Domingo XIX del Tiempo Ordinario, ciclo a
LECTURA DEL
PRIMER LIBRO DE LOS REYES 19,
9a. 11-13a
SALMO 84
LECTURA DE LA
CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 9, 1-5
LECTURA DEL
SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 14,
22-33
Las lecturas de este domingo lanzan
una pregunta: ¿Dónde se manifiesta Dios?
Parece que el Señor no se revela en los acontecimientos extraordinarios, ni
en el huracán, ni en el ruido, ni en el viento, ni en el terremoto, ni en el
fuego, sino en la brisa tenue, en el susurro, en el silencio de la noche y en
el nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia.
A Jesucristo se le encuentra y se le sigue en el seno de la Iglesia. Ahora bien,
el cristiano realiza su vocación en la Iglesia en comunión con todos los bautizados. Estamos en un contexto
cultural donde esto de ‘la comunión’ no se lleva, es más lo que está en alza es
todo lo contrario. La cultura actual subraya que el hombre es autónomo, que es
autosuficiente. Dice un sabio refrán que «quien se tiene a sí mismo por maestro
tiene a un tonto por discípulo». Los valores en alza en nuestros días son la
autodeterminación, la autorrealización. Es decir, que está en alza todo aquello
que suponga sacudirse todo tipo de
tutela porque es juzgado y mal visto con recelo y bajo sospecha como si se
te tratasen como un niño, como un infantil. El ideal máximo que se plantea esta
cultura es el ‘se tu mismo’, tu auto- realízate, sé rebelde y no tengas dominio
propio. Es más, se insiste que el hecho de que alguien te dirija desde fuera es
tanto como anular o frustrar tus propias potencialidades. Se pueden dar
perfectamente cuenta cómo en estos planteamientos mundanos no se manifiesta
Dios, es más, no aparece ni en pintura la presencia divina. Estos
planteamientos vigentes en nuestra sociedad son demoledores para la vida cristiana y se nos están colando en la
Iglesia. En el fondo hay una ingenua concepción de la naturaleza humana donde
se sostendría que el hombre tendría en sí mismo todo aquello necesario para su
plenitud y la realización del hombre se conseguiría buceando en nuestro
interior y desarrollando esas capacidades que tienes personalmente. Si se dan
cuenta en este tipo de planteamientos y concepciones la ausencia de Dios es total. Según esta concepción madurar sería
no recibir nada de fuera, sino simplemente explotar al máximo lo que ya tienes
dentro de ti. Pero todo esto rezuma inconsistencia en sí mismo, ya que los
talentos se nos han dado y se desarrollan gracias a los estímulos que vienen de
fuera de nosotros mismos. Una persona, por muchos talentos que tenga como no
tenga unos puntos de referencia que le eduquen, que le animen sería tanto como
no tener esos talentos.
Ahora bien, la fe nos da un conocimiento especial porque sabemos que hemos sido
creados a imagen y semejanza de Dios y que llevamos su huella impresa en
nosotros y sabemos que no podemos alcanzar la plenitud sin el auxilio
de la gracia, sin la redención de Jesucristo. El
ideal del hombre no es el hombre autónomo, sino el hombre en comunión. Aquel
que entiende que ha de encontrar su plenitud en Cristo y con sus hermanos. Es
encontrase uno mismo pero fuera de uno mismo, con los demás; realizarse a
través del olvido propio. Es decir si quieres realizarte a ti mismo tienes que
salir de ti mismo y en la comunión con
los demás madurarás. El hombre maduro no es aquel no que necesita
dirección, sino aquel que es movido por
el Espíritu Santo. Por el contrario el inmaduro es aquel que es arrastrado
por sus pasiones. Dense cuenta de San Pablo, modelo de hombre maduro en la fe
que tiene su conciencia «iluminada por el Espíritu Santo»,
guiada por el Espíritu Santo, movida por el Espíritu Santo.
El hombre no puede entender el sentido de
la existencia sin la Palabra de Dios. La Palabra de Dios da la clave de
interpretación a la existencia. Muchas personas me dicen «yo
hablo con Dios pero no me responde, ¿cómo se yo lo que Dios me dice?».
Pues lee la Palabra de Dios porque ahí tienes una guía y una respuesta concreta.
Ahí ves cómo Dios se manifiesta. O ¿es que acaso de que otro modo pensabas que
te iba a hablar Dios? La Palabra de Dios es una guía muy concreta donde Dios
ilumina mis pasos. Es un modo eficaz
donde Dios se revela con claridad.
Y esta Palabra nos llama constantemente a la comunión con los hermanos, a ir
avanzando por el sendero de la corrección fraterna, del encuentro, de compartir
desde las experiencias, la comprensión y
la aportación mutua. Y como Dios está en medio de todo esto surgen las
experiencias que nos engrandecen. Todo
del prójimo se aprovecha en nuestra vida, todo nos sirve de provecho; sus
virtudes y sus defectos. Sus virtudes porque aprendemos muchas cosas buenas
de las personas que están junto a nosotros. Pero también sus defectos ya que
forman parte del plan de Dios para que uno se vaya puliendo, purificando, para
ir ganando en capacidad de superarse y para poner en práctica aquello de ‘sufrir
con paciencia los defectos del prójimo’. Todo
queda integrado en una especie de plan de Dios que nos purifica, que nos va
puliendo.
Además de la Iglesia recibimos la gracia de
los sacramentos que nos sostienen en el camino. La Iglesia no sólo nos muestra
el ideal de Cristo, sino que también nos alimenta para poder vivir ese ideal. Aquí también se manifiesta Dios. La
Iglesia como madre alimenta a sus hijos, como por un cordón umbilical, por el
que nos proporciona la vida, nos entrega a Cristo a través de los sacramentos.
Además, de la Iglesia aprendemos el ejemplo
de la santidad. De hecho lo que queda al final, en la historia de la Iglesia,
es la vida de los santos. ¿Alguien se acuerda qué obispo tuvo Santo Domingo de
Guzmán o San Juan María Vianney?, pues ni nos acordamos de eso, lo tendríamos
que consultar en las enciclopedias. De quien nos acordamos son de los santos. Los
que han quedado para siempre son los santos, de lo contrario lo vamos olvidando
de nuestra memoria. Lo que queda de la Iglesia son sus ejemplos de santidad; es
lo que la Iglesia nos propone como modelo de imitación. Pues aquí tenemos otra
manifestación bien clara y patente de Dios. Hermanas, lo que perdura en la
historia es la santidad. Sabemos que aquí en esta tierra la santidad vende
poco; pero nosotros somos ciudadanos del Cielo y lo
nuestro es andar, constantemente y sin cansarnos, acercándonos a Cristo Jesús,
nuestro Señor.
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