jueves, 26 de agosto de 2021

Homilía del Domingo XXII del Tiempo Ordinario, Ciclo B

 Domingo XXII del Tiempo Ordinario, ciclo b

29 de agosto de 2021

            La primera lectura tomada del libro del Deuteronomio [Dt 4, 1-2.6-8] subraya la importancia de la Ley de Dios. De hecho la palabra ‘deuteronomio’ segunda Ley. La primera ley fue la que Dios dio a Adán y Eva y el libro del libro del Deuteronomio es el libro de la segunda Ley. Es un libro donde se subraya que la Ley de Dios es liberadora, no es un peso, sino que permite al hombre vivir con libertad y con dignidad. Por eso dice la primera lectura: «Escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que, cumpliéndolos, viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar». El Señor nos pide que seamos fiel a la Ley.

            Teniendo en cuenta esta primera lectura, se podría decir que uno de los problemas de nuestra cultura actual es el tener recelo, sospecha de que la Ley de Dios nos va a quitar libertad. Esta es la primera aportación que nos ofrece esta primera lectura. No tengáis miedo a la Ley de Dios, porque la Ley de Dios nos libera. Por ejemplo, no matarás, el que bebe y se emborracha está pecado contra este mandamiento y hace que todas las relaciones familiares, personales, allá en donde él se mueva se generen profundos problemas, malos tratos, y la degeneración de una convivencia con esa persona. Puede decir uno, ‘yo hago lo que me da la gana’ y ‘bebo lo que quiera, no eres tú nadie para decirme lo que tengo yo que hacer’. Sin embargo la Ley de Dios, libera. Y curiosamente este mundo ofrece libertad y nos esclaviza, y es muy importante que cada uno vaya haciendo experiencia de esto. Dios te pide que cumplas su Ley y te libera. Este mundo te promete libertad y te esclaviza. Esta es una experiencia que tenemos que hacer, y de hecho uno va constatándolo. Por eso la primera lectura nos abre a que acojamos la Ley de Dios como liberadora, como un don, como un regalo que nos permite vivir en dignidad y cuidar nuestra propia vida.

            Pero curiosamente pasamos al evangelio [Mc 7, 1-8. 14-15.21-23] y Jesús nos habla de un riesgo: el de cumplir la Ley sin cumplirla. ¿Cómo se puede cumplir la Ley sin cumplirla?, sí, sí es posible. Los fariseos y saduceos son cumplidores de la Ley, pero Jesús les dice ‘la cumplís sin cumplirla’, porque corre el riesgo de que uno se quede con la letra de la ley y olvide el espíritu de la Ley. Esta es una disociación que a veces nosotros la solemos aplicar a los fariseos cuando Jesús dice que limpian por fuera las manos, cumplen las normas de precepto de la limpieza ritual, pero por dentro están llenos de podredumbre. Pero esto está muy cerca de nosotros. Por ejemplo, el joven rico, que nos representa a cada uno de nosotros, cuando el joven rico se presenta delante de Jesús diciendo ‘¿qué tengo que hacer para llegar a la vida eterna?’, y luego en el fondo queda bastante claro que no estaba dispuesto a seguir la voluntad de Jesús. Es como si uno se presenta ante Dios diciendo ‘¿qué normas tengo que cumplir para poder seguir haciendo mi santa voluntad sin faltar a la Ley de Dios?’. O sea que existe este riesgo. Existe el riesgo de cumplir la letra de la Ley pero en el fondo sin terminar de descubrir el espíritu de la Ley. ¿Cómo estar atentos a este riesgo? Estamos llamados a entender la Ley de Dios no separado del amor de Dios. Por ejemplo, no es bueno que nos planteemos nuestra vida moral en los siguientes términos: ‘¿esto está permitido?, ¿esto está prohibido?’. Si nos lo planteamos en estos términos no vamos por buen camino, más bien deberíamos de plantearlo de otra manera: ‘¿esto agrada al Señor?, ¿esto es conforme a su voluntad?’. Os dais cuenta dónde ponemos el acento, si en la letra o en el espíritu de la Ley.

            Cuando alguien dice ‘esto no lo puedo hacer porque me lo prohíbe mi moral’, lo que hay que decir que te lo prohíbe la Ley porque es malo. Dice Santo Tomás de Aquino ‘ofende a Dios lo que hace daño al hombre’. Y Dios prohíbe o manda aquello que es conforme al bien del hombre. Es importante que pongamos nuestro acento en agradar a Dios. No preguntarnos si cumplimos o no la Ley, sino poner el acento en qué es lo que agrada a Dios, qué es lo que está conforme a la voluntad de Dios. La Ley hay que cumplirla, pero siempre haciéndolo agradando a Dios.

            También es importante que en nuestro examen de conciencia no nos limitemos a examinar el cumplimiento literal de las cosas, sino que también examinemos el intención con la que las hacemos. Es fundamental caer en la cuenta si el cumplimiento de los preceptos de Dios lo hacemos con amor, si la caridad es el motor del cumplimiento. O si el motor de hacer las cosas es la practicidad o el ser visto por los demás o por otros motivos que no son los de la caridad. Examinarnos ante Dios no sólo del cumplimiento material de las cosas, sino también de la intención formal con la que las hacemos. Pidiendo a Dios el don para que la caridad sea el motor formal de todo lo que hacemos.

            Es posible que haya cristianos que materialmente las cosas las hagan bien, pero les falta purificar la intención formal, y eso es muy importante. Por eso Jesús, después de la primera lectura del Deuteronomio que subraya la importancia de la Ley, Jesús en el evangelio insiste en la importancia de que la Ley no esté muerta y nos llama la atención de ‘cumplir la Ley sin cumplirla’, es decir de vaciarla de su intencionalidad formal que es dar gloria a Dios sirviendo a nuestros hermanos.

            No queremos ser meros cumplidores, queremos ser seguidores de Jesús. Queremos poner el acento en el seguimiento de la persona de Jesucristo. Porque en el fondo ¿qué es la moral?, la moral –dice el Catecismo- es el estilo de vida de los seguidores de Cristo. Lo que configura la vida moral del cristiano es el seguimiento de Jesucristo, Nuestro Señor.

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