Homilía del Domingo XI Tiempo Ordinario, Ciclo b
Hoy el Señor nos regala un evangelio con unas parábolas. Y el Señor suele empezar sus parábolas con esta expresión: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios?», u otras veces dice, «el Reino de Dios se parece…». Jesús intenta mostrarnos el desarrollo del Reino de Dios. Pero antes de esto tenemos que hacernos una pregunta: ¿Qué es el Reino de Dios? El Reino de Dios es la obra de Dios que Él mismo está completando: Dios creó el mundo y Él mismo continúa adelante su obra. Dios obra en el mundo. Dios no se limitó a crear el mundo y luego a desentenderse de él y ausentándose de este mundo. Ésta no es la visión cristiana de la historia ya que esta concepción estaría muy cerca del deísmo. El deísmo es la concepción filosófica que cree en la existencia de un ser supremo pero niega la intervención divina en el mundo.
La visión cristiana es que Dios
actúa, de manera que su Reino se abre camino, poco a poco, en la historia de la
humanidad. ¿Y cómo interviene Dios? De
ordinario Dios interviene dando su gracia para que nosotros utilicemos bien de
nuestra libertad. Hay una oración litúrgica que dice: «Señor que tu gracia inspire, sostenga y acompañe
nuestras obras; para que todo nuestro trabajo brote de ti, como su fuente, y
tienda a ti, como a su fin»,
es decir, somos asistidos por la gracia de Dios. Pero la gracia de Dios
no evita el esfuerzo del hombre, sino que la gracia de Dios hace posible que
nos esforcemos y nos esforcemos bien. Por eso es tan importante cuidar con
gran esmero la oración litúrgica, la oración personal, la lectura responsada de
la Palabra de Dios, la confesión, la limosna y el ayuno para poder permitir que
Dios nos ayude a recibir de su gracia. La gracia de Dios hace posible que nos
esforcemos y nos esforcemos bien: Dios cuenta con nuestra colaboración. Dios
cuenta con tus cinco panes y dos peces para que el Señor pueda proceder al
milagro de la multiplicación. Dios colabora con nosotros contando con nuestra
respuesta. Porque si colaboramos con Dios iremos transformando nuestras
familias, nuestra comunidad, nuestra iglesia, nuestro mundo. Esta es la forma
ordinaria que tiene Dios para intervenir en el mundo y así ir edificando el
Reino de Dios entre nosotros: nosotros
somos las manos de Dios y Él nos da de su gracia para que obremos el bien.
Pero en el evangelio de hoy va más
allá [Mc 4, 26-34] y nos dice una cosa bastante importante: Se nos dice que el
Reino de Dios es como un hombre que ha sembrado una semilla, y luego ya se
olvida de ella, y sin que él sepa cómo va creciendo, y en realidad lo hace la
tierra sola. El hombre no hace nada. Y esto subraya que la intervención de Dios
va más allá de nuestro esfuerzo; la
gracia de Dios actúa incluso cuando el hombre duerme. El hombre está
durmiendo y la semilla está creciendo. Hay un salmo que nos dice: «Dios lo da a sus amigos mientras duermen», [«si
el Señor no construye la casa»,
el salmo 127].
Muchas veces la mejor comparación
que podemos usar para entender la relación que Dios tiene con nosotros es recurrir
a la metáfora de cómo unos buenos padres cuidan de sus hijos pequeños. Y
los padres cuidan de sus hijos pequeños, por una parte, apelando a su
responsabilidad, pidiéndoles su colaboración, pidiéndoles que sean obedientes
en el colegio, en la disciplina del hogar… y los niños con su libertad
incipiente, los niños van descubriendo lo que es bueno y lo que es malo. Los
padres van orientando la libertad primera de esos niños. Pero también esos
padres hacen muchas cosas, incluso sin que los niños lo sepan, sin que sean
conscientes de ello. Por ejemplo: los padres optan por un lugar de vacaciones
pensando que los niños tendrán un buen ambiente y que estén con buenas
compañías; o esconderles algo que los padres intuyen que va a ser perjudicial
para ellos; o poniéndoles variedad de comida en los platos para que aprendan a
comer de todo…
Los padres no sólo actúan con los hijos pidiéndoles
que se comporten bien, sino también trazando una estrategia que permanece
oculta a los ojos de los niños. Así también ocurre con Dios: Dios va sembrando
el bien en el mundo, no sólo para inspirarnos el bien para que lo hagamos con
nuestra libertad, sino también realizándola también de manera anónima, oculta
pero efectiva. Y por eso intuimos que Dios tiene su estrategia: es cuando
decimos que «Dios
escribe derecho con renglones torcidos», que acontecen cosas que uno no las entienden, no las
controla. Pero luego va descubriendo que Dios ha actuado ahí, que
aquello fue para el bien en mi vida.
Es la acción continua de Dios en la
historia personal y en la historia de la humanidad. Y es una parábola que hace
una lectura muy positiva de la historia porque nos dice que en el mundo de hoy
Dios sigue actuando y que el Reino de Dios se sigue abriendo paso, aunque
aparentemente no nos lo parezca. A pesar de tener la sensación de que estamos
retrocediendo porque la sociedad da la espalda a Dios, pero Dios tiene un plan
de salvación y lo está llevando adelante.
Incluso cuando nosotros estamos durmiendo, el Reino de
Dios está creciendo.
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