MIÉRCOLES DE CENIZA 2012
Este verano en uno de los telediarios de ámbito nacional entrevistaba a unos hosteleros que habían atendido a muchos jóvenes de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Todos ellos coincidían en el buen comportamiento y por la ausencia de incidentes de estos jóvenes que venían a encontrarse con el Papa y con Cristo. Hace poco asistí a un partido de fútbol siete, jugaban unos muchachos de un centro educativo de Palencia y me sorprendió el juego limpio, la deportividad y el compañerismo reinante. Sin lugar a dudas tanto esos jóvenes de la Jornada Mundial de la Juventud como los jugadores han puesto ‘en un buen lugar’ tanto al equipo organizativo de la JMJ como al propio centro educativo de aquel equipo de fútbol siete.
Todos nosotros somos criaturas de Dios. Dios, de un modo misterioso, nos ha moldeado y nos ha exhalado su Espíritu para que viviésemos. Y no solo eso, sino que el Santo Espíritu ha deseado morar en nosotros. Sin embargo y por desgracia con nuestra conducta no permitimos transparentar el rostro de Dios. Con nuestro comportamiento dejamos a Dios ‘en un mal lugar’. Es que resulta que nosotros somos instrumentos para dar a conocer a Jesucristo a los demás y demasiadas veces decepcionamos a Dios con nuestro comportamiento. Por eso Jesucristo nos urge a la conversión. Estamos llamados a hacer un profundo examen de conciencia para caer en la cuenta de nuestra ‘falta de finura’ con las cosas de Dios.
Son muchas las veces en las que he podido escuchar que uno es bueno ya que no mata, ni roba, ni se es infiel al esposo o a la esposa. Pero no se plantean la pregunta clave: Señor ¿qué quieres de mí? No se encuentra la disponibilidad de aquel que es dócil al Señor para manifestar lo del profeta Samuel: «Habla, Señor, que tu siervo escucha». No se tiene la dulzura en el trato con Dios que manifestó la Santísima Virgen cuando dijo: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra». No nos encontramos tan enamorados de Jesucristo como Simón Pedro cuando pronunció estas bellas palabras: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68).
Si ahora mismo nos llamara Dios ante su presencia, no duden que antes de llegar hasta Él estaríamos una larga temporada en el purgatorio. Sí, una larga temporada en el purgatorio porque nos hemos acostumbrados a vivir nuestra fe siempre ‘bajo mínimos’. Nos hemos habituado a escuchar cosas sobre Jesús pero no sentimos necesidad de interiorizar esas cosas en nuestro interior.
No creo que exagere cuando afirme que nuestras comunidades cristianas se tienden a asemejar a las salas de Unidad de Vigilancia Intensiva de los hospitales, y en concreto a los pacientes que se encuentran entubados que precisan de máquinas para sobrevivir. Deberíamos de confesarnos con frecuencia y no se hace. Deberíamos comulgar en estado de gracia y no como un acto social. Deberíamos celebrar el domingo participando en la Eucaristía y muchos no lo hacen. Deberíamos rezar con nuestros hijos en casa y no dejarnos llevar por la pereza. Ustedes mismos se dan cuenta de las grandes lagunas que estamos teniendo en la vida cristiana. Todos necesitamos de conversión, ustedes y yo.
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