sábado, 3 de agosto de 2013

Homilía del domingo XVIII del tiempo ordinario, ciclo c


HOMILÍA DEL DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c ECLESIASTÉS 1,2; 2, 21-23; SALMO 89; SAN PABLO A LOS COLOSENSES 3, 1-5.9-11; SAN LUCAS 12, 13-21

 

            La salvación nos viene de Dios, no nos viene ni de nuestro dinero ni de nuestras posesiones. Sin embargo resulta curioso que aunque lo sepamos nuestro comportamiento e inclinaciones no sean las más acertadas. Jesucristo nos hace llegar un mensaje muy claro: la vida puede ser un gran engaño, como la del ricachón, tal feliz por su enorme riqueza que ni se entera que nada de eso se llevará al morir.

            Si aceptamos que la salvación nos viene de Dios esto supone que empecemos a buscar «los bienes de allá arriba», los que valen, los que duran, los que dan un verdadero sentido a la vida. Supone morir a la vida anterior, renunciar a la pretensión equivocada de vivir en este mundo por nuestra cuenta y como si fuera ésta la vida definitiva, para nacer de nuevo a una vida diferente, una vida rehecha a partir de la adoración de Dios y a la obediencia al Evangelio…una vida iluminada por la fe y sostenida por la esperanza en la resurrección. Como consecuencia de este cambio real en la propia vida, las personas convertidas comienzan a cambiar el mundo de las relaciones, de la convivencia, cambia el tejido de la vida social y cultural de los hombres y de la sociedad. Aquel o aquella que se adentra en un proceso de conversión se le nota, incluso, en el modo de hablar y en las conversaciones que le van interesando. Cristo hace nuevas todas las cosas.

            Todo lo que sea lo cotidiano, el trabajo diario, la relación familiar, el descanso merecido, los proyectos de futuro, tanto los logros como decepciones… todo tiene que ser fecundado, rehecho, evangelizado, cristificado para que sea llevado como una ofrenda agradable a Dios y busquemos los bienes de allá arriba. Y me podrían preguntar: ¿cómo se puede hace eso?¿dónde podemos encontrar modelos de vida cristiana en los que podemos darnos cuenta que todo esto sí que se puede llevar a cabo?¿hay personas que se hayan adentrado en estos senderos para que nosotros los  podemos tener como posibles referentes? Hermanos, efectivamente los hay. Hay matrimonios, hay familias, hay personas que tienen a Cristo en el centro de su ser. Es cierto que aquellos que quieren ser fieles a Jesucristo necesitan de una comunidad cristiana de referencia donde celebrar su fe,  donde escuchar la Palabra de Dios, donde celebrar la Eucaristía, donde crear comunidad y donde se sientan parte de algo grande: la Iglesia de Cristo.

            Nuestros pueblos –aún con profundas raigambres cristianas- necesitan urgentemente una nueva evangelización porque hay que suscitar la fe de los que no creen, fortalecer la fe de aquellos que aún vacilan y viven alejados de la gracia de Dios y ayudar a descubrir a Cristo a todos aquellos que dicen que ya le conocen. Cada pueblo crea su cultura y sus tradiciones que nacen de sus experiencias más hondas y de sus anhelos. Jesucristo siempre ha ayudado a consolidar la convivencia y ha sido puente de entendimiento entre las personas. Su persona enriquece notablemente todo aquello que toca para que vivamos con lucidez y frescura la fe. Todo esto tiene su eco positivo, todo esto tiene una repercusión gozosa en los diversos ambientes donde nos movamos construyendo una cultura del amor.

            Los bienes de arriba son los  que valen, los que duran, los que dan sentido a la vida. ¡Qué más nos da que el mundo no entienda nuestra escala de valores! ¿Es que realmente tenemos envidia de los bienes de acá abajo? Seguro que ustedes al igual que yo preferimos los bienes de allá arriba porque sabemos perfectamente de quien nos estamos fiando: de Jesucristo, aquel que ‘es nuestro refugio de generación en generación’.

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