sábado, 8 de febrero de 2025

Homilía del Domingo V del Tiempo Ordinario, Ciclo C Lc 5, 1-11 Pesca milagrosa

 

Homilía del Domingo V del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lc 5, 1-11

          Nos cuenta el profeta Ezequiel que la abundancia de la pesca era una señal de la bendición divina: «A sus orillas vendrán los pescadores; tenderán redes desde Engadí hasta Enegláin. Los peces serán de la misma especie que los del mar Grande (el Mediterráneo), y muy numerosos» (cfr. Ez 47, 10). Estos pescadores obtienen una pesca abundante gracias al agua que brota del Templo de Jerusalén.

          Sin embargo, el evangelista Lucas presenta una pesca abundante pero no con el agua que sale o emana del Templo; sino de la que mana, brota de la Palabra de Jesús: «La gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios».

          Jesús estaba antes en Judea (cfr. Lc 4, 44), pero ahora cambia de escena y se encuentra «de pie a la orilla del lago de Genesaret», por lo tanto está en Galilea. Nos cuenta el evangelista que «vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes». Este estar lavando las redes es una cita, una referencia al profeta Ezequiel a esa pesca abundante: «Quedará, en medio del mar, como un secadero de redes» (cfr. Ez 26, 5).

          Jesús se sube «a una de las barcas, que era la de Simón». Jesús ya conocía a Simón porque había curado a su suegra (cfr. Lc 4, 38-39) y había estado en aquella casa y «le pidió que la apartara un poco de tierra». Hecho esto, Jesús «se sentó». El estar sentado es la posición del maestro, y como maestro «empezó a enseñar desde la barca a la muchedumbre». Sigue diciendo el evangelista que cuando Jesús había terminado de hablar hace algo muy extraño. Jesús no es un hombre de mar ni relacionado con la cultura del mar, sino que es un hombre de interior; y a pesar de esto se atreve dar lecciones de pesca a un experto en pesca y que había dedicado toda su vida a este trabajo, a Simón.

          Le dice a Simón que reme «mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca». Que lleve la barca hacia lo más profundo del lago para echar las redes allí. Simón le contesta con toda la razón: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada»; Simón le tiene en consideración porque reconoce en Jesús a alguien jerárquicamente superior a él. Todo el mundo sabía que el tiempo o el momento propicio para la pesca es durante la noche porque los peces suben hacia la superficie, mientras que por el día se adentran en la oscuridad. Y sigue diciendo Simón «pero, por tu palabra, echaré las redes». Esa palabra el evangelista la presenta como la Palabra de Dios, por esa palabra Simón echa las redes. Simón acepta el desafío lanzado por Jesús y echa las redes para pescar de nuevo en pleno día. Y como resultado «pescaron tan gran cantidad de peces que las redes amenazaban con romperse». El evangelista no dice cuántos peces capturaron, sino que únicamente nos dice que era una redada bastante grande. No dice el número de peces porque no se trata de un episodio de una crónica, sino que se está tratando de una reflexión teológica. Esa multitud de peces tan grande nos remite a la primitiva comunidad cristiana que siguió la Palabra del Señor. Echaron las redes hacia los marginados, los excluidos. Esa barca fue donde estaba más profundo el lago, es decir, allí donde se encuentran las personas que lo están pasando peor, los excluidos, los marginados, los desahuciados de la sociedad. Las redes estaban a punto de reventar con tanto pescado, con tantas personas que fueron rescatadas de la fosa de la muerte.

          «Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían». El evangelista Lucas ofrece una clara catequesis a la comunidad dejando en evidencia que Dios lo puede todo, que para Dios nada hay imposible; que después de una noche infructuosa para la pesca, acogiendo la Palabra de Dios, incluso durante el día se consigue tener tanta pesca hasta el punto que ambas barcas casi se hundan por el peso de la captura: Lo que era imposible, con Dios se hace realidad.

          El evangelista nos sigue diciendo que «al verlo, Simón Pedro cayó a las rodillas de Jesús». Por vez primera Lucas añade el nombre de Pedro al apodo negativo «Simón» que indica su terquedad y su dureza: le llama Simón Pedro. Al caer de rodillas ante Jesús es tanto como si Simón Pedro se sintiera poseído por Jesús. A lo que Simón Pedro dice a Jesús: «Aléjate de mí, Señor; que soy un hombre pecador». Jesús viene a llamar y a acercase a los pecadores, en cambio Simón Pedro le está pidiendo todo lo contrario. A lo que Jesús le responde a Simón Pedro: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres». A Jesús no le interesa si era pecador o no; a Jesús no le interesa su pasado como pecador. A Jesús le interesa el futuro de Simón Pedro. Jesús le está diciendo que mire al futuro, que alce la mirada hacia la gracia divina, no es lo que eres, sino lo que serás: «pescador de hombres». Jesús le invita a Simón Pedro a una relación nueva con Dios y con los hombres. Ser pecador de hombres es conducir a los hombres hacia la Vida.

          Pescar un pez, todo lo sabemos, significa sacar al pez de su hábitat vital para darle muerte. Atrapar o pescar a un hombre sumergido en el agua significa todo lo contrario; significa eliminarlo de la esfera de la muerte y tirarlo en un hábitat vital. Ahora la invitación que Jesús hacia a Simón es ésta: Sacar a los hombres de las zonas de muerte donde corren el riesgo de ahogarse; donde corren el riesgo de morir.

          Y termina diciendo Lucas que «entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron». Dicho de otro modo, la comunidad cristiana comienza a formarse en torno a Jesús. Pero no se trata de una comunidad de pastores; Jesús no les invita a ser pastores, sino una comunidad de pescadores de hombres que comuniquen la vida a todos aquellos que tengan necesidad.


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