sábado, 8 de marzo de 2014

Homilía del Primer Domingo de Cuaresma, ciclo a




DOMINGO PRIMERO DE CUARESMA, ciclo a

          San Agustín y el Concilio de Trento lo repite que «Dios no pide a nadie cosas imposibles, sino que hagas lo que puedas, y pidas lo que no puedas; que Él te ayudará para que puedas». Además, para nuestra tranquilidad ya nos dice San Pablo que Dios jamás permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas (1Cor 10,13), exactamente nos dice: «Ninguna prueba habéis tenido que rebase lo soportable, y podéis confiar en que Dios no permitirá que seáis puestos a prueba por encima de vuestras fuerzas; al contrario, junto a la prueba, os proporcionará fuerzas suficientes para superarla    ».

          Lo cierto es que el Demonio se toma su tiempo para organizar su estrategia de engaño en su particular tablero de juego para que caigamos en sus trampas. Además juega con mucha ventaja ya que, como buen depredador que es, conoce muy bien a sus presas, o sea a cada uno de nosotros. A cada cual nos pone delante algo que nos atrae muchísimo -o sea el cebo para podernos embobar-. Bien sabemos que eso que nos atrae muchísimo no nos conviene, que nos perjudica, pero hay algo desordenado en nuestro interior que nos incita a que lo deseemos. Después de un buen plato de cocido castellano nos apetece repetir, pero no nos conviene. Tenemos algo y queremos más, pero no nos conviene.

          Una cosa distinta es lo que nos conviene y otra lo que nos apetece. ¿Y qué es lo que nos conviene? Lo que nos conviene es dejarnos llevar por el Espíritu de Dios para no dejarnos arrastrar. San Pablo es muy claro: «Porque si por el delito de uno todos murieron, mucho más la gracia de Dios, hecha don gratuito en otro hombre, Jesucristo, sobreabundó para todos». Todos tenemos experiencia de la destrucción del pecado en nuestras vidas, del mismo modo también tenemos esa experiencia gozosa del poder sanador de Dios. Nosotros, por nuestra condición humana estamos tentados, pero gracias a Jesucristo somos capaces de no dejarnos engañar porque su gracia nos asiste.

          Las tentaciones se pueden describir como "los enemigos del alma". Se resumen y concretan en tres aspectos: Mundo, Demonio y Carne.

          En primer lugar "el mundo". Acercándose el tentador, le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes». Supone vivir sólo para tener cosas. Nos seduce el mundo con sus máximas o valores que se oponen a los valores del Evangelio. Se predica en voz alta el placer sin medida y la ostentación y el vicio tiene amplios territorios ganados. Todo para alejarnos de Dios. Todo apariencia de felicidad y de buena vida, pero sólo es eso APARIENCIA.

          En segundo lugar "el Demonio". «Todo esto te daré si postrándote me adoras». Se manifiesta en la ambición de poder. Jesucristo ha venido a reconquistar todas las cosas para su Padre Dios y todo tiene que ser ordenado teniendo a Dios como principio y fundamento de nuestra existencia.

       Y finalmente "la carne". «Tírate abajo». La concupiscencia de la carne es el amor desordenado de los placeres de los sentidos.

          Vuelvo a repetir que el Tentador juega con mucha ventaja ya que, como buen depredador que es, conoce muy bien a sus presas. Dios desea liberarnos de la esclavitud del pecado. Permitamos que el Espíritu Santo entre en nuestro ser y que Él haga lo que considere oportuno dentro de cada uno. Así sea.
 


           

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