domingo, 27 de julio de 2014

Homilía del Domingo XVII del Tiempo Ordinario, ciclo a


HOMILÍA DEL DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo a

             En el momento en que Cristo entra en nuestra vida todo adquiere un valor diferente. En la vida no todo se valora de la misma manera. Si Cristo es el centro y culmen de todas nuestras aspiraciones, si nuestro ser tiende a él como el hierro es atraído por la fuerza electromagnética del imán, surge una jerarquía de valores. A modo de ejemplo, un muchacho que ha descubierto la riqueza de ser de Cristo no va buscando a una muchacha cualquiera para tener un noviazgo, sino que desea que esa riqueza que supone tener a Cristo tenga su plasmación clara y patente en su noviazgo, por eso no cualquier chica vale, sino sólo aquella que el Señor le regale. Una pareja de novios que sellan su amor ante el Altar y que desean ser una familia cristiana solo buscan vivir su vocación teniendo en cuenta que en medio de esa pareja hay un tercero: Jesucristo.

            Cuando el Señor se aparece en sueños a Salomón y le dice «pídeme lo que quieras» le está preguntando sobre cómo está construida su particular escala de valores. Puede parecer una pregunta con trampa pero lo que se pretende es escrutar el corazón de Salomón. A lo que Salomón le contesta: «Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el bien del mal»; pide al Señor que le conceda el don de LA SABIDURÍA.

            La sabiduría permite contemplar las cosas que acontecen desde la mirada de Dios. Uno se llega a identificar con el ángulo de vista que tiene Dios de las cosas. Es tanto como decir ¿qué piensa Dios de esto que está ocurriendo aquí?, ¿y por qué lo ha permitido Dios?, y ¿qué planes tiene Dios con esto que está ocurriendo aquí con esta familia, con nuestra diócesis o con nuestros pueblos y ciudades? El don de sabiduría permite conocer este ángulo de conocer que Dios tiene. Y es más, en la verdadera sabiduría de Dios encontramos la verdadera paz. Los vicios contrarios a este don de sabiduría son la necedad, la estupidez ya que nos bloquea las emociones y los sentimientos, las buenas intuiciones para conocer las cosas de Dios. En el Nuevo Testamento, por ejemplo en Lucas 12 donde Jesucristo llama «necio, esta misma noche te van a reclamar el alma. Y ¿de quién será lo que has preparado?». Es una necedad contraria a la sabiduría el estar acumulando bienes materiales. Necio significa insensato, falto de sabiduría. Poner en primer lugar los bienes económicos, el éxito, el prestigio en lugar de Dios es un vicio contrario a la sabiduría; es una necedad.

En segundo lugar, tengamos presente el texto de Lucas 24; también Jesucristo llama ‘necios’ a aquellos discípulos de Emaús. Jesús les llama «insensatos y necios y tardos para entender lo que dijeron los profetas». No habían reconocido el misterio de Dios en la cruz. Aquí Jesucristo les denuncia otro vicio contrario a la sabiduría que es la INSENSATED RELIGIOSA de quien no acepta la ley de la cruz, de quien se escandaliza ante la cruz y no reconoce a Dios ante la cruz en nuestra vida. ¿No te dabas cuenta que esto tenía que suceder? ¿No te dabas cuenta que era necesaria la cruz en tu vida? El revelarnos contra la cruz es un vicio contrario a la sabiduría. También Jesús llama ‘necio’ a aquel que edificó su casa sobre arena y no sobre roca. Se refiere a la necedad de escuchar el Evangelio pero no lo pone en práctica: es la necedad de oír las cosas de Dios sin hacerlas nuestras, sin traducirlas a la práctica; no se puede reducir a la teoría las cosas divinas. Son diversas necedades: la de acumular el dinero, la de revelarse frente a la cruz y no traducir en la vida la enseñanza de la Palabra de Dios. Los vicios que embotan nuestra mente y nos impide disfrutar de las cosas divinas son muchos.

Ahora bien, ¿cómo fomentamos el don de sabiduría? ¿Cómo nos hemos de disponer para recibir este don de Dios? Lo primero es el esforzarnos para intentar ver las cosas desde el punto de vista de Dios. Es dramático que, incluso los consagrados y presbíteros, juzguemos todas las cosas que nos ocurren solamente con criterios meramente mundanos. Esto sería tanto como tener una ‘miopía espiritual’ que nos impide ver las cosas por encima de las causas meramente humanas, no siendo capaces de alzar la mirada a lo alto y a sí ver en todo los designios de Dios. Hace poco han sido los nombramientos diocesanos. Como sucede todos los años, siempre hay presbíteros que se enfadan con el obispo porque le han enviado a tal lugar que no quiere, y encima ha descubierto que antes que él se lo habían planteado a otro que no quiso y como él no quiso ir y como puso un millón de pegas…pues le toca ir al otro, y viene el enfado monumental. Y se llega a pensar que a uno le ‘toca este o aquel destino’ porque el otro no ha querido y negamos que todo esto sea voluntad de Dios. A lo que Jesucristo nos dice: ‘pero que necio, ¿cómo puedes pensar así? ¿No te das cuenta de que tienes ‘miopía espiritual’? ¿No te das cuenta que por encima de las causas segundas de la que Dios haya querido servirse no deja de ser una circunstancia de la que Dios se ha servido? El hecho de que tal persona se haya negado a ese destino y te haya caído a ti de rebote es una circunstancia concreta de la que Dios se ha servido para dirigirse  a ti directamente y para decirte que ‘te quiero en otro lugar’. No podemos ver las cosas con una ‘miopía espiritual’. ¿No te das cuenta de que no te has esforzado en ver las cosas desde el punto de vista de Dios? Tengamos en cuenta que Dios dirige los hilos de la historia. Poco importa de las circunstancias de que se haya servido Dios para llamarme al final a mí. Recordemos las palabras del apóstol San Pablo a los Romanos «sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien». Hay que esforzarse por alzar la mirada al Cielo y ver la mano de Dios en todos los acontecimientos. ¿Queremos saber si somos sabios o si somos necios? ¿Cómo lo podemos saber?. Sencillo, analicemos nuestros gustos y disgustos. A ver ¿en qué cosas encuentro yo mi complacencia y qué cosas me hacen perder la paz? ¿De donde nacen mis satisfacciones  y de donde nacen mis sinsabores? Sólo entonces podremos saber si tenemos la sabiduría de Dios o la sabiduría de este mundo. Es cuando uno se da cuenta que uno se lleva un disgusto por una cosa que en el fondo es una tontería, o cuando uno cae en la cuenta que tenía puesta su alegría en una banalidad, en una tontería que no lleva a ningún lado. ¿Dónde tengo puesto mis gustos y dónde tengo puestos mis disgustos? Y cuando uno se da cuenta de que sus alegrías tienen que ver con cosas que nada tienen que ver con la gloria de Dios… pues vamos mal, mal asunto. Y cuando uno descubre que los disgustos tienen que ver con el pecado….mal asunto. La sabiduría terrenal, que busca el tener, es reprobada, rechazado por Dios. También es rechazada la sabiduría animal que busca la apetencia de los placeres del cuerpo, lo que me apetece hacer; y la tercera sabiduría que Dios rechaza es la sabiduría diabólica que pone su fin en el propio orgullo, en la propia soberbia de ser ensalzado. Y frente a estas falsas sabidurías hay una sabiduría divina que es la locura de la cruz, que es amar la pobreza, que es amar el último puesto, amar la cruz, amar la persecución; ser un loco en este mundo por identificarnos con Jesucristo.

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