Homilía del
Domingo V del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Lc 5, 1-11
Nos
cuenta el profeta Ezequiel que la abundancia de la pesca era una señal de la bendición
divina: «A sus orillas vendrán los pescadores; tenderán redes desde Engadí
hasta Enegláin. Los peces serán de la misma especie que los del mar Grande (el Mediterráneo),
y muy numerosos» (cfr. Ez 47, 10). Estos pescadores obtienen una pesca
abundante gracias al agua que brota del Templo de Jerusalén.
Sin
embargo, el evangelista Lucas presenta una pesca abundante pero no con el agua
que sale o emana del Templo; sino de la que mana, brota de la Palabra de Jesús: «La gente
se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios».
Jesús
estaba antes en Judea (cfr. Lc 4, 44), pero ahora cambia de escena y se encuentra
«de pie a la orilla
del lago de Genesaret», por lo tanto está en Galilea. Nos cuenta el
evangelista que «vio dos barcas que estaban en la
orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes».
Este estar lavando las redes es una cita, una referencia al profeta Ezequiel a
esa pesca abundante: «Quedará, en medio del mar,
como un secadero de redes» (cfr. Ez 26, 5).
Jesús
se sube «a una de las barcas, que era la de Simón».
Jesús ya conocía a Simón porque había curado a su suegra (cfr. Lc 4, 38-39) y
había estado en aquella casa y «le pidió que la
apartara un poco de tierra». Hecho esto, Jesús «se sentó». El estar sentado es la posición del
maestro, y como maestro «empezó a enseñar desde la
barca a la muchedumbre». Sigue diciendo el evangelista que cuando
Jesús había terminado de hablar hace algo muy extraño. Jesús no es un hombre de
mar ni relacionado con la cultura del mar, sino que es un hombre de interior; y
a pesar de esto se atreve dar lecciones de pesca a un experto en pesca y que
había dedicado toda su vida a este trabajo, a Simón.
Le
dice a Simón que reme «mar adentro, y echad vuestras
redes para la pesca». Que lleve la barca hacia lo más profundo del
lago para echar las redes allí. Simón le contesta con toda la razón: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos
recogido nada»; Simón le tiene en consideración porque reconoce en
Jesús a alguien jerárquicamente superior a él. Todo el mundo sabía que el
tiempo o el momento propicio para la pesca es durante la noche porque los peces
suben hacia la superficie, mientras que por el día se adentran en la oscuridad.
Y sigue diciendo Simón «pero, por tu palabra, echaré
las redes». Esa palabra el evangelista la presenta como la Palabra
de Dios, por esa palabra Simón echa las redes. Simón acepta el desafío lanzado
por Jesús y echa las redes para pescar de nuevo en pleno día. Y como resultado «pescaron tan gran cantidad de peces que las redes amenazaban
con romperse». El evangelista no dice cuántos peces capturaron, sino
que únicamente nos dice que era una redada bastante grande. No dice el número
de peces porque no se trata de un episodio de una crónica, sino que se está
tratando de una reflexión teológica. Esa multitud de peces tan grande nos
remite a la primitiva comunidad cristiana que siguió la Palabra del Señor. Echaron
las redes hacia los marginados, los excluidos. Esa barca fue donde estaba más
profundo el lago, es decir, allí donde se encuentran las personas que lo están
pasando peor, los excluidos, los marginados, los desahuciados de la sociedad. Las
redes estaban a punto de reventar con tanto pescado, con tantas personas que fueron
rescatadas de la fosa de la muerte.
«Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la
otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos
barcas, hasta el punto de que casi se hundían». El evangelista Lucas
ofrece una clara catequesis a la comunidad dejando en evidencia que Dios lo
puede todo, que para Dios nada hay imposible; que después de una noche infructuosa
para la pesca, acogiendo la Palabra de Dios, incluso durante el día se consigue
tener tanta pesca hasta el punto que ambas barcas casi se hundan por el peso de
la captura: Lo que era imposible, con Dios se hace realidad.
El
evangelista nos sigue diciendo que «al verlo, Simón
Pedro cayó a las rodillas de Jesús». Por vez primera Lucas añade el
nombre de Pedro al apodo negativo «Simón» que indica su terquedad y su dureza:
le llama Simón Pedro. Al caer de rodillas ante Jesús es tanto como si Simón
Pedro se sintiera poseído por Jesús. A lo que Simón Pedro dice a Jesús: «Aléjate de mí, Señor; que soy un hombre pecador». Jesús
viene a llamar y a acercase a los pecadores, en cambio Simón Pedro le está
pidiendo todo lo contrario. A lo que Jesús le responde a Simón Pedro: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres». A
Jesús no le interesa si era pecador o no; a Jesús no le interesa su pasado como
pecador. A Jesús le interesa el futuro de Simón Pedro. Jesús le está diciendo
que mire al futuro, que alce la mirada hacia la gracia divina, no es lo que eres,
sino lo que serás: «pescador de hombres».
Jesús le invita a Simón Pedro a una relación nueva con Dios y con los hombres. Ser
pecador de hombres es conducir a los hombres hacia la Vida.
Pescar
un pez, todo lo sabemos, significa sacar al pez de su hábitat vital para darle
muerte. Atrapar o pescar a un hombre sumergido en el agua significa todo lo
contrario; significa eliminarlo de la esfera de la muerte y tirarlo en un
hábitat vital. Ahora la invitación que Jesús hacia a Simón es ésta: Sacar a los
hombres de las zonas de muerte donde corren el riesgo de ahogarse; donde corren
el riesgo de morir.
Y
termina diciendo Lucas que «entonces sacaron las
barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron». Dicho de otro
modo, la comunidad cristiana comienza a formarse en torno a Jesús. Pero no se
trata de una comunidad de pastores; Jesús no les invita a ser pastores, sino
una comunidad de pescadores de hombres que comuniquen la vida a todos aquellos
que tengan necesidad.
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