sábado, 31 de agosto de 2024

Homilía del Domingo XXII del Tiempo Ordinario, ciclo B 01.09.2024 Mc 7,1-8.14-15.21-23

 

Domingo XXII del Tiempo Ordinario, ciclo B

01.09.2024 (Mc 7, 1-8.14-15.21-23)

 

         Las autoridades de Jerusalén envían a algunos fariseos y escribas porque acusan a Jesús de violar un precepto grave y enseña a sus discípulos a no realizarlo. Acusaban a Jesús de no realizar las purificaciones rituales y le acusaban de enseñar a sus discípulos a no dar importancia a esta práctica. No se trataba de una práctica de higiene, ya que las purificaciones se realizaban después de realizar la higiene correspondiente.

         Estas purificaciones eran necesarias para limpiar cualquier eventual impureza porque alguien o alguno podrían tener contacto con cualquier cosa del mundo. En el libro del Levítico hay dedicados seis capítulos a estas distinciones entre lo que es puro y lo que es impuro. Puros son ciertos animales que se pueden comer e impuros son otros animales (el cerdo, el camello, la liebre…) que hay que evitar. Las condiciones de impureza de cualquier modo llaman y recuerdan a la muerte, la sangre, todo lo relacionado con el nacimiento, las enfermedades… Pero en el tiempo de Jesús se consideraba impuro todo lo que tenía relación con la muerte ya que cualquiera que incurriese en impureza o estuviera relacionado con algo considerado impuro no podía acercarse al Señor, no podía acudir a la sinagoga ni al Templo ni a la vida social del pueblo israelita. Por lo tanto debían de purificarse.

         En el libro del Éxodo        se establece qué cosas hay que hacer para purificarse; pero las disposiciones se referían únicamente a los sacerdotes que viviendo en contacto constante ante Dios, el Santo, el Puro debían mantenerse siempre en un estado de pureza. Por lo tanto ellos no podían enterrar a un muerto y luego ir al templo a servir al Señor. Es más, los sacerdotes iban al templo descalzos, no calzados, porque los zapatos eran de cuero y el cuero está elaborado de un animal muerto, lo cual ya incurrían en impureza el hecho de ir calzados.

         Los fariseos del tiempo de Jesús habían inculcado en la mentalidad de la gente que todas estas prescripciones de pureza que tenían los sacerdotes tenían que convertirse en una práctica habitual en la vida cotidiana de todos los israelitas, porque los israelitas son un pueblo puro y los paganos son los impuros. Aquí está la disputa entre Jesús y los fariseos y escribas.

         Los fariseos y escribas sostenían la importancia de lavarse las manos para purificarse: Esto tenía un significado hermoso que era recordar al israelita que cuando tomó el pan tocaba algo puro ya que el pan es un don de Dios. Les recordaba que el pan y los dones materiales tenían un significado además del económico, tenían el significado de la fe. Por ejemplo; una esposa cuando observa el anillo, a alianza matrimonial, el cual puede o no tener mucho valor económico, pero para ella tiene todo un significado porque le recuerda muchos años de una vida de amor con el esposo. Aquí está el significado del lavado ritual de las manos que debía de realizar el israelita que debía de tomar el pan como un regalo del cielo y por tanto compartirlo con todos los hijos de Dios.

         Sin embargo en el tiempo de Jesús pasó a convertirse –el lavarse las manos como purificación- en un ritual semi-mágico para protegerse de las fuerzas del mal que podían entrar cuando uno se estaba alimentando y por lo tanto tenían que protegerse de estas fuerzas de la muerte. Por lo tanto ya habían perdido este significado original que era hermoso.

         El evangelista Marcos escribe a unas comunidades de Roma, procedentes del paganismo que no conocen estas costumbres judías; por eso el evangelista necesita explicar a sus lectores esta obsesión de los judíos con las purificaciones.

         Aquellos que iban al mercado/plaza (Jn 7,4) habían tenido contacto con otras personas con objetos, con alimentos que podían ser portadores de impureza: tocar sin querer a un pagano, un objeto idólatra o a una mujer durante su ciclo. Por esto al regresar a su casa deben de hacer el rito de la purificación y tenían que hacerlo de un modo muy meticuloso como lo prescribía el Talmud.

         ¿Cómo responde Jesús a la acusación que le están haciendo de descuidar las tradiciones de los mayores? Las manos son el símbolo de la acción que realizamos; con las manos podemos hacer el bien o hacer el mal, dar la vida y dar la muerte. Y ante la pregunta de si tocar un objeto, dar la mano a un pagano, acariciar a un leproso, enterrar a un muerto… Jesús responde que esto no ensucia tus manos. Esto es así porque ninguna criatura ni ninguna persona es impura para Dios. Jesús no acepta que se purifique las manos con un rito porque ese rito te tranquiliza la conciencia y te hace pensar de un modo engañoso. Para Jesús son puras las manos que dan de comer al hambriento y de beber al sediento, que han vestido al desnudo, curado al enfermo y visitado al que está en la cárcel. Recordemos que en el capítulo 11 de san Lucas, Jesús sigue discutiendo con los fariseos y los escribas sobre las purificaciones y les dice que ellos se afanan en purificar lo externo de las copas y de los platos. Y les dice cómo ellos deberían de purificar la copa y los platos: dad a los pobres lo que hay dentro de la copa y de los platos (la bebida y la comida) y todo se volverá puro. Aquí está la diferencia entre las manos puras de los fariseos que realizan el rito y lo de Jesús que va a lo esencial, las obras de amor, las cuales purifican las manos.

         Jesús les dice: ‘Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas (…)’. El término ‘hipócrita’ no tiene el significado que tiene asumido por nosotros desde un punto de vista moral. Para nosotros los términos fariseos e hipócritas se identifican, porque entendemos al fariseo como persona falsa que predica el bien y hace el mal. Este no es el sentido de ‘hipócrita’ del evangelio.  Los fariseos no eran gente mala, es más, Pablo era un fariseo (Rm 10). Eran personas celosas y que cumplían escrupulosamente con la Torá. Pero desgraciadamente ellos eran personas esclavas de sus tradiciones religiosas y ni siquiera Jesús pudo liberarlos e introducirlos en la libertad y en la alegría del amor incondicional de Dios. Entonces ¿qué significa el término ‘hipócrita’? El término hipócrita se refería a los actores de teatro. El actor era un hipócrita; la razón era porque en aquel tiempo las representaciones teatrales el actor nunca se presentaba su rostro/cara, sino que siempre iba con una máscara y así simulaba lo que no era. Podía ser en la vida real un pobre granjero y se presentaba en la obra teatral como un filósofo. Aquí Jesús cuando se refiere a los fariseos y a los escribas no les dice que son malos, lo que les dice es que ellos son comediantes. Dice que Dios no tiene necesidad de esas escenas teatrales o de esas comedias religiosas (los rituales de purificación) ya que lo que Dios espera de ellos es otra cosa muy diferente, por eso hace referencia al profeta Isaías: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy lejos de mí» (Is 29, 13). Es decir, que sus pensamientos, sus mentes, sus decisiones están muy lejos de Dios. El profeta Isaías, en su primer capítulo presenta la comedia religiosa que sucedió en Jerusalén. Dios dice que cuando el pueblo realiza sus comedias religiosas que Él mira para otra parte (Cfr. Is 1, 15): «Cuando extendéis las manos para orar, aparto mi vista». Que el perfume del incienso, de los holocaustos los aborrece porque no obran conforme a la voluntad de Dios. La razón es clara: Con esas manos se comenten violencia, gotean sangre y luego vienen a Dios para llevar a cabo un rito de purificación y esto no le interesa a Dios, porque todo esto es una farsa, un engaño.

         Jesús toma precisamente al profeta Isaías para decirles que está esperando a alguien que quiera realmente una relación con Él, para así adentrarse en una auténtica purificación/conversión: es la purificación de los que realizan las obras de amor, ya que ese es el único culto que a Dios le gusta.

         Y a continuación Jesús dice a todos qué cosa hace impuro al hombre. Dice que es de dentro del hombre donde surge la impureza. Cuando se dice ‘de dentro’ no se está refiriendo a la sede de los afectos, sino de la mente, de la conciencia, el origen de las elecciones y de las decisiones. Y a continuación Jesús presenta doce comportamientos que vienen desde dentro del corazón del hombre y lo hacen impuro; es decir, que al hacerlo impuro mata lo humano que tiene esa persona, lo destruye como hombre.

         Hay doce comportamientos en los que encuentras seis en singular y seis en plural. La primera de ellas es la prostitución o fornicaciones: no sólo habla de la única forma de prostitución o de fornicación que conocemos, sino que está en plural porque son muchas; son todas aquellas situaciones de la vida en la que uno se vende por intereses. Si para conseguir cualquier cosa en el trabajo o en la carrera uno vende su propia conciencia y sus propios valores personales o la propia dignidad uno se prostituye, fornica y esto deshumaniza. El segundo es ‘los robos’, no robo; usa el plural porque existe muchas maneras de robar. No consiste sólo en quitar algo a alguien, sino que la gestión de los bienes de este mundo es un robo porque los bienes de este mundo son todos de Dios. El robo puede incluso robar el buen nombre de una persona y hay muchas formas de robar y todas ellas te deshumanizan. El tercero son los homicidios; no sólo es quitar la vida a una persona con un arma, sino que cualquier reducción en la vida del otro es un homicidio, uno puede quitarle la alegría de vivir, de trabajar porque se le está acosando en su trabajo, se le está atacando por pensar y sentir de un modo diferente, se está abusando de él y minando su autoestima y su propia persona, todo esto es un homicidio, y no digamos nada de las calumnias y maquinaciones contra una persona, y todos estos homicidios están proyectados y nacen del corazón del hombre. La cuarta son los adulterios; hay muchas traiciones a la lealtad y muchas infidelidades al amor. Todas las búsquedas del placer egoísta que suponga la esclavitud o servidumbre del otro son traiciones al amor, son adulterios. La quinta son las codicias; las codicias son los antojos que te llevan a querer tener cada vez más para acumular y guardar la felicidad de tener más. La alegría del hombre no consiste en tener más o en acumular más sino en el dar/donar más. Hay más alegría en el dar que en el recibir. El hijo de Dios que hay en uno crece cuando hay disposición para hacer al otro feliz ya que si acumulamos para nosotros nos olvidamos de los demás. La sexta son las malicias; son los malos pensamientos, el pensar y buscar siempre mal de alguien. Hay muchísima gente, de las que son incluso muy devotas, que tienen un deseo incontenible de controlar y vigilar la vida de los demás porque sospechan y piensan mal de esas personas y sienten un placer morboso de decirles a sus amigos toda la porquería de esa persona en concreto. Estas personas son devastadoras; siempre miran las acciones con sospecha, siempre ven las malas intenciones de los demás por todas partes. Y a partir de aquí empiezan los seis comportamientos en singular. El séptimo es el fraude, el engaño; es el comportamiento de aquellos que piensan en su propio interés y está dispuesto a realizar cualquier truco para conseguir sus propios objetivos. Sería lo que en griego se llama δόλος (dólos), engaño. El octavo comportamiento es el desenfreno; no se refiere sólo al campo sexual, pero todos los sentidos han de tener sus propios frenos, en el beber, en el comer, en el entretenimiento… es la falta de autocontrol; es el comportamiento de aquellos cuya norma es que  “yo hago lo que me plazca”. El noveno comportamiento es la envidia; es el miedo de que alguien quiera algo de mí y me reste algo de mí, por lo que uno está atento no sea que la habilidad de esa persona, ese modo de actuar o esos estudios o ‘labia’ haga que mi posición o pretensiones sean restadas o entren en serio peligro, porque el otro es un enemigo, contrincante, una persona a derrocar para que ‘no me haga sombra’; me lamento de que el otro tenga algo que yo no puedo tener. Muchas veces cuando uno no se alegra de los éxitos de los demás es porque la envidia gobierna ese corazón. El décimo comportamiento es la calumnia o difamación; es la oposición a la verdad, porque como esa verdad no me gusta o no me conviene tengo que buscar el modo de cómo obstaculizar la verdad, de ocultarla. El decimo primer comportamiento es el orgullo; es como si cuando uno hablara todo el mundo se tuviera que callar porque es que de nuestra boca sólo salen oráculos. Y el último comportamiento que viene del corazón y te arruina como hombre es la frivolidad; la frivolidad es la estupidez, es el orientar de un modo incorrecto las elecciones en la propia vida. Es el comportamiento del hombre de la parábola del capítulo 12 de san Lucas que había acumulado los bienes de sobra para poder vivir perfectamente toda su vida. Lo tenía acumulado en vez de distribuirlos, ya que ha tenido la fortuna de poseerlos en sus manos y lo que ha hecho ha sido ampliar los almacenes para guardarlos. La frivolidad es sacrificar toda la existencia por acumular en lugar de donar, y luego encima no ha construido nada. Es una persona que no terminó nada en su vida porque no construyó nada con el amor.

         De todas estas cosas/comportamientos concluye Jesús que son malos porque salen de dentro para afuera y éstos contaminan al hombre porque degradan al hombre, le hacen inmundo, te hacen morir como hombre.

         Es esta impureza interior, es esta muerte interior la que debemos purificar y esto no se purifica con el agua de las purificaciones. El que purifica el corazón es la voz del Espíritu que Cristo nos ha entregado; es la Palabra de Cristo la que nos purifica.


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