sábado, 28 de diciembre de 2024

Rito completo de apertura de la Puerta Santa en la prisión de Rebibbia p...

Así fue la apertura de la Puerta Santa 24.12.2024 ROMA

Homilía del Domingo de la Sagrada Familia Lc 2, 41-52 JESÚS PERDIDO Y ENCONTRADO EN EL TEMPLO

 

Domingo de la Sagrada Familia 2024, ciclo C

Lc 2, 41-52 (29.12.2024)

 

         El evangelio de hoy es bellísimo. El evangelista nos da un primer indicio para interpretar de un modo correcto el texto: No menciona por el nombre ni a María ni a José. Lo que dice el evangelista es «los padres de Jesús». Se habla del padre, la madre; y cuando los semitas hablan así es porque se refieren a ‘nuestro padre’ o ‘nuestros padres’ sin llamarles por su propio nombre y se refieren a los primogenitores como los personajes representativos de una realidad.

El padre en Israel representa el vínculo con la tradición; el padre es el que tiene la tarea de educar a los hijos en la fidelidad a lo que le ha sido transmitido desde la antigüedad. El padre es la conexión con la historia del pasado, de toda la tradición.

Y la madre de un israelita es Israel. Israel es la esposa amada por el Señor su Dios, por Aḏōnāy ( אֲדֹנָי ). Ella es la madre de cada israelita. Y de aquí de nuevo el enlace con el pasado, con la historia, con la tradición, como si fueran los eslabones de la cadena entrelazados los unos a los otros.

En el evangelio de Lucas presenta a estos padres como representantes de la tradición; son fieles a la observancia de la tradición. Nos dice el evangelista que «solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua». La Ley establecía el ir a Jerusalén tres veces, en tres peregrinaciones al año (cfr. Dt 16, 16; Ex 12 +) en la Pascua, en Pentecostés y en la Fiesta de las Tiendas. En realidad, por las dificultades en el desplazamiento y por la distancia se quedó la costumbre de realizar una sola peregrinación a Jerusalén. Y algunos judíos que vivían en Roma o en Éfeso era una gran fortuna poder hacer esa peregrinación una sola vez en la vida, a lo que le llamaban el ‘santo viaje’ para poder ver ‘la casa del Señor’ en la ciudad santa.

 

La pregunta fundamental es: ¿Cómo se comportará el niño Jesús ante esta tradición de Israel? Si los padres representan la observancia de la tradición ¿cómo se portará Jesús, el Mesías? ¿aceptará estas tradiciones o entrará en conflicto con lo que siempre ha sido transmitido y enseñado en Israel? Lucas en su evangelio ya introdujo una misteriosa profecía cuando sus padres llevaron a Jesús al Templo para presentarle (cfr. Lc 2, 22-38). Dice el evangelista que «los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, (Simeón) lo tomó en brazos y alabó a Dios» y Simeón se volvió a María diciéndole «éste está destinado para la caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción- ¡a ti misma una espada te atravesará el alma! -, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones». Misteriosa profecía, pero María y José no lo entendieron. Simeón no anunció una inserción tranquila y pacífica de Jesús en el ámbito de las tradiciones de su pueblo. Simeón predijo que Jesús tomaría decisiones sorprendentes para todos y para sus propios padres que habían creído en este contexto de una observancia de todo lo que había sido enseñado y recibido. El evangelista ya entonces notó que los padres no lo habían entendido al señalar que «su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él» (cfr. Lc 2, 33), es decir, ellos no entendían lo que allí se estaba diciendo; ellos no estaban entendiendo que el Mesías estaba demostrando que las expectativas de los hombres son erróneas, ya que ellos -como todo el pueblo- estaban esperando un Mesías glorioso según el criterio de gloria de este mundo. Jesús no seguirá esta tradición, sino que introducirá una novedad ya que la gloria de Dios no es el dominio; la gloria de Dios es el amor, el servicio.

 

«Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.

Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.

Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.

Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».

Él les contestó:

«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo».

La tradición de ir a la fiesta de la Pascua se iniciaba a los trece años de edad, sin embargo, Jesús tenía doce años (cfr. Lc 2, 42). Esto nos dice que estamos ante una familia observadora de la tradición, al punto que no esperan a que el niño tenga los trece años para llevarlo a Jerusalén; lo educa a la observancia de lo que siempre se ha hecho.  

El evangelista Lucas al hacer referencia que el niño tenía doce años cuando fue con sus padres a Jerusalén está haciendo referencia al profeta Samuel. Según Flavio Josefo en su obra ‘Las antigüedades judías’, Samuel tenía doce años cuando comenzó a profetizar (cfr. 1 Sm 3).

 

La fiesta de la Pascua comprendía entre los 3 a 7 días. Y cuando llega el momento de abandonar Jerusalén nos encontramos con que Jesús permanece en la ciudad. El término griego que se usa no significa que ‘permaneciera en la ciudad’ o que ‘se quedara en la ciudad’. La forma verbal empleada en griego es ὑπέμεινεν, (ypémeinen) es decir, ‘él soportó’; ‘él resistió’ en Jerusalén, no sigue a sus padres en el camino de regreso. El mensaje del evangelista es claro: el Mesías de Dios, en el adolescente que está a punto de convertirse en adulto, comienza a refutar las expectativas de los padres que están convencidos de que él les debe de seguir, pero no les sigue. Seguirá un camino diferente al que ellos se esperaban. Seguirá el camino trazado, no el de los hombres, sino el del Padre Dios.

 

Buscan a Jesús y a los tres días le encuentran en el Templo. El número tres es una clara referencia a la búsqueda desesperada. Recordemos que este número tres nos remite a las mujeres que fueron al sepulcro de Jesús buscándole entre los muertos, entre los derrotados, entre los condenados de la historia (cfr. Lc 24, 1-4), en cambio se encontraron con la sorpresa de Dios que le vuelven a encontrar vivo y vencedor de la muerte. Dios les manifiesta que los ganadores no son los gobernadores poderosos de este mundo, sino los siervos, aquellos que dan la vida por amor.

Aquí están los dos caminos que divergen; el camino de los padres de la tradición -que representa a los vencedores gloriosos de este mundo- y el del nuevo camino que sigue Jesús que no es el de los padres, sino el de su Padre Celestial; que es el camino que nos dice que es preciso perder la vida por amor.

 

En el Templo Jesús estaba «sentado en medio de los maestros» y Jesús los escucha y les pregunta. Naturalmente el rabino o maestro está siempre sentado en el centro rodeado entre sus discípulos; en cambio aquí es Jesús quien está sentado en el centro y los rabinos en torno a él. Los alumnos son conocedores de la Escritura que educan a la gente esperando a un Mesías que no responde, ni mucho menos, con lo que Cristo viene a traernos. Y ¿cuál es la reacción de estos escribas o rabinos que estaban alrededor de Jesús? Dice la Palabra: «Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba». La traducción nos dice que ‘quedaban asombrados’, pero el término griego usado es ἐξίσταντο (estaban fuera de sí). Este término griego no significa ‘asombro’ o ‘sorprendidos’. El término griego ἐξίσταντο significa que estos rabinos estaban ‘fuera de sí’ y esta expresión indica un asombro negativo; los rabinos están sorprendidos por sus respuestas que no están en sintonía ni de acuerdo con las suyas, con las interpretaciones tradicionales. Y cuando dice la Palabra que ‘les hacía preguntas’ significa que se dan cuenta de que sólo él puede iluminar la oscuridad de los textos del Antiguo Testamento. Recordemos que Jesús, después de la resurrección, abrirá la mente de sus discípulos a la comprensión de toda la Escritura (cfr. Lc 24, 13-35); toda la Escritura sólo se entiende a la luz de Cristo. Lucas tira de la ironía al decir que Jesús escuchaba y preguntaba; realmente cuando Jesús les hacía las preguntas no les dejaba tiempo para responderlas, sino que él mismo las respondía sin esperar a que ellos le respondieran.

Nos dice el libro del Eclesiástico o del Sirácida: «La sabiduría hace su propio elogio, se gloría en medio de su pueblo» (Eclo 24, 1). Cristo, el que es la Sabiduría encarnada, estaba en el medio de su pueblo; ya que Jesús es la imagen de la Sabiduría divina.

 

Los padres del niño Jesús nos cuenta la Palabra que «al verlo, se quedaron atónitos/perplejos». Sus padres quedaron atónitos, perplejos, maravillados, pero no entendieron la novedad que les traía su hijo; porque aceptar la novedad es siempre difícil. Si no nos sorprendemos por lo que nos ha dicho Jesús es una muestra de no haber entendido su camino. Nos sorprendemos porque nos damos cuenta que el camino que él nos plantea es muy diferente a nuestro camino, nuestras tradiciones, nuestro modo de pensar y sobre nuestro propio modo de razonar. María y José se extrañaron, se quedaron atónitos, sorprendidos o perplejos porque ellos entendieron que el modo de vivir, de ser, de razonar, de amar que su hijo venía a traer al mundo era totalmente diferente a todo lo que antes ellos habían conocido; de ahí su gran sorpresa. Recordemos lo que le dijo el arcángel a Zacarías: «Tu hijo convertirá al Señor su Dios a muchos hijos de Israel e irá delante de él con el espíritu y poder de Elías, para que los corazones de los padres se vuelvan a los hijos» (cfr. Lc 1, 16-17). El corazón de un israelita es la mente. La tarea del Bautista no será convencer a los niños de que sigan la tradición; sino que ellos tendrán que liderar y guiar los corazones de los padres hacia Cristo.

 

María le dice: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Su madre le dijo ‘hijo’. El término que emplea Lucas para designar con el término ‘hijo’ es ‘τέκνον’, que señala ‘dado a luz’, es decir, alguien sobre el que yo tengo un poder sobre él.

 

La respuesta de Jesús a sus padres es nueva: «¿Por qué me buscabais?». Mientras a Jesús todos le escuchan, María y José no le están escuchando. Estas son las primeras palabras que Jesús pronuncia en el evangelio según san Lucas. Y son palabras muy importantes. Desde un punto de vista histórico esta pregunta no se puede entender. No hay una palabra de escusa ni un ‘lo siento’, ni una palabra que indique que se hubiera dado cuenta de la angustia ocasionada a sus padres. Sin embargo, ese mensaje es muy claro: Hay padres, hay custodios de la tradición que encarnan el modo de pensar, de razonar, de juzgar y de hacer lo que siempre se ha hecho y de lo que siempre se ha considerado justo. Jesús lo que dice es que no le van a conducir por ese modo de pensar, de lo vivido en la tradición que no entiende de amor, sino de una justicia entendida como venganza y miedo. ¿Por qué le buscamos? ¿Porque queremos que él haga lo que nosotros queremos? ¿Porque le queremos sacar de procesión en las semanas santas y montar todo un negocio en torno a él en las Navidades y procesiones? ¿Quizás le buscamos para calmar nuestras conciencias bautizando y casándonos por la Iglesia para luego vivir como paganos? ¿Acaso le buscamos para que los niños y niñas se vistan de Primera Comunión, tengan un festín por todo lo alto y luego se olviden de la vida espiritual? ¿Acaso le buscamos porque nos interesa hacer uso del arte sacro y así llenar las arcas? ¿Por qué le buscamos? ¿Qué cosa esperamos de Jesucristo? Tengamos cuidado de no aprovecharnos de Jesús para llevarlo a nuestro propio terreno y encima le intentemos de convencer que lo que nosotros le planteamos a él es lo mejor y de mayor provecho. Por eso es tan importante mantener el corazón abierto ante la novedad evangélica.

La segunda pregunta que les hace Jesús a sus padres es: «¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Se usa el verbo ‘deber’ que implica el cumplimiento de la voluntad divina. Jesús sigue al Padre, él no es el heredero de las tradiciones de Israel transmitido por el padre humano.

Cada niño tiene su propio destino y este destino deriva de la identidad con el conocimiento de Dios. Los padres pueden querer dar continuidad en su hijo de los proyectos que ellos han tenido o desarrollado: El padre labrador dejar las tierras a sus hijos; el padre ganadero dejar en herencia el trabajo con los animales o con una empresa o un mercado… La familia es el ambiente natural donde la persona está llamada a nacer y a crecer. Pero en un cierto momento el hijo se tiene que separar de la familia y seguir el camino que el Señor le indica, el cual está en sintonía con la propia identidad de la persona. Los padres están llamados a averiguar lo que el Señor quiere de ese hijo para luego lanzarlo a la vida, no retenerlo.

 

Esta primera parte del texto es fundamentalmente teológica. Ahora, hay una breve mención, pero llena de un mensaje sobre el crecimiento de un hombre llamado Jesús de Nazaret:

«Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos.

Su madre conservaba todo esto en su corazón.

Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres».

En esta última parte del pasaje evangélico ya se refiere directamente a sus padres, a María y a José. Es decir, ya volvemos a la normalidad. María, José y Jesús después de haber pasado la semana de Pascua en Jerusalén retornan a su hogar de Nazaret. Lucas nos da una serie de pautas en esa vida familiar. En primer lugar, la sumisión del hijo a los padres. Estar sujeto a ellos, bajo su sumisión” en Israel significaba dejarse modelar por ellos; significaba asimilar los valores en los que ellos habían creído y que habían plasmados en sus vidas. María y José habían asimilado estos valores de la Torá, de los profetas; y luego han sido llamados a actuar y confrontar con Jesús esta tarea.

José y María encarnaban el mensaje de la Torá. Ellos habían hecho suyo lo que se dice en el libro del Deuteronomio 6 cuando se dice el Shemá (שמע) al pueblo de Israel: «Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcalas a tus hijos, y háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas de viaje, al acostarte y al levantarte. Átalas a tu mano como un signo, y que estén como una marca sobre tu frente» (Dt 6, 4-8). Este mensaje del Shemá lo han encarnado y hecho propio tanto María como José y estaba fijado en sus corazones. Estas palabras se las repitieron a su hijo Jesús y fueron inculcadas en su hijo. La Palabra de Dios ha sido siempre el punto de referencia y de esta Palabra de Dios ellos le hablaban continuamente. Obedecer a los padres -aplicado en Jesús- es dar la bienvenida y acoger esta enseñanza de los labios de José y de María. Y Jesús se daba cuenta como ellos dos encarnaban en toda su vida la enseñanza de este mensaje de la Torá.

 

La segunda observación que nos ofrece el evangelista Lucas se refiere a la madre, a María: «Su madre conservaba todo esto en su corazón». Jesús no seguía a sus padres en el modo tradicional de interpretar la Biblia, y los padres se sorprendieron de cómo Jesús estaba planteando un camino nuevo. María no entendía, pero nunca rechazó la novedad. María es la mujer que acoge con agrado la noticia, aunque ella no lo entendiera. Por esta razón, por la acogida de María, se inicia en ella un proceso de transformación que lo hará traspasar de madre de Jesús a discípula de Cristo. Para ella no le fue fácil aceptar ni entender lo que le pasó a su hijo, ya que el camino que eligió su hijo no fue el del éxito ni del triunfo, sino el de la entrega de la vida hasta el final.

 

Nos cuenta el evangelista el crecimiento humano de Jesús: «Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres». Este texto concluye con una cita del profeta Samuel donde se nos dice que «mientras tanto, el niño Samuel iba creciendo, y se ganaba el aprecio del Señor y de los hombres» (1 Sm 2, 26). ¿Por qué se hace esta referencia a Samuel? Porque el evangelista tomó como modelo a la madre Ana, una mujer estéril que por intervención divina logra convertirse en madre y su canto de alabanza será la base del canto de alabanza de María en el Magníficat (cfr. 1 Sm 2).

Cuando uno observa a Jesús en el evangelio y uno percibe los valores de Jesús y de las posiciones y valoraciones que adopta ante los pecadores, su amor por los pobres, por los más desvalidos; su rechazo de la hipocresía de los fariseos y su rechazo de la falsa religión de los ritos y cuando se adhiere al amor a Dios y a los hermanos… cuando uno le observa de cerca uno se percata que Jesús reproduce perfectamente el rostro del Padre celeste. Para que Jesús fuera como fue, esa imagen perfecta del rostro del Padre, se debió a que Dios eligiera perfectamente a los dos padres que debían de educar a su hijo. Porque María y José tuvieron que modelar el rostro de Jesús para que reprodujesen perfectamente el rostro del Padre del cielo. Los niños que serán los futuros hombre y mujeres no se reducen únicamente a la salud, a la educación, a la alimentación, sino que también a otros valores que lo caracterizan como hombres y mujeres. El primero de estos valores es ciertamente la relación con Dios; esta relación con Dios es el significado que se le debe dar a la vida. Si los padres cristianos quieren asimilarse a José y a María están llamados a criar a sus hijos cuidándoles e inculcándoles la vida espiritual, la cual es la única que hace al hombre plenamente persona. 


lunes, 23 de diciembre de 2024

Homilía de Media Noche (Misa del Gallo) CICLO C Lc 2, 1-14

 


Homilía de la Misa de Medianoche (Gallo), Ciclo C

Lc 2, 1-14

24/25.12.2024 

         En este momento de la historia el hijo de Dios ha querido ser uno más de los nuestros. El evangelista Lucas nos ofrece una serie de preciosas indicaciones históricas con la finalidad de conocer el contexto donde el Señor ha venido a sumergirse entre nosotros. En las mitologías antiguas los acontecimientos sucedían sin ser contextualizados, sin conocer concretamente dónde acaecieron ni tampoco se sabía el momento histórico en los que ocurrieron: Sólo se decía que aconteció en tiempos pretéritos. En el presente caso el evangelista Lucas nos ofrece estas preciosas indicaciones históricas que hacen disipar cualquier tipo de dudas de lo que ahí se nos cuenta.

         Lucas comienza su evangelio con una indicación histórica que dice que en la época del rey Herodes había en Jerusalén un sacerdote de Judea llamado Zacarías, el cual tenía una mujer anciana llamada Isabel. Nos ofrece más datos, incluso íntimos: Isabel era estéril (cfr. Lc 1, 36) y avanzada en años.  Posteriormente Lucas retoma su relato con el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista. Por lo tanto, estamos en la época de Herodes el Grande: En concreto en los últimos años de este cruel tirano. Es en aquel entonces cuando María y José se enamoraron y estaban desposados, sin haber empezado aún la convivencia matrimonial, ya que cada cual estaba en su propia casa paterna.

         En el capítulo segundo el evangelista nos invita a levantar la mirada hacia un pueblo muy pequeño de Palestina llamada Nazaret. Y a continuación Lucas nos hace volver a levantar más la mirada hacia las grandes ciudades del imperio -Roma y Antioquía de Siria-, en las que se decide el destino de la gente.

 

«Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio. Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria». Estamos en el año 746 de la fundación de Roma, que es para nosotros el año 7 a.C. Roma está disfrutando de la época dorada de su historia. Octavio es emperador desde hace 20 años. Colocó su palacio en el Monte Palatino donde vivía con su tercera esposa Livia Drusila o Julia Augusta, madre de Tiberio, quien más tarde se convertirá en emperador. Bajo el reinado del emperador Tiberio sí se desarrollará toda la vida pública de Jesús.

Desde el palacio del Monte Palatino el emperador Octavio dominará el mundo; sin embargo, Lucas lo llamará César Augusto. El título de Augusto era un título otorgado por el Senado romano. El título de ‘augusto’, del latín “augustus”, "el sagrado, el venerable, el divino", le otorgaba el poder de comportarse, como emperador que era, como un dios y que puede dominar y someter absolutamente a todos. Como emperador se podía comportar como un dios. Sin embargo, aun siendo cruel, ha pacificado el imperio poniendo fin a los desórdenes y a las revoluciones que habían ensangrentado Roma durante un siglo. Con Augusto se inicia un periodo de prosperidad y de desarrollo social y cultural en toda la cuenca del Mediterráneo. De tal manera que muchos pensaban que estaban en la edad de oro que estaba cantada por Virgilio en su cuarta Égloga, donde se presenta una época gloriosa y un mundo pacífico.

El primer personaje que Lucas mete en escena es el Augusto Octavio. El segundo personaje es Cirino gobernador de la provincia de Siria, sobre el cual depende Palestina. El historiador Flavio Josefo presenta a Cirino como una persona distinguida y como una persona correcta y eso que formaba parte de esta estructura de poder divinizado donde uno puede disponer de las personas según la propia voluntad.

El censo, del que nos habla Lucas, desde el punto de vista histórico presenta mucha dificultad, pero el evangelista lo ha introducido porque contiene un mensaje teológico muy importante. La práctica de los censos es conocida en el Antiguo Medio Oriente desde el cuarto milenio antes de Cristo existen documentos que testimonian la existencia de censos realizados a la población ya en Mesopotamia y en Egipto. Y en cada época siempre ha habido oposición a la realización de los censos porque los ciudadanos no se esperaban nada bueno de los censos porque los principales objetivos de los censos eran para saber de cuántos soldados se disponía para la guerra y para la recaudación de los impuestos. Lucas nos presenta la existencia de este censo porque es la señal de que el poder del emperador puede dominar a todo su pueblo: Usar a las personas para hacer que las cosas sean según sus intereses particulares; o sea, la propia imagen del mundo viejo, el que es el más poderoso y dominador que se sirve de los demás a su antojo.

La religión de Israel siempre ha considerado como blasfema esta visión de la sociedad en la que el soberano puede contar a la gente-mediante un censo- para servir a sus planes. Recordemos lo que dice la Torá que la gente no pertenece al soberano; el pueblo es de Dios: «Yahvé vuestro Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, fuerte y terrible» (cfr. Dt 10, 17); «Yo soy tu porción y tu heredad entre los israelitas» (cfr. Num 18, 20). Cuando el rey David se arroga el derecho de realizar un censo porque quiere saber sobre cuántas personas está ejerciendo su dominio, su propio general Joab intenta disuadirlo porque era una decisión abominable la del rey (cfr. 2 Sam 24, 1-17; 1 Cro 21) y de hecho este censo sobrevendrá consecuencias dramáticas; la peste. 

En la Torá se habla de los censos que Dios mandó realizar a Moisés. Dios en el desierto del Sinaí mandó a Moisés que realizase un censo cuando el pueblo salió de Egipto (cfr. Num 1, 1-54). Pero la orden venía directamente de Dios. Durante la peregrinación por el desierto de nuevo se realiza un censo mandado por Dios (cfr. Ex 30, 11-16). Posteriormente en las Estepas de Moab cuando estaban por entrar en la Tierra Prometida hay un nuevo censo (cfr. Num 26, 1-4). Los rabinos no entendían el porqué Dios se empeñaba tantas veces en contar al pueblo, porque Dios ya sabía cuántos eran, a lo que uno de los grandes rabinos de la Edad Media llamado Shlomo Itzjak (1040-1105), conocido por el nombre derivado de sus iniciales ‘Rashi’ decía que ‘Dios contó a su pueblo porque quería ver si alguno se había perdido’. Sin embargo, este no es el significado de los censos realizados por los emperadores, ya que ellos quieren dominar al pueblo, pero el pueblo no es de su propiedad. La gente, los hombres pertenecen a Dios. En la Biblia cuando se presenta el censo como algo ordenado por Dios hay muchos verbos en hebreo para decir el verbo ‘contar, enumerar’ (לספור) que se pronuncia ‘safarm’ o ( מָנָא) que se pronuncia ‘maná’. Pero cuando se habla del censo ordenado por Dios no se emplea el verbo ‘contar’ se dice ‘nassa et ros’ (להרים את הראש) que significa ‘alzar la cabeza’, no simplemente contar. Dice Dios a Moisés ‘levanta las cabezas de la gente’, o sea, le dice a Moisés que la gente vea un rostro y el rostro que vea la gente les ha de remitir al mismo Dios. Dios no quiere que tengamos el rostro alicaído o bajado, sino levantado porque hemos sido hecho a imagen y semejanza de Dios. Hay una distancia abismal entre los censos realizados por los hombres y el censo ordenado por el mismo Dios.

Ésta es la razón teológica por el que Lucas introduce el tema del censo: Ordenar realizar un censo es la máxima expresión del dominio donde las personas quedan sometidas totalmente a la disposición del soberano y los soberanos se arrogan de este poder divino y en manos de los hombres deshumanizan a los hombres.

 

«Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada».  Después de haber sido presentado a los dominadores del mundo y puestas ‘las cartas sobre la mesa’ a cerca de sus intenciones manipuladoras, el evangelista Lucas introduce a los pobres de la tierra, a aquellos que no importan nada. José pertenece a la dinastía de David, pero se trata de una dinastía que ha decaído y no tiene relevancia de ningún tipo; y junto a José está una muchacha, que es su esposa, de unos catorce años, llamada María. El evangelista nos ofrece una catequesis sobre la escala de valores según los criterios mundanos: Primero el emperador Augusto, en segundo lugar el gobernador de la región de Siria llamado Cirino, a continuación pasa a un pobre que es un varón, después aparece la mujer y en el escalón más bajo está ocupado por un niño. ¿Qué nos está diciendo el evangelista Lucas con esta escala de valores mundanos? Lo que nos dice Lucas es que en el Reino de los Cielos esta escala mundana es dada totalmente la vuelta. Se pondrá en el primer puesto, en la cúspide de la escala de valores, el que ahora es el último. No en el sentido de que el niño vaya al palacio en el Monte Palatino para que derroque de su trono a César Augusto y que se ponga a dominar en su lugar, como diría el refrán castellano ‘el mismo perro con distinto collar’. No era una intención de derrocar sino de para demostrar que en esa escala nueva de valores quien es grande no es el que ordena hacer el censo: La grandeza del mundo nuevo que Cristo ha venido a introducir y a presentar es de la aquellos que sirven y están atentos de los demás, no los que se dejan servir. Y este mundo nuevo se iniciará en Belén. Es en Belén donde se inició la dinastía de David que había sido un fracaso a los ojos del mundo. El profeta Miqueas nos dice: «En cuanto a ti, Belén Efratá, la menor entre los clanes de Judá, de ti sacaré al que ha de ser el gobernador de Israel» (cfr. Mi 5, 1). Su dominio será sobre el mundo entero, pero su dominio no será como aquellos que hacen los censos, sino el reino de los que son grandes en el amor.

 

Después de contarnos de un modo detallado el motivo por el cual José y María tenían que ir a Belén, Lucas nos cuenta el nacimiento de Jesús de una manera muy rápida; sin embargo, ofrece unas preciosas indicaciones teológicas:

María y José ya estaban en Belén cuando a María le llegó el momento del parto. El evangelista no nos dice que el momento del parto llegase de un modo de improviso mientras ellos estaban llegando a Belén. El evangelista dice que «Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto». Ellos ya se encontraban en Belén.

Y allí, mientras estaban en Belén, María «dio a luz a su hijo primogénito». ¿Por qué se hace notar que es su hijo primogénito? La razón es porque el primogénito, de todas las especies del mundo animal tenían que ser sacrificado al Señor. El libro del Éxodo en el capítulo 13 dice que el primogénito del hombre no debe de ser sacrificado (cfr Ex 13, 12-13) ya que ha sido redimido recordando cómo Yahvé les sacó con brazo fuerte de Egipto y que todo es regalo de Dios y todo ha de ser consagrado al Señor. Ahora bien, los animales debían de ser sacrificados, pero el hombre primogénito no se sacrificará porque el hombre pertenece a Dios y aceptan el diseño de Dios para con ellos. Jesús es el primogénito que pertenece y asume totalmente el plan de Dios en él y lo realizará en plenitud durante toda su vida.

El evangelista nos cuenta que María «lo envolvió en pañales». Es muy importante este detalle porque es recordado dos veces. Recordemos que cuando el ángel da el anuncio a los pastores se les dice que: «Esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (cfr. Lc 2, 12). Envuelto en pañales. Esto nos remite a un famoso texto del libro de la Sabiduría en el capítulo 7 en el que el propio Salomón -el gran rey y el más sabio- nos cuenta cómo fue su propio nacimiento, el cómo llegó a este mundo nos dice que «también yo soy un hombre mortal como todos, descendiente del primero formado de la tierra. En el seno materno se modeló mi carne; durante diez meses lunares fui cuajado en su sangre, a partir de la simiente viril y del placer unido al sueño. Al nacer también yo respiré el aire común, caí en la tierra que a todos nos recibe, y mi primera vez, como la de todos, fue el llanto. Me crie entre pañales y cuidados. Pues ningún rey comenzó de todo modo su existencia» (Sb 7, 1-5). ¿Qué se pretende decir con esta reflexión del propio Salomón? Lucas quiere decirnos que Jesús es un hombre como nosotros, no es un superhombre, sin embargo, nació uno que siendo el hacedor del hombre se ha hecho mortal como nosotros.

Las mujeres que estaban en Belén asistieron a María durante el parto observando que ese recién nacido es un hombre y que es el Hijo de Dios. Y lo primero que hace, como todo niño que nace a este mundo, es la de comenzar a llorar. Las mujeres que asistieron a María no eran conscientes realmente de lo que allí estaba aconteciendo que la historia del mundo, a partir de este momento, quedó dividida en dos partes: Antes y después de ese nacimiento. Sabemos que en Israel las fechas se cuentan desde el inicio del mundo (por ejemplo, al año 2.025 es para ellos el año 5.786 del inicio de los tiempos). El nacimiento de Jesús es la nueva creación de Dios para su pueblo.

 

Otro detalle es que «lo recostó en un pesebre». Esto alude a una profecía de Isaías del capítulo primero: «Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo; pero Israel no conoce, mi pueblo no discierne» (cfr. Is 1, 3). Mientras el buey y el asno reconoce a su señor, el pueblo de Israel no reconoce a su Señor. Es un recordatorio de lo que el evangelista Juan dice en el prólogo: «En el mundo estaba, y el mundo fue hecha por ella, pero el mundo no la conoció» (cfr Jn 1, 10). El pueblo de Israel no le reconoció ni le dio su adhesión al nuevo reino que él ha venido a traer.

 

Nos dice el evangelista que «no había sitio para ellos en la posada». Pero esta traducción es incorrecta porque han traducido el término griego ‘κατάλυμα’ (katályma) con el término ‘albergue o posada’. El término ‘albergue, posada’ es ‘ξενοδοχείο’ (senodokéio); luego hay una traducción inadecuada del término griego. ‘κατάλυμα’ (katályma) debemos imaginarlo como una habitación, una sala protegida por un techo colocada en frente de las cuevas, y en estas cuevas estaban los animales; de tal manera que frente a la cueva había un techo que ampliaba el espacio y debajo de este techo se desarrollaba la vida de la familia. No era un ambiente adecuado ni reservado para un nacimiento. No era normal que una mujer diera a luz debajo de ese techo, sino que era llevada dentro donde estaban los animales para tener más privacidad. De ahí entendemos que Jesús esté colocado en un pesebre.

 

¿Qué nos quiere aportar estos detalles? Se nos ha contado desde el inicio de que Jesús había sido rechazado por los hospederos y por los posaderos en Belén de tal modo que tuvo que refugiarse en una cueva o en una gruta. Esta historia aparece ya en el siglo segundo en los Diálogos con Trifón, san Justino Mártir (100-165) ya comentaba que la Sagrada Familia se había refugiado en una cueva a las afueras del pueblo: “Pero cuando el Niño nació en Belén, puesto que José no pudo encontrar un alojamiento en ese pueblo, instaló su morada en una cueva cerca de la aldea; y mientras ellos estaban allí, María dio a luz al Cristo y lo puso en un pesebre, y aquí los Reyes Magos que vinieron de Arabia lo encontraron”. Pero en realidad esta concepción es inconcebible porque conociendo la atención y acogida tan cuidada en el Antiguo Medio Oriente en todo lo referente a la hospitalidad es impensable que entre los semitas pudiesen permitir que no acogieran a una mujer que estaba a punto de dar a luz a su hijo. Lucas quiere presentarnos al Hijo de Dios que vino a ser uno de nosotros en la condición más pobre y dolorosa de la humanidad. El Hijo de Dios podía haber nacido en un palacio, pero eligió el último lugar. Este niño desde ese pesebre ya nos está hablando de Dios, por eso no podemos perder esta primera revelación de su rostro.

 

«En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño.

De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor.

El ángel les dijo:

«No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.»

De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:

«Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».

Cuando pensamos en los pastores nos los imaginamos como personas buenas, con sus corderitos en sus hombros dirigiéndose hacia la gruta. Pero estos no son los pastores de los que nos habla el evangelio de hoy. En Israel el pastoreo era estimada y apreciada cuando eran nómadas en el desierto. Pero cuando se instalaron en la Tierra Prometida se convirtieron en agricultores y el pastoreo pasó a ser una actividad marginal y también despreciada. Entre los pastores y agricultores había gran rivalidad porque los pastores buscaban los pastos y a menudo con sus rebaños invadían los campos cultivados de los agricultores. En todo el Antiguo Medio Oriente se despreciaba el trabajo de pastor. En el libro del Génesis se nos cuenta lo que pensaban los egipcios de los pastores que eran una abominación: «Así, cuando os llame el faraón y os pregunte cuál es vuestro oficio, le decís que habéis sido ganaderos desde la mocedad hasta ahora, lo mismo que vuestros padres. De esta suerte os quedaréis en el país de Gosen. (Y es que los egipcios detestan a todos los pastores de ovejas)» (Gn 46, 33-34).

Pero no era únicamente el desprecio social que sufrían los pastores, sino también el desprecio religioso en Israel. Eran colocados al mismo nivel que los publicanos, por lo tanto, tenían el máximo de los desprecios. Los pastores estaban privados de sus derechos civiles ni podían testimoniar porque estaban consideradas como personas falsas y como ladrones. Por lo tanto ningún rabino compraría jamás leche de los pastores. Eran personas muy violentas y fácilmente resolvían sus discusiones con los cuchillos. Y ellos sabían que eran despreciados por todos.

El Talmud -escrito por los antiguos estudiosos rabinos- dice que si se te cae una oveja propia en el pozo hay que sacarla, pero si se cae al pozo un publicano o un pastor déjalos dentro (cfr. Mt 12, 11-12). ¿Qué cosa nos quiere decir el relato evangélico de hoy con estos pastores? Nos dice que «pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño». Este dato nos ofrece otro dato: Jesús no nació en invierno porque los rebaños se quedaban al aire libre de marzo hasta octubre, ya que cuando hacía frío, en invierno, las ovejas eran resguardadas por las noches dentro de las grutas. Pero esto es un detalle marginal.

Lo importante es que era de noche, al decir que «pasaban la noche». La noche representa la noche de la humanidad, donde se da toda la violencia, la maldad, donde reina todas nuestras concepciones falsas del rostro de Dios. Estaban totalmente envueltos por la obscuridad de la noche. Y es en medio de esta noche cuando brilla una luz inesperada a los que pasaban la noche haciendo guardia por cuidar a los rebaños. De la noche nos dice el libro de la Sabiduría; «Cuando un silencio apacible lo envolvía todo y la noche llegaba a la mitad de su carrera, tu palabra omnipotente se lanzó desde los cielos» (Sb 18, 14-15). Es esta palabra omnipotente la que ahora ilumina las tinieblas de nuestro mundo; será la palabra y la luz del rostro nuevo de Dios y del rostro del hombre auténtico; y la noche es iluminada. El libro de la Sabiduría dice que la noche estaba a la mitad, cuando la oscuridad es más espesa, de ahí la tradición de la misa de medianoche. Y en medio de esta densa oscuridad de la noche un ángel del Señor se presenta a los pastores y la gloria del Señor les envuelve con su luz. La gloria del Señor se lo imaginaban como una fuertísima explosión de su potencia y de la ira divina contra los malvados. Y ellos «se llenaron de gran temor». El texto original dice que ‘se asustaron/se espantaron con un enorme susto’. ¿Por qué se asustan los pastores? Se asustan porque ellos sabían que estaban lejos de Dios y la catequesis que ellos habían recibido era que ellos era que Dios tenía que destruirlos. El profeta Malaquías había dicho que cuando venga el Señor «será como fuego de fundidor y lejía de lavandero. Se sentará para fundir y purgar. Purificará a los hijos de Leví y los acrisolará como el oro y la plata» (cfr. Ml 3, 2-3). Los pastores sabían que los primeros que iban a ser aniquilados y borrados de la faz del mundo con la venida del Señor iban a ser ellos; lo sabían porque eran gente impura, no podían acudir ni al Templo ni a la sinagoga. Ellos son conscientes de su propia condición y por esos ellos estaban ‘asustados con un susto grande’. Sin embargo, el ángel les dice: «No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor». Es el anuncio de un Dios que no nos despedaza, sino que es la revelación del rostro de Dios que es amor y solo amor y que nos ama, así como somos.

 

La señal que se les da a los pastores: «Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Es un niño como todos los niños; no es un niño con la aureola en la cabeza. La señal del verdadero Dios es un niño pobre entre los pobres.

 

Y una multitud de ángeles alababan a Dios. Son todos aquellos que han acogido la luz que ha venido a traer Cristo. Somos la comunidad de discípulos que acogen el verdadero rostro de Dios y le cantan.

 

Ahora bien ¿quiénes son esos ‘hombres de buena voluntad’? Son los hombres llenos de la benevolencia, o sea, los pequeños, los que no cuentan. Aquí está el canto de esta comunidad que ha acogido la luz. Ellos han entendido que los hombres de la benevolencia de Dios son los pequeños, los últimos. La gloria está en que Dios te ama tal y como eres; no te ama porque seas bueno, simpático o servicial. Te ama tal y como eres porque eres su hijo.

sábado, 21 de diciembre de 2024

Homilía del Cuarto Domingo de Adviento, Ciclo C; Lc1, 39-45 ; La Visitación de María a Isabel

 


Homilía del Cuarto Domingo de Adviento, Ciclo C 

Lc 1, 39-45

La visitación de María a su pariente santa Isabel

22.12.2024

 

         El evangelio de hoy nos ofrece un episodio de la vida de María; la visita a santa Isabel. Este episodio ha sido siempre entendido y leído como una narración de los hechos dentro de la vida de María y de su hijo Jesús.

 

Este episodio era interpretado de un modo muy sencillo: María al enterarse en el anuncio del arcángel san Gabriel del embarazo de su prima Isabel, ella inmediatamente se fue a su encuentro porque pensó que su prima Isabel precisaría de ayuda. Siempre se ha hablado de dos primas, pero en realidad el término que viene escrito en el texto original griego es ‘συγγενής’, que significa simplemente ‘pariente’, no prima. De hecho, es muy difícil imaginar que una muchacha adolescente, una niña, como era María, fuera la prima de Isabel la cual era de avanzada edad (cfr. Lc 1, 18). Isabel podría ser una tía o una abuela de María. De todos estos son detalles marginales. Con una lectura sencilla uno se encuentra con un gesto cortés de María y no con un gran mensaje para nosotros y en nuestro contexto social, cultural, político, religioso…

 

La historia presenta una serie de dificultades. ¿Cómo es posible que el padre o el marido permitieran a una niña de trece o catorce años que emprendiese un viaje sola? En aquel tiempo los viajes comportaban serios peligros de todas las clases: Una cosa inaceptable en la sociedad y en la cultura de aquel tiempo. Tal vez se pueda alegar que estuvo acompañada de José, sin embargo, el evangelio ni le mienta en este episodio.

Es también extremadamente extraño que una niña de edad se pusiera en camino «de prisa hacia la montaña», con prontitud desde Nazaret hasta esa población montañosa de Judá -la cual está identificada con el nombre de ‘Ain Karim’-, unos 130 kilómetros. La tradición religiosa coloca en el pueblo de Ain Karim el lugar donde estaba la casa de Isabel y de Zacarías. Seguramente no faltarían a Isabel las amigas, ciertamente experimentadas en el parto y en la crianza de los hijos, la cuales estarían prontas para ayudarla. Uno no cree que las parteras o comadronas locales considerasen apropiado que una niña se entrometa en algo que no conoce, cosa que ellas lo sabían hacer con gran experiencia práctica.

Más extraño aún es que María después de estar tres meses con sus parientes (cfr. Lc 1, 56) se hubiera ido, supuestamente -sino antes- más dar a luz a Juan, cuando Isabel precisaba más cuidados para poderse recuperar del parto. Este episodio plantea una serie de dificultades, pero sobre todo tiene pocas cosas que decirnos.

 

¿Qué es lo que realmente quiere comunicarnos el evangelista con este episodio de la visitación? El evangelista, partiendo de este episodio y sirviéndose de imágenes bíblicas y haciendo referencia a episodios bien conocidos desde la antigüedad recogidos en el Antiguo Testamento ha compuesto una página de teología, no de noticias cronológicas. Por eso es importante entender el significado de estos recordatorios bíblicos de la historia del pueblo de Israel.

 

«En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá». Este texto donde se nos cuenta que «María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña» nos remite a un texto nupcial entre el amado y la amada recogido en el libro del Cantar de los Cantares:  

«Habla mi amado y me dice:

Levántate, amada mía,

hermosa mía y ven.

Mira, el invierno ya ha pasado,

las lluvias cesaron, se han ido.

Brotan las flores en el campo,

llega la estación de la poda,

el arrullo de la tórtola

se oye en nuestra tierra.

En la higuera despuntan las yemas,

las viñas en flor exhalan su perfume.

Levántate, amada mía,

hermosa mía, y vente.

Paloma mía, en las oquedades de la roca,

en el escondrijo escarpado,

déjame ver tu figura,

déjame escuchar tu voz:

es muy dulce tu voz

y fascinante tu figura». (Ct 2, 10-14)

 

El amado es Dios y la amada es el pueblo de Israel. Es todo un contexto nupcial, y nos indica que ya está el tiempo maduro para la Nueva Alianza, que es una alianza esponsal. Y en esta alianza está representada María. El texto evangélico es una construcción del evangelista san Lucas que no desmiente la historia, porque perfectamente lo podía haber omitido en su evangelio el pasaje de la visitación; pero al evangelista lo que le interesaba era hacer un cuadro teológico bien preciso: María es la nueva Arca de la Alianza. La cual, después del anuncio del arcángel, lleva en su seno a Cristo, la Palabra. María ‘oyó la voz de su amado’, del Cantar de los Cantares. Y ella, ante esta voz del amado se levantó, «se puso en camino de prisa».  Y así es María, que es el Arca de la Nueva Alianza, y se va por los montes, «hacia la montaña». ¿Y qué va haciendo María? Buscando a su amado. Cuando se encuentra con su pariente Isabel hay un intercambio entre la voz que ha recibido Isabel del arcángel Gabriel que le dijo que iba a ser madre (y Juan el Bautista será el nuevo Elías), y cuando María se acerca buscando la palabra que ha escuchado y que lleva dentro se siente como una mujer que ya no va a parar quieta en toda su vida por ser discípula de su amado. Ella va detrás de Jesús a las bodas de Caná, va detrás de Jesús a Cafarnaúm, va detrás de él con las mujeres atendiéndole, está detrás de él en el Calvario, hasta la cruz porque allí también estará María siguiendo a su amado, Jesucristo.

 

El texto precedente es el de la anunciación del arcángel San Gabriel a María; el cual le dijo «el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra» (cfr. Lc 1, 35). Muy importante esta imagen de ‘la sombra’ que se posa sobre María ya que a partir de ese momento en su vientre se concibió el hijo de Dios. En el Antiguo Testamento la sombra y la nube son imágenes que indican la presencia del Señor (cfr. Ex 13, 22; Ex 19, 16; Ex 24, 16; Sal 17, 8; Sal 57, 2; Sal 140, 8) y la presencia del Señor es protección. El Salmo 121 nos dice: «Es tu guardián, Yahvé, Yahvé tu sombra a tu diestra. De día el sol no te herirá, tampoco la luna de noche».  El Señor te cubrirá con su presencia amorosa te protegerá del sol con su sombra. Se emplea una imagen muy típica del Medio Oriente donde hace mucho calor y la sombra es un signo de protección. Y es el salmista quien clama a Dios y le ruega que le esconda a la sombra de sus divinas alas. El salmo 67 nos lo vuelve a decir con otras palabras: «Si acostado me vienes a la mente, quedo en vela meditando en ti, porque tú me sirves de auxilio y exulto a la sombra de tus alas; mi ser se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene».

 

Aunque la imagen de la nube tenga el mismo significado indica ‘la presencia del Señor’, que ‘el Señor está presente’. Cuando Moisés sube a la montaña para salir al encuentro del Señor una nube desciende y cubre el monte (cfr. Ex 24, 15-16). También en el libro del Éxodo nos narra que cuando el pueblo de Israel caminaba por el desierto era precedido por la nube, signo de la presencia de Dios que guía a su pueblo (cfr. Ex 13, 21; Dt 1, 33). Por lo tanto, la sombra y la nube son imágenes bíblicas para indicar la presencia del Señor. Esto no es únicamente del Antiguo Testamento, también nos lo encontramos en el Nuevo Testamento durante la transfiguración, ya que nos dice el evangelista que «una nube luminosa los cubrió con su sombra» (cfr. Mt 17, 5) a Jesús y a sus tres discípulos.

 

Cuando Lucas dice que «el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra» pretende contarnos una sublime verdad: Dios está presente en el seno de María. El evangelista, en el texto de la visitación de hoy, desarrolla este mensaje de la divinidad del hijo de María con otra imagen bíblica: El Arca de la Alianza. María es el nuevo Arca de la Alianza. En Israel el Arca de la Alianza era la señal de la presencia de Dios en medio de su pueblo.

 

Según el libro del Éxodo el Arca de la Alianza contenía las dos tablas de piedra en las que Dios había escrito los Diez Mandamientos (cfr. Ex 40, 20), por lo tanto, en el Arca estaba la Palabra que Dios había revelado a su pueblo. Durante el éxodo una nube cubría la tienda donde estaba guardada el Arca, porque era el signo de la presencia de Dios. Cuando el pueblo de Israel cruzó el río Jordán para entrar en la Tierra Prometida dice el libro de Josué que los pies de los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza hicieron que las aguas del Jordán se separasen y todo el pueblo pudo pasar a pie firme y en seco todo el río (cfr. Jos 3, 14-17).

 

El pueblo de Israel llevaba el Arca de la Alianza -la presencia de Dios- al campo de batalla para luchar contra sus enemigos. Aunque las cosas no les fueron bien contra los filisteos, los cuales capturaron el Arca (cfr. 1 Sam 4), aunque posteriormente fue recuperada por Israel (cfr. 1 Sam 6). Fue recuperada el Arca de la Alianza porque los filisteos tienen miedo de tener algo tan santo como es el Arca. Ellos eran muy supersticiosos y además sabían que no les iba a favorecer a ellos. Se dieron cuenta de cómo, coincidiendo con la estancia del Arca entre el campamento de los filisteos, sufrieron mucho de hemorroides, o bien de abscesos provocados por la disentería. Por lo que los filisteos querían quitarse del medio el Arca ya que «los alaridos de angustia de la ciudad subieron hasta el cielo» (cfr. 1 Sam 5, 6-12). Y por eso devolvieron el Arca a los hebreos.

 

Lucas presenta a María como la verdadera Arca de la Alianza al tener dentro de su seno al hijo del Altísimo. El Arca de la Alianza para los israelitas era un objeto material (cfr. Ex 25, 10-22), signo de la presencia del Señor; no estaba realmente presente el Señor, era únicamente un signo. En María, la verdadera Arca de la Alianza, Dios está realmente presente. El evangelista Lucas va a presentar a María reviviendo/recordando el viaje que se realizó con el Arca de la Alianza hasta que llegó a las montañas de Judá, a Jerusalén.

 

El Arca de la Alianza había sido capturada por los filisteos -tal y como antes lo había comentado- y una vez devuelta a los israelitas la pusieron en una ciudad, situada en una colina, llamada Quiriat Yearin -15 km al oeste de Jerusalén- (cfr. 1 Sam 6, 21). Allí, esa localidad, colocaron el Arca de la Alianza, una vez recuperada por el pueblo de Israel.

Posteriormente el rey David quiso que el Arca de la Alianza fuese llevada a Jerusalén y la colocó, de un modo provisional durante tres meses, en la casa de Obededón, el de Gat (cfr. 2 Sam 6, 10). Por cierto, tres meses fue el tiempo en el que María, el verdadero Arca de la Alianza, estuvo en casa de Zacarías e Isabel (cfr. Lc 1, 56). Recordemos que los cristianos leemos e interpretamos el Antiguo Testamento a la luz del Nuevo Testamento. Estos tres meses era el tiempo aplicado a María, verdadera Arca de la Alianza.

 

Y nos cuenta la Biblia que cuando el Arca entró en la casa de Obededón, toda su familia quedó colmada de bendiciones del Señor (cfr. 2 Sam 6, 11). Esa familia gozó de paz, libres de enfermedades, abundante fecundidad, de tal manera que estas noticias tan favorables llegaron a los oídos del propio rey David (cfr. 2 Sam 6, 12). Y donde llega María, la verdadera Arca de la Alianza, se difunde y contagia la alegría. Con María viene la paz, sólo tenemos que escuchar lo que sucedió cuando María llegó a la casa de Zacarías: «En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno».

 

«Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel». María al decir ‘sí’ a Dios quedó involucrada en el proyecto de Dios. Y María estaba deseando de compartir esta gozosa experiencia divina con alguna persona que la pudiera entender. Ésta es la razón por la cual decidió ir donde Isabel, ya que ella también estaba involucrada en el diseño de amor del Señor. María cuando llega a la casa de Zacarías no saluda al dueño de la casa, el cual está mudo (no podía hablar) ya que no creyó en el proyecto de Dios; por lo tanto, Zacarías no podía entender a María ni entender que dentro de ella estaba llevando en su seno al Hijo del Dios Altísimo. Zacarías estaba allí sólo ‘de cuerpo presente’. Por eso no saludó María a Zacarías. Por eso María se dirige y saluda a Isabel ya que ella sí ha entendido que Dios está llevando a cabo las promesas hechas por boca de los profetas.

 

El diálogo entre estas dos mujeres se inicia con el saludo. Si se hubiera tratado de un simple saludo el propio evangelista no lo hubiera recogido por escrito. Si Lucas recogió por escrito este saludo es porque el propio Bautista saltó de alegría en el vientre de Isabel. ¿Qué sucedió en ese saludo entre estas dos mujeres para que Juan saltase de alegría en el vientre de Isabel? Cuando los judíos se encuentran se desean una sola cosa, ‘Shalom’ (שָׁלוֹם), paz y significa ‘te deseo cada bendición y que el Señor te conceda toda la vida y a la alegría’. Este saludo dado por María a Isabel contiene todas las promesas de paz que se encontraban en el Antiguo Testamento: El Mesías prometido traería al mundo la paz, el ‘Shalom’. El Salmo 72 vers.7 reza diciendo «florecerá en sus días la justicia, prosperidad hasta que falte la luna». El profeta Isaías llama al Mesías con el título de ‘Príncipe de Paz’ (cfr. Is 9, 5). El profeta Zacarías en el capítulo 9 dice: «¡Exulta sin freno, Sión, grita de alegría Jerusalén! Que viene a ti tu rey: justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en una cría de asna. Suprimirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de guerra, y él proclamará la paz a las naciones» (cfr. Zac 9, 9-10). Cuando María dice a Isabel ‘Shalom’ está diciendo a Isabel que el Mesías esperado ha llegado y que trae la paz consigo.

 

Quien acoge la Palabra de Dios y la encarna en la propia vida se convierte en un arca de la alianza porque esa persona se hace embajador del Hijo de Dios en medio de su gente. Cuando entra María en cualquier casa lleva consigo la paz. Jesús se lo dirá a sus discípulos: «Si entráis en una casa, decid primero: ‘Paz a esta casa’. Y si hubiera allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él» (cfr. Lc 10, 5). Cristo ha venido a traernos la paz.

 

«Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre». En el segundo libro de Samuel en el capítulo seis nos cuenta lo que sucedió en Jerusalén cuando llegó el Arca de la Alianza; se dice que fue una explosión de alegría, cantando, bailando… E incluso el propio rey David se puso a danzar delante del Arca, lo cual era algo impropio de la dignidad de un rey: «David danzaba girando con todas sus fuerzas delante de Yahvé, ceñido de un Efod de lino» (un vestido sacerdotal), (cfr. 2 Sam 6, 14). Con esos saltos y bailes del rey David representan a la esposa llena de alegría. ¿Qué es lo que pasó cuando Isabel oyó el saludo de María? Lo que sucedió es que el Bautista que lleva en su vientre comienza a saltar de alegría, a danzar, tal y como lo hizo el rey David cuando vi llegar el Arca del Señor. Juan el Bautista «saltó de alegría en su vientre» porque el Arca del Señor ha llegado. El evangelista Lucas lo ha recogido de la tradición judía.

 

¿Cuál es el mensaje para nosotros? Allí donde hay alguien que como María lleva consigo al Señor lleva allí la alegría. La alegría es uno de los frutos del Espíritu Santo, comienza la fiesta y se inicia la danza. La alegría es la señal de que en una casa ha entrado el Señor. «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia la salvación» (…)!» (Is 52, 7). La paz y la alegría es la firma que el Señor pone que nos asegura que eso o que aquello viene de Dios.

 

«Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá». Nos cuenta que Isabel «levantando la voz, exclamó», o sea, Isabel grita. Es un grito de alegría porque el arca del Señor está ya en el campamento, en medio del pueblo de Israel y porque saben que la presencia de Dios es ya la victoria obtenida; y al mismo tiempo es un aviso serio a los enemigos para que no se acerquen (es más, cuando oían esos gritos los enemigos huían despavoridos porque sabían que iban a fracasar porque los israelitas contaban con la presencia del arca en medio de ellos) ya que era un grito de guerra. Recordemos que el pueblo de Israel llevaba el Arca a la guerra: «Cuando el arca de la alianza de Yahvé llegó al campamento, todos los israelitas lanzaron un gran grito que hizo retumbar las tierras» (cfr. 1 Sam 4, 5). Este grito religioso y guerrero formaba parte del ritual del arca tal y como nos lo cuenta el libro de los Números 10, 5 y siguientes. Ese grito o clamor de Isabel es de guerra porque el mal va a ser vencido y de alegría porque dicha victoria contra el mal está ya asegurada y garantizada totalmente por el Señor, el cual es portado por María, el Arca de la Nueva Alianza. Porque la nueva Eva, María, pisará la cabeza de la serpiente.

 

Isabel bendice a María. Bendecir en la Biblia significa desear fecundidad, desear vida. Y María no es sólo bendita entre todas las mujeres, sino más bien de todas las demás mujeres. Quiere significar que no ha habido nadie como María ni lo habrá, ya que ella es la portadora de la Vida. La mujer es la imagen de la vida. E Isabel manifiesta abiertamente que el fruto del vientre de María lleva consigo la verdadera vida, la cual no procede de la tierra, sino del cielo. De Judit se dice que «hija, que te bendiga el Dios Altísimo entre todas las mujeres de la tierra» (cfr. Jdt 13, 18). Judit y María son prototipos de oración y de fidelidad. Judit representa a Israel y María a la Iglesia. Judit -la viuda de Manasés (cfr. Jdt 8, 2)- cortó la cabeza del cruel tirano Holofernes en un contexto de persecución y de hostilidad. Judit encarna las más destacadas virtudes de su pueblo y con ellas se enfrenta al prepotente agresor -el general Holofernes-, convirtiéndose en mediadora de la salvación de Dios. María es la nueva y más potente mediadora de todas las gracias, después de Jesucristo.

 

En las palabras de Isabel hay una nueva llamada al Arca de la Alianza: ‘¿A qué debo que la madre de mi Señor venga a mí?’, «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?». Esta frase no es inventada por Isabel, sino que la copió del rey David que cuando llegó a Jerusalén el Arca de la Alianza exclamó ‘a qué debo que venga a mí el Arca de la Alianza’ (cfr. 2 Sam 6, 9), «¿cómo voy a llevar a mi casa el arca de Yahvé?», ‘¿Quién soy yo para que venga a mí el arca del Señor?’. Y David irá delante del Arca bailando y saltando con las vestiduras religiosas.

 

Isabel dirigiéndose a María le dice: «Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá». Esta frase dicha por Isabel estaba dicha refiriéndose a su esposo Zacarías. El cual estaba allí mudo, sin poder hablar, sólo escuchando y contemplando toda la escena. Era tanto como decirle a Zacarías: ‘¡Tú, que eres un sacerdote y además de la casta sacerdotal alta y no has creído y por eso estás mudo!’.  Cuando Isabel dice «Bienaventurada la que ha creído» el evangelista Lucas desea involucrar e incluir a todos aquellos creyentes que, como María, creen en las promesas de Dios y son dóciles ante su Palabra. Es una invitación a ser como María, a ser personas que confían, que creen en la Palabra y de este modo seremos declarados como María, bienaventurados. Recordemos aquella escena evangélica cuando una mujer se queda encantada escuchando a Jesús y en un cierto punto lanza aquella frase: «Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron»; a lo que Jesús le contestó: «Más bien, dichosos/bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica» (cfr. Lc 11, 27-28). De nuevo Jesús desea involucrarnos a todos en esta dicha, en esta bienaventuranza. Si quieres ser bienaventurada como María escucha la Palabra de Dios y obedécela. De este modo, como María, mantendrás una relación esponsal con el Amado.