sábado, 7 de marzo de 2015

Homilía del Tercer Domingo de Cuaresma, ciclo b


DOMINGO TERCERO DE CUARESMA, ciclo b, 08/03/2015
  


Lectura del libro del Éxodo 20, 1-17

Sal 18, 8. 9. 10. 11 R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 22-25

Lectura del santo evangelio según san Juan 2, 13-25



            Todas las personas, en el fondo de nuestro ser, anhelamos algo que sea extraordinario. Hay personas que, por diversos avatares de la vida y por la suma de malas decisiones, han ido ‘bajando el listón’ de eso que anhelan, adentrándose en las profundidades de la mentira, pero con el alma bien adoctrinada por Satanás. Piensan «esto es todo a lo que yo puedo aspirar» y la amargura de la honda insatisfacción queda bien patente hasta en su misma mirada. La suma de malas decisiones; el caso omiso de las numerosas correcciones fraternas; el buscar los afectos en las criaturas en vez del Creador; el que por la fuerza de los hechos uno sea idólatra aunque uno no lo quiera ni reconocer; cosas así, primero nos adormece el alma, luego nos la insensibiliza, luego nos la incapacita terminando por ser pasto de las llamas del infierno.

            Es más, se llega a escuchar cosas como estas: «Es que Señor, me estás tocando mucho las narices y me estás haciendo cabrear. ¡Es mi vida! ¿Pero qué te crees tú? Además, ya no quiero nada de ti, porque esto ‘ha sido la gota que ha colmado el vaso’, siempre entrometiéndote y estropeándome cuando yo lo estoy pasando bien». Y todo porque lo que uno pretende hacer no coincide con lo que Dios plantea o Él nos va como manifestando. Porque en nuestros planes no cabe ni el dolor, ni el sacrificio, ni los obstáculos, ni la cruz. Además, se prefiere estar inmerso en las seducciones del mundo, aún sabiendo que nos perjudican, que hacemos el mal y nos dañan, antes de luchar por ‘nadar contra corriente’ y ser tachado de ‘bicho raro’. ¿Hasta qué punto puede llegar a influir la opinión de los demás?

            Y esto es igualito que  esa oveja, encontrada por el buen pastor. Que imagen más idílica, el pastorcito con la ovejita bien sumisa siendo portada sobre los hombros del pastor. Pues no, hermanos. De ovejita sumisa nada de nada. Sino cabreada, haciendo fuerza para soltarse de los brazos, dando patadas y mordiendo al pastor, incluso haciendo sus necesidades adrede en los hombros y espalda del que la lleva. Y el pastor armándose de paciencia.  

            En la primera lectura nos habla de un episodio concreto del pueblo israelita en el éxodo.          Todos estamos en un particular éxodo, atravesando ese desierto llenos de tentaciones, de víboras y alacranes (que nos son sólo los escorpiones, sino también las personas malintencionadas, especialmente al hablar de los demás). El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob se dirige a cada uno, mirándonos directamente a los ojos y te dice: «Soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud». Dios no quiere que vuelvas a la esclavitud del pecado, porque si volvemos, al principio nos encontraremos 'muy a gustitos', muy cómodos, muy satisfechos de nosotros mismos; pero tan pronto como desaparezca los efectos causados por la anestesia de la mentira, surgirá, como un enorme gancho que desgarra cruelmente todo nuestro pecho, el constante e incesante ataque de histeria por sabernos condenados, sin remedio, a la más profunda desesperación y a la muerte eterna.

            Todos, y 'aquí  no se salva ni el Tato' estamos en este particular éxodo, y cómo les sucedía a los hebreos en medio del desierto, también nosotros anhelamos las cebollas que comíamos en la esclavitud de Egipto. Si, no se me queden extrañados porque es así. Anhelamos la vida de pecado, la vida -en palabras de San Pablo- del hombre viejo; lo anhelamos. Y lo anhelamos porque somos tan necios de dejarnos seducir por Satanás y permitimos que su maldito veneno entre en nuestra particular corriente sanguínea. Anhelamos el ser lujuriosos, el ser ladrones, el ser aprovechados, el ser inmorales, el ser idólatras porque se nos presenta como lo mejor, lo más fácil, lo más cómodo y lo que no genera conflicto con el mundo actual. Y somos tan necios de anhelar aquellas cebollas que comíamos estando sometidos bajo el yugo de la esclavitud de Egipto. Mas viene Jesucristo y con su Palabra nos lanza un rayo iluminándonos: «Entrad por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran en él» (Mt 7,13). Cristo te exorciza directamente a tí diciéndote: «¡Vive en la Verdad, abandona la mentira! ¡Conviértete!». Y Cristo es la Verdad.  

            San Pablo ya nos lo dice muy claro en su primera epístola a los Corintios: «Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados –judíos o griegos–, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios». Dicho con otra palabras, que no pensemos que ser cristiano es una cosa facilona de estar con una vida sin problemas, con una conciencia relajada y haciendo y diciendo lo que a uno le venga en gana. San Pablo nos dice 'que nos pongamos las pilas', 'que empecemos a espabilar y a salir de nuestro particular letargo', que 'no estamos dando el do de pecho en nuestra vida como cristianos que somos'. El pueblo de Israel no sólo reconoce a Dios en los acontecimientos del pasado, sino que también es un Dios del presente que continúa operante en la historia. ¡Cristo Jesús es el Señor! y es Jesucristo el que se quiere hacer presente en tu historia, en tu día a día, en tus cosas cotidianas, desea adentrarse en lo más profundo de tu alma para sanar esas heridas de las que tú mismo te proteges, te las ocultas porque te avergüenzas de tenerlas. Es que se ríen de mí en el trabajo, en la universidad, en el instituto porque me manifiesto como cristiano; y eso que no de un modo muy valiente. Es que esto, ya está profetizado en la Escritura. La Palabra ya nos lo está manifestando: escándalo para los judíos y necedad para los gentiles. Pero si tú le eres fiel obtendrás esa fuerza de Dios y esa sabiduría de Dios que engendra una felicidad que nadie ni nada te la podrá arrebatar.

            Dios tiene poder para liberarte ahora y siempre. Israel nos ha mostrado en la Escritura que tiene motivos para fiarse de Dios, su Soberano. La pregunta que te lanzo es: ¿Crees que Dios, a través de Jesucristo y en su Espíritu, puede librarte de tus ataduras ahora y siempre?

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