Domingo de
Ramos, ciclo b, 29 de marzo 2015
Nos
estamos disponiendo para celebrar la semana más importante de nuestra fe. Vamos
a contemplar, como Jesucristo, como cordero manso llevado al matadero, va a sufrir, hasta sudar sangre, y va a ser
crucificado en el madero. Parece un sin
sentido que el inocente muera de un modo tan cruel. Mas cuando uno se adentra
en este misterio de amor, a poco que rasque con la uña, enseguida se percibe
que detrás de los densos nubarrones, así como de esos truenos y relámpagos se
encuentra Dios dispuesto a imponer, sobre los que han sido fieles, una corona
que no se marchita.
Sin
embargo por nuestras venas circula el veneno inyectado por Satanás. Ese veneno intoxica el corazón del hombre,
nubla la mente generando desaliento y desánimo. Dentro de cada cual, como
consecuencia de ese envenenamiento y de la rendición por la dificultad de la
lucha contra el pecado, el corazón del hombre se endurece y somos conducidos a
la muerte eterna del ser. Parece ser un destino fatal donde uno es arrastrado y
atraído sin oposición como las moscas se apresuran apresadas por una potente
fuerza de atracción hacia la miel. Uno dice, «sí, soy cristiano, me bautizaron,
hice la primera Comunión e incluso me he confirmado», pero se presenta una ocasión
que es interesante, que atrae, que lo deseo, que me resulta apetecible e
incluso la estoy anhelando y corro volando ‘a toda mecha’ como las moscas a la
miel aún sabiendo que eso me hace un mal grave porque su composición es 100% de
pecado. ¿Cómo alentar a los cristianos para que se pongan la coraza de la fe,
tomen la espada de la Palabra
de Dios y el casco de los sacramentos y así puedan hacer frente al duro combate
que nos arrecia con violencia el mal? ¿Cómo ayudar a nuestros cristianos a
asentar su existencia sobre la roca sólida que es Cristo? ¿Cómo hacerles ver
que esto es posible, que es real y que es viable?
Todos
estamos encasillados en un modo de sentir y pensar concreto y determinado. Como
si fuera el juego ‘hundir la flota’
flotamos en unas latitudes y longitudes bien determinadas y prefijadas
por el pensamiento reinante, por el modo de sentir, por la herencia que hemos ido asumiendo, por
la formación que nos han proporcionado, por las canciones que todos hemos ido
coreando, por las series televisivas que nos han ido emocionando y cautivando,
por las conversaciones que nos hemos
hecho partícipes, etc., nos hemos ido reubicando –como hijos de esta época- en
las aguas de la secularización. Además, todo está orquestado para que esto sea
así. Incluso cuando sacan un producto al mercado y para ello hacen un anuncio,
ya tienen bien estudiado todas estas cosas para acertar de pleno. ¿Y yo
me tengo que conformar con este modo de entender y de estar así ‘gastando’ mi
vida? ¿Y yo me tengo que resignar con no poder ‘sacar todo el jugo’ a mi
existencia simplemente porque –como si fuera un ordenador- me han programado de
un modo determinado e interesado? ¿Estoy condenado a vivir mi vida de un modo
insulso e insípido? ¿Quién me puede
ofrecer un horizonte de esperanza, de vida, de plenitud?
Jesucristo
es el único que me lo ofrece. Pero claro, una pregunta previa ¿qué experiencia
tengo yo de Cristo?, o dicho con otras palabras ¿podría yo enumerar y explicar
cómo Cristo ha ido dejando su particular huella en mi vida y lo que esas huellas han supuesto para mi
persona? ¿Soy consciente del modo de cómo Dios ha ido haciendo obras grandes en
mí comparando cómo me encontraba antes sin Él y cómo estoy ahora con Él? ¿Realmente
mi forma de ser, pensar, sentir y actuar ha quedado transformada ante la
irrupción salvadora de Cristo en mi vida?
Me da la impresión que aunque el Señor haya dejado todas
sus huellas impresas en nuestra vida, nosotros no le hemos acogido como debería
haber sido. Ya que de otro modo hubiera aparecido en escena la persecución a
causa de
No hay comentarios:
Publicar un comentario