DOMINGO
TERCERO DE CUARESMA, ciclo b, 08/03/2015
Lectura del libro del Éxodo 20, 1-17
Sal
18, 8. 9. 10. 11 R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 22-25
Lectura
del santo evangelio según san Juan 2, 13-25
Todas
las personas, en el fondo de nuestro ser, anhelamos algo que sea
extraordinario. Hay personas que, por diversos avatares de la vida y por la
suma de malas decisiones, han ido ‘bajando el listón’ de eso que anhelan,
adentrándose en las profundidades de la mentira, pero con el alma bien
adoctrinada por Satanás. Piensan «esto es todo a lo que yo puedo aspirar» y la
amargura de la honda insatisfacción queda bien patente hasta en su misma
mirada. La suma
de malas decisiones; el caso omiso de las numerosas correcciones fraternas; el
buscar los afectos en las criaturas en vez del Creador; el que por la fuerza de
los hechos uno sea idólatra aunque uno no lo quiera ni reconocer; cosas
así, primero nos adormece el alma, luego nos la insensibiliza, luego nos la
incapacita terminando por ser pasto de las llamas del infierno.
Es
más, se llega a escuchar cosas como estas: «Es
que Señor, me estás tocando mucho las narices y me estás haciendo cabrear. ¡Es
mi vida! ¿Pero qué te crees tú? Además, ya no quiero nada de ti, porque esto
‘ha sido la gota que ha colmado el vaso’, siempre entrometiéndote y
estropeándome cuando yo lo estoy pasando bien». Y todo porque lo que uno pretende hacer no
coincide con lo que Dios plantea o Él nos va como manifestando.
Porque en nuestros planes no cabe ni el dolor, ni el sacrificio, ni los
obstáculos, ni la cruz. Además, se prefiere estar inmerso en las seducciones
del mundo, aún
sabiendo que nos perjudican, que hacemos el mal y nos dañan, antes
de luchar por ‘nadar contra corriente’ y ser tachado de ‘bicho raro’. ¿Hasta
qué punto puede llegar a influir la opinión de los demás?
Y
esto es igualito que esa oveja,
encontrada por el buen pastor. Que imagen más idílica, el pastorcito con la ovejita
bien sumisa siendo portada sobre los hombros del pastor. Pues no, hermanos. De
ovejita sumisa nada de nada. Sino cabreada, haciendo fuerza para soltarse de
los brazos, dando patadas y mordiendo al pastor, incluso haciendo sus
necesidades adrede en los hombros y espalda del que la lleva. Y el pastor
armándose de paciencia.
En
la primera lectura nos habla de un episodio concreto del pueblo israelita en el
éxodo. Todos estamos en un particular éxodo,
atravesando ese desierto llenos de tentaciones, de víboras y alacranes (que nos
son sólo los escorpiones, sino también las personas malintencionadas,
especialmente al hablar de los demás). El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob
se dirige a cada uno, mirándonos directamente a los ojos y te dice: «Soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la
esclavitud». Dios no quiere que vuelvas a la esclavitud del
pecado, porque si volvemos, al principio nos encontraremos 'muy a gustitos',
muy cómodos, muy satisfechos de nosotros mismos; pero tan pronto como desaparezca los efectos
causados por la anestesia de la mentira, surgirá, como un enorme gancho que
desgarra cruelmente todo nuestro pecho, el constante e incesante ataque de
histeria por sabernos condenados, sin remedio, a la más profunda desesperación
y a la muerte eterna.
Todos,
y 'aquí no se salva ni el Tato' estamos
en este particular éxodo, y cómo les sucedía a los hebreos en medio del
desierto, también
nosotros anhelamos las cebollas que comíamos en la esclavitud de Egipto.
Si, no se me queden extrañados porque es así. Anhelamos la vida de pecado, la
vida -en palabras de San Pablo- del hombre viejo; lo anhelamos. Y lo anhelamos porque
somos tan necios de dejarnos seducir por
Satanás y permitimos que su maldito veneno entre en nuestra
particular corriente sanguínea. Anhelamos el ser lujuriosos, el ser ladrones,
el ser aprovechados, el ser inmorales, el ser idólatras porque se nos presenta
como lo mejor, lo más fácil, lo más cómodo y lo que no genera conflicto con el
mundo actual. Y somos tan necios de anhelar aquellas cebollas que
comíamos estando sometidos bajo el yugo de la esclavitud de Egipto. Mas viene
Jesucristo y con su Palabra nos lanza un rayo iluminándonos: «Entrad por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta
y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran en
él» (Mt 7,13). Cristo te exorciza directamente a tí diciéndote: «¡Vive en la Verdad,
abandona la mentira! ¡Conviértete!». Y Cristo es la Verdad.
San
Pablo ya nos lo dice muy claro en su primera epístola a los Corintios: «Nosotros
predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los
gentiles; pero, para los llamados –judíos o griegos–, un Mesías que es fuerza
de Dios y sabiduría de Dios». Dicho con otra palabras, que no pensemos que ser
cristiano es una cosa facilona de estar con una vida sin problemas, con una
conciencia relajada y haciendo y diciendo lo que a uno le venga en gana.
San Pablo nos dice 'que nos pongamos las pilas', 'que empecemos a espabilar y a
salir de nuestro particular letargo', que 'no estamos dando el do de pecho en nuestra vida
como cristianos que somos'. El pueblo de Israel no sólo reconoce a Dios en los
acontecimientos del pasado, sino que también es un Dios del presente que
continúa operante en la historia. ¡Cristo Jesús es el Señor! y es Jesucristo el
que se quiere hacer presente en tu historia, en tu día a día, en tus
cosas cotidianas, desea adentrarse en lo más profundo de tu alma para
sanar esas heridas de las que tú mismo te proteges, te las ocultas porque te avergüenzas
de tenerlas. Es que se ríen de mí en el trabajo, en la universidad,
en el instituto porque me manifiesto como cristiano; y eso que no de un modo muy
valiente. Es que esto, ya está profetizado en la Escritura. La Palabra ya nos
lo está manifestando: escándalo para los judíos y necedad para los gentiles.
Pero si tú le eres fiel obtendrás esa fuerza de Dios y esa sabiduría de Dios
que engendra una felicidad que nadie ni nada te la podrá arrebatar.
Dios
tiene poder para liberarte ahora y siempre. Israel nos ha mostrado en la Escritura
que tiene motivos para fiarse de Dios, su Soberano. La pregunta que te lanzo
es: ¿Crees que Dios, a través de Jesucristo y en su Espíritu, puede librarte de
tus ataduras ahora y siempre?
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