Homilía del
domingo XVIII del Tiempo Ordinario, ciclo B
04.08.2024
El
domingo pasado veíamos cómo querían proclamar a Jesús como rey porque con
cuatro panes y dos peces había dado de comer a unos cinco mil. En nuestra
opinión lo que allí ocurrió fue un triunfo, pero para Jesús fue una profunda
decepción. Jesús se dio cuenta que la gente no entendió el significado del
milagro. La gente entendió mal el signo que hizo Jesús porque consideraron a
Jesús como un hacedor de milagros. Ellos entendieron que Jesús era alguien que
les resolvía todos los problemas. Jesús no llegó hacerles entender que el mundo
nuevo no viene del cielo con milagros, sino que hay que construirlo siguiendo
la propuesta de Jesús. Es entonces cuando irá surgiendo un mundo sin guerras,
sin hambre, sin sufrimiento. El signo que Jesús les había dado la gente lo
había equivocado.
Cuando
abandonan aquel lugar del milagro, los discípulos se habían entretenido entre
la gente mientras que Jesús había ido a la montaña porque comparte el
pensamiento de Dios, y el único que sube al monte es Jesús ya que es el único que
piensa con sus criterios.
Los discípulos
embarcan en una barca y atraviesan el lago. Esa barca, sin Jesús se torna un
viaje tormentoso, un viaje agitado, porque sus corazones están agitados al ser
conscientes que el éxodo que Jesús les propone, que la propuesta que Jesús les
hace es muy complicada porque se trata de comportarse como aquel que no retiene
para sí nada, sino que lo entrega por amor. Como ese niño o muchacho que no
vendió su comida ni cobró nada por ella, sino que lo entregó por amor: puso
todos los bienes que tenía a disposición de los hermanos. De este modo ha
demostrado que comportándose así se satisface el mundo y se vencen a las
injusticias. Pero el corazón se agita porque acoger esta propuesta de Jesús es
difícil.
Esta
agitación del corazón es la que se debería de dar en los corazones de los
hermanos que forman la comunidad cristiana ante la palabra provocativa del
Evangelio que pide una conversión y un cambio radical de las elecciones en la
vida.
Las
multitudes entendieron mal el milagro de la multiplicación y ellos buscan a
Jesús pero no lo encuentran. Ni los propios discípulos le encuentran porque
todos están confundidos y desorientados. Es importante que nos reconozcamos en
esa multitud de Cafarnaún y que nos reconozcamos entre los suyos que estamos
desconcertados y desorientados. Jesús ha iniciado su éxodo para introducirnos
en la dinámica de la vida nueva, de la vida del Espíritu, pero la multitud se
quedó con sus pies plantados en su orilla, en la orilla de la tierra de la
esclavitud, con sus viejos planteamientos. Esta gente busca a Jesús pero le
buscan con motivos equivocados. Es más, cuando le encuentran le preguntan «¿cuándo has venido aquí?». Esa no
debería de haber sido la pregunta que le tenían que hacer, ya que le estaban
buscando porque ese Jesús sería como un dios que nos facilitaría la vida, que
hiciera maravillas para que nosotros fuésemos felices, de tal manera que todos
los problemas y dificultades nos lo resolvería Jesús. La multitud que así
piensa y razona no ha empezado a realizar el éxodo, sino que tienen sus pies
bien asentados en la tierra de la esclavitud. Ellos pensaban que si Jesús no
nos resuelve los problemas materiales y personales ¿de qué nos sirve el haberte
encontrado?
Las
expectativas de la gente de Cafarnaún se parecen a las nuestras. Hay muchos
creyentes que acuden solo a Jesús cuando tienen dificultades o se le invoca
para salir de un apuro.
Jesús
no responde a la pregunta que le dirigieron, sino que Jesús responde a la
cuestión auténtica y de fondo del porqué le están buscando. Jesús dice que le
buscan porque responde con milagros a las necesidades materiales de la gente. Jesús
dice: ‘no me estás buscando, estás buscando los panes y los peces’. Este es el
gran equivoco de muchos de los cristianos: ¿por qué buscamos al Señor? Las
peticiones correctas serían en la línea de pedirle luz para tomar las
decisiones correctas en la vida para ver claramente y así no cometer errores.
Pedirle que nos enseñe a amar, a entregarnos a buscar siempre el bien del otro
por encima del nuestro propio. Recordemos cómo Salomón pidió sabiduría a Dios.
Jesús
no ha venido al mundo para aportar el pan para la vida biológica. Jesús ha
venido para aportarnos el pan que dura para la vida eterna. Las personas que
acudían a él eran de Cafarnaún. Eran personas que acudían a la sinagoga, que
cumplían con el ayuno y las limosnas, eran fieles cumplidores de lo mandado. ¿Acaso
Jesús espera mucho más de lo que ya estamos haciendo? Jesús no manda nuevas
cosas, sólo hay una obra importante y fundamental: cree en mí. ¿Qué significa
creer? Creer es fiarse de la propuesta de vida que Jesús nos hace. Creer es aceptar
y hacer propia la propuesta planteada por Jesús de Nazaret. Es decir, donar la
vida por amor, eso es creer en Él.
Creer
es que yo me juego la vida por la
propuesta de Jesucristo. Es una propuesta que es desafiante. Ahora bien,
¿tendré la garantía de que si sigo la vida propuesta por Jesucristo las cosas
me irán bien? Por eso la gente de Cafarnaún le dice, ‘danos una señal’, danos una señal que demuestre que tu propuesta es
exitosa, que no será un fiasco. Ellos dicen que Moisés pidió confianza al
pueblo, el cual le siguió en el desierto, el cual le dio al descender el maná
del cielo. Jesús no está dispuesto a realizar un milagro para que ellos acepten
su propuesta de vida. No da ni pruebas surgidas de los milagros ni pruebas
racionales. La propuesta de vida que Jesús nos hace no la podemos comprobar con
la racionalidad. Jesús pide la confianza que tiene un enamorado con su amante.
Un enamorado no puede decir a su chica diciéndole que estará seguro y que le
puede dar la certeza de que él le hará feliz a la chica. No lo puede probar; o
confías o no te confías. Jesús sólo te da una prueba: la belleza de su vida,
donada por amor. Ahora bien ¿quieres apostar y juntar tu vida a la propuesta de
vida que te ofrece Jesús?
Jesús
confronta el regalo que Moisés pidió al pueblo, el regalo del maná y el
verdadero pan que proviene del cielo. El enamorado quiere que sea feliz su
amada y él no puede ser feliz sino está con ella. Jesús es el amante que nos
quiere convencer que sólo él puede llenar nuestra necesidad de amor infinito,
de vida que perdura. Jesús no da pruebas. Nos atrae como lo hacen los amantes
con su belleza. Nos cuenta lo que nos puede dar. No nos puede dar comida
material, pero sí el alimento de la vida que no acaba. Pero si crees que te
puedes satisfacer sólo de la comida material, esta comida te decepcionará. Son
como esos amantes que se prometen satisfacer su hambre y sed de alegría
simplemente con las cosas materiales, terminan decepcionados. El maná era un
regalo de Dios, fue un pan para la tierra, un pan que perece, que se termina
poniendo podrido. Pero el pan del cielo es real, es lo que realmente alimenta la
vida que no perece. El pan del cielo alimenta una vida que no perece. Pero la
multitud no lo entiende, ya que siguen pensando que el pan que viene del cielo
es lo material. Llegamos a pensar que el pan que viene del cielo es lo que nos
ayuda a nuestra vida material. Jesús nos lo aclara: ‘yo soy el pan de la vida’.
Jesús es el pan que sacia lo más íntimo de nuestras necesidades del hombre. Si
pensamos saciar nuestra hambre y nuestra sed de felicidad con el pan que
perece, con comida, con bienes que perecen, como si estuviésemos sacando agua
de un pozo que al final se seca, nosotros permaneceremos decepcionados. Si uno
busca la felicidad en su profesión, si uno desea encontrar la felicidad en el
pozo de su trabajo, de su profesión, de su cargo, se terminará secando, porque
llegará una hora en que dejemos ese trabajo, ese cargo y nadie nos llame,
pasemos al olvido, ese pozo se seque y sigamos teniendo sed y hambre como el
primer día. O que nos apasione la música y así busquemos saciarnos de ese
placer, llegará un momento en que el oído no responda y no podamos sacar más
agua de ese pozo y sigamos estando totalmente sedientos. O que el viajar fuera
una pasión que hiciera que tuviésemos una gran alegría y nos ayudase a vivir de
un modo más satisfactorio, pero llegará un día en que no puedas viajar, que tus
fuerzas flaqueen y no puedas sacar más agua de ese pozo porque ya se ha
terminado secando. Todos los pozos se terminan secando y la sed permanece en
nosotros. La sed del infinito, la sed de Dios que tenemos dentro de nosotros
–porque Él mismo nos lo ha puesto- para que le busquemos. Recordemos el llanto
del salmista ‘tengo sed de Dios, del Dios vivo’. O la profecía del profeta Amós
‘llegarán los días en los que enviaré el hambre en la tierra, no hambre de pan
ni sed del agua, sino de la escucha de la palabra del Señor’. O las palabras de
Jeremías que nos cuenta que ‘cuando encontraba la palabra del Señor las
devoraba con avidez. Tu palabra era una alegría y felicidad para mi corazón.
El
único pan que sacia la necesidad de la alegría plena es la palabra de Cristo,
su evangelio, no el maná del desierto. Y hasta que uno no coma este pan que
sacia estará siempre inquieto aunque esté colmado de todos los bienes
materiales.
1 comentario:
Realmente se tiende a buscar a Jesús para conseguir cosas materiales. Comprendo los sentimientos de dolor, de decepción que tuvo Jesús al sentirse decepcionado por los suyos y por todos los que le estaban buscando por su propio interés.
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