domingo, 6 de septiembre de 2015

Homilía del Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, ciclo b

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo b
            Todos los presentes hemos nacido a una doble vida: a la natural y a la sobrenatural. A la natural fruto del amor entre los esposos y a la sobrenatural fruto de la gracia en las aguas bautismales. Cada vida en particular tienen sus particulares dinámicas para ir avanzando, descubriendo nuevas cosas, en una palabra: ir creciendo. A penas pasan unos meses y te sorprendes de cómo va cambiando aquel bebé recién nacido y no digamos nada con la adolescencia con el estirón que pegan. Un estirón que va acompañado de conocimientos, vivencias, experiencias tanto positivas como negativas. Es como si en la vida natural hubiera una especie de itinerario –ya marcado- para recorrer, cada cual con sus capacidades y circunstancias personales.
            Sin embargo, en la vida sobrenatural es distinta. Mientras que unos padres andan todo preocupados porque su ‘niño no come’, ‘su niño no aprueba las asignaturas’, ‘su niño contesta en casa y no obedece’... esos padres no se preocupan de cosas como ‘mi niño no reza’, ‘mi niño no acude a catequesis’, ‘mi niño no asiste a la Eucaristía’, ‘mi niño no se confiesa’, ‘mi hijo no ha cogido la asignatura de religión en el colegio’. Y claro, es evidente que lo que no se valora pues no se cuida, y si no se cuida se atrofia. Y es que resulta que esa vida sobrenatural –que brotan de las aguas bautismales- tiene en sí misma una dinámica propia: la de ser sacerdotes, profetas y reyes. La cuestión está en que cuando las personas nos empezamos a centrar en lo inmediato, en lo que hay que hacer para mañana; en las preocupaciones y quebraderos de cabeza nos adentramos en las cosas del mundo dejando en el olvido ‘las cosas del espíritu.’
            Además nos encontramos por la calle a cristianos que sí que acuden a la Eucaristía dominical y resulta que piensan y sienten como los demás y uno no percibe la diferencia que Cristo les debería de aportar. Y ante esto uno se dice ser cristiano debe de ser ‘algo no importante’, algo ‘fácilmente de suplir’. Además, uno piensa razonando equivocadamente, yo soy miembro de la Iglesia porque barro el templo cuando me lo solicitan; salgo a leer las lecturas cuando me toca; paso el cestillo del dinero; me encargo de recaudar el dinero de las cuotas y además soy miembro del consejo pastoral parroquial, y hasta me encargo de tocar la campaña para ayudar al cura; acudo a las misas y a la  novena de la Patrona de mi pueblo. Dicho con otras palabras, hemos ideado nuestro modo de vivir en cristiano, y es un auténtico despropósito, una desgracia sin precedentes para nuestro espíritu. Es decir, que soy cristiano pero como yo quiero ser, con mis condiciones, con mi  mentalidad, tomándome todo tipo de licencias que me vengan bien a mí; haciendo y diciendo lo que mi propia forma de pensar vaya ideando; y que no entre en conflicto con mis cosas, con mis caprichos, con mis pretensiones. Con todo esto hemos ido acumulando tanta cera en nuestros oídos que nos impide oír la voz de aquel que nos ha llamado a la vida y nos habla ‘en la verdad’ de nuestra vida. Nos dice lo que no queremos escuchar porque nos hace ‘pupa’ lo que nos dice porque habla ‘en la verdad’. Pero tenemos unos tapones de cera tan densos dentro de nuestros oídos que no somos capaces de oír la deflagración de una bomba.
            Claro que luego nos escribe el apóstol Santiago y nos interpela diciéndonos que no somos consecuentes con nuestra fe  y que juzgamos con criterios malos; y claro está, no nos hace nada de gracia que venga él y nos ‘tire de las orejas’  (pensamos; ¡que se habrá creído ese Santiago!) porque creemos que nosotros lo hacemos todo genial. Es que el apóstol Santiago se ha empeñado en que cada uno de los presentes ‘vivamos en la verdad’. Tenemos la cabeza más dura que un adoquín y somos capaces de aliarnos con el mismo Satanás antes de quitarnos muchas veces la razón.
            Como no hemos valorado ni cuidado la vida espiritual, actuamos en lo espiritual con los mismos criterios que usamos en las cosas mundanas. Y esto es un caos sin precedentes. Que viene un Obispo y ‘da un baculazo’ en el suelo y de un modo totalmente arbitrario toma una decisión que afecta a uno directamente valorando lo políticamente correcto para obtener la aprobación de aquellos que sólo él quiere. Que viene un Párroco y ‘por sus narices’ niega el libre ejercicio de una espiritualidad aprobada por el Papa simplemente porque ‘cosas raras no quiere él’  y además, ya que se ha comprado un televisor último modelo y un sillón de los de piel desea explotarlos al máximo amortizándolos en el más breve de los tiempos. Que unos padres de familia que llevan a sus hijos a catequesis pero cualquier excusa es buena para no asistir ni a la catequesis ni a las actividades parroquiales ni a la misma Eucaristía. Que soy un joven muy cristiano que pertenezco a grupos de Iglesia pero que me cojo cada borrachera y permito que la lujuria se haga manifiesta en las relaciones con las chicas. Alo que Jesucristo ‘te aparta de la gente’, ‘te saca del barullo del gentío’ para hablarte a tí, mostrándote la verdad de cómo está tu vida.  Jesucristo tiene un encuentro personal contigo y conmigo para abrirnos el oído; para quitarnos nuestro particular tapón y plantearnos las cosas tal y como son.

            Dense cuenta de una cosa: Cristo -y los que queremos a las personas con un corazón cristiano- podría actuar con nosotros de dos maneras diferentes. Una de ellas es conociendo nuestra realidad –dominada por el pecado- y no decirnos nada para ‘no perdernos’ y como contrapartida él sufrir muchísimo  y en el fondo dañar más a la otra persona. O también mostrar la verdad de la realidad de lo que está viviendo esa persona –aunque se enfade con él- pero ayudándole a vivir en la verdad, aunque cueste mucho. Cristo opta por la segunda. Y cuando uno acoge el mensaje de Cristo, lo asimila, lo toma como itinerario de vida irá dándose cuenta de las numerosas maravillas que el Señor va obrando en uno no duda en proclamarlas. 

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