Domingo XXII del Tiempo Ordinario, ciclo b
29 de agosto de 2021
La primera lectura tomada del libro
del Deuteronomio [Dt 4, 1-2.6-8] subraya la importancia de la Ley de Dios. De
hecho la palabra ‘deuteronomio’ segunda Ley. La primera ley fue la que Dios dio
a Adán y Eva y el libro del libro del Deuteronomio es el libro de la segunda Ley.
Es un libro donde se subraya que la Ley de Dios es liberadora, no es un peso,
sino que permite al hombre vivir con libertad y con dignidad. Por eso dice la
primera lectura: «Escucha
los mandatos y decretos que yo os enseño para que, cumpliéndolos, viváis y
entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os
va a dar». El
Señor nos pide que seamos fiel a la Ley.
Teniendo en cuenta esta primera
lectura, se podría decir que uno de los problemas de nuestra cultura actual es
el tener recelo, sospecha de que la Ley de Dios nos va a quitar libertad. Esta
es la primera aportación que nos ofrece esta primera lectura. No tengáis miedo
a la Ley de Dios, porque la Ley de Dios nos libera. Por ejemplo, no matarás, el
que bebe y se emborracha está pecado contra este mandamiento y hace que todas
las relaciones familiares, personales, allá en donde él se mueva se generen
profundos problemas, malos tratos, y la degeneración de una convivencia con esa
persona. Puede decir uno, ‘yo hago lo que me da la gana’ y ‘bebo lo que quiera,
no eres tú nadie para decirme lo que tengo yo que hacer’. Sin embargo la Ley de
Dios, libera. Y curiosamente este mundo ofrece libertad y nos esclaviza, y es
muy importante que cada uno vaya haciendo experiencia de esto. Dios te pide que
cumplas su Ley y te libera. Este mundo te promete libertad y te esclaviza. Esta
es una experiencia que tenemos que hacer, y de hecho uno va constatándolo. Por
eso la primera lectura nos abre a que acojamos la Ley de Dios como liberadora,
como un don, como un regalo que nos permite vivir en dignidad y cuidar nuestra
propia vida.
Pero curiosamente pasamos al
evangelio [Mc 7, 1-8. 14-15.21-23] y Jesús nos habla de un riesgo: el de
cumplir la Ley sin cumplirla. ¿Cómo se puede cumplir la Ley sin cumplirla?, sí,
sí es posible. Los fariseos y saduceos son cumplidores de la Ley, pero Jesús
les dice ‘la cumplís sin cumplirla’, porque corre el riesgo de que uno se quede
con la letra de la ley y olvide el espíritu de la Ley. Esta es una disociación
que a veces nosotros la solemos aplicar a los fariseos cuando Jesús dice que
limpian por fuera las manos, cumplen las normas de precepto de la limpieza
ritual, pero por dentro están llenos de podredumbre. Pero esto está muy cerca
de nosotros. Por ejemplo, el joven rico, que nos representa a cada uno de
nosotros, cuando el joven rico se presenta delante de Jesús diciendo ‘¿qué
tengo que hacer para llegar a la vida eterna?’, y luego en el fondo queda
bastante claro que no estaba dispuesto a seguir la voluntad de Jesús. Es como
si uno se presenta ante Dios diciendo ‘¿qué
normas tengo que cumplir para poder seguir haciendo mi santa voluntad sin
faltar a la Ley de Dios?’. O sea que existe este riesgo. Existe el riesgo
de cumplir la letra de la Ley pero en el fondo sin terminar de descubrir el
espíritu de la Ley. ¿Cómo estar atentos a este riesgo? Estamos llamados a
entender la Ley de Dios no separado del amor de Dios. Por ejemplo, no es bueno
que nos planteemos nuestra vida moral en los siguientes términos: ‘¿esto está
permitido?, ¿esto está prohibido?’. Si nos lo planteamos en estos términos no
vamos por buen camino, más bien deberíamos de plantearlo de otra manera: ‘¿esto
agrada al Señor?, ¿esto es conforme a su voluntad?’. Os dais cuenta dónde
ponemos el acento, si en la letra o en el espíritu de la Ley.
Cuando alguien dice ‘esto no lo
puedo hacer porque me lo prohíbe mi moral’, lo que hay que decir que te lo
prohíbe la Ley porque es malo. Dice Santo Tomás de Aquino ‘ofende a Dios lo que
hace daño al hombre’. Y Dios prohíbe o manda aquello que es conforme al bien
del hombre. Es importante que pongamos nuestro acento en agradar a Dios. No
preguntarnos si cumplimos o no la Ley, sino poner el acento en qué es lo que
agrada a Dios, qué es lo que está conforme a la voluntad de Dios. La Ley hay que cumplirla, pero siempre
haciéndolo agradando a Dios.
También es importante que en nuestro
examen de conciencia no nos limitemos a examinar el cumplimiento literal de las
cosas, sino que también examinemos el
intención con la que las hacemos. Es fundamental caer en la cuenta si el
cumplimiento de los preceptos de Dios lo hacemos con amor, si la caridad es el motor del cumplimiento. O si el motor de hacer
las cosas es la practicidad o el ser visto por los demás o por otros motivos
que no son los de la caridad. Examinarnos ante Dios no sólo del cumplimiento
material de las cosas, sino también de la intención formal con la que las
hacemos. Pidiendo a Dios el don para que la caridad sea el motor formal de todo
lo que hacemos.
Es posible que haya cristianos que
materialmente las cosas las hagan bien, pero les falta purificar la intención
formal, y eso es muy importante. Por eso Jesús, después de la primera lectura
del Deuteronomio que subraya la importancia de la Ley, Jesús en el evangelio
insiste en la importancia de que la Ley no esté muerta y nos llama la atención
de ‘cumplir la Ley sin cumplirla’, es decir de vaciarla de su intencionalidad
formal que es dar gloria a Dios sirviendo a nuestros hermanos.
No queremos ser meros cumplidores,
queremos ser seguidores de Jesús. Queremos poner el acento en el seguimiento de
la persona de Jesucristo. Porque en el fondo ¿qué es la moral?, la moral –dice
el Catecismo- es el estilo de vida de los seguidores de Cristo. Lo que
configura la vida moral del cristiano es el seguimiento de Jesucristo, Nuestro
Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario