HOMILÍA
DEL DOMINGO XVIII DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c ECLESIASTÉS 1,2; 2,
21-23; SALMO 89; SAN PABLO A LOS COLOSENSES 3, 1-5.9-11; SAN LUCAS 12, 13-21
La salvación nos viene de Dios, no
nos viene ni de nuestro dinero ni de nuestras posesiones. Sin embargo resulta
curioso que aunque lo sepamos nuestro comportamiento e inclinaciones no sean
las más acertadas. Jesucristo nos hace llegar un mensaje muy claro: la vida
puede ser un gran engaño, como la del ricachón, tal feliz por su enorme riqueza
que ni se entera que nada de eso se llevará al morir.
Si aceptamos que la salvación nos
viene de Dios esto supone que empecemos a buscar «los bienes de allá arriba»,
los que valen, los que duran, los que dan un verdadero sentido a la vida. Supone
morir a la vida anterior, renunciar a la pretensión equivocada de vivir en este
mundo por nuestra cuenta y como si fuera ésta la vida definitiva, para nacer de
nuevo a una vida diferente, una vida rehecha a partir de la adoración de Dios y
a la obediencia al Evangelio…una vida iluminada por la fe y sostenida por la
esperanza en la resurrección. Como consecuencia de este cambio real en la
propia vida, las personas convertidas comienzan a cambiar el mundo de las
relaciones, de la convivencia, cambia el tejido de la vida social y cultural de
los hombres y de la sociedad. Aquel o aquella que se adentra en un proceso de
conversión se le nota, incluso, en el modo de hablar y en las conversaciones
que le van interesando. Cristo hace nuevas todas las cosas.
Todo lo que sea lo cotidiano, el
trabajo diario, la relación familiar, el descanso merecido, los proyectos de
futuro, tanto los logros como decepciones… todo tiene que ser fecundado,
rehecho, evangelizado, cristificado para que sea llevado como una ofrenda
agradable a Dios y busquemos los bienes de allá arriba. Y me podrían preguntar:
¿cómo se puede hace eso?¿dónde podemos encontrar modelos de vida cristiana en
los que podemos darnos cuenta que todo esto sí que se puede llevar a cabo?¿hay
personas que se hayan adentrado en estos senderos para que nosotros los podemos tener como posibles referentes?
Hermanos, efectivamente los hay. Hay matrimonios, hay familias, hay personas
que tienen a Cristo en el centro de su ser. Es cierto que aquellos que quieren
ser fieles a Jesucristo necesitan de una comunidad cristiana de referencia
donde celebrar su fe, donde escuchar la
Palabra de Dios, donde celebrar la Eucaristía, donde crear comunidad y donde se
sientan parte de algo grande: la Iglesia de Cristo.
Nuestros pueblos –aún con profundas raigambres
cristianas- necesitan urgentemente una nueva evangelización porque hay que
suscitar la fe de los que no creen, fortalecer la fe de aquellos que aún
vacilan y viven alejados de la gracia de Dios y ayudar a descubrir a Cristo a
todos aquellos que dicen que ya le conocen. Cada pueblo crea su cultura y sus
tradiciones que nacen de sus experiencias más hondas y de sus anhelos.
Jesucristo siempre ha ayudado a consolidar la convivencia y ha sido puente de
entendimiento entre las personas. Su persona enriquece notablemente todo
aquello que toca para que vivamos con lucidez y frescura la fe. Todo esto tiene
su eco positivo, todo esto tiene una repercusión gozosa en los diversos
ambientes donde nos movamos construyendo una cultura del amor.
Los bienes de arriba son los que valen, los que duran, los que dan sentido
a la vida. ¡Qué más nos da que el mundo no entienda nuestra escala de valores! ¿Es
que realmente tenemos envidia de los bienes de acá abajo? Seguro que ustedes al
igual que yo preferimos los bienes de allá arriba porque sabemos perfectamente
de quien nos estamos fiando: de Jesucristo, aquel que ‘es nuestro refugio de
generación en generación’.
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