martes, 31 de diciembre de 2013

Homilía de Santa María, Madre de Dios, 1 de enero de 2014



SANTA MARÍA MADRE DE DIOS, 1 de enero de 2014
            Nuestra iglesia sufre de una importante anemia espiritual. Es cierto que en la historia de la Iglesia tiene que haber tiempo para todo y que el Señor es el que nos está intentando comunicarnos algo en este contexto. El Señor puede permitir algún mal para que luego descubramos un bien mayor. Muchos cristianos han desertado de su fe y otros están sufriendo un proceso de descristianización, y sin embargo se siguen llamando con el nombre de cristianos.  Hablando con mucha gente me dicen que ellos se confiesan con un crucifijo y que luego el ‘cura’ les dice unas palabras y salen del templo convencidos de estar perdonados de sus pecados y se acercan a comulgar sin ningún tipo de reparo. Esos fieles están descristianizados pero esos presbíteros están totalmente mundanizados. La Palabra de Dios es muy clara y pone en evidencia la verdad: «¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?¿No caerán los dos en el hoyo?» (Lc 6,39).  
            En estos últimos años se han ido dando numerosos cambios culturales que han provocado que la fe de los cristianos se debilitase. Muchas series de televisión, el tratamiento que han dado los medios de comunicación social a la Iglesia, los diversos vaivenes ideológicos que sufrimos en el mundo de la política, los numerosos ataques que han sufrido las familias, el mediocre nivel espiritual del clero…nos están perjudicando seriamente. Es preciso fortalecer nuestra fe y volver de nuevo a anunciar el Evangelio a aquellos que se han enfriado o incluso a aquellos que, aun viviendo en un país de larga tradición católica, nunca han llegado a la fe. No podemos aceptar que únicamente una proporción muy baja de cristianos vivan sinceramente su fe. Hace muy poco, llevando la Sagrada Comunión a una anciana enferma me encontré que la estaban acompañando dos nietas muy jovencitas. Cuando la entregué al Señor yo las pregunté si ellas solían ir a la Eucaristía,  que si ellas eran cristianas, a lo que su abuela, a modo de disculpa, me comentó que «son jóvenes y ya sabe usted como está la juventud de hoy en día». Es verdad que esta juventud  tienen retos muy distintos a la juventudes de épocas pasadas, que sus desafíos y problemas son diferentes, pero no olvidemos que Cristo es el mismo, tanto ayer, como hoy como siempre y que ellas también se tienen que salvar, que también para ellas es la invitación de SER SANTAS.
            No podemos aceptar y resignarnos con un porcentaje tan bajo de cristianos que practican. No podemos cruzarnos de brazos ante esta generación de matrimonios, de jóvenes y adolescentes que están creciendo en un mundo prácticamente ateo, sin relación vital con la persona de Jesucristo. Tanto a estos que están bajo el paraguas del mundo y de sus planteamientos mundanos como a aquellos que intentamos, y nos esforzamos por ser fieles a Cristo; tanto a unos como a otros va esta preciosa bendición del libro de los Números:
«El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz».
            No podremos encontrar la solución adecuada a los graves problemas de la Iglesia, la escasez de candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada, el enfriamiento religioso de muchos cristianos, la secularización espiritual dentro de la Iglesia, etc.,no podremos encontrar la solución adecuada sino recuperamos en la Iglesia el movimiento fervoroso y entusiasta de la evangelización.
            Santa María, la Virgen, no lo tuvo nada fácil. María siempre propicia ese encuentro personal con Jesucristo. Ella lo puso en aquel pobre y humilde pesebre. Los pastores fueron testigos de ese encuentro personal con el Niño Jesús y de ese encuentro les brotó la fe. Ellos vieron con sus propios ojos aquella maravilla que les capacitó para ser testigos de la Buena Nueva, verdaderos evangelizadores. Santa María colocó a su Hijo en aquel pesebre para que todo el que quiera acercarse pueda disfrutar de la alegría de saberse plenamente amado. De este modo se fortalece nuestra fe para seguir anunciando el Evangelio.

sábado, 28 de diciembre de 2013

Homilía de la Sagrada Familia 2013



Domingo de la Sagrada Familia, Jesús, María y José
29 de diciembre de 2013 

            Evangelizar es anunciar fielmente el Evangelio recibido. Es comunicar a los demás lo que Dios nos ha dicho acerca del Reino de Dios, de la familia, de la escuela de la universidad, del mundo laboral... etc. Sin embargo los cristianos debemos de ser muy espabilados y estar muy despiertos porque no podemos confundir el Evangelio de Jesucristo con un programa de vida temporal justa y feliz.
            El Papa Juan Pablo II en la Carta Encíclica 'Redemptoris Missio' nos ofrece mucha luz y nos ilustra con estas palabras: «La tentación actual es de reducir al cristianismo a una sabiduría meramente humanas, casi como una ciencia del vivir bien (nº11)». Evangelizar es anunciar el nombre de Jesucristo, su doctrina, su vida, sus promesas. Es tratar de afrontar los diversos desafíos que se nos presenten a la luz del Evangelio y orientando todo nuestro ser hacia la persona de Jesucristo. Es cierto que estamos en una cultura donde cada cual quiere tener su propia verdad subjetiva y esto hace muy difícil poder apostar de lleno por un proyecto común. Estamos muy ocupados por lo exterior, lo rápido, lo inmediato, lo visible, lo superficial y olvidamos lo esencial, nos olvidamos de Dios.
            Dios nos hace una promesa, y promesa que hace Él es promesa que cumple. Nos dice: «He aquí, yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). El influjo de Cristo en nuestras vidas, la influencia del Espíritu Santo en todo nuestro ser nos trasforma desde dentro para renovar nuestro humanidad. Cuando uno se da cuenta que uno solamente es redimido por el amor y que la fuente de ese amor es Jesucristo uno adquiere un nuevo sentido en su existencia. Realmente adquiere un nuevo sentido pero no proporciona un camino sin altibajos; no se nos quitan los dolores, sufrimientos, lágrimas, renuncias, capacidad de superación, los esfuerzos y sacrificios… Dios no nos priva de esto.  
            San Pablo en su carta a los colosenses nos dice que «como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión», pero para podernos poner ese ‘uniforme’ del que nos habla San Pablo es indispensable actualizar la dimensión de la interioridad para poder descubrir la huella de Dios en la vida. Es en esa interioridad, es en ese silencio donde la Palabra de Dios resuena en el interior del hombre, es donde Dios mora y habla. Esa interioridad y silencio nos faculta para escuchar «la música callada», «la soledad sonora» en la que se nos comunica la voz de Dios. El influjo de Jesucristo nos va transformando por dentro proporcionándonos de la misma Sabiduría que asiste en el trono del Todopoderoso. Muchos cristianos han endurecido su corazón al escuchar la voz del Señor, Nuestro Dios y eso que un Salmo ya nos dice que «no endurezcáis vuestro corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron aunque habían visto mis obras» (Sal 95, 8-9).
            Hay un cuento que narra un concurso sobre quién lanzará un objeto más alto. Empiezan unos gigantes que lanzan unas piedras muy alto, pero que terminan por caer. Se presenta un sastrecillo que saca de su chaqueta un pájaro que echa a volar y no cae más. La moraleja es que «lo que no tiene alas termina por caer». El proyecto que tiene el Señor para nosotros nunca decaerá porque ya se preocupa Él mismo de que sea llevado a buen término.

martes, 24 de diciembre de 2013

Homilía de Navidad 2013


EUCARISTÍA DE NAVIDAD 2013

            Estamos siendo bendecidos por Dios ya que Él nos dota de su presencia, pero no nos es fácil ponernos en disposición de percibirla. San Pablo, cuando escribe a los romanos, les dice y nos hace llegar a nosotros estas palabras: «Cerca de ti está la Palabra, en tu boca y en tu corazón» (Rm 10,8) y en los Hechos de los Apóstoles se nos dice que «Dios no está lejos de cada uno de nosotros» (Hch 17,27). Pero con frecuencia, y debido sobre todo al pecado, el hombre ‘vive fuera de sí’, separado de su raíz, es decir, volcado sobre sí mismo, preocupado por sus posesiones y disperso en sus quehaceres. Se da una situación de perdición, de ilusión, de inautenticidad. Muchos van sintiendo la urgencia de ir aflorando una conciencia recta y de adherirse a la verdadera libertad. Es que Dios no aparece ante una mirada cualquiera. Dios no aparece ante la mirada dispersa del hombre distraído ni atolondrado por las aspiraciones mundanas; tampoco se aparece ante la persona perdida en el divertimento ni en los que se han abandonado ante una conciencia muy relajada.

            Dios se conduce al mismo profundo centro de tu alma para que puedas redescubrir los desbordantes manantiales de amor que uno se pierde al estar bebiendo de aguas pútridas del pecado instalado en el mundo. El Evangelista San Juan nos dice que «su plenitud –de la plenitud de Jesucristo- todos hemos recibido, gracia tras gracia». Y recordemos que, a pesar de ser objeto de predilección a la hora de recibir esas gracias divinas, el hombre ofuscado por la maldad del pecado sigue rechazando la luz que es Cristo: «La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió». Para que el encuentro con la presencia sanadora sea posible, para que podemos tener un encuentro personal con Cristo, cada persona –tanto tú como yo- debemos pasar de la dispersión a la concentración, de la superficialidad a la profundidad, de estar en muchos lugares a tener nuestro corazón recostado en Cristo.

            La mirada superficial del hombre no es capaz de percibir la presencia soberana de Dios. Aquel que se contenta con el qué de las cosas y el cómo son las cosas pero no llega a dar el paso de preguntarse sobre el sentido de todo lo que existe no es capaz de poder percibir esa mirada de Dios. Ni hablemos ante aquellos que únicamente buscan el mero interés, la utilidad, la ganancia y reducen todo al para qué y a la capacidad de disfrute. Y aquellos que tienen una mirada dominadora, como la del hombre manipulador, que pasea por el mundo haciendo y deshaciendo, explotando y buscando el máximo de provecho a costa de los demás no será capaz de abrirse a una experiencia que se caracteriza precisamente por su gratuidad, y Dios es generoso en la gratuidad.

            Redescubrir la presencia de Dios nos exige una cura lenta de sosiego, de concentración, de creatividad, de autenticidad, de volver al amor primero, de libertad interior. Necesitamos disponernos a ese encuentro personal con Cristo y eso pasa, y eso exige un largo periodo de rehabilitación para lo espiritual –sin aislar lo corporal-, desintoxicarnos aquellas cosas, que se han colado en nuestro quehacer cotidiano,  y que nos están atrofiando el alma.

            En el prólogo de San Juan nos dice: «Vino a su casa y los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11). Para el Salvador del mundo no hay sitio. Para aquellos que nos acercamos ante el pobre pesebre de Belén nos hace pensar en ese cambio de valores que hay en la figura de ese Niño recostado entre María y José. Ser cristiano implica salir del ámbito de lo que todos piensan y quieren, de los criterios dominantes, para entrar en la luz de la verdad sobre nuestro ser.

Homilía de la Misa del Gallo 2013


EUCARISTÍA DE MEDIANOCHE

Misa del Gallo 2013

            Hermanas, aunque seamos personas ya iniciadas en la vida del Espíritu, en los caminos de la oración, que ya contamos en nuestro particular bagaje de alguna experiencia espiritual y que necesitamos saber que la luz que hemos tenido y el gozo que hemos disfrutado es sólo apariencia en comparación con el encuentro amoroso al que Dios nos llama, ese aliento divino que inflama al alma en el espíritu de amor. Cuando uno recibe la gracia, la cual sólo puede venir de lo alto, nuestros ojos se nos abren descubriendo la miseria en la que nos hallamos y sobre la ilusión que padecemos. El Señor ilumina nuestra pobre realidad para ennoblecerla, ensalzarla, enriquecerla con su sola presencia.

            La secularización de la cultura es tan devoradora  y  arremete con tanta violencia que terminan secularizando las conciencias; las personas se mundanizan olvidándose que el principio y fin de su ser reside en Dios. El hombre ordena su razón y su ser, sus preguntas y reflexiones, su orden ético y valores haciendo oídos sordos a toda llamada religiosa, instalándose en la más completa indiferencia sin desear tener ‘más noticias de Dios’. Nosotros somos propiedad de Cristo, somos propiedad de ese Niño que está recostado en ese humilde pesebre, y cada jornada es un reafirmarnos en la ternura de su amor. En este eclipse cultural de Dios, en este oscurecimiento de la luz del Cielo somos convocados por el anuncio del ángel que anunciaba la Buena Noticia: «Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Esto es servirá de señal; encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2, 13-14). Contemplando el misterio del Verbo encarnado nos contagiamos de la luz de su presencia, nuestras almas arden de esperanza, nuestra fe se consolida y desde lo hondo de nuestras conciencias escuchamos: «Ahí está, e ahí  el sentido de tu vida». Ha venido a iluminarte a ti y a mí que estamos en las tinieblas. Viene para dirigir nuestros pasos hacia el camino de la paz, aun sabiendo que podemos llegar a abusar de su paciencia.

            Realmente Dios está aquí. Muchos dirán ¿qué Dios está aquí?, ¡pues no lo sabía! E incluso nos puede suceder a nosotros mismos ya que nos podemos llegar a despistar y a no reconocer la presencia de Dios. No nos basta alimentarnos con la experiencia de Dios que tengan los demás; no nos bastará saber que los otros lo hayan visto, ya que no se llegará a disipar la densa niebla del ‘yo no me dí cuenta que Dios estaba conmigo’. Descubrir las huellas de la presencia de Dios en aspectos de nuestra situación personal y comunitaria es tanto más necesario que el aire para respirar. Pueda ser que mencionada experiencia de Dios sea callada, silenciosa, pero real, activa e inconfundible y se constituye en el motor que dinamiza el centro nuclear de nuestro ser. Tan pronto como prestemos atención a lo mejor de nosotros mismos, a lo mejor del ser humano y escuchemos las voces más íntimas, percibiremos que esas voces son el eco de una voz original y primera: la del Verbo de Dios. El milagro de la libertad, de la voluntad, de la misma capacidad de amar y ser amado, la existencia de la dignidad en el corazón de la persona, la capacidad de poder hacer una elección fortuita y la capacidad de dominarnos a nosotros mismos nos remite a que aceptemos que nuestra existencia ha sido dada por el mismo Creador. Y ese Creador nos envía a su único Hijo envuelto en pañales para que podamos descubrir el camino que conduce a la Salvación.

Jesús nacerá villancico Tajamar 2013

domingo, 22 de diciembre de 2013

Homilía del Domingo Cuarto de Adviento, ciclo a



Domingo Cuarto de Adviento, ciclo a

            Estamos inmersos en una sociedad tan pluralizada y en los que los puntos de vista y las opiniones son tan dispares como la gente misma que llega a ser lógico el preguntarse si uno puede llegar a mejorar –aunque sea un poquito- este mundo.
            El Papa Francisco, en no pocas ocasiones, nos ha invitado a reflexionar sobre nuestra coherencia como cristianos y sobre si el testimonio de vida que damos refleja verdaderamente nuestra fe. Porque puede sucedernos que digamos que tenemos fe pero se encuentre vacía, siendo únicamente una mera capa de barniz superficial que no permite que el amor de Dios cale en nosotros. Nosotros tenemos una grave responsabilidad: los demás podrán llegar a conocer a Cristo gracias a aquello que nosotros hagamos, digamos o en el modo de estar. A Dios no lo vemos pero podemos ayudar a los hermanos a descubrir su presencia  si con nuestra vida vamos marcando calidad en las relaciones personales y en las tareas –así como en los desafíos- que tengamos que afrontar. Es preciso apostar –sin reservas-entre la unidad de vida y la fe. Yo no puedo sostener que soy cristiano si tengo abandonado mi estudio y mi formación, ya que de este modo estoy siendo desagradecido a Aquel que me regaló los talentos y capacidades para sacarlos el máximo de partido. Nosotros, sin saberlo ni pretenderlo, estamos siendo observados por mucha gente ya que esperan encontrar en nosotros puntos de referencia para poder elevar el nivel de calidad en el amor en su vida. Nosotros no podemos confundirnos con la masa de personas ni tampoco vivir nuestro ser seguidor de Cristo de un modo laso y descafeinado. Esto no calienta corazones. Esto aleja a las personas de Jesucristo.
            Si como dice San Pablo nuestra misión es hacer que todos los gentiles respondan a la fe, ¿cómo estoy siendo yo estímulo para ellos en esta respuesta? Para empezar a cambiar el mundo y a trasformarlo… para empezar a cambiar mi propia realidad personal –desintoxicarme de la mundanidadpara cristianizar los diversos planos de mi existencia.  El problema radica en cómo detectar los diversos apartados mundanos que residen en mi existencia. ¿Existe algún tipo de contraste que en contacto con algo mundano se torne en un color llamativo y así detectarlo y tratarlo de eliminar? La humildad y el reconocimiento del propio pecado nos ayuda a poder realizar un análisis de cómo podemos andar de contaminados de mundanidad.
            Dense cuenta que, tal y como dice San Pablo a la comunidad de los romanos, ha sido escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Y todo encuentro con Dios pasa por reconocernos criaturas, y criaturas débiles y pecadoras. Nos debemos de descalzar ante la presencia divina ya que todo lo que tenemos no nos pertenece. Para poder anunciar a Cristo resucitado debemos de empezar por convertirnos cada cual de su mala vida, y en el sacramento de la reconciliación tenemos una oportunidad magnífica de encontrarnos con Dios, de poder recomenzar, de salir renovados con la certeza de saberse querido por Dios.
            Muchos cristianos que están empezando a descubrir la importante novedad que Cristo les va aportando en su vida se desaniman cuando en sus grupos o en sus círculos de relaciones se manifiestan opiniones que difieren de la nuestra y  nos empezamos a sentir como ‘bichos raros’ en medio de tan impresionante selva de pecado. Seremos un auténtico ejemplo del gozo de ser cristianos cuando pasemos de las palabras a los hechos, de estar escuchando de todo a escoger nuestras conversaciones; de creer que todo vale a ser prudente en las decisiones que uno adopta evitando siempre las ocasiones de pecado. Es cierto que cada cual, a partir de su propio estado de vida o vocación, tiene sus puntos débiles. Por cierto el Demonio los conoce y muy bien.
            Como dice el Papa Francisco: «Un cristiano no puede ser jamás un ser triste: la alegría nace de haber encontrado a Jesús». Por eso nuestra actitud debe de ser positiva, de derribar tópicos y clichés con una sonrisa y muchas ganas de ser fermento en la masa y trasformar el mundo empezando por nosotros mismos. Sólo así podremos acoger a Cristo que viene.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Homilía del Domingo Tercero de Adviento, ciclo a


DOMINGO TERCERO DE ADVIENTO, CICLO A
            ISAÍAS 35, 1-6a. 10; SALMO 145; APÓSTOL SANTIAGO 5, 7-10; SAN MATEO 11, 2- 11
            Todos necesitamos ser evangelizados. No podemos evangelizar a los demás si previamente uno no vive en la verdad. Necesitamos recuperar la convicción de que hay que tratar de vivir en la verdad. Dios ha salido a tu encuentro para que tú puedas salir al encuentro de Dios. Dios mismo te ha capacitado para que puedas vivir en la verdad. En la vida cristiana no podemos ir de ‘camareros’ que van sirviendo a los invitados –con la bandeja en las manos- los diversos canapés o aperitivos. Ellos van ofreciendo, y algunos comen de ellos, pero el camarero se abstiene y no se alimenta. De hacer esto no se está tratando de vivir en la verdad.
            Jesucristo nos plantea un modo muy claro y muy diferente de disfrutar de nuestra vida. La indiferencia, el relativismo, la frivolidad, son actitudes destructivas.         ¿Realmente cuando esa pareja de novios que se casa se han planteado vivir en la verdad? El matrimonio que lleva ya unos cuantos años ¿verdaderamente se comprometen a vivir en la verdad o en ‘su particular verdad’? ¿los presbíteros, los religiosos y religiosas estamos sinceramente viviendo en la verdad o no nos implicamos porque estamos ya muy acomodados y mundanizados? ¿Alguno aún no se ha dejado domesticar por esta sociedad? Lo que uno puede percibir –uno y cualquiera que tenga un poco de sensibilidad cristiana-, por lo menos únicamente echando un vistazo, es que la verdad que es Cristo no está presente. El rostro de Cristo no se le ve porque no se le da a conocer. Ya sea en el núcleo familiar, en el trabajo, en el estudio, en la diversión o en las diversas facetas de nuestro vivir siempre nos estamos desenvolviendo en esa amplia horquilla de la relatividad. En unos está más acentuado que en otros, cuanto más acentuada que esté menos de vida cristiana se da. Resulta que vivir en la mentira no genera problema en esta sociedad. El hecho de que unos vivan en concubinato, que sea la lujuria y no el amor que sea el motor de las relaciones de pareja, que el afán de poseer nos haga llegar hasta a amenazar a los hermanos, que no haya amor hacia las almas para hacer apostolado, el hecho que los confesionarios sean los lugares preferidos por las arañas para hacer allí sus telas –¡y hasta manteles!-, etc., son síntomas importantes de la ausencia de Cristo en nuestras vidas.
            Y a pesar de todo esto el mismo Dios quiere restaurarte tanto a ti como a mí. Dios quiere restaurarnos. La presencia de Dios nos libera y por medio del profeta Isaías nos exhorta diciéndonos: «Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes» y todo esto porque la presencia de Dios genera vida donde antes sólo se daba desolación. Mientras tanto es preciso seguir el consejo del Apóstol Santiago «tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca». El Apóstol Santiago es muy claro: No es suficiente oír ni es suficiente creer; el auténtico sabio lo es en virtud de su buena conducta. Y uno actúa con sabiduría teniendo una buena conducta en la medida en que uno viva en la verdad. 
            Sin embargo no olvidemos que vivir en la verdad y el sufrir el martirio van anejas de la mano. Y cuando uno está pasándolo mal por sostener su amistad con Jesucristo puede llegar a tener una crisis de fe brutal: esas horas bajas de la fe. Esto es lo que le está sucediendo a Juan el Bautista en la soledad de la cárcel. Juan el Bautista se queda extrañado que siendo Jesús el Hijo de Dios no haga nada por él. Su particular crisis llega a tal extremo, que le manda una embajada para salir de dudas y saber si realmente ha seguido al mesías correcto. Juan el Bautista obedece a Dios, pero Dios permite que tenga esa crisis de fe tan brutal para purificarle. Juan Bautista es el espejo de la fe adulta, la que crece con sus crisis y combates.
            Hermanos, nunca olvidemos que Dios prepara nuestros corazones para las pruebas y para las crisis. Son ellas las que garantizan la calidad de nuestra fidelidad a Jesucristo.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Homilía de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María y Domingo Segundo de Adviento, ciclo a


SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO, CICLO A

            Tenemos muchos motivos para estar alegres en el Señor. Nosotros ‘somos especiales’ porque el Señor nos ha seleccionado de entre los habitantes del mundo para ser sus hijos. Podíamos seguir formando parte de ese número ingente de personas que pululan por las calles faltándoles ese fuego ardiente de la presencia del Señor. Nosotros somos esos racimos de uvas que el viñador va seleccionando para poder elaborar con ellos un vino de calidad suprema. No formamos parte de esos otros racimos que, por sobrecargar a la cepa de la vid, son cortados y arrojados en el surco. Cierto es que Cristo es para todos y Él desea colarse por los recovecos de todos los corazones, pero se le cierran las puertas: ese es el gran drama del hombre, hacer muy mal uso de su libertad. Sin embargo hermanos, nosotros ‘no bajemos la guardia’, ‘no nos durmamos en los laureles’ ya que en el seguimiento de Jesucristo no hay ninguna guerra ganada, de algunas pequeñas batallas, tal vez hayamos salido vencedores con la ayuda de Dios, pero no olvidemos que «llevamos este tesoro en vasijas de barro» (2 Cor 4,7). Constantemente el Señor nos está diciendo: ¡Estad atentos! ¡Vigilantes! ¡Convertíos!; «Tened presente que el amo de casa supiera a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no le dejaría asaltar su casa» (Mt 24,43).

            Esta semana pasada, en el hospital, cuando estaba visitando a los enfermos en las habitaciones –en calidad de Capellán- sale a mi encuentro una mujer joven. Quería hablar. Ella siempre ha rezado las oraciones que aprendió de pequeña siendo esto lo único que ella hacía como cristiana. No se confesaba, no asistía a la Eucaristía y su vida estaba muy mundanizada. Y Dios que siempre sabe sacar cosas que nos benefician de situaciones dolorosas aprovechó la enfermedad de su madre para tocar el corazón de esta mujer joven. Y cuando el dedo de Dios se posa dejando su particular huella dactilar impresa, esa pequeña superficie queda sanada y uno empieza a sentir la imperiosa necesidad de ser regenerado, ser sanado en la totalidad del ser. Se empieza a padecer sed de Dios. Antes ella estaba cerrada a Dios. Es como esa escena de película que aparece el chico lanzando piedrecitas a la ventana de la habitación de su chica para que ella le salude y de ese modo el chico pueda regresar a su casa con una sonrisa en su rostro. Pues en este caso no había unas poquitas piedrecitas, sino que se amontonaban en el alféizar o reprise de la ventana formando pequeños montones y con los cristales todos rallados con los pequeños impactos con ellos ocasionados. Ella se ha percatado de uno de esos impactos ha abierto su ventana y se ha emocionado al darse cuenta de la cantidad de veces que Jesucristo ha querido estar con ella y ella ni darse cuenta.

            Al descubrir esto, esta mujer joven no quería perder más tiempo y deseaba andar tras las huellas de Cristo pero empezaba a sentir el dolor de sus pecados. Antes estaba bajo el efecto de la anestesia de la cultura actual que ni preocupa ni de la inmortalidad ni de la vida futura. Ella estaba empezando a padecer la misma experiencia dolorosa de aquel que se cae de lleno en las zarzas y se le clavan bien adentro todas las espinas por la piel.  Cerca de donde estábamos hablando había una imagen de la Santísima Virgen, y recuerdo que me dijo que la admiraba y amaba profundamente porque únicamente se podía tener ese rostro de felicidad, de serenidad cuando el pecado no tiene ningún hueco en la vida sino que únicamente se está llena de la gracia de Dios. Santa María disfrutó siempre del gran gozo de ser toda entera para Dios.