sábado, 3 de agosto de 2024

Homilía del domingo XVIII del Tiempo Ordinario, ciclo b 04.08.2024

 

Homilía del domingo XVIII del Tiempo Ordinario, ciclo B

04.08.2024

 

         El domingo pasado veíamos cómo querían proclamar a Jesús como rey porque con cuatro panes y dos peces había dado de comer a unos cinco mil. En nuestra opinión lo que allí ocurrió fue un triunfo, pero para Jesús fue una profunda decepción. Jesús se dio cuenta que la gente no entendió el significado del milagro. La gente entendió mal el signo que hizo Jesús porque consideraron a Jesús como un hacedor de milagros. Ellos entendieron que Jesús era alguien que les resolvía todos los problemas. Jesús no llegó hacerles entender que el mundo nuevo no viene del cielo con milagros, sino que hay que construirlo siguiendo la propuesta de Jesús. Es entonces cuando irá surgiendo un mundo sin guerras, sin hambre, sin sufrimiento. El signo que Jesús les había dado la gente lo había equivocado.

         Cuando abandonan aquel lugar del milagro, los discípulos se habían entretenido entre la gente mientras que Jesús había ido a la montaña porque comparte el pensamiento de Dios, y el único que sube al monte es Jesús ya que es el único que piensa con sus criterios.

Los discípulos embarcan en una barca y atraviesan el lago. Esa barca, sin Jesús se torna un viaje tormentoso, un viaje agitado, porque sus corazones están agitados al ser conscientes que el éxodo que Jesús les propone, que la propuesta que Jesús les hace es muy complicada porque se trata de comportarse como aquel que no retiene para sí nada, sino que lo entrega por amor. Como ese niño o muchacho que no vendió su comida ni cobró nada por ella, sino que lo entregó por amor: puso todos los bienes que tenía a disposición de los hermanos. De este modo ha demostrado que comportándose así se satisface el mundo y se vencen a las injusticias. Pero el corazón se agita porque acoger esta propuesta de Jesús es difícil.

         Esta agitación del corazón es la que se debería de dar en los corazones de los hermanos que forman la comunidad cristiana ante la palabra provocativa del Evangelio que pide una conversión y un cambio radical de las elecciones en la vida.

         Las multitudes entendieron mal el milagro de la multiplicación y ellos buscan a Jesús pero no lo encuentran. Ni los propios discípulos le encuentran porque todos están confundidos y desorientados. Es importante que nos reconozcamos en esa multitud de Cafarnaún y que nos reconozcamos entre los suyos que estamos desconcertados y desorientados. Jesús ha iniciado su éxodo para introducirnos en la dinámica de la vida nueva, de la vida del Espíritu, pero la multitud se quedó con sus pies plantados en su orilla, en la orilla de la tierra de la esclavitud, con sus viejos planteamientos. Esta gente busca a Jesús pero le buscan con motivos equivocados. Es más, cuando le encuentran le preguntan «¿cuándo has venido aquí?». Esa no debería de haber sido la pregunta que le tenían que hacer, ya que le estaban buscando porque ese Jesús sería como un dios que nos facilitaría la vida, que hiciera maravillas para que nosotros fuésemos felices, de tal manera que todos los problemas y dificultades nos lo resolvería Jesús. La multitud que así piensa y razona no ha empezado a realizar el éxodo, sino que tienen sus pies bien asentados en la tierra de la esclavitud. Ellos pensaban que si Jesús no nos resuelve los problemas materiales y personales ¿de qué nos sirve el haberte encontrado?

         Las expectativas de la gente de Cafarnaún se parecen a las nuestras. Hay muchos creyentes que acuden solo a Jesús cuando tienen dificultades o se le invoca para salir de un apuro.

         Jesús no responde a la pregunta que le dirigieron, sino que Jesús responde a la cuestión auténtica y de fondo del porqué le están buscando. Jesús dice que le buscan porque responde con milagros a las necesidades materiales de la gente. Jesús dice: ‘no me estás buscando, estás buscando los panes y los peces’. Este es el gran equivoco de muchos de los cristianos: ¿por qué buscamos al Señor? Las peticiones correctas serían en la línea de pedirle luz para tomar las decisiones correctas en la vida para ver claramente y así no cometer errores. Pedirle que nos enseñe a amar, a entregarnos a buscar siempre el bien del otro por encima del nuestro propio. Recordemos cómo Salomón pidió sabiduría a Dios.

         Jesús no ha venido al mundo para aportar el pan para la vida biológica. Jesús ha venido para aportarnos el pan que dura para la vida eterna. Las personas que acudían a él eran de Cafarnaún. Eran personas que acudían a la sinagoga, que cumplían con el ayuno y las limosnas, eran fieles cumplidores de lo mandado. ¿Acaso Jesús espera mucho más de lo que ya estamos haciendo? Jesús no manda nuevas cosas, sólo hay una obra importante y fundamental: cree en mí. ¿Qué significa creer? Creer es fiarse de la propuesta de vida que Jesús nos hace. Creer es aceptar y hacer propia la propuesta planteada por Jesús de Nazaret. Es decir, donar la vida por amor, eso es creer en Él.

         Creer es que  yo me juego la vida por la propuesta de Jesucristo. Es una propuesta que es desafiante. Ahora bien, ¿tendré la garantía de que si sigo la vida propuesta por Jesucristo las cosas me irán bien? Por eso la gente de Cafarnaún le dice, ‘danos una señal’, danos una señal que demuestre que tu propuesta es exitosa, que no será un fiasco. Ellos dicen que Moisés pidió confianza al pueblo, el cual le siguió en el desierto, el cual le dio al descender el maná del cielo. Jesús no está dispuesto a realizar un milagro para que ellos acepten su propuesta de vida. No da ni pruebas surgidas de los milagros ni pruebas racionales. La propuesta de vida que Jesús nos hace no la podemos comprobar con la racionalidad. Jesús pide la confianza que tiene un enamorado con su amante. Un enamorado no puede decir a su chica diciéndole que estará seguro y que le puede dar la certeza de que él le hará feliz a la chica. No lo puede probar; o confías o no te confías. Jesús sólo te da una prueba: la belleza de su vida, donada por amor. Ahora bien ¿quieres apostar y juntar tu vida a la propuesta de vida que te ofrece Jesús?

         Jesús confronta el regalo que Moisés pidió al pueblo, el regalo del maná y el verdadero pan que proviene del cielo. El enamorado quiere que sea feliz su amada y él no puede ser feliz sino está con ella. Jesús es el amante que nos quiere convencer que sólo él puede llenar nuestra necesidad de amor infinito, de vida que perdura. Jesús no da pruebas. Nos atrae como lo hacen los amantes con su belleza. Nos cuenta lo que nos puede dar. No nos puede dar comida material, pero sí el alimento de la vida que no acaba. Pero si crees que te puedes satisfacer sólo de la comida material, esta comida te decepcionará. Son como esos amantes que se prometen satisfacer su hambre y sed de alegría simplemente con las cosas materiales, terminan decepcionados. El maná era un regalo de Dios, fue un pan para la tierra, un pan que perece, que se termina poniendo podrido. Pero el pan del cielo es real, es lo que realmente alimenta la vida que no perece. El pan del cielo alimenta una vida que no perece. Pero la multitud no lo entiende, ya que siguen pensando que el pan que viene del cielo es lo material. Llegamos a pensar que el pan que viene del cielo es lo que nos ayuda a nuestra vida material. Jesús nos lo aclara: ‘yo soy el pan de la vida’. Jesús es el pan que sacia lo más íntimo de nuestras necesidades del hombre. Si pensamos saciar nuestra hambre y nuestra sed de felicidad con el pan que perece, con comida, con bienes que perecen, como si estuviésemos sacando agua de un pozo que al final se seca, nosotros permaneceremos decepcionados. Si uno busca la felicidad en su profesión, si uno desea encontrar la felicidad en el pozo de su trabajo, de su profesión, de su cargo, se terminará secando, porque llegará una hora en que dejemos ese trabajo, ese cargo y nadie nos llame, pasemos al olvido, ese pozo se seque y sigamos teniendo sed y hambre como el primer día. O que nos apasione la música y así busquemos saciarnos de ese placer, llegará un momento en que el oído no responda y no podamos sacar más agua de ese pozo y sigamos estando totalmente sedientos. O que el viajar fuera una pasión que hiciera que tuviésemos una gran alegría y nos ayudase a vivir de un modo más satisfactorio, pero llegará un día en que no puedas viajar, que tus fuerzas flaqueen y no puedas sacar más agua de ese pozo porque ya se ha terminado secando. Todos los pozos se terminan secando y la sed permanece en nosotros. La sed del infinito, la sed de Dios que tenemos dentro de nosotros –porque Él mismo nos lo ha puesto- para que le busquemos. Recordemos el llanto del salmista ‘tengo sed de Dios, del Dios vivo’. O la profecía del profeta Amós ‘llegarán los días en los que enviaré el hambre en la tierra, no hambre de pan ni sed del agua, sino de la escucha de la palabra del Señor’. O las palabras de Jeremías que nos cuenta que ‘cuando encontraba la palabra del Señor las devoraba con avidez. Tu palabra era una alegría y felicidad para mi corazón.

         El único pan que sacia la necesidad de la alegría plena es la palabra de Cristo, su evangelio, no el maná del desierto. Y hasta que uno no coma este pan que sacia estará siempre inquieto aunque esté colmado de todos los bienes materiales. 









1 comentario:

Anónimo dijo...

Realmente se tiende a buscar a Jesús para conseguir cosas materiales. Comprendo los sentimientos de dolor, de decepción que tuvo Jesús al sentirse decepcionado por los suyos y por todos los que le estaban buscando por su propio interés.