viernes, 29 de agosto de 2014

Homilia del Domingo XXII del Tiempo Ordinario, ciclo a


DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a

LECTURA DEL LIBRO DE JEREMÍAS 20, 7-9
SALMO 62
LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 12, 1-2
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 16- 21- 27

            Jesucristo constantemente nos plantea nuevos desafíos. No quiere a unos cristianos que estén hibernando como hacen los osos en invierno; ni tampoco a los esclavos por la rutina. Jesucristo quiere corazones ardientes, -en palabras del profeta Jeremías- corazones 'seducidos', a enamorados que, apenas el amado manifiesta un deseo, todo lo demás se deja para volcarse de lleno en ese nuevo proyecto. Jesucristo exige a sus discípulos, a todos aquellos que somos enviados -y aquí nadie se libra- que nos presentemos con un nuevo estilo de vida, el estilo que corresponde a la novedad del Reino y a las urgencias de su anuncio. El primer anuncio ha de ser la vida del enviado. Ustedes han oído como yo lo que San Pablo escribe a la comunidad cristiana en Roma: «No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente». Podemos llegar a creer que somos libres y que no tenemos ataduras. Sin embargo al acercarnos a Cristo descubrimos la verdad de nuestra vida, y junto con la verdad se nos muestra nuestras miserias. Son demasiadas las ataduras que estamos soportando siendo preciso y urgente la ruptura con el dominio de lo mundano. Aquel que tiene su corazón como un ascua encendida, incandescente al tener al Santo Espíritu que le va insuflando va, misteriosamente, descubriendo como uno se convierte en alumno que se queda ensimismado, con la boca abierta', entusiasmado al empaparse de las lecciones que la misma Sabiduría divina nos imparte y a lo que a uno mismo le enriquece. Es entonces cuando uno entiende porque María, la hermana de Lázaro, quedaba encandilada por las palabras de Jesucristo mientras su hermana Marta se afanaba con las tareas de la casa.

            Ahora bien, quien quiera de verdad y seriamente el Reino de Dios y llamar a la conversión tiene que comenzar viviendo con Jesús y como Jesús. Y esto de fácil no tiene nada, porque uno arrastra una serie de vicios y tiene una serie de inercias procedentes del mundo. Es decir, que las catequesis del Demonio, de un modo u otro, se han calado en nosotros hiriéndonos seriamente y Cristo, médico de las almas y de los cuerpos, nos ha de sanar. El Salmo Responsorial de hoy nos habla de la experiencia de un enamorado de Dios; de alguien que tiene «sed de Dios», de alguien que se siente como la tierra reseca, agostada por la sequía. De alguien que sabe que únicamente Dios puede calmar plenamente esa sed.

            Hace poco una responsable del Camino Neocatecumenal -en el marco de un eco preparación de la Liturgia de la Palabra- comentaba que 'una vez que uno vive dentro de la Iglesia ya no puede abandonarla porque estaría andando totalmente desencajada al no compartir los valores del mundo'. Y hermanos, cuando uno tiene el corazón ardiente porque Cristo reside en su alma ya poco importa no tener alforja ni dinero, ir de casa en casa sin ningún tipo de apoyo logístico ni sentirse uno 'un bicho raro' ante el mundo porque uno únicamente anhela estar apoyado en la providencia del Padre que «sabe lo que necesitamos» aún antes de que se lo pidamos.

             Nosotros, los que somos sus discípulos hemos de asumir las consecuencias de serle fiel en la vida cotidiana. Sin embargo nosotros seguimos a Cristo no sólo con la cabeza, sino que también hay algo más profundo. A esta experiencia el profeta Jeremías lo llamaba 'seducción'; «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir». No se trata de estar anestesiados o con un 'lavado de cerebro', como la famosa fábula o leyenda de 'El flautista de Hamelín' que tocando tras de él iban las ratas y los niños después. Lo nuestro nace la de intimidad con el Señor en un tiempo progresivo de conocimiento.     

            Según mi opinión el problema de nuestra sociedad -uno de los tantos- es que los marcos de referencia religiosos, han sido desacreditados o degradados. Todo lo religioso es empujado a ocupar un ámbito estrictamente privado, con escasas posibilidades de incidir en el ámbito público no pudiéndose presentar como un marco de referencia posible para seguir. Se da una gran pérdida del horizonte del sentido. Hay una frase muy actual que dice así: «vive el mundo a tu manera». Esto lleva a una vida vivida con intensidad pero que evita la más mínima reflexión, una ocupación absoluta y ruidosa de todo el tiempo que haga imposible centrarse en uno mismo para conocerse mejor, para repensar lo más importante. Pues yo quiero vivir el mundo, no a mi manera, sino al ritmo del Espíritu Santo.

No hay comentarios: