SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
El Apóstol San Pablo, cuando escribe a la comunidad de Éfeso les desea que Dios les ilumine el corazón para que caigan en la cuenta de la grandísima suerte que han tenido al conocer a Jesucristo. Pero que no se trata únicamente de un conocer a una persona, sino que es una experiencia de un gozo tan profundo que nadie se puede quedar indiferente. No se trata de seguir unas simples leyes, unas normas o directrices, o de prolongar un año más o menos unas catequesis. Los que únicamente se quedan en este pequeño ‘escalón’ quedan empobrecidos, empequeñecidos en su vida cristiana, llegando a arrinconar en su vida todo lo que sea religioso. Como si se tratase de unos apuntes del instituto o de la universidad de determinada materia que quedase clasificada y catalogada en grandes archivadores o en cajas de cartón, estando condenados al olvido con una manta de polvo.
Esto de ser cristiano va por otros derroteros totalmente distintos. Es como una atracción hacia lo que es bueno, bello y noble y sentir que formas parte de un proyecto maravilloso de amor, el cual está proyectado e impulsado por Dios desde lo alto. Este proyecto de amor es algo que nos supera, que nos queda ‘muy grande’, de tal modo que somos totalmente incapaces de sacarlo hacia delante con nuestras propias fuerzas. Ustedes habrán tenido, en algún momento, algún juguete que o bien andaba o se movía o tocaba alguna melodía por medio de un mecanismo de cuerda. Es preciso darle cuerda para que el juguete pueda moverse o tocar una melodía. Cuando se acaba la cuerda el juguete se queda inmóvil y en silencio. Del mismo modo nos pasa a los cristianos: Es el encuentro personal con Jesucristo el que nos ‘da la cuerda’, el que nos ‘pone a tono’ para que saquemos hacia delante ese proyecto de amor, que para unos se concreta en una familia, para otros en unos ancianos, para otros en unos alumnos, para otros en un pueblo, para otros en una comunidad cristiana…
Y este encuentro personal con Jesucristo me descubre la necesidad imperiosa de arrodillarme ante el Sagrario, de acudir al confesionario con la misma urgencia que acudo al médico cuando tengo fuertes dolores, de celebrar la Eucaristía con la misma ilusión que tiene un bebé cuando ve a su madre que le mira sonriendo.
Hace poco una niña me preguntó que por qué Jesús jugaba al ‘esconderite’ con nosotros. Lo decía porque si Jesús había dicho que «cuando dos o más estéis reunidos en mi nombre, allí estoy yo» y también nos había dicho que «estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo», pero la niña pequeña me decía que ella no encontraba a Jesús. Ante esto yo le pregunté: Si miras al cielo ¿ves las ondas de los teléfonos móviles, o de las radios o las ondas de la televisión?. Ella me dijo que eso no se podía ver. Sin embargo yo le hice caer en la cuenta que aunque no se vieran, sin embargo estaban. Yo enciendo un aparato de radio y puedo escuchar una emisora o ver un programa en la televisión o contestar a una llamada al móvil. Pues lo mismo nos pasa con Jesús. Él está en el Sagrario y desea ponerse en contacto contigo, por eso es fundamental ponerse ante su presencia divina, con el corazón recogido y en silencio para orar y así ir, poco a poco, sintiendo su amor.
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