sábado, 28 de marzo de 2015

Homilía del DOMINGO DE RAMOS, ciclo b


Domingo de Ramos, ciclo b, 29 de marzo 2015

            Nos estamos disponiendo para celebrar la semana más importante de nuestra fe. Vamos a contemplar, como Jesucristo, como cordero manso llevado al matadero,  va a sufrir, hasta sudar sangre, y va a ser crucificado en el madero.  Parece un sin sentido que el inocente muera de un modo tan cruel. Mas cuando uno se adentra en este misterio de amor, a poco que rasque con la uña, enseguida se percibe que detrás de los densos nubarrones, así como de esos truenos y relámpagos se encuentra Dios dispuesto a imponer, sobre los que han sido fieles, una corona que no se marchita.

            Sin embargo por nuestras venas circula el veneno inyectado por Satanás. Ese veneno intoxica el corazón del hombre, nubla la mente generando desaliento y desánimo. Dentro de cada cual, como consecuencia de ese envenenamiento y de la rendición por la dificultad de la lucha contra el pecado, el corazón del hombre se endurece y somos conducidos a la muerte eterna del ser. Parece ser un destino fatal donde uno es arrastrado y atraído sin oposición como las moscas se apresuran apresadas por una potente fuerza de atracción hacia la miel. Uno dice, «sí, soy cristiano, me bautizaron, hice la primera Comunión e incluso me he confirmado», pero se presenta una ocasión que es interesante, que atrae, que lo deseo, que me resulta apetecible e incluso la estoy anhelando y corro volando ‘a toda mecha’ como las moscas a la miel aún sabiendo que eso me hace un mal grave porque su composición es 100% de pecado. ¿Cómo alentar a los cristianos para que se pongan la coraza de la fe, tomen la espada de la Palabra de Dios y el casco de los sacramentos y así puedan hacer frente al duro combate que nos arrecia con violencia el mal? ¿Cómo ayudar a nuestros cristianos a asentar su existencia sobre la roca sólida que es Cristo? ¿Cómo hacerles ver que esto es posible, que es real y que es viable?

            Todos estamos encasillados en un modo de sentir y pensar concreto y determinado. Como si fuera el juego ‘hundir la flota’  flotamos en unas latitudes y longitudes bien determinadas y prefijadas por el pensamiento reinante, por el modo de sentir,  por la herencia que hemos ido asumiendo, por la formación que nos han proporcionado, por las canciones que todos hemos ido coreando, por las series televisivas que nos han ido emocionando y cautivando, por las  conversaciones que nos hemos hecho partícipes, etc., nos hemos ido reubicando –como hijos de esta época- en las aguas de la secularización. Además, todo está orquestado para que esto sea así. Incluso cuando sacan un producto al mercado y para ello hacen un anuncio, ya tienen bien estudiado todas estas cosas para acertar de pleno.  ¿Y yo me tengo que conformar con este modo de entender y de estar así ‘gastando’ mi vida? ¿Y yo me tengo que resignar con no poder ‘sacar todo el jugo’ a mi existencia simplemente porque –como si fuera un ordenador- me han programado de un modo determinado e interesado? ¿Estoy condenado a vivir mi vida de un modo insulso e insípido? ¿Quién me puede ofrecer un horizonte de esperanza, de vida, de plenitud?

            Jesucristo es el único que me lo ofrece. Pero claro, una pregunta previa ¿qué experiencia tengo yo de Cristo?, o dicho con otras palabras ¿podría yo enumerar y explicar cómo Cristo ha ido dejando su particular huella en mi vida  y lo que esas huellas han supuesto para mi persona? ¿Soy consciente del modo de cómo Dios ha ido haciendo obras grandes en mí comparando cómo me encontraba antes sin Él y cómo estoy ahora con Él? ¿Realmente mi forma de ser, pensar, sentir y actuar ha quedado transformada ante la irrupción salvadora de Cristo en mi vida?
            Me da la impresión que aunque el Señor haya dejado todas sus huellas impresas en nuestra vida, nosotros no le hemos acogido como debería haber sido. Ya que de otro modo hubiera aparecido en escena la persecución a causa de la Palabra, la dificultad creciente por manifestarse como cristiano en todos los aspectos de la vida, pudiendo llegar, incluso, al martirio. Si la gente cuando nos ve no llegan a darse cuenta de la íntima comunión entre nosotros será porque aún no hemos descubierto el gozo de sentirnos amados y perdonados por Jesucristo, el Señor.

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