El pasado domingo día 6 de junio el Señor llamó ante su presencia a nuestro hermano Felipe. Estaba haciendo lo que solía hacer un día de descanso, dar un paseo, estar sentado en un banco charlando y disfrutando de la compañía de sus amigos y conocidos en aquella soleada tarde de primavera. Y así fue como el Señor le llamó ante su presencia. Fue algo repentino, inesperado, pasó de estar con nosotros a ir hacia la presencia del Creador.
Hay
un dato muy importante: nosotros le importamos a Dios. Nosotros somos muy
valiosos para Dios. Nuestra vida le importa a Dios, Dios se interesa por cada
uno. Y tanto le importamos que envió a su único Hijo para que muriera por
nosotros en una cruz, al tercer día resucitase de entre los muertos y así
podernos abrir las puertas del Cielo. Y esto no es un modo de hablar, o una
imagen o palabras vacías, sino que es realidad. Lo que nos sucede es que
estamos acostumbrados a elaborarnos nuestras ideas, nuestros razonamientos,
nuestra forma de actuar, de interactuar entre nosotros y de amar teniendo como
instrumentos todo lo que vemos, olfateamos, gustamos, oímos y tocamos. Y cuando
se nos presenta realidades como el sufrimiento, la muerte o alguna desgracia no
sabemos o no podemos dar respuesta a eso porque nos supera, nos
trasciende. Sin embargo Jesucristo nos
dice: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”, “en el
mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).
En el fondo el Señor Jesús te está preguntando: ¿hasta
qué punto tú te fías de mí? ¿Cómo y hasta qué grado te dejas influir por mi
presencia y por mi mensaje? A lo largo de tu vida, o de lo que llevas de vida ¿te
has dejado influir por el mensaje de Cristo para tomar decisiones u otras
cuestiones? O incluso más, por mantener tu fe ¿te has sentido rechazado por los
demás?
Estamos en un contexto social, ideológico, cultural e
incluso religioso acostumbrado a elaborar una interpretación o lectura de lo
que nos pasa meramente lineal, como si fuera un encefalograma plano. Pero es
que resulta que hay una realidad superior a nosotros, que nos supera
totalmente, que nos abarca y que nosotros no la percibimos. Sólo la perciben
aquellos que se sientan necesitados de Dios. Un aparato de radio capta las
señales radiofónicas que se comunican por el aire, pero si con el dial de la
radio voy sintonizando/buscando las emisoras, uno puede disfrutar desde una
tertulia a una bellísima canción. Yo esas señales no las veo, pero sí que sé
que están. Yo a Dios quizá no le perciba, pero está conmigo y contigo. Pero si
el dial de mi alma va buscando esa presencia de Dios acudiendo a los
sacramentos, a la confesión, a la oración diaria, a la vida cristiana constante
y costosa… uno se irá dando cuenta que junto a lo que uno ve, oye, toca, huele
o saborea también está la presencia amorosa de Dios que te está sosteniendo
entre sus manos y en ese momento es cuando te darás cuenta que en todo momento,
aún sin que tú te hubieras dado cuenta antes, el Señor te sostiene entre sus
divinas manos. Y lo hace porque tú eres muy importante para Él.
De esto sabía mucho
nuestro hermano Felipe. Alguna vez pude hablar de estos temas con él, ya que
era un hombre sociable y de fe. Y todo esto que les he contado hoy, fue ni más
ni menos, lo que estuvimos hablando en una ocasión. Y Felipe me decía: «Esto es
cierto, aunque yo no sabía ponerlo en palabras». Ahora estará reunido con sus
antepasados, conocidos y podrá dar aquel abrazo tan anhelado a sus padres y a
su querida y amada esposa Priscila Luisa. Felipe Nicolás Hernández, por ti elevamos
nuestra plegaria al Padre. Dele Señor el descanso eterno, y brille para él la
luz eterna. Amén.
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