Domingo III de pascua, ciclo b
Muchos de los presentes, por no decir todos, tenemos la ilusionante experiencia de lo que aporta un niño pequeño en el hogar. Trae la vida, nuevas alegrías y preocupaciones, es adentrarnos en una dinámica de ilusión, de tal modo que el tiempo se pasa con él de un modo muy rápido, aunque uno acabe agotado porque no paran. Un niño nos cambia la vida, y para bien.
Pues hay Alguien que también quiere cambiarnos la vida. No quiere únicamente hacer pequeñas reformas o retoques. Él pretende tirar todos los tabiques de nuestra existencia, que nos replanteemos todo lo que hacemos y pensamos. Desea edificar, levantar algo nuevo y lleno de vida dentro de nosotros. San Pablo, para decir esto emplea la expresión de ‘morir al hombre viejo’. Derribar nuestros particulares edificios interiores para construir algo totalmente nuevo cuyo cimiento, columnas, ladrillos, azulejos, paredes, cemento y tejados sea Jesucristo.
El apóstol San Juan nos comenta que ‘tenemos que estar en Él’, que tenemos que permanecer en Cristo, que Jesucristo sea todo en nosotros. ¿Cuántas veces hemos dejado de asistir a la Eucaristía por pereza o no nos hemos confesado por falsos respetos humanos, o no hemos rezado simplemente porque no nos hemos acordado? Es decir, hemos ido arrinconando a Dios, y es que resulta que Jesucristo ha de estar en el centro, del mismo modo que los tornillos de la rueda sujetan las ruedas en todo el centro para que giren con soltura. ¿Cómo poner a Cristo en el centro? Primero reconociendo que ‘somos suyos’, ‘que yo soy de Dios’, que ‘tu eres de Dios’, que ‘él es de Dios’…’, que todo lo que tenemos es se lo debemos a Él.
Si somos propiedad de Dios, si gozamos del privilegio de tener a Dios como nuestro amigo y protector todo adquiere un sentido pleno. Fíjense en una cosa: una persona puede adquirir una amistad con alguien, ya sea porque en un momento dado le ayudó, le dijo unas palabras de aliento, porque sintonizaban teniendo comunes gustos de música, de ropa, o de lo que fuera, o por mil motivos que fuesen los causantes de dicha amistad. Es que, en este caso, nosotros no hemos hecho nada para ganarnos el amor de Dios, ha sido Él quien ha tomado la iniciativa. Él nos ha bendecido copiosamente con su ternura, del mismo modo que puede sorprendernos una gran tormenta de lluvia en medio del campo, sin tener donde refugiarnos del agua, y acabamos totalmente calados, así es Dios con nosotros cuando nos bendice generosamente desde el Cielo y cuando Jesucristo nos mira, con gran ternura, desde el Sagrario.
El mismo que fue crucificado, que murió cruelmente en la cruz. El mismo que se apareció en numerosas ocasiones a sus apóstoles y discípulos para darles muestras claras de que estaba vivo, resucitado, ese mismo es el que dentro de pocos minutos se hará presente en medio de nosotros bajo las especies del pan y del vino. Jesucristo quiere crear algo muy bello y enriquecedor dentro de ti, ¿seremos capaces de dejarle obrar en nuestras vidas?, ¡ojala que sí!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario