DOMINGO
XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b
Todos
los presentes hemos nacido a una doble vida: a la natural y a la sobrenatural.
A la natural fruto del amor entre los esposos y a la sobrenatural fruto de la
gracia en las aguas bautismales. Cada vida en particular tienen sus
particulares dinámicas para ir avanzando, descubriendo nuevas cosas, en una
palabra: ir creciendo. A penas pasan unos meses y te sorprendes de cómo va cambiando
aquel bebé recién nacido y no digamos nada con la adolescencia con el estirón
que pegan. Un estirón que va acompañado de conocimientos, vivencias, experiencias
tanto positivas como negativas. Es como si en la vida natural hubiera una
especie de itinerario –ya marcado- para recorrer, cada cual con sus capacidades
y circunstancias personales.
Sin
embargo, en la vida sobrenatural es distinta. Mientras que unos padres andan
todo preocupados porque su ‘niño no come’, ‘su niño no aprueba las
asignaturas’, ‘su niño contesta en casa y no obedece’... esos padres no se
preocupan de cosas como ‘mi niño no reza’, ‘mi niño no acude a catequesis’, ‘mi
niño no asiste a la
Eucaristía ’, ‘mi niño no se confiesa’, ‘mi hijo no ha cogido
la asignatura de religión en el colegio’. Y claro, es evidente que lo que no se valora pues no se cuida, y
si no se cuida se atrofia. Y es que resulta que esa vida sobrenatural –que
brotan de las aguas bautismales- tiene en sí misma una dinámica propia: la de
ser sacerdotes, profetas y reyes. La cuestión está en que cuando las personas
nos empezamos a centrar en lo inmediato, en lo que hay que hacer para mañana;
en las preocupaciones y quebraderos de cabeza nos adentramos en las cosas del
mundo dejando en el olvido ‘las cosas del espíritu.’
Además
nos encontramos por la calle a cristianos que sí que acuden a la Eucaristía dominical y
resulta que piensan y sienten como los demás y uno no percibe la
diferencia que Cristo les debería de aportar. Y ante esto uno se dice ser
cristiano debe de ser ‘algo no importante’, algo ‘fácilmente de suplir’. Además,
uno piensa razonando equivocadamente, yo soy miembro de la Iglesia porque barro el
templo cuando me lo solicitan; salgo a leer las lecturas cuando me toca; paso
el cestillo del dinero; me encargo de recaudar el dinero de las cuotas y además
soy miembro del consejo pastoral parroquial, y hasta me encargo de tocar la
campaña para ayudar al cura; acudo a las misas y a la novena de la Patrona de mi pueblo. Dicho
con otras palabras, hemos ideado nuestro modo de vivir en cristiano, y es un
auténtico despropósito, una desgracia sin precedentes para nuestro espíritu. Es decir, que soy cristiano pero como yo
quiero ser, con mis condiciones, con mi
mentalidad, tomándome todo tipo de licencias que me vengan bien a mí; haciendo
y diciendo lo que mi propia forma de pensar vaya ideando; y que no entre en
conflicto con mis cosas, con mis caprichos, con mis pretensiones. Con todo
esto hemos ido acumulando tanta cera en nuestros oídos que nos impide oír la
voz de aquel que nos ha llamado a la vida y nos habla ‘en la verdad’ de nuestra vida. Nos dice lo que no
queremos escuchar porque nos hace ‘pupa’ lo que nos dice porque habla ‘en la verdad’.
Pero tenemos unos tapones de cera tan
densos dentro de nuestros oídos que no somos capaces de oír la deflagración
de una bomba.
Claro
que luego nos escribe el apóstol Santiago y nos interpela diciéndonos que no somos consecuentes con nuestra fe y que juzgamos con criterios malos; y
claro está, no nos hace nada de gracia que venga él y nos ‘tire de las orejas’ (pensamos; ¡que se habrá creído ese Santiago!)
porque creemos que nosotros lo hacemos todo genial. Es que el apóstol Santiago
se ha empeñado en que cada uno de los presentes ‘vivamos en la verdad’. Tenemos
la cabeza más dura que un adoquín y somos capaces de aliarnos con el mismo
Satanás antes de quitarnos muchas veces la razón.
Como
no hemos valorado ni cuidado la vida espiritual, actuamos en lo espiritual con
los mismos criterios que usamos en las cosas mundanas. Y esto es un caos sin
precedentes. Que viene un Obispo y ‘da un baculazo’ en el suelo y de un modo
totalmente arbitrario toma una decisión que afecta a uno directamente valorando
lo políticamente correcto para obtener la aprobación de aquellos que sólo él
quiere. Que viene un Párroco y ‘por sus narices’ niega el libre ejercicio de
una espiritualidad aprobada por el Papa simplemente porque ‘cosas raras no
quiere él’ y además, ya que se ha
comprado un televisor último modelo y un sillón de los de piel desea
explotarlos al máximo amortizándolos en el más breve de los tiempos. Que unos
padres de familia que llevan a sus hijos a catequesis pero cualquier excusa es
buena para no asistir ni a la catequesis ni a las actividades parroquiales ni a
la misma Eucaristía. Que soy un joven muy cristiano que pertenezco a grupos de
Iglesia pero que me cojo cada borrachera y permito que la lujuria se haga
manifiesta en las relaciones con las chicas. Alo que Jesucristo ‘te aparta de
la gente’, ‘te saca del barullo del gentío’ para hablarte a tí, mostrándote la
verdad de cómo está tu vida. Jesucristo
tiene un encuentro personal contigo y conmigo para abrirnos el oído; para
quitarnos nuestro particular tapón y plantearnos las cosas tal y como son.
Dense
cuenta de una cosa: Cristo -y los que queremos a las personas con un corazón cristiano- podría actuar con nosotros de dos maneras
diferentes. Una de ellas es conociendo nuestra realidad –dominada por el
pecado- y no decirnos nada para ‘no perdernos’ y como contrapartida él sufrir
muchísimo y en el fondo dañar más a la
otra persona. O también mostrar la verdad de la realidad de lo que está
viviendo esa persona –aunque se enfade con él- pero ayudándole a vivir en la
verdad, aunque cueste mucho. Cristo opta por la segunda. Y cuando uno acoge el mensaje de Cristo, lo
asimila, lo toma como itinerario de vida irá dándose cuenta de las numerosas
maravillas que el Señor va obrando en uno no duda en proclamarlas.
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