domingo, 22 de marzo de 2015

Homilía del Quinto Domingo de Cuaresma, ciclo b


DOMINGO QUINTO DE CUARESMA, ciclo b, 22 de marzo de 2015

  • Iª Lectura: Jeremías (31,31-34): Dios nos renueva
  • IIª Lectura: Hebreos (5,7-9): Cristo, sacerdote solidario de la humanidad
  • III.ª Evangelio (Juan 12,20-33): La hora de la verdad es la hora de la muerte y ésta, de la gloria

            El profeta Jeremías nos ofrece una catequesis muy interesante. Va desenmascarando la estrategia de Satanás para que nosotros nos demos cuanta hasta qué punto hemos estado ‘bailando al ritmo de la música que él nos ponía’. Ellos pensaban que ya eran muy buenos judíos con tal que cumplieran la ley dada por Dios.  Pero cuando una persona hace las cosas ‘por imperativo categórico’, porque simplemente hay que hacerlas, llega un momento en que se van abandonando,  dado que a alguien le puedes obligar a acatar unas normas o leyes hasta un determinado límite. Muchos padres dicen a sus hijos: «Mientras estés bajo mi techo obedecerás y seguirás las costumbres de esta casa». Pero este tipo de afirmaciones llevan en sí una semilla de muerte, ya que si esa persona no ha llegado a descubrir la sabiduría que lleva en sí misma la ley divina, llegará a una determinada edad o se irá moviendo en contextos sociales y culturales secularizados que le irán enfriando el alma hasta llegar a olvidarse de la misma existencia de Dios.

            En la mayoría de las catequesis de nuestros niños y adolescentes, así como cursillos prematrimoniales, entre otras realidades eclesiales…, nos sucede lo mismo que algún cocinero despistado. Coge la cazuela para hacer el guiso, trocea los ingredientes, hace uso del aceite y de los demás condimentos, termina por introducir la carne pero no llega a prender el fogón, por lo que sin fuego la comida no se hace nunca. A los chicos les puedes poner en una sala de la parroquia muy elegante, con calor, con luz, con ventilación, con preciosos y elaborados murales y carteles, todo de un modo ideal. Incluso hacer uso de los medios audiovisuales, de canciones, de juegos o de cualquier otra dinámica. Les podemos dar doctrina hasta ‘que se les salga por las orejas’  pero como no prendamos el fogón, como no tengan una familia donde se viva el calor de la fe; como no tengan una comunidad cristiana de referencia –digo comunidad, no un conjunto de personas que acuden al culto-; como no tengan a una persona de fe, sea catequista o sea presbítero, que les vaya espabilando; como vayan abandonando la lectura de la Palabra de Dios y los sacramentos… es tanto como esa elegante cazuela de la que jamás podremos llegar a degustar del manjar. El problema se incrementa cuando ese adolescente se convierte en padre de familia y no puede ofertar a sus hijos algo que él previamente no ha descubierto.  Y en el colmo del desastre está que se hacen programaciones pastorales –de ámbito general y particular- donde se sigue planteando las cuestiones pero sin entrar en el fondo de una urgente nueva evangelización. De este modo es como si todo estuviera orquestado para ‘quebrantar la alianza con el Señor’.

            El profeta que siempre está alerta a la vez de Dios, desea que pongamos el corazón a calentar en la hoguera del amor de Cristo. Dice el profeta Jeremías: «todos me conocerán, desde el pequeño al grande, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados». Hasta el propio profeta Jeremías nos resalta lo fundamental que es la experiencia personal de Dios.  Son esas experiencias personales con lo divino las que van fraguando el modo de estar en la vida. Tan pronto como a uno se le revela que la gloria del Cielo es tan real como las calles de nuestra ciudad se produce una revolución interna sin precedentes. Ya no haría falta el ‘estar dando el pelmazo a uno’  mandándole que vaya a la Eucaristía o que se confiese pronto; ya no haría falta decir ponte a rezar, porque uno estaría deseando que llegase el momento para poder gozar de la presencia del Maestro; ya no harían falta los propios mandamientos, ya que luchando por cultivar la amistad con Cristo estaría esforzándome, al máximo amando a los demás, los sintiese hermanos o enemigos.

            Pero no seamos ingenuos, entrar en la dinámica de conocer a Cristo y que como consecuencia de ese conocerle permita que esas experiencias con lo divino marquen el recorrido de mi existencia son dos cosas distintas. Cualquiera puede tener experiencias bellas a nivel de fe y como uno no quiere renunciar a si mismo, porque uno se siente ‘muy agustito’ viviendo para sí, termina sofocando el fogón que el mismo Espíritu Santo prendió. Pero si obedecemos a la Palabra de Dios y como el grano de trigo morimos, sin lugar a dudas, estaremos en este mundo siendo observados por los demás al descubrir en nosotros algo muy distinto que lleva en sí mismo el germen de la salvación eterna.

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