sábado, 28 de diciembre de 2024
Homilía del Domingo de la Sagrada Familia Lc 2, 41-52 JESÚS PERDIDO Y ENCONTRADO EN EL TEMPLO
Domingo de la
Sagrada Familia 2024, ciclo C
Lc 2, 41-52 (29.12.2024)
El
evangelio de hoy es bellísimo. El evangelista nos da un primer indicio para
interpretar de un modo correcto el texto: No menciona por el nombre ni a María
ni a José. Lo que dice el evangelista es «los
padres de Jesús».
Se habla del padre, la madre; y cuando los semitas hablan así es porque se
refieren a ‘nuestro padre’ o ‘nuestros padres’ sin llamarles por su propio
nombre y se refieren a los primogenitores como los personajes representativos
de una realidad.
El padre en Israel
representa el vínculo con la tradición; el padre es el que tiene la tarea de
educar a los hijos en la fidelidad a lo que le ha sido transmitido desde la
antigüedad. El padre es la conexión con la historia del pasado, de toda la
tradición.
Y la madre de un
israelita es Israel.
Israel es la esposa amada por el Señor su Dios, por Aḏōnāy ( אֲדֹנָי ). Ella
es la madre de cada israelita. Y de aquí de nuevo el enlace con el pasado, con
la historia, con la tradición, como si fueran los eslabones de la cadena entrelazados
los unos a los otros.
En el evangelio de
Lucas presenta a estos padres como representantes de la tradición; son fieles a
la observancia de la tradición. Nos dice el evangelista que «solían ir cada
año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua». La Ley establecía el ir a
Jerusalén tres veces, en tres peregrinaciones al año (cfr. Dt 16, 16; Ex 12 +)
en la Pascua, en Pentecostés y en la Fiesta de las Tiendas. En realidad, por
las dificultades en el desplazamiento y por la distancia se quedó la costumbre
de realizar una sola peregrinación a Jerusalén. Y algunos judíos que vivían en
Roma o en Éfeso era una gran fortuna poder hacer esa peregrinación una sola vez
en la vida, a lo que le llamaban el ‘santo viaje’ para poder ver ‘la casa del
Señor’ en la ciudad santa.
La pregunta
fundamental es: ¿Cómo se comportará el niño Jesús ante esta tradición de
Israel? Si los padres representan la observancia de la tradición ¿cómo se
portará Jesús, el Mesías? ¿aceptará estas tradiciones o entrará en conflicto
con lo que siempre ha sido transmitido y enseñado en Israel? Lucas en su
evangelio ya introdujo una misteriosa profecía cuando sus padres llevaron a
Jesús al Templo para presentarle (cfr. Lc 2, 22-38). Dice el evangelista que «los padres introdujeron al niño Jesús,
para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, (Simeón) lo tomó en brazos y
alabó a Dios» y Simeón se volvió
a María diciéndole «éste está
destinado para la caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de
contradicción- ¡a ti misma una espada te atravesará el alma! -, a fin de que
queden al descubierto las intenciones de muchos corazones». Misteriosa profecía, pero María y José
no lo entendieron. Simeón no anunció una inserción tranquila y pacífica de
Jesús en el ámbito de las tradiciones de su pueblo. Simeón predijo que Jesús
tomaría decisiones sorprendentes para todos y para sus propios padres que habían
creído en este contexto de una observancia de todo lo que había sido enseñado y
recibido. El evangelista ya entonces notó que los padres no lo habían entendido
al señalar que «su padre y su
madre estaban admirados de lo que se decía de él»
(cfr. Lc 2, 33), es decir, ellos no entendían lo que allí se estaba diciendo;
ellos no estaban entendiendo que el Mesías estaba demostrando que las
expectativas de los hombres son erróneas, ya que ellos -como todo el pueblo-
estaban esperando un Mesías glorioso según el criterio de gloria de este mundo.
Jesús no seguirá esta tradición, sino que introducirá una novedad ya que la
gloria de Dios no es el dominio; la gloria de Dios es el amor, el servicio.
«Los padres de Jesús solían ir
cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años,
subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero
el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.
Estos,
creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se
pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se
volvieron a Jerusalén buscándolo.
Y
sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y
haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban
asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al
verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».
Él les
contestó:
«¿Por
qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero
ellos no comprendieron lo que les dijo».
La tradición de ir
a la fiesta de la Pascua se iniciaba a los trece años de edad, sin embargo,
Jesús tenía doce años (cfr. Lc 2, 42). Esto nos dice que estamos ante una
familia observadora de la tradición, al punto que no esperan a que el niño
tenga los trece años para llevarlo a Jerusalén; lo educa a la observancia de lo
que siempre se ha hecho.
El evangelista
Lucas al hacer referencia que el niño tenía doce años cuando fue con sus padres
a Jerusalén está haciendo referencia al profeta Samuel. Según Flavio Josefo en
su obra ‘Las antigüedades judías’, Samuel tenía doce años cuando comenzó a
profetizar (cfr. 1 Sm 3).
La fiesta de la
Pascua comprendía entre los 3 a 7 días. Y cuando llega el momento de abandonar
Jerusalén nos encontramos con que Jesús permanece en la ciudad. El término
griego que se usa no significa que ‘permaneciera en la ciudad’ o que ‘se
quedara en la ciudad’. La forma verbal empleada en griego es ὑπέμεινεν, (ypémeinen)
es decir, ‘él soportó’; ‘él resistió’ en Jerusalén, no sigue a sus padres en el
camino de regreso. El mensaje del evangelista es claro: el Mesías de Dios, en
el adolescente que está a punto de convertirse en adulto, comienza a refutar
las expectativas de los padres que están convencidos de que él les debe de
seguir, pero no les sigue. Seguirá un camino diferente al que ellos se
esperaban. Seguirá el camino trazado, no el de los hombres, sino el del Padre
Dios.
Buscan a Jesús y a
los tres días le encuentran en el Templo. El número tres es una clara
referencia a la búsqueda desesperada. Recordemos que este número tres nos
remite a las mujeres que fueron al sepulcro de Jesús buscándole entre los
muertos, entre los derrotados, entre los condenados de la historia (cfr. Lc 24,
1-4), en cambio se encontraron con la sorpresa de Dios que le vuelven a
encontrar vivo y vencedor de la muerte. Dios les manifiesta que los ganadores
no son los gobernadores poderosos de este mundo, sino los siervos, aquellos que
dan la vida por amor.
Aquí están los dos
caminos que divergen; el camino de los padres de la tradición -que representa a
los vencedores gloriosos de este mundo- y el del nuevo camino que sigue Jesús
que no es el de los padres, sino el de su Padre Celestial; que es el camino que
nos dice que es preciso perder la vida por amor.
En el Templo Jesús
estaba «sentado en medio
de los maestros» y Jesús los
escucha y les pregunta. Naturalmente el rabino o maestro está siempre sentado
en el centro rodeado entre sus discípulos; en cambio aquí es Jesús quien está
sentado en el centro y los rabinos en torno a él. Los alumnos son conocedores
de la Escritura que educan a la gente esperando a un Mesías que no responde, ni
mucho menos, con lo que Cristo viene a traernos. Y ¿cuál es la reacción de
estos escribas o rabinos que estaban alrededor de Jesús? Dice la Palabra: «Todos los que le oían quedaban asombrados
de su talento y de las respuestas que daba».
La traducción nos dice que ‘quedaban asombrados’, pero el término griego usado
es ἐξίσταντο (estaban fuera de sí). Este término griego no significa ‘asombro’
o ‘sorprendidos’. El término griego ἐξίσταντο significa que estos rabinos
estaban ‘fuera de sí’ y esta expresión indica un asombro negativo; los rabinos
están sorprendidos por sus respuestas que no están en sintonía ni de acuerdo con
las suyas, con las interpretaciones tradicionales. Y cuando dice la Palabra que
‘les hacía preguntas’ significa que se dan cuenta de que sólo él puede iluminar
la oscuridad de los textos del Antiguo Testamento. Recordemos que Jesús,
después de la resurrección, abrirá la mente de sus discípulos a la comprensión
de toda la Escritura (cfr. Lc 24, 13-35); toda la Escritura sólo se entiende a
la luz de Cristo. Lucas tira de la ironía al decir que Jesús escuchaba y
preguntaba; realmente cuando Jesús les hacía las preguntas no les dejaba tiempo
para responderlas, sino que él mismo las respondía sin esperar a que ellos le
respondieran.
Nos dice el libro
del Eclesiástico o del Sirácida: «La
sabiduría hace su propio elogio, se gloría en medio de su pueblo» (Eclo 24, 1). Cristo, el que es la Sabiduría
encarnada, estaba en el medio de su pueblo; ya que Jesús es la imagen de la
Sabiduría divina.
Los padres del
niño Jesús nos cuenta la Palabra que «al
verlo, se quedaron atónitos/perplejos».
Sus padres quedaron atónitos, perplejos, maravillados, pero no entendieron la
novedad que les traía su hijo; porque aceptar la novedad es siempre difícil. Si
no nos sorprendemos por lo que nos ha dicho Jesús es una muestra de no haber
entendido su camino. Nos sorprendemos porque nos damos cuenta que el camino que
él nos plantea es muy diferente a nuestro camino, nuestras tradiciones, nuestro
modo de pensar y sobre nuestro propio modo de razonar. María y José se
extrañaron, se quedaron atónitos, sorprendidos o perplejos porque ellos
entendieron que el modo de vivir, de ser, de razonar, de amar que su hijo venía
a traer al mundo era totalmente diferente a todo lo que antes ellos habían
conocido; de ahí su gran sorpresa. Recordemos lo que le dijo el arcángel a
Zacarías: «Tu hijo convertirá
al Señor su Dios a muchos hijos de Israel e irá delante de él con el espíritu y
poder de Elías, para que los corazones de los padres se vuelvan a los hijos» (cfr. Lc 1, 16-17). El corazón de un
israelita es la mente. La tarea del Bautista no será convencer a los niños de
que sigan la tradición; sino que ellos tendrán que liderar y guiar los
corazones de los padres hacia Cristo.
María le dice: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te
buscábamos angustiados». Su madre le dijo ‘hijo’. El término que
emplea Lucas para designar con el término ‘hijo’ es ‘τέκνον’, que señala ‘dado
a luz’, es decir, alguien sobre el que yo tengo un poder sobre él.
La respuesta de
Jesús a sus padres es nueva: «¿Por qué me buscabais?». Mientras a Jesús todos le escuchan, María
y José no le están escuchando. Estas son las primeras palabras que Jesús
pronuncia en el evangelio según san Lucas. Y son palabras muy importantes.
Desde un punto de vista histórico esta pregunta no se puede entender. No hay
una palabra de escusa ni un ‘lo siento’, ni una palabra que indique que se
hubiera dado cuenta de la angustia ocasionada a sus padres. Sin embargo, ese
mensaje es muy claro: Hay padres, hay custodios de la tradición que encarnan el
modo de pensar, de razonar, de juzgar y de hacer lo que siempre se ha hecho y
de lo que siempre se ha considerado justo. Jesús lo que dice es que no le van a
conducir por ese modo de pensar, de lo vivido en la tradición que no entiende
de amor, sino de una justicia entendida como venganza y miedo. ¿Por qué le
buscamos? ¿Porque queremos que él haga lo que nosotros queremos? ¿Porque le
queremos sacar de procesión en las semanas santas y montar todo un negocio en
torno a él en las Navidades y procesiones? ¿Quizás le buscamos para calmar
nuestras conciencias bautizando y casándonos por la Iglesia para luego vivir
como paganos? ¿Acaso le buscamos para que los niños y niñas se vistan de
Primera Comunión, tengan un festín por todo lo alto y luego se olviden de la
vida espiritual? ¿Acaso le buscamos porque nos interesa hacer uso del arte
sacro y así llenar las arcas? ¿Por qué le buscamos? ¿Qué cosa esperamos de
Jesucristo? Tengamos cuidado de no aprovecharnos de Jesús para llevarlo a
nuestro propio terreno y encima le intentemos de convencer que lo que nosotros
le planteamos a él es lo mejor y de mayor provecho. Por eso es tan importante
mantener el corazón abierto ante la novedad evangélica.
La segunda
pregunta que les hace Jesús a sus padres es: «¿No
sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Se usa el verbo
‘deber’ que implica el cumplimiento de la voluntad divina. Jesús sigue al
Padre, él no es el heredero de las tradiciones de Israel transmitido por el
padre humano.
Cada niño tiene su
propio destino y este destino deriva de la identidad con el conocimiento de
Dios. Los padres pueden querer dar continuidad en su hijo de los proyectos que
ellos han tenido o desarrollado: El padre labrador dejar las tierras a sus
hijos; el padre ganadero dejar en herencia el trabajo con los animales o con
una empresa o un mercado… La familia es el ambiente natural donde la persona
está llamada a nacer y a crecer. Pero en un cierto momento el hijo se tiene que
separar de la familia y seguir el camino que el Señor le indica, el cual está
en sintonía con la propia identidad de la persona. Los padres están llamados a
averiguar lo que el Señor quiere de ese hijo para luego lanzarlo a la vida, no
retenerlo.
Esta primera parte
del texto es fundamentalmente teológica. Ahora, hay una breve mención, pero
llena de un mensaje sobre el crecimiento de un hombre llamado Jesús de Nazaret:
«Él bajó con ellos y fue a
Nazaret y estaba sujeto a ellos.
Su madre
conservaba todo esto en su corazón.
Y Jesús
iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los
hombres».
En esta última
parte del pasaje evangélico ya se refiere directamente a sus padres, a María y
a José. Es decir, ya volvemos a la normalidad. María, José y Jesús después de
haber pasado la semana de Pascua en Jerusalén retornan a su hogar de Nazaret. Lucas
nos da una serie de pautas en esa vida familiar. En primer lugar, la sumisión del
hijo a los padres. “Estar sujeto a
ellos, bajo su sumisión” en Israel significaba dejarse modelar por ellos;
significaba asimilar los valores en los que ellos habían creído y que habían
plasmados en sus vidas. María y José habían asimilado estos valores de la Torá,
de los profetas; y luego han sido llamados a actuar y confrontar con Jesús esta
tarea.
José y María
encarnaban el mensaje de la Torá. Ellos habían hecho suyo lo que se dice en el
libro del Deuteronomio 6 cuando se dice el Shemá (שמע) al pueblo de Israel: «Escucha,
Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu
corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales
de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al
levantarte. Átalas a tu mano como un signo, y que estén como una marca sobre tu
frente» (Dt 6, 4-8). Este
mensaje del Shemá lo han encarnado y hecho propio tanto María como José y
estaba fijado en sus corazones. Estas palabras se las repitieron a su hijo
Jesús y fueron inculcadas en su hijo. La Palabra de Dios ha sido siempre el
punto de referencia y de esta Palabra de Dios ellos le hablaban continuamente. Obedecer
a los padres -aplicado en Jesús- es dar la bienvenida y acoger esta enseñanza de
los labios de José y de María. Y Jesús se daba cuenta como ellos dos encarnaban
en toda su vida la enseñanza de este mensaje de la Torá.
La segunda
observación que nos ofrece el evangelista Lucas se refiere a la madre, a María:
«Su madre conservaba todo esto en
su corazón». Jesús no seguía
a sus padres en el modo tradicional de interpretar la Biblia, y los padres se
sorprendieron de cómo Jesús estaba planteando un camino nuevo. María no entendía,
pero nunca rechazó la novedad. María es la mujer que acoge con agrado la noticia,
aunque ella no lo entendiera. Por esta razón, por la acogida de María, se
inicia en ella un proceso de transformación que lo hará traspasar de madre de
Jesús a discípula de Cristo. Para ella no le fue fácil aceptar ni entender lo
que le pasó a su hijo, ya que el camino que eligió su hijo no fue el del éxito
ni del triunfo, sino el de la entrega de la vida hasta el final.
Nos cuenta el
evangelista el crecimiento humano de Jesús: «Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante
Dios y ante los hombres». Este texto
concluye con una cita del profeta Samuel donde se nos dice que «mientras tanto, el niño Samuel iba
creciendo, y se ganaba el aprecio del Señor y de los hombres» (1 Sm 2, 26). ¿Por qué se hace esta
referencia a Samuel? Porque el evangelista tomó como modelo a la madre Ana, una
mujer estéril que por intervención divina logra convertirse en madre y su canto
de alabanza será la base del canto de alabanza de María en el Magníficat (cfr.
1 Sm 2).
Cuando uno observa
a Jesús en el evangelio y uno percibe los valores de Jesús y de las posiciones
y valoraciones que adopta ante los pecadores, su amor por los pobres, por los
más desvalidos; su rechazo de la hipocresía de los fariseos y su rechazo de la
falsa religión de los ritos y cuando se adhiere al amor a Dios y a los
hermanos… cuando uno le observa de cerca uno se percata que Jesús reproduce
perfectamente el rostro del Padre celeste. Para que Jesús fuera como fue, esa
imagen perfecta del rostro del Padre, se debió a que Dios eligiera
perfectamente a los dos padres que debían de educar a su hijo. Porque María y
José tuvieron que modelar el rostro de Jesús para que reprodujesen
perfectamente el rostro del Padre del cielo. Los niños que serán los futuros
hombre y mujeres no se reducen únicamente a la salud, a la educación, a la alimentación,
sino que también a otros valores que lo caracterizan como hombres y mujeres. El
primero de estos valores es ciertamente la relación con Dios; esta relación con
Dios es el significado que se le debe dar a la vida. Si los padres cristianos
quieren asimilarse a José y a María están llamados a criar a sus hijos
cuidándoles e inculcándoles la vida espiritual, la cual es la única que hace al
hombre plenamente persona.
lunes, 23 de diciembre de 2024
Homilía de Media Noche (Misa del Gallo) CICLO C Lc 2, 1-14
Homilía de la Misa de Medianoche (Gallo), Ciclo C
Lc 2, 1-14
24/25.12.2024
En este momento de la historia el hijo de Dios ha querido ser uno más de los nuestros. El evangelista Lucas nos ofrece una serie de preciosas indicaciones históricas con la finalidad de conocer el contexto donde el Señor ha venido a sumergirse entre nosotros. En las mitologías antiguas los acontecimientos sucedían sin ser contextualizados, sin conocer concretamente dónde acaecieron ni tampoco se sabía el momento histórico en los que ocurrieron: Sólo se decía que aconteció en tiempos pretéritos. En el presente caso el evangelista Lucas nos ofrece estas preciosas indicaciones históricas que hacen disipar cualquier tipo de dudas de lo que ahí se nos cuenta.
Lucas
comienza su evangelio con una indicación histórica que dice que en la época del
rey Herodes había en Jerusalén un sacerdote de Judea llamado Zacarías, el cual
tenía una mujer anciana llamada Isabel. Nos ofrece más datos, incluso íntimos:
Isabel era estéril (cfr. Lc 1, 36) y avanzada en años. Posteriormente Lucas retoma su relato con el
anuncio del nacimiento de Juan el Bautista. Por lo tanto, estamos en la época
de Herodes el Grande: En concreto en los últimos años de este cruel tirano. Es
en aquel entonces cuando María y José se enamoraron y estaban desposados, sin
haber empezado aún la convivencia matrimonial, ya que cada cual estaba en su
propia casa paterna.
En
el capítulo segundo el evangelista nos invita a levantar la mirada hacia un
pueblo muy pequeño de Palestina llamada Nazaret. Y a continuación Lucas nos
hace volver a levantar más la mirada hacia las grandes ciudades del imperio
-Roma y Antioquía de Siria-, en las que se decide el destino de la gente.
«Sucedió
en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se
empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino
gobernador de Siria». Estamos en el año 746 de la fundación de
Roma, que es para nosotros el año 7 a.C. Roma está disfrutando de la época
dorada de su historia. Octavio es emperador desde hace 20 años. Colocó su
palacio en el Monte Palatino donde vivía con su
tercera esposa Livia Drusila o Julia Augusta, madre de Tiberio, quien más tarde
se convertirá en emperador. Bajo el reinado del emperador Tiberio sí se
desarrollará toda la vida pública de Jesús.
Desde el palacio
del Monte Palatino el emperador Octavio dominará el mundo; sin embargo, Lucas
lo llamará César Augusto. El título de Augusto era un título otorgado por el
Senado romano. El título de ‘augusto’, del latín “augustus”, "el sagrado,
el venerable, el divino", le otorgaba el poder de comportarse, como
emperador que era, como un dios y que puede dominar y someter absolutamente a
todos. Como emperador se podía comportar como un dios. Sin embargo, aun siendo
cruel, ha pacificado el imperio poniendo fin a los desórdenes y a las
revoluciones que habían ensangrentado Roma durante un siglo. Con Augusto se
inicia un periodo de prosperidad y de desarrollo social y cultural en toda la
cuenca del Mediterráneo. De tal manera que muchos pensaban que estaban en la
edad de oro que estaba cantada por Virgilio en su cuarta Égloga, donde se
presenta una época gloriosa y un mundo pacífico.
El primer
personaje que Lucas mete en escena es el Augusto Octavio. El segundo personaje
es Cirino gobernador de la provincia de Siria, sobre el cual depende Palestina.
El historiador Flavio Josefo presenta a Cirino como una persona distinguida y
como una persona correcta y eso que formaba parte de esta estructura de poder
divinizado donde uno puede disponer de las personas según la propia voluntad.
El censo, del que
nos habla Lucas, desde el punto de vista histórico presenta mucha dificultad,
pero el evangelista lo ha introducido porque contiene un mensaje teológico muy
importante. La práctica de los censos es conocida en el Antiguo Medio Oriente
desde el cuarto milenio antes de Cristo existen documentos que testimonian la
existencia de censos realizados a la población ya en Mesopotamia y en Egipto. Y
en cada época siempre ha habido oposición a la realización de los censos porque
los ciudadanos no se esperaban nada bueno de los censos porque los principales
objetivos de los censos eran para saber de cuántos soldados se disponía para la
guerra y para la recaudación de los impuestos. Lucas nos presenta la
existencia de este censo porque es la señal de que el poder del emperador puede
dominar a todo su pueblo: Usar a las personas para hacer que las cosas sean
según sus intereses particulares; o sea, la propia imagen del mundo viejo, el
que es el más poderoso y dominador que se sirve de los demás a su antojo.
La religión de
Israel siempre ha considerado como blasfema esta visión de la sociedad en la
que el soberano puede contar a la gente-mediante un censo- para servir a sus
planes. Recordemos lo que dice la Torá que la gente no pertenece al soberano;
el pueblo es de Dios: «Yahvé vuestro Dios
es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, fuerte y
terrible» (cfr. Dt 10, 17);
«Yo soy tu porción y tu heredad entre los
israelitas» (cfr. Num 18,
20). Cuando el rey David se arroga el derecho de realizar un censo porque
quiere saber sobre cuántas personas está ejerciendo su dominio, su propio
general Joab intenta disuadirlo porque era una decisión abominable la del rey (cfr.
2 Sam 24, 1-17; 1 Cro 21) y de hecho este censo sobrevendrá consecuencias
dramáticas; la peste.
En la Torá se
habla de los censos que Dios mandó realizar a Moisés. Dios en el desierto del
Sinaí mandó a Moisés que realizase un censo cuando el pueblo salió de Egipto
(cfr. Num 1, 1-54). Pero la orden venía directamente de Dios. Durante la
peregrinación por el desierto de nuevo se realiza un censo mandado por Dios
(cfr. Ex 30, 11-16). Posteriormente en las Estepas de Moab cuando estaban por
entrar en la Tierra Prometida hay un nuevo censo (cfr. Num 26, 1-4). Los
rabinos no entendían el porqué Dios se empeñaba tantas veces en contar al
pueblo, porque Dios ya sabía cuántos eran, a lo que uno de los grandes rabinos
de la Edad Media llamado Shlomo Itzjak (1040-1105), conocido por el nombre
derivado de sus iniciales ‘Rashi’ decía que ‘Dios contó a su pueblo porque
quería ver si alguno se había perdido’. Sin embargo, este no es el significado
de los censos realizados por los emperadores, ya que ellos quieren dominar al
pueblo, pero el pueblo no es de su propiedad. La gente, los hombres pertenecen
a Dios. En la Biblia cuando se presenta el censo como algo ordenado por Dios
hay muchos verbos en hebreo para decir el verbo ‘contar, enumerar’ (לספור) que
se pronuncia ‘safarm’ o ( מָנָא) que se pronuncia ‘maná’. Pero cuando se habla
del censo ordenado por Dios no se emplea el verbo ‘contar’ se dice ‘nassa et
ros’ (להרים את הראש) que significa ‘alzar la cabeza’,
no simplemente contar. Dice Dios a Moisés ‘levanta las cabezas de la gente’, o
sea, le dice a Moisés que la gente vea un rostro y el rostro que vea la gente
les ha de remitir al mismo Dios. Dios no quiere que tengamos el rostro alicaído
o bajado, sino levantado porque hemos sido hecho a imagen y semejanza de Dios. Hay
una distancia abismal entre los censos realizados por los hombres y el censo
ordenado por el mismo Dios.
Ésta es la razón teológica por el que Lucas introduce el tema del censo:
Ordenar realizar un censo es la máxima expresión del dominio donde las personas
quedan sometidas totalmente a la disposición del soberano y los soberanos se
arrogan de este poder divino y en manos de los hombres deshumanizan a los
hombres.
«Y todos iban a empadronarse,
cada cual a su ciudad. También José, por ser de la casa y familia de David,
subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se
llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta.
Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio
a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo
recostó en un pesebre, porque no había sitio para
ellos en la posada». Después
de haber sido presentado a los dominadores del mundo y puestas ‘las cartas
sobre la mesa’ a cerca de sus intenciones manipuladoras, el evangelista
Lucas introduce a los pobres de la tierra, a aquellos que no importan nada.
José pertenece a la dinastía de David, pero se trata de una dinastía que ha
decaído y no tiene relevancia de ningún tipo; y junto a José está una muchacha,
que es su esposa, de unos catorce años, llamada María. El evangelista nos
ofrece una catequesis sobre la escala de valores según los criterios mundanos:
Primero el emperador Augusto, en segundo lugar el gobernador de la región de
Siria llamado Cirino, a continuación pasa a un pobre que es un varón, después
aparece la mujer y en el escalón más bajo está ocupado por un niño. ¿Qué nos
está diciendo el evangelista Lucas con esta escala de valores mundanos? Lo que
nos dice Lucas es que en el Reino de los Cielos esta escala mundana
es dada totalmente la vuelta. Se pondrá en el primer puesto, en la cúspide
de la escala de valores, el que ahora es el último. No en el sentido de que el
niño vaya al palacio en el Monte Palatino para que derroque de su trono a César
Augusto y que se ponga a dominar en su lugar, como diría el refrán castellano ‘el
mismo perro con distinto collar’. No era una intención de derrocar sino de
para demostrar que en esa escala nueva de valores quien es grande no es el que
ordena hacer el censo: La grandeza del mundo nuevo que Cristo ha venido a
introducir y a presentar es de la aquellos que sirven y están atentos de los
demás, no los que se dejan servir. Y este mundo nuevo se iniciará en Belén. Es
en Belén donde se inició la dinastía de David que había sido un fracaso a los
ojos del mundo. El profeta Miqueas nos dice: «En
cuanto a ti, Belén Efratá, la menor entre los clanes de Judá, de ti sacaré al
que ha de ser el gobernador de Israel»
(cfr. Mi 5, 1). Su dominio será sobre el mundo entero, pero su dominio no será
como aquellos que hacen los censos, sino el reino de los que son grandes en el
amor.
Después de
contarnos de un modo detallado el motivo por el cual José y María tenían que ir
a Belén, Lucas nos cuenta el nacimiento de Jesús de una manera muy rápida; sin
embargo, ofrece unas preciosas indicaciones teológicas:
María y José ya
estaban en Belén cuando a María le llegó el momento del parto. El evangelista
no nos dice que el momento del parto llegase de un modo de improviso mientras
ellos estaban llegando a Belén. El evangelista dice que «Y sucedió que, mientras estaban allí, le
llegó a ella el tiempo del parto».
Ellos ya se encontraban en Belén.
Y allí, mientras
estaban en Belén, María «dio a luz a su
hijo primogénito». ¿Por qué se hace
notar que es su hijo primogénito? La razón es porque el primogénito, de todas
las especies del mundo animal tenían que ser sacrificado al Señor. El libro del
Éxodo en el capítulo 13 dice que el primogénito del hombre no debe de ser
sacrificado (cfr Ex 13, 12-13) ya que ha sido redimido recordando cómo
Yahvé les sacó con brazo fuerte de Egipto y que todo es regalo de Dios y todo
ha de ser consagrado al Señor. Ahora bien, los animales debían de ser
sacrificados, pero el hombre primogénito no se sacrificará porque el hombre
pertenece a Dios y aceptan el diseño de Dios para con ellos. Jesús es el
primogénito que pertenece y asume totalmente el plan de Dios en él y lo
realizará en plenitud durante toda su vida.
El evangelista nos
cuenta que María «lo envolvió en
pañales». Es muy
importante este detalle porque es recordado dos veces. Recordemos que cuando el
ángel da el anuncio a los pastores se les dice que: «Esto os servirá de señal: encontraréis un
niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (cfr. Lc 2, 12). Envuelto en pañales.
Esto nos remite a un famoso texto del libro de la Sabiduría en el capítulo 7 en
el que el propio Salomón -el gran rey y el más sabio- nos cuenta cómo fue su
propio nacimiento, el cómo llegó a este mundo nos dice que «también yo soy un hombre mortal como
todos, descendiente del primero formado de la tierra. En el seno materno se
modeló mi carne; durante diez meses lunares fui cuajado en su sangre, a partir
de la simiente viril y del placer unido al sueño. Al nacer también yo respiré
el aire común, caí en la tierra que a todos nos recibe, y mi primera vez, como
la de todos, fue el llanto. Me crie entre pañales y cuidados. Pues ningún rey
comenzó de todo modo su existencia»
(Sb 7, 1-5). ¿Qué se pretende decir con esta reflexión del propio Salomón?
Lucas quiere decirnos que Jesús es un hombre como nosotros, no es un
superhombre, sin embargo, nació uno que siendo el hacedor del hombre se ha
hecho mortal como nosotros.
Las mujeres que
estaban en Belén asistieron a María durante el parto observando que ese recién
nacido es un hombre y que es el Hijo de Dios. Y lo primero que hace, como todo
niño que nace a este mundo, es la de comenzar a llorar. Las mujeres que
asistieron a María no eran conscientes realmente de lo que allí estaba
aconteciendo que la historia del mundo, a partir de este momento, quedó
dividida en dos partes: Antes y después de ese nacimiento. Sabemos que en
Israel las fechas se cuentan desde el inicio del mundo (por ejemplo, al año
2.025 es para ellos el año 5.786 del inicio de los tiempos). El nacimiento de
Jesús es la nueva creación de Dios para su pueblo.
Otro detalle es
que «lo recostó en un pesebre». Esto alude a una profecía de
Isaías del capítulo primero: «Conoce el buey a
su dueño, y el asno el pesebre de su amo; pero Israel no conoce, mi pueblo no
discierne» (cfr. Is 1, 3). Mientras
el buey y el asno reconoce a su señor, el pueblo de Israel no reconoce a su
Señor. Es un recordatorio de lo que el evangelista Juan dice en el prólogo: «En el mundo estaba, y el mundo fue hecha
por ella, pero el mundo no la conoció»
(cfr Jn 1, 10). El pueblo de Israel no le reconoció ni le dio su adhesión al
nuevo reino que él ha venido a traer.
Nos dice el
evangelista que «no había sitio para ellos en la posada». Pero esta traducción es incorrecta
porque han traducido el término griego ‘κατάλυμα’
(katályma) con el término ‘albergue o posada’. El término ‘albergue, posada’ es
‘ξενοδοχείο’ (senodokéio);
luego hay una traducción inadecuada del término griego. ‘κατάλυμα’
(katályma) debemos imaginarlo como una habitación, una sala protegida por un
techo colocada en frente de las cuevas, y en estas cuevas estaban los animales;
de tal manera que frente a la cueva había un techo que ampliaba el espacio y
debajo de este techo se desarrollaba la vida de la familia. No era un ambiente
adecuado ni reservado para un nacimiento. No era normal que una mujer diera a
luz debajo de ese techo, sino que era llevada dentro donde estaban los animales
para tener más privacidad. De ahí entendemos que Jesús esté colocado en un
pesebre.
¿Qué nos quiere
aportar estos detalles? Se nos ha contado desde el inicio de que Jesús había
sido rechazado por los hospederos y por los posaderos en Belén de tal modo que
tuvo que refugiarse en una cueva o en una gruta. Esta historia aparece ya en el
siglo segundo en los Diálogos con Trifón, san Justino Mártir
(100-165) ya comentaba que la Sagrada Familia se había refugiado en una cueva
a las afueras del pueblo: “Pero cuando el Niño nació en Belén, puesto
que José no pudo encontrar un alojamiento en ese pueblo, instaló su morada en
una cueva cerca de la aldea; y mientras ellos estaban allí, María dio a luz al
Cristo y lo puso en un pesebre, y aquí los Reyes Magos que vinieron de Arabia
lo encontraron”. Pero en realidad esta concepción es inconcebible porque
conociendo la atención y acogida tan cuidada en el Antiguo Medio Oriente en
todo lo referente a la hospitalidad es impensable que entre los semitas
pudiesen permitir que no acogieran a una mujer que estaba a punto de dar a luz
a su hijo. Lucas quiere presentarnos al Hijo de Dios que vino a ser uno de
nosotros en la condición más pobre y dolorosa de la humanidad. El Hijo de Dios
podía haber nacido en un palacio, pero eligió el último lugar. Este niño desde
ese pesebre ya nos está hablando de Dios, por eso no podemos perder esta
primera revelación de su rostro.
«En aquella misma región había
unos pastores que pasaban la noche al aire libre,
velando por turno su rebaño.
De
repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de
claridad, y se llenaron de gran temor.
El ángel
les dijo:
«No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran
alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un
Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño
envuelto en pañales y acostado en un pesebre.»
De
pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que
alababa a Dios, diciendo:
«Gloria
a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».
Cuando pensamos en
los pastores nos los imaginamos como personas buenas, con sus corderitos en sus
hombros dirigiéndose hacia la gruta. Pero estos no son los pastores de los que
nos habla el evangelio de hoy. En Israel el pastoreo era estimada y apreciada
cuando eran nómadas en el desierto. Pero cuando se instalaron en la Tierra
Prometida se convirtieron en agricultores y el pastoreo pasó a ser una
actividad marginal y también despreciada. Entre los pastores y agricultores
había gran rivalidad porque los pastores buscaban los pastos y a menudo con sus
rebaños invadían los campos cultivados de los agricultores. En todo el Antiguo
Medio Oriente se despreciaba el trabajo de pastor. En el libro del Génesis se
nos cuenta lo que pensaban los egipcios de los pastores que eran una
abominación: «Así, cuando os llame el faraón y os pregunte cuál es vuestro
oficio, le decís que habéis sido ganaderos desde la mocedad hasta ahora, lo
mismo que vuestros padres. De esta suerte os quedaréis en el país de Gosen. (Y
es que los egipcios detestan a todos los pastores de ovejas)» (Gn 46, 33-34).
Pero no era
únicamente el desprecio social que sufrían los pastores, sino también el
desprecio religioso en Israel. Eran colocados al mismo nivel que los
publicanos, por lo tanto, tenían el máximo de los desprecios. Los pastores
estaban privados de sus derechos civiles ni podían testimoniar porque estaban
consideradas como personas falsas y como ladrones. Por lo tanto ningún rabino
compraría jamás leche de los pastores. Eran personas muy violentas y fácilmente
resolvían sus discusiones con los cuchillos. Y ellos sabían que eran
despreciados por todos.
El Talmud -escrito
por los antiguos estudiosos rabinos- dice que si se te cae una oveja propia en
el pozo hay que sacarla, pero si se cae al pozo un publicano o un pastor
déjalos dentro (cfr. Mt 12, 11-12). ¿Qué cosa nos quiere decir el relato
evangélico de hoy con estos pastores? Nos dice que «pasaban la noche al aire libre,
velando por turno su rebaño». Este dato nos
ofrece otro dato: Jesús no nació en invierno porque los rebaños se quedaban al
aire libre de marzo hasta octubre, ya que cuando hacía frío, en invierno, las
ovejas eran resguardadas por las noches dentro de las grutas. Pero esto es un
detalle marginal.
Lo importante es
que era de noche, al decir que «pasaban la noche». La noche representa la noche de la
humanidad, donde se da toda la violencia, la maldad, donde reina todas nuestras
concepciones falsas del rostro de Dios. Estaban totalmente envueltos por la
obscuridad de la noche. Y es en medio de esta noche cuando brilla una luz inesperada
a los que pasaban la noche haciendo guardia por cuidar a los rebaños. De la
noche nos dice el libro de la Sabiduría; «Cuando
un silencio apacible lo envolvía todo y la noche llegaba a la mitad de su
carrera, tu palabra omnipotente se lanzó desde los cielos» (Sb 18, 14-15). Es esta palabra
omnipotente la que ahora ilumina las tinieblas de nuestro mundo; será la
palabra y la luz del rostro nuevo de Dios y del rostro del hombre auténtico; y
la noche es iluminada. El libro de la Sabiduría dice que la noche estaba a la
mitad, cuando la oscuridad es más espesa, de ahí la tradición de la misa de
medianoche. Y en medio de esta densa oscuridad de la noche un ángel del Señor
se presenta a los pastores y la gloria del Señor les envuelve con su luz. La
gloria del Señor se lo imaginaban como una fuertísima explosión de su potencia
y de la ira divina contra los malvados. Y ellos «se
llenaron de gran temor». El texto
original dice que ‘se asustaron/se espantaron con un enorme susto’. ¿Por qué se
asustan los pastores? Se asustan porque ellos sabían que estaban lejos de Dios
y la catequesis que ellos habían recibido era que ellos era que Dios tenía que
destruirlos. El profeta Malaquías había dicho que cuando venga el Señor «será como fuego de fundidor y lejía de
lavandero. Se sentará para fundir y purgar. Purificará a los hijos de Leví y
los acrisolará como el oro y la plata»
(cfr. Ml 3, 2-3). Los pastores sabían que los primeros que iban a ser
aniquilados y borrados de la faz del mundo con la venida del Señor iban a ser
ellos; lo sabían porque eran gente impura, no podían acudir ni al Templo ni a
la sinagoga. Ellos son conscientes de su propia condición y por esos ellos
estaban ‘asustados con un susto grande’. Sin embargo, el ángel les dice: «No temáis, os anuncio una buena noticia
que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha
nacido un Salvador, el Mesías, el Señor».
Es el anuncio de un Dios que no nos despedaza, sino que es la revelación del
rostro de Dios que es amor y solo amor y que nos ama, así como somos.
La señal que se
les da a los pastores: «Encontraréis un
niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Es un niño como
todos los niños; no es un niño con la aureola en la cabeza. La señal del
verdadero Dios es un niño pobre entre los pobres.
Y una multitud de
ángeles alababan a Dios. Son todos aquellos que han acogido la luz que ha
venido a traer Cristo. Somos la comunidad de discípulos que acogen el verdadero
rostro de Dios y le cantan.
Ahora bien ¿quiénes son esos ‘hombres de buena voluntad’? Son los hombres llenos de la benevolencia, o sea, los pequeños, los que no cuentan. Aquí está el canto de esta comunidad que ha acogido la luz. Ellos han entendido que los hombres de la benevolencia de Dios son los pequeños, los últimos. La gloria está en que Dios te ama tal y como eres; no te ama porque seas bueno, simpático o servicial. Te ama tal y como eres porque eres su hijo.
sábado, 21 de diciembre de 2024
Homilía del Cuarto Domingo de Adviento, Ciclo C; Lc1, 39-45 ; La Visitación de María a Isabel
Homilía del Cuarto Domingo de Adviento, Ciclo C
Lc 1, 39-45
La visitación de
María a su pariente santa Isabel
22.12.2024
El
evangelio de hoy nos ofrece un episodio de la vida de María; la visita a santa
Isabel. Este episodio ha sido siempre entendido y leído como una narración de
los hechos dentro de la vida de María y de su hijo Jesús.
Este episodio era
interpretado de un modo muy sencillo: María al enterarse en el anuncio del
arcángel san Gabriel del embarazo de su prima Isabel, ella inmediatamente se
fue a su encuentro porque pensó que su prima Isabel precisaría de ayuda.
Siempre se ha hablado de dos primas, pero en realidad el término que viene
escrito en el texto original griego es ‘συγγενής’, que significa simplemente
‘pariente’, no prima. De hecho, es muy difícil imaginar que una muchacha
adolescente, una niña, como era María, fuera la prima de Isabel la cual era de
avanzada edad (cfr. Lc 1, 18). Isabel podría ser una tía o una abuela de María.
De todos estos son detalles marginales. Con una lectura sencilla uno se
encuentra con un gesto cortés de María y no con un gran mensaje para nosotros y
en nuestro contexto social, cultural, político, religioso…
La historia
presenta una serie de dificultades. ¿Cómo es posible que el padre o el
marido permitieran a una niña de trece o catorce años que emprendiese un viaje
sola? En aquel tiempo los viajes comportaban serios peligros de todas las
clases: Una cosa inaceptable en la sociedad y en la cultura de aquel tiempo. Tal
vez se pueda alegar que estuvo acompañada de José, sin embargo, el evangelio ni
le mienta en este episodio.
Es también
extremadamente extraño que una niña de edad se pusiera en camino «de prisa
hacia la montaña», con prontitud desde Nazaret hasta esa población
montañosa de Judá -la cual está identificada con el nombre de ‘Ain Karim’-,
unos 130 kilómetros. La tradición religiosa coloca en el pueblo de Ain Karim el
lugar donde estaba la casa de Isabel y de Zacarías. Seguramente no faltarían a
Isabel las amigas, ciertamente experimentadas en el parto y en la crianza de
los hijos, la cuales estarían prontas para ayudarla. Uno no cree que las
parteras o comadronas locales considerasen apropiado que una niña se entrometa
en algo que no conoce, cosa que ellas lo sabían hacer con gran experiencia
práctica.
Más extraño aún es
que María después de estar tres meses con sus parientes (cfr. Lc 1, 56) se
hubiera ido, supuestamente -sino antes- más dar a luz a Juan, cuando Isabel
precisaba más cuidados para poderse recuperar del parto. Este episodio plantea
una serie de dificultades, pero sobre todo tiene pocas cosas que decirnos.
¿Qué es lo que
realmente quiere comunicarnos el evangelista con este episodio de la
visitación? El evangelista, partiendo de este episodio y sirviéndose de
imágenes bíblicas y haciendo referencia a episodios bien conocidos desde la
antigüedad recogidos en el Antiguo Testamento ha compuesto una página de
teología, no de noticias cronológicas. Por eso es importante entender el
significado de estos recordatorios bíblicos de la historia del pueblo de
Israel.
«En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino
de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá». Este texto donde se nos cuenta que «María se levantó y se puso en camino de
prisa hacia la montaña» nos remite a un
texto nupcial entre el amado y la amada recogido en el libro del Cantar de los
Cantares:
«Habla mi amado y me dice:
Levántate, amada
mía,
hermosa mía y ven.
Mira, el invierno
ya ha pasado,
las lluvias
cesaron, se han ido.
Brotan las flores
en el campo,
llega la estación
de la poda,
el arrullo de la
tórtola
se oye en nuestra
tierra.
En la higuera
despuntan las yemas,
las viñas en flor
exhalan su perfume.
Levántate, amada
mía,
hermosa mía, y
vente.
Paloma mía, en las
oquedades de la roca,
en el escondrijo
escarpado,
déjame ver tu
figura,
déjame escuchar tu
voz:
es muy dulce tu
voz
y fascinante tu
figura».
(Ct 2, 10-14)
El amado es Dios y
la amada es el pueblo de Israel. Es todo un contexto nupcial, y nos indica que
ya está el tiempo maduro para la Nueva Alianza, que es una alianza esponsal. Y
en esta alianza está representada María. El texto evangélico es una construcción
del evangelista san Lucas que no desmiente la historia, porque perfectamente lo
podía haber omitido en su evangelio el pasaje de la visitación; pero al
evangelista lo que le interesaba era hacer un cuadro teológico bien preciso: María
es la nueva Arca de la Alianza. La cual, después del anuncio del arcángel,
lleva en su seno a Cristo, la Palabra. María ‘oyó la voz de su amado’, del Cantar
de los Cantares. Y ella, ante esta voz del amado se levantó, «se puso en
camino de prisa». Y así es María,
que es el Arca de la Nueva Alianza, y se va por los montes, «hacia la
montaña». ¿Y qué va haciendo María? Buscando a su amado. Cuando se
encuentra con su pariente Isabel hay un intercambio entre la voz que ha
recibido Isabel del arcángel Gabriel que le dijo que iba a ser madre (y Juan el
Bautista será el nuevo Elías), y cuando María se acerca buscando la palabra que
ha escuchado y que lleva dentro se siente como una mujer que ya no va a parar
quieta en toda su vida por ser discípula de su amado. Ella va detrás de Jesús a
las bodas de Caná, va detrás de Jesús a Cafarnaúm, va detrás de él con las
mujeres atendiéndole, está detrás de él en el Calvario, hasta la cruz porque allí
también estará María siguiendo a su amado, Jesucristo.
El texto
precedente es el de la anunciación del arcángel San Gabriel a María; el cual le
dijo «el Espíritu Santo
vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra» (cfr. Lc 1, 35). Muy importante esta
imagen de ‘la sombra’ que se posa sobre María ya que a partir de ese
momento en su vientre se concibió el hijo de Dios. En el Antiguo Testamento la
sombra y la nube son imágenes que indican la presencia del Señor (cfr. Ex 13,
22; Ex 19, 16; Ex 24, 16; Sal 17, 8; Sal 57, 2; Sal 140, 8) y la presencia del
Señor es protección. El Salmo 121 nos dice: «Es
tu guardián, Yahvé, Yahvé tu sombra a tu diestra. De día el sol no te herirá,
tampoco la luna de noche». El Señor te cubrirá con su presencia amorosa
te protegerá del sol con su sombra. Se emplea una imagen muy típica del Medio
Oriente donde hace mucho calor y la sombra es un signo de protección. Y es el
salmista quien clama a Dios y le ruega que le esconda a la sombra de sus
divinas alas. El salmo 67 nos lo vuelve a decir con otras palabras: «Si acostado me vienes a la mente, quedo en
vela meditando en ti, porque tú me sirves de auxilio y exulto a la sombra de
tus alas; mi ser se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene».
Aunque la imagen
de la nube tenga el mismo significado indica ‘la presencia del Señor’, que ‘el
Señor está presente’. Cuando Moisés sube a la montaña para salir al encuentro
del Señor una nube desciende y cubre el monte (cfr. Ex 24, 15-16). También en
el libro del Éxodo nos narra que cuando el pueblo de Israel caminaba por el
desierto era precedido por la nube, signo de la presencia de Dios que guía a su
pueblo (cfr. Ex 13, 21; Dt 1, 33). Por lo tanto, la sombra y la nube son imágenes
bíblicas para indicar la presencia del Señor. Esto no es únicamente del Antiguo
Testamento, también nos lo encontramos en el Nuevo Testamento durante la
transfiguración, ya que nos dice el evangelista que «una nube luminosa los
cubrió con su sombra» (cfr. Mt 17, 5) a
Jesús y a sus tres discípulos.
Cuando Lucas dice
que «el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra»
pretende contarnos una sublime verdad: Dios está presente en el seno de María. El
evangelista, en el texto de la visitación de hoy, desarrolla este mensaje de la
divinidad del hijo de María con otra imagen bíblica: El Arca de la Alianza. María
es el nuevo Arca de la Alianza. En Israel el Arca de la Alianza era la señal de
la presencia de Dios en medio de su pueblo.
Según el libro del
Éxodo el Arca de la Alianza contenía las dos tablas de piedra en las que Dios
había escrito los Diez Mandamientos (cfr. Ex 40, 20), por lo tanto, en el Arca
estaba la Palabra que Dios había revelado a su pueblo. Durante el éxodo una
nube cubría la tienda donde estaba guardada el Arca, porque era el signo de la
presencia de Dios. Cuando el pueblo de Israel cruzó el río Jordán para entrar
en la Tierra Prometida dice el libro de Josué que los pies de los sacerdotes
que llevaban el Arca de la Alianza hicieron que las aguas del Jordán se
separasen y todo el pueblo pudo pasar a pie firme y en seco todo el río (cfr.
Jos 3, 14-17).
El pueblo de
Israel llevaba el Arca de la Alianza -la presencia de Dios- al campo de batalla
para luchar contra sus enemigos. Aunque las cosas no les fueron bien contra los
filisteos, los cuales capturaron el Arca (cfr. 1 Sam 4), aunque posteriormente
fue recuperada por Israel (cfr. 1 Sam 6). Fue recuperada el Arca de la Alianza
porque los filisteos tienen miedo de tener algo tan santo como es el Arca.
Ellos eran muy supersticiosos y además sabían que no les iba a favorecer a
ellos. Se dieron cuenta de cómo, coincidiendo con la estancia del Arca entre el
campamento de los filisteos, sufrieron mucho de hemorroides, o bien de abscesos
provocados por la disentería. Por lo que los filisteos querían quitarse del
medio el Arca ya que «los alaridos de
angustia de la ciudad subieron hasta el cielo»
(cfr. 1 Sam 5, 6-12). Y por eso devolvieron el Arca a los hebreos.
Lucas presenta a
María como la verdadera Arca de la Alianza al tener dentro de su seno al hijo
del Altísimo. El Arca de la Alianza para los israelitas era un objeto material
(cfr. Ex 25, 10-22), signo de la presencia del Señor; no estaba realmente
presente el Señor, era únicamente un signo. En María, la verdadera Arca de la
Alianza, Dios está realmente presente. El evangelista Lucas va a presentar a
María reviviendo/recordando el viaje que se realizó con el Arca de la Alianza
hasta que llegó a las montañas de Judá, a Jerusalén.
El Arca de la
Alianza había sido capturada por los filisteos -tal y como antes lo había
comentado- y una vez devuelta a los israelitas la pusieron en una ciudad,
situada en una colina, llamada Quiriat Yearin -15 km al oeste de Jerusalén-
(cfr. 1 Sam 6, 21). Allí, esa localidad, colocaron el Arca de la Alianza, una
vez recuperada por el pueblo de Israel.
Posteriormente el
rey David quiso que el Arca de la Alianza fuese llevada a Jerusalén y la
colocó, de un modo provisional durante tres meses, en la casa de Obededón,
el de Gat (cfr. 2 Sam 6, 10). Por cierto, tres meses fue el tiempo en el
que María, el verdadero Arca de la Alianza, estuvo en casa de Zacarías e Isabel
(cfr. Lc 1, 56). Recordemos que los cristianos leemos e interpretamos el
Antiguo Testamento a la luz del Nuevo Testamento. Estos tres meses era el
tiempo aplicado a María, verdadera Arca de la Alianza.
Y nos cuenta la
Biblia que cuando el Arca entró en la casa de Obededón, toda su familia quedó
colmada de bendiciones del Señor (cfr. 2 Sam 6, 11). Esa familia gozó de paz,
libres de enfermedades, abundante fecundidad, de tal manera que estas noticias
tan favorables llegaron a los oídos del propio rey David (cfr. 2 Sam 6, 12). Y
donde llega María, la verdadera Arca de la Alianza, se difunde y contagia la
alegría. Con María viene la paz, sólo tenemos que escuchar lo que sucedió
cuando María llegó a la casa de Zacarías: «En
cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno».
«Entró en casa de Zacarías y
saludó a Isabel». María al decir
‘sí’ a Dios quedó involucrada en el proyecto de Dios. Y María estaba deseando
de compartir esta gozosa experiencia divina con alguna persona que la pudiera
entender. Ésta es la razón por la cual decidió ir donde Isabel, ya que ella
también estaba involucrada en el diseño de amor del Señor. María cuando llega a
la casa de Zacarías no saluda al dueño de la casa, el cual está mudo (no podía
hablar) ya que no creyó en el proyecto de Dios; por lo tanto, Zacarías no podía
entender a María ni entender que dentro de ella estaba llevando en su seno al Hijo
del Dios Altísimo. Zacarías estaba allí sólo ‘de cuerpo presente’. Por eso no
saludó María a Zacarías. Por eso María se dirige y saluda a Isabel ya que ella
sí ha entendido que Dios está llevando a cabo las promesas hechas por boca de
los profetas.
El diálogo entre
estas dos mujeres se inicia con el saludo. Si se hubiera tratado de un simple
saludo el propio evangelista no lo hubiera recogido por escrito. Si Lucas
recogió por escrito este saludo es porque el propio Bautista saltó de alegría
en el vientre de Isabel. ¿Qué sucedió en ese saludo entre estas dos mujeres
para que Juan saltase de alegría en el vientre de Isabel? Cuando los judíos se
encuentran se desean una sola cosa, ‘Shalom’ (שָׁלוֹם), paz y significa
‘te deseo cada bendición y que el Señor te conceda toda la vida y a la
alegría’. Este saludo dado por María a Isabel contiene todas las promesas de
paz que se encontraban en el Antiguo Testamento: El Mesías prometido traería al
mundo la paz, el ‘Shalom’. El Salmo 72 vers.7 reza diciendo «florecerá
en sus días la justicia, prosperidad hasta que falte la luna». El profeta
Isaías llama al Mesías con el título de ‘Príncipe de Paz’ (cfr. Is 9,
5). El profeta Zacarías en el capítulo 9 dice: «¡Exulta
sin freno, Sión, grita de alegría Jerusalén! Que viene a ti tu rey: justo y
victorioso, humilde y montado en un asno, en una cría de asna. Suprimirá los
carros de Efraín y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de guerra,
y él proclamará la paz a las naciones»
(cfr. Zac 9, 9-10). Cuando María dice a Isabel ‘Shalom’ está diciendo a Isabel
que el Mesías esperado ha llegado y que trae la paz consigo.
Quien acoge la
Palabra de Dios y la encarna en la propia vida se convierte en un arca de la
alianza porque esa persona se hace embajador del Hijo de Dios en medio de su
gente. Cuando entra María en cualquier casa lleva consigo la paz. Jesús se lo
dirá a sus discípulos: «Si entráis en una
casa, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y si hubiera allí un hijo de paz,
vuestra paz reposará sobre él»
(cfr. Lc 10, 5). Cristo ha venido a traernos la paz.
«Aconteció que, en cuanto Isabel
oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre». En el segundo libro de Samuel en el
capítulo seis nos cuenta lo que sucedió en Jerusalén cuando llegó el Arca de la
Alianza; se dice que fue una explosión de alegría, cantando, bailando… E
incluso el propio rey David se puso a danzar delante del Arca, lo cual era algo
impropio de la dignidad de un rey: «David
danzaba girando con todas sus fuerzas delante de Yahvé, ceñido de un Efod de
lino» (un vestido
sacerdotal), (cfr. 2 Sam 6, 14). Con esos saltos y bailes del rey David
representan a la esposa llena de alegría. ¿Qué es lo que pasó cuando Isabel oyó
el saludo de María? Lo que sucedió es que el Bautista que lleva en su vientre
comienza a saltar de alegría, a danzar, tal y como lo hizo el rey David cuando
vi llegar el Arca del Señor. Juan el Bautista «saltó
de alegría en su vientre» porque el Arca
del Señor ha llegado. El evangelista Lucas lo ha recogido de la tradición judía.
¿Cuál es el
mensaje para nosotros? Allí donde hay alguien que como María lleva consigo al
Señor lleva allí la alegría. La alegría es uno de los frutos del Espíritu Santo,
comienza la fiesta y se inicia la danza. La alegría es la señal de que en una
casa ha entrado el Señor. «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del
mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia la salvación»
(…)!» (Is 52, 7). La paz y la alegría es la firma que el Señor pone que nos
asegura que eso o que aquello viene de Dios.
«Se llenó Isabel del Espíritu
Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito
el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me
visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos,
la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada
la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá». Nos cuenta que Isabel «levantando la voz, exclamó», o sea, Isabel grita. Es un grito de
alegría porque el arca del Señor está ya en el campamento, en medio del pueblo
de Israel y porque saben que la presencia de Dios es ya la victoria obtenida; y
al mismo tiempo es un aviso serio a los enemigos para que no se acerquen (es
más, cuando oían esos gritos los enemigos huían despavoridos porque sabían que iban
a fracasar porque los israelitas contaban con la presencia del arca en medio de
ellos) ya que era un grito de guerra. Recordemos que el pueblo de Israel
llevaba el Arca a la guerra: «Cuando el arca de
la alianza de Yahvé llegó al campamento, todos los israelitas lanzaron un gran grito
que hizo retumbar las tierras»
(cfr. 1 Sam 4, 5). Este grito religioso y guerrero formaba parte del ritual del
arca tal y como nos lo cuenta el libro de los Números 10, 5 y siguientes. Ese
grito o clamor de Isabel es de guerra porque el mal va a ser vencido y de
alegría porque dicha victoria contra el mal está ya asegurada y garantizada
totalmente por el Señor, el cual es portado por María, el Arca de la Nueva Alianza.
Porque la nueva Eva, María, pisará la cabeza de la serpiente.
Isabel bendice a
María. Bendecir en la Biblia significa desear fecundidad, desear vida. Y María
no es sólo bendita entre todas las mujeres, sino más bien de todas las demás
mujeres. Quiere significar que no ha habido nadie como María ni lo habrá, ya
que ella es la portadora de la Vida. La mujer es la imagen de la vida. E Isabel
manifiesta abiertamente que el fruto del vientre de María lleva consigo la
verdadera vida, la cual no procede de la tierra, sino del cielo. De Judit se
dice que «hija, que te bendiga
el Dios Altísimo entre todas las mujeres de la tierra» (cfr. Jdt 13, 18). Judit y María son
prototipos de oración y de fidelidad. Judit representa a Israel y María a la
Iglesia. Judit -la viuda de Manasés (cfr. Jdt 8, 2)- cortó la cabeza del cruel
tirano Holofernes en un contexto de persecución y de hostilidad. Judit encarna
las más destacadas virtudes de su pueblo y con ellas se enfrenta al prepotente
agresor -el general Holofernes-, convirtiéndose en mediadora de la salvación de
Dios. María es la nueva y más potente mediadora de todas las gracias, después
de Jesucristo.
En las palabras de
Isabel hay una nueva llamada al Arca de la Alianza: ‘¿A qué debo que la madre
de mi Señor venga a mí?’, «¿Quién soy yo para
que me visite la madre de mi Señor?».
Esta frase no es inventada por Isabel, sino que la copió del rey David que
cuando llegó a Jerusalén el Arca de la Alianza exclamó ‘a qué debo que venga a
mí el Arca de la Alianza’ (cfr. 2 Sam 6, 9), «¿cómo
voy a llevar a mi casa el arca de Yahvé?»,
‘¿Quién soy yo para que venga a mí el arca del Señor?’. Y David irá delante del
Arca bailando y saltando con las vestiduras religiosas.
Isabel dirigiéndose
a María le dice: «Bienaventurada
la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá». Esta frase
dicha por Isabel estaba dicha refiriéndose a su esposo Zacarías. El cual estaba
allí mudo, sin poder hablar, sólo escuchando y contemplando toda la escena. Era
tanto como decirle a Zacarías: ‘¡Tú, que eres un sacerdote y además de la casta
sacerdotal alta y no has creído y por eso estás mudo!’. Cuando Isabel dice «Bienaventurada la que ha creído» el evangelista Lucas desea involucrar e
incluir a todos aquellos creyentes que, como María, creen en las promesas de Dios
y son dóciles ante su Palabra. Es una invitación a ser como María, a ser
personas que confían, que creen en la Palabra y de este modo seremos declarados
como María, bienaventurados. Recordemos aquella escena evangélica cuando una
mujer se queda encantada escuchando a Jesús y en un cierto punto lanza aquella
frase: «Dichoso el seno
que te llevó y los pechos que te amamantaron»;
a lo que Jesús le contestó: «Más bien, dichosos/bienaventurados
los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica» (cfr. Lc 11, 27-28). De nuevo Jesús desea
involucrarnos a todos en esta dicha, en esta bienaventuranza. Si quieres ser bienaventurada
como María escucha la Palabra de Dios y obedécela. De este modo, como María, mantendrás
una relación esponsal con el Amado.