PRIMER
DOMINGO DE CUARESMA, ciclo b
Gn. 9,8-15Sal 24
Primera de San Pedro 3,18-22
Marcos 1,12-15
Si en tu vida no sufres como
cristiano, te tienes que preguntar si estás viviendo una fe auténtica.
Hay presbíteros que no queriendo asustar al personal sobre lo que exige el
seguimiento de Cristo ocultan la cruz. La triste situación de nuestra amada Iglesia
es que no
conducen a las personas en el camino del cristianismo, sino que les dejan que
permanezcan en su fe y sean ‘buenas personas’. Y su fe se concreta en hacer sus rezos, en ser buenos
vecinos, en pagar sus impuestos, en hacer lo mandado, que al fin y al cabo eso
genera en uno cierta seguridad. Y hemos reducido la fe en un conjunto de buenas
costumbres y buenos hábitos que proyectan sobre nosotros la imagen de ser
‘buenas personas’. Y si se trata de tener a ‘buenas personas’ tenemos una
montaña: todos, aunque tengamos que taladrar unos cuantos centenares de metros
de profundidad en el corazón, terminamos teniendo –aunque solo sea- unas
gotitas de ‘buena voluntad’. Uno que asesina a su esposa e hijos y los vecinos
‘se echan las manos a la cabeza’ exclamando que quién se lo podría haber
imaginado, ya que era una ‘buena persona’, una persona normal, como todas las
del barrio. Una chica que convive con su novio y el novio con su chica y los
padres de ambos se dicen que ‘son buenos chicos’. Aquel que llega borracho a su
casa y la esposa le disculpa diciendo que ‘es un buen hombre’ solo que bebe más de la cuenta. Sin
embargo muy pocos piden al Señor que le toque el corazón y que cambien su vida.
Y
¿por qué tengo que pedir al Señor que cambie mi vida y que me toque el corazón?
Porque el cristianismo no gira en torno
a mí, sino en torno a Dios. Confundidos creemos que la Iglesia tiene que darnos
lo que deseamos y así somos sujetos de derechos y nos convertimos en
consumidores de culto para calmar una conciencia que hemos moldeado a nuestro
antojo. Sin embargo esto no es así: la pregunta acertada es ¿Qué desea Dios de mí? ¿Estoy decidido a
ser totalmente dócil y dejarme llevar por donde Él quiera conducirme?
Puede
resultar duro pero los cristianos tenemos miedo de qué dirán, de que piensen
que somos radicales, que nos señalen con el dedo y se mofen de nosotros. Pero hermanos, estamos aquí para predicar y vivir en la Verdad ; no importa lo
que digan. Yo no ayudo a los hermanos porque se haya de hacer el bien. Yo no
ayudo a los cristianos incitándoles a hacer buenas obras, que den limosna y que
sean buenos y educados ciudadanos. Yo ayudo a mis hermanos porque quiero que
experimenten como yo, el amor de Cristo.
Es
preciso hacer un serio ejercicio de honestidad para vivir en la Verdad. Se ha proclamado –en la
primera de las lecturas- cómo Dios ha
hecho un pacto con nosotros, que «el
diluvio no volverá a destruir la tierra,
ni habrá otro diluvio que devaste la tierra». En el Salmo Responsorial
hemos suplicado al Señor que nos enseñe sus caminos y que nos instruya en sus
sendas y que caminemos con lealtad, ya que Él es nuestro Dios y Señor. Y además, en la segunda de las lecturas, el
apóstol San Pedro nos catequiza mostrándonos que el bautismo nos salva ya que
nos permite entrar en una dinámica de pureza de corazón para poder disfrutar de
Dios.
Y lo cierto es que esto
queda muy bonito. Ahora seamos realistas y pongamos los pies en la tierra
porque el pecado está demasiado presente y dificulta que el proyecto de Dios en
cada uno se lleve a cabo. La realidad es que estamos constantemente intentando
regatear con Dios. Le decimos: «que sí, Señor, que yo te sigo, pero
pasa por algo eso y aquello. Que ya sé que está mal pero no quiero romper con
ello». Y claro está, ya nos hemos adentrado, aún sin pretenderlo directamente
en la dinámica de Satanás.
¿Y por qué ‘nos ponemos a
regatear con Dios’ intentando poner nuestras condiciones de seguimiento sobre
las suyas? La razón es porque huimos para no afrontar el hecho de la
persecución por la Palabra. Sin
embargo, cuanto más sufres más quieres amar. En la Iglesia primitiva, la
persecución era la protagonista; hoy es la olvidada de la Iglesia. Jesús y los apóstoles
fueron perseguidos, así como los primeros cristianos, porque querían a Dios por
encima de todo y estaban dispuestos a morir por su fe.
Únicamente podremos ser
fieles a Jesucristo si estamos totalmente loquitos por Él. El Demonio nos va a seguir tentando y cada vez
que caigamos él ‘se frota las manos’. A lo que experimentamos el dolor de la
impotencia, ya que deseando amar a Cristo con todas nuestras fuerzas no podamos
ya que el propio pecado nos lo impide. A lo que cuando abrimos la Biblia y leemos la cita de
Isaías: «Yo, Yahveh, te he llamado (…) para abrir los ojos de los ciegos, para
sacar del calabozo al preso» es cuando uno recapacita y se da cuenta que sin
Cristo no somos nada.
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