Bodas de Oro de
la Hna. Ana María de la Santísima Trinidad
31 de agosto 2021
Hna. Ana María de la Santísima Trinidad estás aquí
como fruto de una llamada particular que Cristo te hizo a ti personalmente: es
tu respuesta a la llamada particular que Cristo te hizo, y tú has respondido
con fidelidad. Y respondiendo a esta llamada de Cristo te has dedicado y te
dedicas totalmente a Dios y a la perfección de la caridad movida por el
Espíritu Santo. Con tu vida de oración y entrega estás colaborando en la
santidad de la Iglesia y eres una discípula de Cristo que contribuye en la
construcción del Reino de Dios junto a toda esta Comunidad de Carmelitas
Descalzas.
Una vida consagrada que es una
llamada a mantener encendida esa lámpara, esa llama de la santidad. Una vida
consagrada que sigue los consejos evangélicos como estado de vida. Es cierto
que Jesús dio consejos evangélicos para todos sus seguidores, pero cuando de
esos consejos que dio Jesús se convierten en estado de vida, en formas de vida
explícita, es cuando estamos en el estado de vida consagrada, la cual es un
regalo para la Iglesia y todas aquellas que se consagran son una bendición de
Dios porque colaboran más estrechamente con el Divino Salvador.
Es verdad que la primera
consagración es la bautismal, donde se reafirma que nuestro corazón es de Dios,
que nuestro corazón tiene dueño, que somos de Dios. Y el que hace los votos de
la vida consagrada lo que hace es visualizar la consagración fundamental
bautismal y la actualiza de una manera concreta viviéndolo a través de la
consagración de unos votos. De tal modo que la vida consagrada es como un faro
encendido en medio de la noche, en medio de la tibieza, en medio de la
mediocridad para que recordemos todos que en el bautismo todos hemos sido
consagrados a Cristo. Hoy nuestra Hermana Ana María de la Santísima Trinidad,
en sus cincuenta años de consagración ha estado día y noche siendo ese faro
encendido en medio de esta tierra iluminando el rostro de Cristo a toda la
Iglesia, iluminando al conjunto de todos los fieles.
Nuestra Hermana Ana María aporta y
ha aportado a la Iglesia al entregarse a Cristo y a los hermanos, dando
testimonio de la esperanza del Reino de los Cielos. La Hermana Ana María sabe
que lo principal de su vocación no es qué cosas se hace, sino lo que es, lo que
somos: la vocación es ser de Cristo. Y de ese ser de Cristo manan las diversas
actividades diarias, desde pintar, rezar en el coro, tocar el órgano hasta
planchar o hacer las formas. Ella sabe que lo esencial es primero el ser antes
que el hacer. La vida de esta Comunidad de Carmelitas Descalzas nos recuerda a
todos que somos de Dios, que nuestro corazón tiene dueño y que su dueño es
Jesucristo. Nos recuerdan que tenemos a Dios como Padre y que nuestro corazón
está centrado en esa filiación divina.
La Hermana Ana María, junto a toda
la Comunidad, es testimonio de la esperanza del Reino de los Cielos, porque
ustedes adelantan lo que será ese don de la esposalidad que tendremos todos con
Dios en los cielos. Allí no habrá esposos ni esposas, ni maridos ni mujeres,
sino que allí seremos como ángeles con un único corazón en Dios. La vida
consagrada nos adelanta esa esperanza de la vida eterna con el Señor. La vida
consagrada nos recuerda que nuestro corazón esté libre de ataduras, sólo estar
con el Señor, siendo un estímulo a la santidad. De tal modo que la santidad de
los consagrados es un estímulo para los matrimonios, para los sacerdotes para
todos los creyentes, y la hermana Ana María es un estímulo para aquellos que
tenemos la suerte de conocerla. La vocación cuando se vive con intensidad,
cuando se vive en plenitud acaba siendo un estímulo para los demás y este es el
caso de nuestra hermana Ana María de la Santísima Trinidad porque durante estos
noventa años de vida y cincuenta de consagrada ha ido realizando ese proyecto
de santidad aquí en el Carmelo Teresiano, en el lugar donde el Señor la ha plantado
y que ahora celebramos recordándonos que la principal llamada que hemos
recibido en esta vida es una llamada a la santidad.
La vida de esta hermana nuestra, Ana
María, es un ‘amén’, es un sí confiado y total al Señor, confiándose totalmente
a su Amado, Cristo el Señor. Ella dice ‘amén’ como la Virgen María, como señal
de solidez, de fidelidad al Señor y en el Señor. Decir ‘amén’ es recordar que
Dios es fiel y nosotros estamos llamados a confiar plenamente en su fidelidad. Y
nuestra hermana Ana María diariamente proclama este ‘amén’ en señal y como signo
de constante fidelidad al Señor aún en medio de la prueba. Este ‘amén’
significa también un acto de obediencia a la voluntad de Dios. San Agustín dice
que “los que en esta vida dicen ‘amén’ a
Dios, en la próxima vida dirán ‘aleluya’ “. Para poder gritar ‘aleluya’ en la
vida eterna tienes que abrazar el ‘amén’ que es la obediencia, que es la
fidelidad, es decir el ‘yo confío plenamente en la fidelidad de Dios’. Es un
‘amén’ a la fidelidad de Dios; es una ‘amén’ a la voluntad de Dios. Los que son
fieles en el ‘amén’ en esta vida, reciben el don del ‘aleluya’ en la vida
eterna. Y nuestra hermana Ana María de la Santísima Trinidad ha proclamado
durante estos cincuenta años de vida consagrada en el Carmelo Teresiano ese
‘amén’ a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo y lo seguirá haciendo
hasta el día que ella, junto a todos nosotros podamos proclamar, junto con
ella, a pleno pulmón el ‘aleluya’ en la Patria Celestial.
Hermana Ana María, “el Señor te
bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor,
el Señor te muestre su rostro y te conceda la Paz”.
Hermana, enhorabuena por estos
cincuenta años de vida consagrada.
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