DOMINGO
QUINTO DE CUARESMA, ciclo b, 22 de marzo de 2015
- Iª Lectura: Jeremías (31,31-34): Dios nos renueva
- IIª Lectura: Hebreos (5,7-9): Cristo, sacerdote solidario de la
humanidad
- III.ª Evangelio (Juan 12,20-33): La hora de la verdad es la hora de
la muerte y ésta, de la gloria
El
profeta Jeremías nos ofrece una catequesis muy interesante. Va desenmascarando
la estrategia de Satanás para que nosotros nos demos cuanta hasta qué punto
hemos estado ‘bailando al ritmo de la música que él nos ponía’. Ellos pensaban que ya eran muy buenos judíos con
tal que cumplieran la ley dada por Dios.
Pero cuando una persona hace las cosas ‘por imperativo categórico’,
porque simplemente hay que hacerlas, llega un momento en que se van abandonando, dado que a alguien le puedes obligar a acatar
unas normas o leyes hasta un determinado límite. Muchos padres dicen a sus
hijos: «Mientras estés bajo mi techo obedecerás
y seguirás las costumbres de esta casa». Pero este tipo de afirmaciones
llevan en sí una semilla de muerte, ya que si
esa persona no ha llegado a descubrir la sabiduría que lleva en sí misma la ley
divina, llegará a una determinada edad o se irá moviendo en contextos
sociales y culturales secularizados que
le irán enfriando el alma hasta llegar a
olvidarse de la misma
existencia de Dios.
En
la mayoría de las catequesis de nuestros niños y adolescentes, así como
cursillos prematrimoniales, entre otras realidades eclesiales…, nos sucede lo
mismo que algún cocinero despistado. Coge la cazuela para hacer el guiso, trocea
los ingredientes, hace uso del aceite y de los demás condimentos, termina por
introducir la carne pero no llega a prender el fogón,
por lo que sin fuego la
comida no se hace nunca. A los chicos les
puedes poner en una sala de la parroquia muy elegante, con calor, con luz, con
ventilación, con preciosos y elaborados murales y carteles, todo de un modo
ideal. Incluso hacer uso de los medios audiovisuales, de canciones, de juegos o
de cualquier otra dinámica. Les podemos dar doctrina hasta ‘que se les salga
por las orejas’ pero como no prendamos
el fogón, como no tengan una familia donde se viva el calor de la fe; como no
tengan una comunidad cristiana de referencia –digo comunidad, no un conjunto de
personas que acuden al culto-; como no tengan a una persona de fe, sea
catequista o sea presbítero, que les vaya espabilando; como vayan abandonando
la lectura de la Palabra
de Dios y los sacramentos… es tanto como esa elegante cazuela de la que jamás
podremos llegar a degustar del manjar. El
problema se incrementa cuando ese adolescente se convierte en padre de familia
y no puede ofertar a sus hijos algo que él previamente no ha descubierto. Y en el colmo del desastre está que se hacen
programaciones pastorales –de ámbito general y particular- donde se sigue planteando
las cuestiones pero sin entrar en el fondo de una urgente nueva evangelización.
De este modo es como si todo estuviera orquestado para ‘quebrantar la alianza
con el Señor’.
El
profeta que siempre está alerta a la vez de Dios, desea que pongamos el corazón
a calentar en la hoguera del amor de Cristo. Dice el profeta Jeremías: «todos me conocerán, desde el pequeño al
grande, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados». Hasta el
propio profeta Jeremías nos resalta lo fundamental que es la experiencia
personal de Dios. Son esas experiencias
personales con lo divino las que van fraguando el modo de estar en la vida. Tan
pronto como a uno se le revela que la gloria del Cielo es tan real como las
calles de nuestra ciudad se produce una revolución interna sin precedentes. Ya
no haría falta el ‘estar dando el pelmazo a uno’ mandándole que vaya a la Eucaristía o que se
confiese pronto; ya no haría falta decir ponte a rezar, porque uno estaría
deseando que llegase el momento para poder gozar de la presencia del Maestro;
ya no harían falta los propios mandamientos, ya que luchando por cultivar la
amistad con Cristo estaría esforzándome, al máximo amando a los demás, los
sintiese hermanos o enemigos.
Pero
no seamos ingenuos, entrar en la dinámica de conocer a Cristo y que como
consecuencia de ese conocerle permita que esas experiencias con lo divino
marquen el recorrido de mi existencia son dos cosas distintas. Cualquiera puede
tener experiencias bellas a nivel de fe y como uno no quiere renunciar a si
mismo, porque uno se siente ‘muy agustito’ viviendo para sí, termina sofocando
el fogón que el mismo Espíritu Santo prendió. Pero si obedecemos a la Palabra de Dios y como el
grano de trigo morimos, sin lugar a dudas, estaremos en este mundo siendo observados
por los demás al descubrir en nosotros algo muy distinto que lleva en sí mismo
el germen de la salvación eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario