jueves, 15 de agosto de 2013

Homilía del domingo XX del tiempo ordinario, ciclo c


DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO, ciclo c

JEREMÍAS 38, 4-6. 8-10; SALMO 39; HEBREOS 12, 1-4; SAN LUCAS 12, 49-43

           

            Hoy nos encontramos con uno de esos personajes que han despuntado por su fidelidad a Dios: El profeta Jeremías. A Jeremías le toca vivir una época muy dura. El rey Sedecías no escucha las palabras del Señor pronunciadas por medio del profeta Jeremías. Al rey sólo le interesa escuchar lo que él desea escuchar: halagos, buenas palabras y victorias a costa de lo que fuese. El pueblo mientras tanto atravesando una carencia severa: el pueblo está desanimado, el rey no tiene poder, no hay agua en la cisterna -sólo lodo- y no hay pan en la ciudad. El pueblo está sufriendo las consecuencias de las malas decisiones de sus dirigentes. Cuando uno no escucha la voz de Dios se comporta como un insensato cuyas consecuencias negativas repercuten a todos. El rey Sedecías no respeta la Palabra de Dios porque no dice lo que él desea escuchar.

 

            De todos modos, siendo sinceros, tenemos cosas en común con el rey Sedecías: Tan pronto como el Señor nos manda algo que no queremos o nos dice algo que nos incomoda ya empezamos a refunfuñar e intentamos 'salir con la nuestra'.  

 

            El Señor había dicho a su profeta Jeremías que la ciudad de Jerusalén iba a ser entregada al rey de Babilonia. Dios desea darles una lección para que aprenda a obedecerle ya que está educando a su pueblo, como lo hace un padre con su hijo. El profeta Jeremías era más molesto que 'una piedra en el zapato' porque cuando te indican lo que Dios quiere de tí  y uno hace 'lo que le viene en gana', en el fondo su conciencia uno se siente denunciado por saber que hizo lo que no debía. El buen cristiano, el auténtico discípulo de Cristo, tiene que estar siempre dispuesto a predicar la verdad del Evangelio, aunque su lucha por anunciar a Jesucristo le acarree marginación o aún cosas peores. Seremos auténticos incordios para muchos, peores que esas 'piedras en sus zapatos' pero les estaremos ayudando a salvarse, aunque ellos ni lo reconozcan ni agradezcan.  

 

            Como el rey Sedecías no escuchó ni obedeció al Señor le vino el castigo. Sedecías y el pueblo recibió su merecido -a Sedecías le sacaron los ojos y le cargaron de cadenas llevándolo a Babilonia. ¿Para qué quería los ojos sino veía la luz que Dios le ofrecía y prefería la oscuridad de su pecado? En cambio los que eran fieles a Dios -muy pocos- pudieron gozar de paz y tranquilidad.

 

            Dios también, en la actualidad, está educando a su pueblo. Y se toma tantas molestias que hasta se hace presente en medio de todo nosotros: «Donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). En la carta a los Hebreos nos dice que estamos rodeados de muchos testigos. ¿Testigos de quien? ¿que han visto y oído para que sea tan importantes esos testigos? Son testigos -en primera persona- de la acción de Dios en sus vidas. Como dice San Juan en su primera carta: «Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con nosotros» (1 Pe 1,3a). Y esos testigos que tienen experiencia de la presencia de Jesucristo ¿dónde se están? ¿dónde se les puede encontrar? El Señor Jesús nos dice que «por sus frutos les conoceréis» (Mt 7, 20) y le pelea contra el pecado es una constante, sin desfallecer. Una comunidad cristiana formada por personas que son constantes en la oración y en su lucha contra el pecado nos ayuda a tener los ojos y el corazón fijos en Jesucristo...y eso marca, hace que uno deje de vivir para sí mismo y empiece a vivir para los demás porque así está amando a Dios. Una comunidad cristiana así es un estímulo y una ayuda infinita y uno descubre cosas que de otro modo ni llegaría a intuir. Y lo curioso de todo esto es que lo único que se ha de hacer es dejarse quemar por el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. El profeta Jeremías estaba lleno del fuego de Dios y por eso actuaba como actuaba. Ojala que también nosotros seamos hoguera de ese fuego de amor divino.

1 comentario:

Anónimo dijo...

el aprendizaje que he obtenido es que vale la pena sufrir por amor.
y que el sufrimiento en la vida no es la ultima palabra!!! la gran noticia es que yo, mereciendo la muerte fue Cristo quien subio a la cruz por mi. eso es amor!!! y la consecuencia... la felicidad plena!!, cenit de la alegria, extasis... Dios.