domingo, 28 de noviembre de 2010

Homilía, Primer Domingo de Adviento, ciclo a

El Señor nos dice que estemos en vela, que mantengamos una actitud de vigilancia. Que seamos como los vigilantes que desde lo alto de la atalaya divisan los amplios campos para alertar tan pronto como se atisbe al enemigo. Cristo nos pide que estemos despiertos, vigilantes. Sin embargo ustedes me pueden preguntar; ¿qué tenemos que vigilar?, ¿tanto valor tiene esa cosa que nos pide, el mismísimo Jesucristo, que estemos en vela y preparados?.

Yo supongo que, si el Señor insiste tanto, es porque nos estamos jugando cosas muy importantes. Pero, ¿para vigilar eso que nos pide Jesucristo necesitaremos unos prismáticos o unas lentes de aumento?, ¿acaso tendremos que adquirir un radar para ampliar más el perímetro de observación?. Como se podrán imaginar, no hacen falta estos artilugios para nada.

¿Acaso nos tendremos que hacer un escáner corporal o una resonancia magnética en el hospital para poder diagnosticar alguna enfermedad?. No nos hace falta, aunque sí sería muy interesante poder escanear o realizar una resonancia magnética a nuestra vida familiar, social, parroquial y laboral. Tal vez creamos que en la vida conyugal y familiar todo marche bien, y resulte que, por no estar lo suficientemente vigilantes, estemos descuidando los detalles de cariño, los actos de servicio y el diálogo frecuente y sincero entre y con los nuestros. Tal vez estemos haciendo un juicio incorrecto y duro con tal persona o tal vecino y no hayamos sido capaces de tener una palabra de disculpa con él. Tal vez no estemos lo suficientemente vigilantes para darnos cuenta que, quizá, algunos malos hábitos adquiridos en el tiempo, puedan estar dañándonos en las relaciones con la familia y con los demás del pueblo.

El Apóstol San Pablo lo manifiesta con gran lucidez: «Dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz». Y las actividades de las tinieblas es todo aquello que pueda ‘oler’ a odio, a rencillas, a malos entendidos enquistados, a ‘negar el saludo’, a envidias, en una palabra, que pueda oler a PECADO. Sin embargo, ¿cómo puedo caer en la cuenta de las ‘actividades de las tinieblas’ si ya me he acostumbrado a vivir con ellas?. ¿Existe algún tinte especial que me sirva para decolorar esa parte ‘oscura’ de mi vida y así poderlo ver con mayor claridad?. El tinte no existe, pero existe el remedio eficaz: Ponerse ante Jesucristo y dejarse mirar por Jesucristo. Cuando una persona reza con recogimiento y le pide ayuda al Señor, el mismo Señor ya te ofrece la gracia necesaria para detectar todo aquello que te separa de su amor y del amor de todos lo que están a tu lado. Es entonces cuando uno siente la necesidad de acudir al Confesionario para reconocer que, en muchas facetas o aspectos de nuestra vida, no hemos sido vigilantes y hemos dejado, por pereza o por desidia, que ‘el ladrón hiciera un boquete en nuestra casa’ perdiendo, a raudales, ese cariño y comprensión que muchas veces tanto añoramos.

Hagamos caso a la exhortación del Apóstol San Pablo: «Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad».

No hay comentarios: