JUEVES
SANTO, ciclo b, 2 de abril 2015
Fíjense
la que hoy nos ha llegado a armar el Señor. Realmente es una acción, un gesto
que llega a incomodar, molestar pero
bastante. ¿A quién se le ocurre levantarse de la mesa, quitarse el
manto, tomar una toalla y ceñírsela, echar agua en la jofaina, y para remate
fiesta, ponerse a lavar los pies a sus discípulos? Y además, no contento, se
pone a secárselos con la toalla que él mismo se había ceñido. ¿Por qué
Jesucristo me está provocando a mí de este modo? ¿Qué cosa le he hecho yo a Cristo para que Él
venga haciendo esto que genera en mi interior gran tormento? Y que además, no contento con esta escenita,
se atreve a decirnos que «si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros
debéis lavaros los pies los unos a los otros». Realmente son
palabras que provocan, incomodan, ¿por qué me cuestiona esto que hace el
Señor?, ¿por qué este modo de proceder es más molesto que tener una chincheta
en la planta del pie?
Son palabras y acciones que nos provocan porque
Jesucristo desea que vivamos en la VERDAD. Jesucristo lavando los pies a sus discípulos pone ante
nuestros ojos nuestra realidad: Nuestro orgullo y soberbia nos dificulta a la
hora de pedir perdón al hermano, nos pone muchos obstáculos para que nos
pongamos en los últimos puestos. Si nos posicionamos con una postura meramente
humana y nos dejamos influenciar por los argumentos de Satanás diremos cosas
como estas:
« ¿Yo lavar los pies ‘a ese’ que me hace la vida
imposible, me ha insultado y además es un ladrón porque me ha robado?; ¿yo
lavar los pies ‘a ese’ que ‘es más falso que Judas’?». Dicho con otras palabras:
Satanás nos mete un gol por toda la escuadra.
Jesucristo, lavando los pies a sus discípulos
nos está dejando en claro que un
cristiano debe de actuar movido ‘por la fe’. Por la fe
Noé, al ser advertido por Dios acerca de lo que aún no se veía, animado de
santo temor, construyó un arca para salvar a su familia. Así, por esa misma fe,
condenó al mundo y heredó la justicia que viene de la fe; Por la fe, Abraham,
obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en
herencia, sin saber a dónde iba; También por la fe, Sara recibió el poder de
concebir, a pesar de su edad avanzada, porque juzgó digno de fe al que se lo
prometía. Y por eso, de un solo hombre, y de un hombre ya cercano a
la muerte, nació una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e
incontable como la arena que está a la orilla del mar; Por la fe, Moisés,
apenas nacido, fue ocultado por sus padres durante tres meses, porque vieron
que el niño era hermoso, y no temieron el edicto del rey; Por la fe, Moisés,
siendo ya grande, renunció a ser llamado hijo de la hija del Faraón. El prefirió
compartir los sufrimientos del Pueblo de Dios, antes que gozar los placeres
efímeros del pecado y consideraba que compartir el oprobio del Mesías era una
riqueza superior a los tesoros de Egipto, porque tenía puestos los ojos en la
verdadera recompensa; Por la fe, Moisés huyó de Egipto, sin temer la furia del
rey, y se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible; Por la fe,
celebró la primera Pascua e hizo la primera aspersión de sangre, a fin de que
el Exterminador no dañara a los primogénitos de Israel; Por la fe, los
israelitas cruzaron el Mar Rojo como si anduvieran por tierra firme, mientras
los egipcios, que intentaron hacer lo mismo, fueron tragados por las olas; por
la fe Gedeón (Jue
6-8), de Barac (Jue 4-5), de Sansón (13), de Jefté (Jue 10-12), de David,
de Samuel y de los Profetas. Ellos, gracias a la fe, conquistaron reinos,
administraron justicia, alcanzaron el cumplimiento de las promesas, cerraron las fauces de los leones, extinguieron
la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada. Su debilidad se
convirtió en vigor: fueron fuertes en la lucha y rechazaron los ataques de los
extranjeros. Hubo
mujeres que recobraron con vida a sus muertos
(1 Re 17,17-24). Unos se dejaron torturar,
renunciando a ser liberados, para obtener una mejor resurrección
(2 Mac 6,18-31; 2 Mac 7). Otros sufrieron injurias y golpes, cadenas y cárceles. Fueron
apedreados, destrozados, muertos por la espada. Anduvieron errantes, cubiertos
con pieles de ovejas y de cabras, de provistos de todo, oprimidos y
maltratados. Ya que el mundo no era digno de ellos, tuvieron que vagar por
desiertos y montañas, refugiándose en cuevas y cavernas; Por la fe Jesucristo
se encarnó en seno virginal de la Santísima Virgen María; Por la fe Cristo por
nosotros murió y por nosotros nos salvó de las fauces de la muerte al
resucitar.
Sucede que queremos vivir
el cristianismo, ser seguidor de Cristo, pero a nuestro modo –no al modo ‘de la fe’-, a
lo que Jesucristo nos está diciendo que ‘de eso nada de nada’. Jesucristo nos dice con
toda claridad: « ¿Quieres heredar la Vida
Eterna ?». El serio problema es que nos hemos acostumbrado a PERMANECER en la MENTIRA. Reconozco que esto de ‘permanecer en la
mentira’ suena muy mal, e incluso puede llegar a herir. Sin embargo traigamos a
nuestra mente aquellas palabras de Jesucristo cuando contaba aquella parábola
del rico Epulón y del pobre Lázaro. Allí Abrahán oía los clamores del rico
Epulón que le rogaba, siendo torturado entre las llamas del infierno, que
mandase a Lázaro a casa de sus hermanos para que no cayeran ellos también a
aquel lugar de tormentos. A lo que Abrahán le contestó: «Tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen», y en el
Evangelio de hoy, el Señor pone ‘la guinda’ cuando añade: «Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros
también lo hagáis». Es decir, Jesucristo le dice al rico Epulón que pueden
dejar de permanecer en la mentira en la medida en que lean a Moisés y a los
profetas. Ellos ‘banqueteaban espléndidamente’; ellos organizaban su vida
pensando sólo en sí mismos; ellos no hacían problema viviendo solamente
pensando en sí mismos; ellos usaban de los demás para sus propios fines.
Desgraciadamente estamos
muy acostumbrados a ‘vivir para nosotros mismos’, permaneciendo en la mentira, pensando
en nuestros planes, nuestros proyectos, nuestras comodidades, nuestra felicidad
y comodidad, en vez de ‘vivir para Cristo’ que por nosotros murió y por
nosotros resucitó. El hecho de que Jesucristo se ponga a lavar los pies a
sus discípulos me denuncia porque
me muestra ante mis ojos la cantidad de veces que yo ‘he vivido para mí ‘en vez
de ‘vivir para Él’, ¿no les pasa a ustedes lo mismo?
No hace mucho una
responsable del Camino Neocatecumenal me comentaba que su padre, cuando ella
era más jovencita, le decía: «Nunca
digas no a Dios». Es más, Dios te ama tanto que hasta incluso se queda entre
nosotros en la Eucaristía para que su presencia caliente nuestras
almas y así vayamos obteniendo esa sabiduría divina que hace que yo –que
nosotros, indignos pecadores, podamos movernos por la fe y no dejarnos engañar
por aquel que sólo quiere nuestra perdición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario