domingo, 22 de marzo de 2015

Homilía del Cuarto Domingo de Cuaresma, ciclo b


HOMILÍA DEL CUARTO DOMINGO DE CUARESMA, ciclo b, 15 de marzo 2015

Lectura del segundo libro de las Crónicas 36, 14-16. 19-23

Sal 136, 1-2. 3. 4. 5. 6 R. Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 2, 4-10

Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 14-21

 

            La Palabra de Dios no deja de sorprendernos. Si recordamos -pasamos de nuevo por nuestro corazón- las maravillas que ha obrado el Señor a lo largo de la historia, nos vendrá a la mente cómo los antiguos esclavos hebreos en Egipto entraron en la región de Canaán con la experiencia de Dios que, "movido por compasión", intervino para liberarlos. Esa memoria les impulsó a combatir la idolatría o falsos dioses que amparaban y encubrían la codicia de los poderosos generando en aquellos pueblos cananeos la injusticia y explotación de los pobres.

            Y hermanos, esto que nos dice la Escritura, hoy se cumple en nosotros: Si cada cual se parase, con serenidad a reflexionar cuántas y cuán grandes cosas nos ha regalado el Señor -desde la vida, la fe en Cristo, los padres, una casa donde resguardarnos, una familia, unos amigos, un pueblo, una comunidad cristiana, la fortaleza necesaria para afrontar las dificultades y los momentos alegres para ser festejados-. Y es más, dependiendo de la intensidad en el trato con el Señor, uno habrá ido descubriendo cuáles son sus particulares cadenas, sus pecados, sus ídolos, sus posesiones o dineros, la apariencia delante de los demás, aquellas cosas o personas que nos están esclavizando y no nos dejan vivir en la Verdad. De tal manera que, cuando viene Satanás, como cada cual ya tiene una experiencia de Dios, uno se tiende a aferrar al Señor, ya no porque sea lo más correcto, sino porque hay algo en el fondo del alma que está empezando a estar profundamente enamorada. Y es más, en ese trato con el Señor a uno le va doliendo las consecuencias del pecado que uno mismo ha cometido.

            El pueblo hebreo había adquirido un bagaje de experiencias de Dios que le iba indicando el modo de proceder en justicia y en verdad. Para ellos, Dios antes de ser creador era salvador. Les había salvado de la esclavitud del faraón de Egipto.

            Dios quería una sociedad justa donde los más desfavorecidos no quedasen desprotegidos. Pero el pueblo hebreo quiso ser como los otros pueblos, tener sus reyes. Apartaron su mirada de Dios para poner su confianza en aquella monarquía. Y eso que el profeta Samuel ya les avisó de los muchos males que esto les iba a acarrear, pero no le hicieron caso. Esta Palabra también se cumple hoy aquí: La mayoría de los males de nuestra sociedad están causados por haber apartado nuestra mirada de Dios para ponerlo en aquello que a cada cual le venga en gana: Un índice tan alto de alcoholismo juvenil, una moral sexual muy relajada, la desgracia del aborto, parroquias envejecidas con ausencia de juventud, una diócesis que no se está evangelizando, entre otras cosas. Y ¿qué pasó al pueblo hebreo cuando apartó su confianza en Dios?, que como consecuencia de su mal obrar les acarreó el destierro. Con la monarquía vino la corrupción del poder, la invasión de los caldeos, la destrucción del Templo de Jerusalén y la deportación al destierro. Una vez que el pueblo recapacita, es consciente de su pecado, se ha purificado de la maldad cometida, Dios que no es vengativo, envía al rey persa, Ciro, para que sean de nuevo liberados y encarga edificar el templo de Jerusalén.

            Resulta curiosa la dinámica de Dios. Al pecador no le mata, sino que le corrige para que pueda vivir. Pero no le corrige de cualquier modo, sino que le aparta del resto de la Comunidad para que haga penitencias, implore el perdón, de sobradas muestras de arrepentimiento, y hecho esto, sea de nuestro incorporado. No le deja dentro de la comunidad con su pecado porque ese pecado genera mal testimonio y al no hacer nada por corregirlo seriamente, va desmoralizando a todos aquellos que se esfuerzan por ser fieles a Dios, generando un problema aún mayor. Uno no puede estar ante Dios de cualquier modo. El pueblo fue expulsado de aquella tierra para que en el exilio se purificara, volviera con todo el corazón hacia Dios. De haberlos dejado Dios en su tierra sin haberlos corregido, hubieran desaparecido como pueblo.

            Por eso cuando Jesucristo habla con Nicodemo le está hablando de un nuevo nacimiento en el Espíritu. El verbo griego empleado significa "nace de nuevo" y "nacer de arriba". Un nuevo nacimiento para entrar "en el reino de los cielos". El cristianismo es un estilo nuevo de vivir. Somos el pueblo de la Nueva Alianza. Es un constante dejarse iluminar por el Espíritu, por la Palabra de Dios, por los sacramentos y hacerlo dentro del marco de una comunidad, donde no somos desconocidos sino hermanos que caminamos, ayudándonos unos a otros, para avanzar hacia la misma dirección: Cristo Jesús, el Señor.

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