sábado, 1 de octubre de 2011

Homilía domingo XXVII del tiempo ordinario

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO


2 de octubre de 2011



Hoy Jesucristo nos plantea una nueva parábola: la de los viñadores homicidas. Jesús pone al descubierto la mala disposición de los jefes de Israel, reacios desde antiguo a reformarse obedeciendo a los profetas.


En la primera lectura, la del libro del profeta Isaías, presenta a Dios como un viñador, cuya viña fue Israel, viña que no dio fruto, y eso que el Señor se esmeró muchísimo al cultivarla con amor. Dense cuenta lo que el propio profeta Isaías nos dice respecto a la viña, que representa al pueblo de Israel: «La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones».


En el Evangelio vemos nuevamente a Dios como viñador, sólo que ahora la viña ha pasado de Israel a otras manos, al pueblo cristiano, al Pueblo de Dios. Y nosotros, como pueblo de Dios, como cristianos no nos diferenciamos mucho del comportamiento del pueblo de Israel. Todos nosotros hemos sido comprados con el precio de la sangre del Hijo del Altísimo. Todos nosotros somos propiedad de Dios y a Él debemos nuestra existencia. Todos nosotros estamos llamados a una vocación universal, la de ser santos como Él es santo. Sin embargo, a pesar de todas las dedicaciones y esmeros que Dios nos entrega y nos va manifestando, nosotros seguimos dando agrazones en vez de una buena uva.


Cuando Jesucristo nos está invitando a cultivar su viña nos está llamando a la responsabilidad. Nos está urgiendo a cuidar nuestra vida espiritual. Nos está apremiando a ponerme a bien con ese hermano, porque es incompatible, es inconcebible ser seguidor de Cristo y no hablarme con el hermano.


Muchas veces tengo la sensación de que algunos entienden esto de la Iglesia como si fuera un club, una asociación o una ONG. Donde se viene, ficha, se cumple y uno se despide hasta el próximo día. Y la Iglesia no es ni una ONG, ni un club, ni una asociación, la Iglesia es PUEBLO DE DIOS, CUERPO DE CRISTO Y TEMPLO DEL ESPÍRITU. Es el mismo Espíritu Santo el que tiene que gobernar nuestra vida y nuestros sentimientos, para que podamos experimentar lo que nos dice el apóstol San Pablo: «Que la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús». Dios no quiere migajas, Dios no quiere que únicamente le rindamos culto en la Iglesia durante unos minutos al cabo de la semana; Dios desea que toda nuestra vida sea un constante culto de alabanza.


Es muy preocupante que una persona asista a Misa y su forma de actuar en la calle no sea un comportamiento cristiano. Esto es un antitestimonio alarmante. Porque estaríamos haciendo lo mismo que hacían los judíos en el antiguo testamento: Dios se desvive en desvelos por cada uno de nosotros, cuida de nuestra particular viña, y nosotros, como personas ingratas, en vez de uvas le damos agrazones, enfados, disgustos, malestares, malos entendidos, cabreos, y una gran variedad de malos ejemplos.



Y el problema más serio de todo esto es que estamos conviviendo con ese pecado y no hacemos problema. Por eso, el apóstol San Pablo, en la carta a los Filipenses les exhorta y nos exhorta a poner “por obra lo que hemos aprendido y recibido de Jesucristo”. Dicho con otras palabras: nos hace una llamada seria a que vivamos con “estilo cristiano”, es decir, alegremente confiados en Dios y amparados siempre con nobles sentimientos.


Todos estamos muy verdes. Pero para madurar en la vida cristiana uno precisa ponerse ante la luz que es Cristo. Confesarse con frecuencia, acercarse a la Palabra de Dios, rezar al Señor y comulgar en estado de gracia son los medios que Dios nos pone para que nuestra particular viña empiece a granar una uva de gran calidad. Así sea.

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