcamos por la vida con la dignidad de los hijos e hijas de Dios.
            La dificultad puede recaer cuando los cristianos razonemos de un modo totalmente equivocado. Me voy a explicar. ¿Qué les sucede a los Doce cuando Jesús les iba contando que le iban a entregar, que le iban a matar y que en el tercer día Él iba a resucitar?¿De qué estaban discutiendo los Doce mientras iban de camino con Jesús? Ellos discutían de quien era el más importante. Es decir, los Doce ‘estaban en  Babia’, distraídos, ajenos totalmente de lo que el Maestro estaba diciendo. A los Doce lo que les estaba importando no era la justicia, sino el prestigio, la grandeza y el poder. Es decir, ‘metieron la pata’ hasta el fondo. Pero en el fondo ellos sabían que su razonamiento no era correcto porque bien “se callaron la boca” cuando Jesús les preguntó «¿De qué discutíais por el camino?». Cuando uno se adentra en la dinámica de la obtención de poder, de prestigio y grandeza todo se desmadra. Dense cuenta de lo que nos dice la epístola de Santiago de hoy: « ¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra».  Mas claro no puede ser el Apóstol Santiago, cuando uno busca lo que no tiene que buscar, todo se desmadra.

            Llega Cristo, -yo me le imagino cogiendo aire primero para adquirir una dosis más alta de paciencia con esos Doce (en esos momentos) ‘medio atontados’-, se sienta y les llama proporcionándoles los criterios correctos para que ellos se conduzcan por la vida, criterios para estar al servicio de todos. Lo que se busca es vivir para los demás, no para uno mismo. Esta sociedad nuestra está domesticada por Satanás, la ha adiestrado Satanás siendo su máxima el placer, el dinero, el sexo, disfrutar lo máximo, adquirir poder, buscando siempre y en todo el propio beneficio. Los que somos de Cristo luchamos por vivir desde los criterios del Evangelio, es normal que seamos rechazados por el mundo porque siendo rechazados mostramos el rostro de Cristo y aquellos que deseen salir de su particular ‘fango de pecado’ puedan encontrar en nosotros una esperanza de salvación.  Recordemos, pasemos por el corazón aquella frase del Salmo de hoy: «El Señor sostiene mi vida».

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