Hace ya tiempo, por las tierras navarras, mantuve una conversación con una mujer de mediana edad que recriminaba a la Iglesia alegando que los Obispos y los curas imponíamos nuestra forma de pensar a la gente. Yo la argumentaba que a Jesucristo le seguimos en su Iglesia, que es la Católica, y que Él, y por supuesto la Iglesia, constantemente está proponiendo, ofreciendo criterios, planteando argumentos para enriquecer y que nunca impone. Propone pero no impone. La Iglesia hace unas propuestas que brotan, que manan de la Sagrada Escritura, del Magisterio y de la Tradición, y que es el Espíritu Santo el que está detrás de todo esto dinamizándolo desde dentro.
Yo a esa mujer enseguida ‘la calé’, es decir que me di cuenta ‘por donde iban los tiros’. El razonamiento de esta señora era el siguiente: «No existen los hechos, sólo interpretaciones», dicho con otras palabras: Un comportamiento, una actuación es buena, no porque lo diga la Iglesia o el Papa o el mismo Jesucristo, sino que es buena, simplemente, porque me apetece, me interesa que sea buena. Según esta mujer respaldaba con fuerza el aborto, presentándolo como un derecho de las mujeres, porque cada cual podía hacer con su cuerpo lo que le diera la gana, e incluso, argumentaba que lo más importante era mantener ‘su ritmo de vida’, ‘mantener su estatus social’ y su ‘alto nivel de gastos’. Yo la comentaba que ella, que decía defender ‘a capa y espada’ la libertad, era sin embargo esclava de la dictadura del relativismo, ya que todo podía pasar como válido un día y no válido al siguiente. Negaba que hubiera algo o alguna cosa buena en sí misma.
Hermanos todos en Cristo, nosotros tenemos un modelo a seguir, el cual es el Camino, la Verdad y la Vida; su nombre es JESUCRISTO. El propio San Pablo, cuando escribe a la comunidad de Tesalónica, nos dice que ‘imitemos su ejemplo’, que a su vez, está tomado del mismo Señor. Sin embargo ustedes me pueden preguntar: ¿cómo podemos imitar el ejemplo de Jesucristo?. Pues miren ustedes, en el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, 31) nos ofrece la clave: «A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios». El padre y la madre de familia tienen que gobernar su casa, amarse entre ellos y educar a sus hijos según los criterios de Dios. El joven tiene que trabajar, estudiar, divertirse, relacionarse según los criterios de Dios. Y me pueden decir; pues nos has quedado igual que antes. Por eso es muy importante sentir la necesidad de cuidar la vida espiritual. ¿Cómo puede alguien organizar su vida según los criterios de Dios sino tiene los oídos despiertos para escuchar la Palabra de Dios ni el corazón arrepentido para acudir al confesionario, ni siente el hambre de recibir la Sagrada Comunión?. ¿Cómo puede uno organizar su vida familiar, laboral, relacional y festiva sino conoce los criterios que ofrece el mismo Jesucristo?. En el Salmo Responsorial hemos repetido que ‘El Señor llega para regir la tierra con justicia’, lo que implica la necesidad de ir adquiriendo un corazón obediente a la voluntad divina. Pero atención, el hecho de tener un corazón obediente a la voluntad divina no nos hace inmunes a los problemas, no nos van a alejar los problemas. Recordemos las palabras de Jesucristo en el Evangelio: «Os echaran mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre». Pero a punto y seguido el Señor nos promete: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
Cada uno de nosotros, cada vez que gestionamos los asuntos temporales según Dios, estamos construyendo la Iglesia de Aquel que desea congregarnos a todos en la Patria del Cielo. Así sea.
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