miércoles, 9 de junio de 2021

Misa de familia del señor Felipe

   El pasado domingo día 6 de junio el Señor llamó ante su presencia a nuestro hermano Felipe. Estaba haciendo lo que solía hacer un día de descanso, dar un paseo, estar sentado en un banco charlando y disfrutando de la compañía de sus amigos y conocidos en aquella soleada tarde de primavera. Y así fue como el Señor le llamó ante su presencia. Fue algo repentino, inesperado, pasó de estar con nosotros a ir hacia la presencia del Creador.

 

                Hay un dato muy importante: nosotros le importamos a Dios. Nosotros somos muy valiosos para Dios. Nuestra vida le importa a Dios, Dios se interesa por cada uno. Y tanto le importamos que envió a su único Hijo para que muriera por nosotros en una cruz, al tercer día resucitase de entre los muertos y así podernos abrir las puertas del Cielo. Y esto no es un modo de hablar, o una imagen o palabras vacías, sino que es realidad. Lo que nos sucede es que estamos acostumbrados a elaborarnos nuestras ideas, nuestros razonamientos, nuestra forma de actuar, de interactuar entre nosotros y de amar teniendo como instrumentos todo lo que vemos, olfateamos, gustamos, oímos y tocamos. Y cuando se nos presenta realidades como el sufrimiento, la muerte o alguna desgracia no sabemos o no podemos dar respuesta a eso porque nos supera, nos trasciende.  Sin embargo Jesucristo nos dice: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”, “en el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).

 

En el fondo el Señor Jesús te está preguntando: ¿hasta qué punto tú te fías de mí? ¿Cómo y hasta qué grado te dejas influir por mi presencia y por mi mensaje? A lo largo de tu vida, o de lo que llevas de vida ¿te has dejado influir por el mensaje de Cristo para tomar decisiones u otras cuestiones? O incluso más, por mantener tu fe ¿te has sentido rechazado por los demás?

 

Estamos en un contexto social, ideológico, cultural e incluso religioso acostumbrado a elaborar una interpretación o lectura de lo que nos pasa meramente lineal, como si fuera un encefalograma plano. Pero es que resulta que hay una realidad superior a nosotros, que nos supera totalmente, que nos abarca y que nosotros no la percibimos. Sólo la perciben aquellos que se sientan necesitados de Dios. Un aparato de radio capta las señales radiofónicas que se comunican por el aire, pero si con el dial de la radio voy sintonizando/buscando las emisoras, uno puede disfrutar desde una tertulia a una bellísima canción. Yo esas señales no las veo, pero sí que sé que están. Yo a Dios quizá no le perciba, pero está conmigo y contigo. Pero si el dial de mi alma va buscando esa presencia de Dios acudiendo a los sacramentos, a la confesión, a la oración diaria, a la vida cristiana constante y costosa… uno se irá dando cuenta que junto a lo que uno ve, oye, toca, huele o saborea también está la presencia amorosa de Dios que te está sosteniendo entre sus manos y en ese momento es cuando te darás cuenta que en todo momento, aún sin que tú te hubieras dado cuenta antes, el Señor te sostiene entre sus divinas manos. Y lo hace porque tú eres muy importante para Él.

 

 De esto sabía mucho nuestro hermano Felipe. Alguna vez pude hablar de estos temas con él, ya que era un hombre sociable y de fe. Y todo esto que les he contado hoy, fue ni más ni menos, lo que estuvimos hablando en una ocasión. Y Felipe me decía: «Esto es cierto, aunque yo no sabía ponerlo en palabras». Ahora estará reunido con sus antepasados, conocidos y podrá dar aquel abrazo tan anhelado a sus padres y a su querida y amada esposa Priscila Luisa. Felipe Nicolás Hernández, por ti elevamos nuestra plegaria al Padre. Dele Señor el descanso eterno, y brille para él la luz eterna. Amén.                      

                   

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